[21.2.1998] (Tenerife). Brillantina, posibilidad del cuerpo plateado. Impregnación que un cuerpo transfiere a otro cuerpo en los instantes más altos de la frotación. No toda huella, sin embargo, es visible. Buena parte de los fluidos corporales son transparentes. Y en el cuerpo expuesto a un resplandor intenso se borra la visibilidad de los rastros.

Sobre el camuflaje. Insectos cuyo color e inmovilidad los mantienen ocultos a la mirada de sus depredadores. Objetos que buscamos durante días o semanas hasta que aparecen justo en el lugar más visible. (Se habían ocultado en la visibilidad). Rostros metamorfoseados en máscaras y máscaras metamorfoseadas en rostros: infinito juego de espejos en el que la simulación y la ocultación son a la vez estrategias de autorrevelación. Letras o palabras camufladas entre otras letras o palabras, dobleces textuales, guiños o pruebas para la mirada del lector atento, secreto diálogo del texto consigo mismo. También la luna o el sol, al eclipsarse, se camuflan.

*

[22.2.1998] No ha sido preciso imaginar el diálogo entre la luz y la muerte en pleno mediodía. Hoy ese diálogo se me ha hecho presente en el rostro de mi abuela. Luz y muerte convidadas a una misma celebración. Una acudió desde el afuera, desde su morada de cielo y aire y sol intacto a través de la ventana. La otra surgió desde dentro, desde el interior oscuro del cuerpo desgastado. El rostro era el gozne del diálogo o la lucha. Los ojos, en los que la luz se miraba, miraban la luz ya estremecida por la cercanía de la muerte. Hoguera doble: el cuerpo se había recogido en el rostro. No había otro lugar que pudiera soportar la tensión del encuentro y a la vez darla a ver a quienes, radicalmente al margen, apenas si la divisaban. Pero el rostro da a ver en su compulsiva necesidad de ver, de ver aún. Aún borda la luz su velo sobre el rostro. No extiende aún la muerte su mano sobre el rostro.

*

[23.2.1998] La lectura es custodia y con-memoración. De algún modo, las letras errantes giran en busca de un sentido que solo obtienen al ser recogidas y reunidas por la mirada amorosa del lector. La conmemoración tiene lugar desde el momento en que toda lectura recuerda otras lecturas y a la vez la escritura del texto, su origen. Custodiar esa memoria ausente o extinguirla y hacerla presente en un instante inconmensurable: he aquí la tarea de la lectura.

Lección, lecciones: en la inminencia de la muerte el cuerpo cobra una quietud iluminada e iluminadora. Desplazamos a mi abuela en su silla de ruedas y apenas puede hablarse de movimiento: la frontalidad de su mirada, la calma de sus manos no tienen fisuras. Otra lección es su resistencia: no intenta ocultarse o sustraerse a lo que se avecina, sino que lo afronta en su incesante aproximación; de algún modo, sale al encuentro de lo inminente y quién sabe si por medio de esa quietud enigmática no se desliza en los únicos brazos que podrían acogerla.

Si la noche te entrega un ala

será para que conozcas su sonido al batirla

el sonido del ala

el sonido de la noche

Si la noche te entrega la sombra de un ala

será para que escuches la luz recogida

en la sombra

en la noche

en el ala

Si la noche te entrega dos alas sin sombra

será para que abandones la noche

sin alas

*

[2.3.1998] ¿No distingues la luna, ahora que la transparencia del cielo nos la entrega de nuevo? Líquida, delgada como un labio que despierta de un sueño milenario, un labio que amanece como el umbral de un paladar intacto, umbral blanco para la boca oscura del firmamento. Distingue la luna líquida, desasida y secreta de comienzos de marzo. Vuelve tu rostro a ese labio que nunca podrás tocar.

Transcribo aquí unas reflexiones de Elias Canetti que se ajustan perfectamente a una experiencia que conozco desde hace algunos años: “¿Qué hacer con la gente de otros tiempos, con todos los que hemos conocido? Van surgiendo cada vez más numerosos, transmigración no de almas, sino de rostros, en esta vida. Hace años me asombraba tanto de este resurgir de gente de antes en lugares totalmente distintos, con otras edades, otras profesiones y otro idioma, que me propuse registrar todos los fenómenos de este tipo. Lo he hecho muy raras veces, y ellos son cada vez más frecuentes. Ahora se multiplican con tal celeridad que no podría registrarlos a todos. ¿Cómo se explica eso de que haya personas que vuelven una y otra vez? ¿Habrá realmente un número limitado de rostros posibles? ¿O tendrá el recuerdo que ordenarse con ayuda de esos parecidos a medida que se avanza en edad?”

(De: “Primer cuaderno. Jena”)

**

[8.3.1999] He cenado con Roberto. En sus ojos se aprecia un cansancio de muchos meses. Atrapado en una dinámica profesional ingrata y absorbente, desearía dedicarle todo su tiempo a la escritura. Dice haber regresado a preocupaciones de su adolescencia: cómo vivir enteramente para el arte, hasta qué punto renunciar al laberinto de lo cotidiano para hacer de la palabra el centro de su vida. Son problemas a los que yo también me he enfrentado varias veces. El cerco que nos envuelve es feroz. Debemos resistir en medio de embates silenciosos, afianzar nuestro cuerpo en un espacio que se genera a sí mismo. En esto hemos de aprender de quienes fueron amenazados antes que nosotros. Pero, ¿es que se puede aprender a vivir?

*

[17.1.2000] (Leipzig). He regresado después de un mes oscuro. Salgo por la noche a recoger el coche que había dejado aparcado en una zona segura. El viento parece empujar a la desaparición. O acaso es tanto lo que ha desaparecido en este mes que el cuerpo se ha vuelto más sensible a estas bocanadas hostiles. Este viento me dice que el amor era un sueño, un vano reflejo de la nada.

En el aeropuerto de Fráncfort, esta tarde, me sucedió por primera vez algo extraño. Acababa de comprar el billete de tren para Leipzig, y al darme la vuelta para salir de la oficina de ventas me vi reflejado en un espejo. Durante unas milésimas de segundo –pero, ¿cómo medir ese tiempo inescrutable?– no supe que era yo y pensé o sentí que era otro, otra persona idéntica a mí. Lo más extraño es la curiosidad que sentí por esa persona, el deseo de conocerla. Estaba mirando con mis ojos al desconocido de mí mismo. ¿Será que de verdad me he convertido en otro? Recordé lo que me dijo mi amiga Goretti hace unos meses: que se había encontrado con mi doble en Providence, Rhode Island.

(De: “Segundo cuaderno. Leipzig”)

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Los fragmentos anteriores han sido seleccionados especialmente para esta publicación, del libro Dos o tres labios. Ocho cuadernos de un diario, 1998-2006 (Verbum, 2018) de Rafael-José Díaz.


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