Dios
La creación de Adán de Miguel Ángel es una de las representaciones de Dios más universales en la historia

Por ANTONIO GARCÍA PONCE

Dios existe.

Una primera forma que adopta es la del Dios personal. Es decir, la que se sustenta en el hecho de haber sido uno criado en una familia cristiana, bautizado a los pocos días de haber nacido, confirmado en el Palacio Arzobispal mediante la clásica cachetada aplicada por el obispo, recibida la primera comunión en el Seminario a los 7 años de edad, un 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, vestido con pantalones cortos blancos, camisa sport del mismo color, y chaqueta azul marino, portando en la mano izquierda la larga vela, al rato quebrada en dos por la agitación consabida de la niñez, y bebiendo la humeante taza de chocolate después de la ceremonia. Más tarde, confesando y comulgando los primeros viernes; remedando, subido a un limonero del corral de la casa, los sermones oídos en la iglesia de La Pastora; pensando ser seminarista y haciendo las tareas de todo monaguillo; pidiendo la bendición y el regalo de una medallita al sacerdote de la vecindad, muy erguido él, pero bonachón y llevando con generosidad la mano al bolsillo de la sotana para complacer la solicitud. Y, hecho decisivo, atribuir la cura de una terrible fiebre tifoidea, no a los cuidados y sanaciones del doctor Pío Pérez, sino a la promesa ofrecida y cumplida de vestirse de nazareno y caminar descalzo el largo trecho, de ida y vuelta, desde la esquina de Cola de Pato, mi casa, hasta el templo de Santa Teresa, donde un Cristo doblegado por el peso de la cruz, y rodeado de orquídeas y velones, parecía más grato y servicial que el que pintaban con mucha imaginación los muchachos de la plaza: inclinado cada vez más con el paso de los años hasta tocar el suelo con la frente, y acabarse así el planeta y toda la humanidad.

Aquel Dios desapareció. Las ideas políticas, inculcadas también en el hogar, lo liquidaron por completo. El paso de los años dejó muy atrás el candor que servía de base a la deidad, y esta fue suplantada por nuevos imperativos: los principios, la ideología, lo positivo. Inmerso en tal descreimiento y aferrado a la convicción de lo necesariamente demostrable, sirvió de guía la anécdota que refleja el diálogo entre Napoleón Bonaparte y Pierre-Simon Laplace, leído a los 18 años en un libro del coautor del marxismo, Federico Engels:

Napoleón: —Me cuentan que ha escrito usted este gran libro sobre el sistema del universo sin haber mencionado ni una sola vez a su Creador.

Laplace: —Sire, nunca he necesitado esa hipótesis («Je n’avais pas besoin de cette hypothèse»).

Sin embargo, Dios regresó. Un poco, es el Dios personal, aquel que aparece en los momentos de graves conflictos y duras situaciones («¡Ayúdame, Dios!»), y en los momentos de inmensas alegrías («¡Gracias a Dios!»).

Es un poco, también, el Dios religioso, el que leemos en las sagradas escrituras:

El inicuo siga en su iniquidad y el sucio ensúciese más; el justo obre más justicia y el santo santifíquese más. He aquí que vengo presto y mi galardón viene conmigo para recompensar a cada uno según su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. Dichosos los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y a entrar en la ciudad por las puertas. ¡Fuera los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y obra mentira! Yo Jesús envié a un ángel a daros testimonio de estas cosas sobre las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella esplendorosa y matutina. 

Es el Dios de muchos filósofos. Isaac Newton dijo:

Este sistema tan bello del sol, de los planetas y cometas solo podría proceder del consejo y del dominio de un Ser poderoso e inteligente.

Una encuesta de la revista Nature de abril de 1998 entre físicos, cosmólogos y biólogos arrojó los siguientes resultados: ateos el 45%, creyentes el 40% y agnósticos el 15%.

Al duro ateísmo y al determinista agnosticismo se levantan las dudas que emergen de las argumentaciones expuestas por Albert Einstein, Werner Heinsenberg, S. W. Hawking, Allan Sandage, Edwin Hubble y   Ernst Mayr.

Asomémonos al balcón. Veamos las piedras, fijas; las plantas, inanimadas; las aves, en las ramas y en el aire; los perros, cercanos; los vegetales y los animales, nutriéndose, reposando, reproduciéndose. Todos, son. Es el cerebro de los humanos, y es su lenguaje los que asumen el reto de explicarse el origen y el porqué de este mundo.

Es allí cuando llega Dios. Como dijo René Descartes, en Meditaciones metafísicas, 1641:

Parece que se nos advierte de que todo lo que se puede saber acerca de Dios se puede mostrar con razones que no hay que sacar de otro sitio más que de nuestra propia inteligencia.


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