Veo comunistas: La invasión de los ladrones de cuerpos

Se corre la voz: a la gente corriente le pasa algo. Se ven, mueven, hablan como siempre y sin embargo, parecen ausentes. Mi padre no parece mi padre, mi vecina no parece ella. En La invasión de los ladrones de cuerpos aparecen de un momento a otro en las casas grandes vainas verdes que guardan una réplica de cada ciudadano, pero vacía: una cáscara, a shell, dice Roger Ebert. Cuando la ideología te ha tomado, invadido, robado el cuerpo –y la mente, y el alma–, el nuevo no-ser resulta intercambiable, indistinto; será siempre consigna, propaganda. Hablas con uno, y has hablado con todos. Habla la ideología.

Guillermo Cabrera Infante comenta que La invasión no tiene otra manera de verse sino como una película antitotalitaria. El horror viene de estar rodeado por un mundo de seres que parecen los de siempre pero que en realidad son hostiles y procuran nuestra extinción. Estos seres, alienados hasta la homogeneización, suplantan a las personas casi pasando inadvertidos, pero hay algo, una mirada hueca, una disposición a la disolución, que levanta sospechas. Señala Yuri Bezmenov el primer nivel de la subversión ideológica comunista revelando a Occidente la estrategia de la que fue agente: la desmoralización de la sociedad. En La invasión, esta desmoralización hace de los hombres un cuerpo vacío, a quienes se les enfrenta una y otra vez con la verdad, la realidad, sin manera alguna de sacarles del trance, de exorcizarles. Y qué mejor manera que suplantar al ser “por el perfecto símil sin ser”, como dice Cabrera Infante, que la ideología que sustrae toda sacralidad, trascendencia y libertad a los hombres.

Narcisa García


Los reflectores encienden las caras de los muertos flotando por el río

Estrellas flotando en la noche.

Las excavadoras los recogen con sus brazos acunados

y los mecen hasta el asfalto abierto

de esta ciudad que los quiere a todos para ella

como una madre egoísta.

Debajo del asfalto hay charcos de sangre

percolación profunda de sangre

penetrando la tierra.

No sueña

escapa.

Se le volvió abandono la fuga.

Sobre puentes de hilillos de sangre cruza el Atlántico.

Adiós lo dejo todo

no me llevo nada.

Ceniza en las maletas

gravilla y arena

junto al cemento húmedo corazón.

Miriam Reyes


Hay noches en que el Universo pronuncia tu nombre bajito

como para que nadie más que tú lo escuche

noches en que el amor recorre las habitaciones de la casa

y al pasar por la tuya enciende la luz y no te ve

Hay noches en que los pensamientos más bajos no te abandonan

y en que el sueño no es reparador

ni te obsequia una limosna de falsa felicidad

Noches en que el corazón abre su boca

y te muestra su calle más oscura

Tomas el teléfono y la voz al otro lado de la línea

te recuerda lo que has dejado en los paréntesis de tu libro

La esperanza es una palabra extraña

que ha puesto sus ojos en otra ciudad

distante

pues como siempre ha olvidado tus señas

Esas noches sin fondo son buenas para despedirse

pues un buen libro

o la película que seleccionaste para ver

habitan en un sendero paralelo

a esta dimensión

Son noches para esconder tu cadáver

y que solo sea hallado cuando la embriaguez de los otros

ya no sea

En esos momentos la vida y el amor nos miran sin indulgencia

pues nunca fuimos habitantes confiables de sus casas

Esta noche está llena de sótanos

de laberintos en cuyo centro

hay un papel arrugado con este tiempo perdido que eres

Detente conductor

que me bajo en la próxima parada

da igual la que sea

no voy a ninguna parte

Miguel Marcotrigiano L.


anti postales porteñas II

Caminé 10k y gasté un montón de dinero en transporte público por no entender la ciudad. No termino de comprender qué le permite al transeúnte ubicarse. No hay una montaña que me diga dónde está el norte, solo hay un territorio que se extiende por las avenidas que lo atraviesan y unos números que te permiten saber la altura en la que estás. Pero aquí la gente no habla así. Solo yo pregunto: ¿a qué altura estamos? Y me doy cuenta de que no estoy usando las palabras apropiadas, porque no hay altura en un territorio plano, más allá de la altura vertical que apunta hacia el cielo azul intenso o, como hoy, plateado y blanco. Fantaseo con el lenguaje, las palabras y su interpretación: ¿qué pensará un porteño sobre lo que pregunto, sobre la altura a la que quiero llegar? Luego, de rebote, lo pienso yo también: ¿a dónde quiero llegar? Y si respondo con sinceridad, conscientemente, me digo que no sé. Pero si le presto más atención a mis palabras, que hablan por mí y que me revelan muchas más cosas que la luz de la razón… 

Rebeca Martínez


Por lo que queda

Al círculo de hormigas

Y ahora, para colmo, esta resistencia a escribir.

Esta ridiculez de llorar con cualquier poema.

Las huidas al baño, para no hacer el ridículo.

La imposibilidad de acercarme a Hanni.

Estas idas al cine sin sentido.

Sola, aunque no lo note, y sin sentido.

 

Este afán de recoger hasta el último fragmento.

Esta desconcentración total.

Tener que apagar hasta la música de fondo.

Nunca quedarme a poner orden de verdad.

Esta sed de soledad,

paradójica indolencia y soledad.

 

Esta comunión inverosímil con extraños.

Este desconocimiento de las almas espéjicas.

Tanta, tanta resistencia.

Lejanía de indiferencia, en el dolor. Frivolidad.

Banalidad hermosa, pero banalidad.

(Lo dice mi niño… Coexistimos con ella: qué más da).

 

Esta imposibilidad de escribir un poema.

Un simple y llano poema.

 

Uno siquiera.

 

Y escribirlo aún. Por lo que queda.


Tomado de Voces nuevas 2004-2005. Caracas: Fundación Celarg, 2006


Graciela Yáñez Vicentini


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