Juan Manuel Morales Chávez nació en 1966, en Maiquetía, región costera y portuaria venezolana. Estudió en un colegio regido por sacerdotes y desde temprana edad tuvo contacto directo con los clásicos, de la mano de su mamá, quien es profesora de literatura. Juan Manuel creció en una década en la cual el país inauguraba proyectos e instituciones culturales de largo alcance continental: el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y Monte Ávila Editores señalaban un punto nítido en un mapa literario que, hoy día, en pleno fraude del siglo XXI, extrañamos y rememoramos con nostalgia y quizás con algunas raciones de culpabilidad. Una época “saudita”, bipartidista y casi siempre televisada. Época, cuesta decirlo, aniquilada, ahora inexistente. El propio autor lo define de este modo: “Las noticias eran la entrega por fascículos de la desesperanza”.

Pero no hemos venido a repartir lamentos. Nos convoca, en cambio, la segunda novela del escritor y médico anestesiólogo Juan Manuel Morales Chávez, El eco de las voces (Ediciones Atlantis, Madrid, 2018). El autor reside en Madrid desde el año 2007 y ejerce la medicina. Su primera pieza ficcional, Las tías (2014), también fue publicada en España. Juan Manuel ha escrito ambas obras en tierras ibéricas, como él mismo ha expuesto, de manera autodidacta y apelando a las influencias de la infancia y juventud. Esta primera etapa formativa se ha visto reforzada posteriormente con la colaboración en revistas, semanarios, suplementos culturales y publicaciones universitarias, tanto en Caracas como en Madrid. De igual forma le interesa la narrativa breve: prepara un conjunto de relatos que, posiblemente, se conviertan en un volumen de futura publicación.

Vayamos directamente a uno de los escenarios elegidos por la voz narrativa. Nos encontramos en Turégano (pueblo segoviano) y sus destinos turísticos junto a Isabel Fuentes, personaje medular de El eco de las voces. El eje motivador es un viaje a Segovia para honrar un deseo paterno de reencuentros y rememoraciones. En esta mujer de origen español, pero caraqueña de crianza, se concentra el esfuerzo que Juan Manuel Morales ensaya en su segunda novela. Es ella, del mismo modo, quien “camina emocionalmente neutra para retornar y comenzar de nuevo”. Isabel Fuentes es hija del español Gaudencio Fuentes González y esposa de Luis Fernando Pérez Domenech –un recién nombrado ministro revolucionario, proveniente de cierta opulencia familiar, “económicamente solvente”, que supo camuflarse e instalarse en las cumbres de un poder ilícito–. Isa Fuentes camina, y mientras lo hace, sus pensamientos se anudan y desanudan. Es un recurso terapéutico para organizar y jerarquizar ideas, emociones e incluso frustraciones. Isa “lo único que tiene es el recuerdo de la voz”; y realiza, además, un trabajo de arqueología cognitiva: escarba en sí misma, en sus evocaciones y en las facciones de algunos retratos de viejo abolengo familiar.

Hay un fragmento de la novela que bien pudo ser un inicio hipotético: “Gaudencio falleció sin la indeseada lucidez que aborrece todo agónico. En ese caso no le habría quedado otra opción que creer en hipócritas promesas y pensar que su hija quedaba establecida”. Se nos antoja como un buen inicio, repito, no elegido por Juan Manuel Morales pero que condensa parte del itinerario existencial que hemos logrado ver en no pocos pasajes de El eco de las voces.

En El eco de las voces asistimos a una realidad individual –el drama personal de Isabel– y a una realidad que extiende sus brazos y abraza una desolación colectiva. Es inevitable volver una y otra vez sobre las acciones y divagaciones de Isabel Fuentes. Es inevitable no sentir empatía ante sus búsquedas y repudios. En ella vemos un episodio bastante arraigado en el gentilicio del país, vale decir, en la historia migrante venezolana. Por una parte, se ve representada la gran oleada migratoria, especialmente europea pero también latinoamericana, caribeña, árabe y asiática, que arribó a partir de la segunda mitad del siglo veinte y que se incrementó sustancialmente en los 70, 80 y 90 (propiciada, en gran medida, por el auge petrolero y por las garantías públicas que los gobiernos de turno podían ofrecer). Y por otra, también se ve una parte del éxodo actual, en ese escape sostenido y progresivo de miles –diríase millones– de venezolanos. Una sola frase de Isabel pudiese contener, sostener, retener, lo que piensa esa Venezuela temprana de inmigrantes y la reciente de emigrantes: “Me crié en ese país que hice mío y al que ahora desconozco por completo”.

El eco de las voces hace un recorrido cronológico, no enteramente lineal, por algunas pasiones y deseos y por un “reconocimiento” de las emociones. Es decir, a través de Isabel Fuentes, y más concretamente con su ejercicio de autoconocimiento, quizás psicoanalítico, nos topamos con un interesante escenario emocional, de descubrimientos y aceptaciones. También de balances vitales, de reiteraciones y posibles suturas anímicas.


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