La caída del Muro de Berlín, 1989 | Wikipedia

Por LEÓN SARCOS

A mi adorada Patricia

Tranquilos. No pasa nada. El mundo cada cierto tiempo enloquece y el hombre pierde la brújula mientras asimila los cambios que él mismo ha provocado en su locura depredadora contra la naturaleza y su ambición desmedida de poder, de conocimiento y de hedonismo. Siempre las aguas retomarán el cauce o un día, no muy lejano, definitivamente pereceremos todos.

La historia está hecha a tramos. Si los contamos desde la segunda mitad del siglo XX, diría que después de la última guerra mundial, tres grandes hitos principales junto a otros acontecimientos, han cambiado el ritmo apacible de la historia para producir sacudidas y tensiones políticas, económicas, sociales y culturales que de alguna manera han marcado el rumbo de Occidente y por supuesto del resto del mundo.

La Guerra Fría, luego del fin de la de Corea, junto a la rebelión de los 60 en los Estados Unidos y el mayo francés dejarían lecciones indelebles en la conciencia de la humanidad, un planeta bajo presión constante repartido entre dos grandes potencias que pujaban cada una por su lado por lograr la influencia de sus políticas económicas, sociales y militares sobre el resto del mundo para imponer un modelo de vida. Era la época de las ideologías y el tiempo en que la juventud del mundo y los gobiernos liberales de Occidente estaban preparados para absorber, no sin mucha reticencia, los cambios promovidos por aquellos soñadores.

Tenso, pero hermoso pasaje de la historia humana en que se alivió, mejoró y superó la condición femenina de simple objeto sexual, pasando a tener la mujer en todos los planos un respeto y un protagonismo que nunca antes tuvo. Se derrumbó la figura del pater familias, y el niño pasó a ser el centro de atención del hogar. Los negros lograron, de la mano de Luther King y de la sociedad civil importantes conquistas por sus derechos civiles. El amor sin condicionamientos sociales y a la naturaleza, se desató como una pandemia, en un cuerpo asfixiado por el corsé y los prejuicios morales de los que buscaba desatarse la inocente desnudez de eros.

Dios de seguro estaba allí, acompañando a las grandes bandas, a los solistas y a los poetas que, como Serrat y Dylan, hacían delirar a los jóvenes con sus poemas hechos canciones. Era música de calidad, alguna dulce y simple, pero siempre de ensueño, dedicada al amor y a la naturaleza, otra bien elaborada, como la de las grandes bandas que después se harían clásicas, Génesis, Beatles, Rolling Stones, King Crimson, Led Zeppelin, Pink Floyd, Deep Purple, Black Sabbath, Creedence Clearwater Revival y muchos más. Como dijo el presidente Kennedy, creíamos que todo se podía.

Otro de los momentos claves en la historia va a ser la caída del Muro de Berlín en 1989, que acompañó la emblemática canción Wind of Changue, entonada por la banda alemana Scorpions, y a la vez la generalización del uso de Internet en 1990. Derrota del comunismo como sistema económico y político y triunfo de la democracia liberal y el mercado. Francis Fukuyama escribiría su libro, muy polémico y comentado en 1992, fecha de su aparición: El Fin de la historia y el último hombre. En este ensayo el autor anuncia desde una perspectiva hegeliana el fin de las luchas ideológicas, de las revoluciones y las guerras sangrientas. El fin de la historia se interpreta como advenimiento de un pensamiento único, fundado ya no en las ideologías sino en una economía globalizada donde se afianza el liberalismo. Internet producirá transformaciones sustanciales en los hábitos de vida, en la educación, y en la manera de concebir las relaciones de trabajo y hasta el amor.

Independiente del grado de acierto o de desconcierto que proporcionaban para el análisis las aproximaciones teóricas de Fukuyama, la opinión pública y la gente común percibía un futuro esperanzador para las fuerzas democráticas y partidarias del libre intercambio, del Estado de derecho, de ejercicio pleno de la soberanía de la mayoría de los países pertenecientes al mundo libre. Dios aún estaba despierto y la fe de los creyentes se mantenía bajo la independencia religiosa de cada cultura.

Pero el quiebre o fin de las ideologías no trajo como se esperaba, afortunadamente, el pensamiento único, ni la ampliación y consolidación de la democracia liberal para Occidente. Por el contrario, gracias a la revolución de la tecnología digital en las comunicaciones y al resurgimiento del único de los ismos que sobrevivirá —con toda la fuerza con la que sugería Bakunin que se usaran el fuego y la  dinamita—, el anarquismo, el mundo se convertirá en un caos donde surgirán, especialmente en el ámbito político, pequeños proyectos personales y de grupos extremistas de ideas fabricadas con retazos de desecho de las viejas y fracasadas  doctrinas comunistas, fascistas, nacional socialistas y fundamentalismos religiosos, apoyados ahora en el multilateralismo y en el nuevo eje del mal: Irán, Rusia y China.

El desarrollo de las nuevas tecnologías tendrá influencia en el nuevo siglo en todos los órdenes y en la conformación de un Occidente distinto, que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman definirá con una categoría sociológica conocida como modernidad líquida, caracterizada por el cambio constante y la transitoriedad. La metáfora de la liquidez trata de evidenciar la inconsistencia de las relaciones humanas en el ámbito del trabajo, donde ya no está garantizada la permanencia gracias a las leyes del mercado, y a la esfera afectiva, donde debido a su condición de turista permanente y a la fugacidad de valores, el ser humano mantiene ahora una frágil identidad —antes formada en solidas tradiciones y creencias— y un desarraigo permanente. No quiere compromisos, no necesita familia, solo morral para viajar y subsistir. La mejor definición la formula el mismo Bauman: La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales.

Entrada la primera década del nuevo siglo, también el concepto de poder experimentará una mutación, que lo llevará a degradarse. En su libro el Fin del Poder, Moisés Naím analiza este proceso de cambio de naturaleza del poder. Dice Naím: El poder es cada vez más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder. Esas transformaciones —dice— obedecen a una triple revolución: La del más (es un hecho documentado: hay más de todo, más países, más tecnologías, más comida, más ONG, más religiones, más partidos), pero a Moisés se le olvida decir que hay menos controles, más relajamiento de la normativa democrática y más consideración de los derechos humanos y más y más flexibilidad en la aplicación de la ley. La revolución de la movilidad (la desaparición de las fronteras: ahora todo viaja, la gente, el dinero, los productos, los servicios, las crisis, las pandemias) y finalmente la revolución de la mentalidad (los valores, las expectativas, las aspiraciones y el control del poder que otros ejercían ha cambiado: somos más proclives a ser tolerantes y aceptar a los otros con sus defectos).

El filósofo de moda, como suelen llamarlo algunos periodistas sin mala intención, o el filósofo pop, como lo llaman los intrigantes que nunca faltan, Byung-Chul Han ha sintetizado maravillosamente, filosóficamente hablando, en su ensayo En el enjambre, los signos que acompañan el tercer hito, inaugurado con la aparición del coronavirus: la revolución digital: Internet y las redes sociales han transformado la esencia misma de la sociedad.

Se ha formado una nueva masa, el enjambre digital: una masa de individuos aislados, sin alma, sin sentido y sin expresión. La hipercomunicación destruyó el silencio y únicamente se percibe ruido carente de coherencia. Totalitarismo de forma casi invisible. Para concluir en La sociedad del cansancio (otro de sus ensayos, escrito antes de En el enjambre), que nos ofrece un paisaje patológico de trastornos neuronales, depresión, déficit de atención con hiperactividad, trastornos límites de la personalidad y agotamiento. Y sentencia: Ya no se trata de infecciones, sino de infartos. Algo así como: nada concluye, nada comienza y no se sabe adónde vamos. Porque la experiencia y el conocimiento han sido sustituidos por la existencia y la hiperinformación, la mayoría de las veces, de dudosa raíz.

El escenario creado por la vida digital, reforzado con la pandemia de 2020, hace del mundo un teatro trágico, representado en una gigantesca tempestad que, en su vorágine borrascosa, arrastra tras de sí toda las miserias y oscuridades del ser humano acumuladas por siglos.  Es como si toda la basura fruto de un gran maremoto hubiese subido a la superficie.

Hoy la ciencia y la tecnología cabalgan solas adelante, sin líderes que dirijan e instrumenten sus aportes de manera adecuada y pedagógica. A excepción de la distinguida señora Merkel, el panorama no puede ser más desolador, especialmente a nivel de América, donde por obra de la ignorancia y la torpeza se confunden clichés de rivalidades entre la vieja izquierda y la rancia derecha en las mismas posiciones extremas, que reviven vetustos odios ideológicos, raciales y religiosos. Por eso se derriban viejas estatuas de verdaderos héroes y se levantan nuevas que consagran a delincuentes de color fallecidos en desafortunados accidentes, que exaltan el racismo al revés de como lo conocemos y hacen desatar el anarquismo con su incontenible revanchismo y deseos de violencia, venganza y muerte.

Es un asunto que exacerban las redes con toda su técnica de verdades a medias y mensajes publicitarios de mal gusto que hacen protagonistas a todos y desdicen del pudor a base de contaminar con basura pornográfica y música escatológica, interpretada por perfiles de delincuentes preparados para hacer dinero en la industria cultural con las carencias y la ignorancia de los que menos tienen. La mayoría de la música urbana es de ningún valor artístico; por el contrario, llamados animales a hacer el sexo público sin que nada importe, como es el caso del perreo. Por eso no es mentira que las redes mataron el misterio del enamoramiento y la magia del amor y lanzaron al cuerpo desnudo con toda su belleza, inocencia y encanto al gran circo donde todo se prostituye gratuitamente.

Son verdaderas lecciones a las nuevas generaciones los trabajos del polaco Bauman, del venezolano Naím y del alemán Chul Han, en la interpretación de esta nueva modernidad.  Dios da la impresión de que estuviera dormido o que nos ha olvidado, como ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial. Prefiero creer, en mi singular fe, que está simplemente dormido y que un día no muy lejano despertará para traer sosiego, paz, amor y belleza a la humanidad y al futuro.


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