Diana López/De la serie Silabario invertido

Ahora/Aquí

A las once en punto y ya enmohecida la posibilidad del sentido, la palabra se perdió. Quedó paralizada, como un retablillo sin figuras. Lo último que pudimos ver fue la extraña e insistente permanencia del negro sobre negro. Esa opacidad retumbó como un relámpago, redoblada por la presencia de todo aquello que no conocíamos y que aparecía de pronto.

Aunque quisiste evitarlo el lenguaje tartamudeó y los significantes se levantaron sin prisa para devorarse los unos a los otros. En este canibalismo sin asociaciones la noche se cerró y tuvimos que darle la vuelta a cada una de las sílabas. Ahora intentamos volver a pronunciar, liberar el flujo atascado de un pensamiento imposible. Habla la muerte. El encierro.

Lorena González Inneco


donde haya un ellos

y un nosotros

habrá un muro

 

a cada movimiento de tierra sus piedras

caerán sobre nuestras cabezas sus cabezas

que se parten igual que las nuestras

 

un cuerpo es despedido o aplastado

siguiendo las leyes de la física

importan la masa la velocidad y el punto de impacto

no importa el signo de la violencia

ni de qué sudor fue creado

 

da igual cómo sus mejillas sus ojos sus dientes sus ideas

las leyes de la física tratan a todos los cuerpos con la misma indiferencia

 

nosotros no

ellos tampoco

Miriam Reyes


El pecho

A María Fernanda Palacios

No hizo falta más, porque la imagen lo hizo todo. La había telefoneado para conversar sobre cierta gravedad del ánimo debida a uno de esos fardos de fondo que los rusos llaman “las malditas cuestiones del corazón”. La pasión, el odio, la pérdida, el amor y sus mitologías, en fin. Mi amiga me escuchaba, pero de pronto empleé una frase manida que hizo que me interrumpiera: le hablé de “cargar con la vida”. Ella dijo, subitánea: “Cargar con la vida. Sí, corazón, pero una cosa es cargar con la espalda, como carga Cristo la cruz, y otra es cargar con el pecho, como se carga a un recién nacido”. Tras un breve silencio, agregó: “A veces no se puede escoger, pero, cuando se puede, es mejor hacerlo por la segunda opción”. Entonces comentamos cosas del día: ella necesitaba comprar una nueva nevera; yo estaba en planes de tapizar con otra tela un viejo sofá de la sala. Cosas, claro, de cargar con la espalda. De las otras, como escribió Cervantes y siempre recuerda un amigo nuestro en común: “Paciencia y barajar”. Paciencia, pecho y barajar.

Diego Arroyo Gil


Impresionismo de bulevares 

Al profesor Anthony Sutcliffe (1942-2011), in memoriam

Colocaron sus caballetes junto a las ventanas de los edificios bordeando los bulevares trazados por el barón de Haussmann. Entonces, antes que en las humaredas de la Gare Saint Lazare, Monet captó, en Boulevard des Capucines (1873), el ralo follaje otoñal entreverado con el sepia de los inmuebles y el pizarra de las mansardas. Alejándose de las fisonomías sonrientes en sus tabernas y cenadores, Renoir esbozó, en Les grands boulevards (1875), los pumpás y las levitas, los tocados y polisones de la foule paseante por los magasins. Y en Boulevard Montmartre (1897), con pinceladas gruesísimas, Pisarro pespunteó el titileo de los faroles en la plomiza noche parisién. Acaso el maestro antillano presumió entonces, ante sus congéneres, de haber abocetado, décadas atrás, los tejados de Caracas reverberantes de sol.

Arturo Almandoz Marte


Centenario de Boris Vian

Entre los centenarios de nacimiento que se conmemoran este 2020 se destaca por su singularidad Boris Vian, quien nació el 20 de marzo de 1920. Artista polifacético de vida intensa y fugaz, Vian murió a los 39 años, habiéndose destacado en varias artes y oficios: novelista, dramaturgo, poeta, músico de jazz (trompeta y voz), cantante, actor, ingeniero, periodista, traductor.

Comparto uno de sus textos poéticos.

Un poeta…

Un poeta

Es un ser único

En montones de ejemplares

Que no piensa más que en verso

Y no escribe más que en música

Sobre motivos diversos

Unos rojos otros verdes

Pero magníficos siempre.

*Del libro No quisiera morir, 1962 (póstumo). Traducción de Juan Antonio Tello.

Beatriz Alicia García


Poesía y matemáticas

La poesía y las matemáticas parecen dos polos opuestos. La poesía tiene su hábitat en lo indefinible de la altura y del abismo, en lo impreciso, mientras que las matemáticas se apegan a lo exacto. Sin embargo, la poesía alcanza armonías sublimes y lo mismo ocurre con las matemáticas. Y ambas sirven para llegar a la verdad o a lo más cercano que se conozca como verdad.

José Pulido


Falla la filosofía

No pretendo haber leído todos los artículos filosóficos, nacionales e internacionales, que han salido sobre el actual trance humano a la luz del coronavirus, pero sí suficientes para darme cuenta que la mayoría de los distinguidos autores y autoras no asumen el aspecto que para mí tendría que estar en el centro del debate, la conciencia ecológica.

Nosotros, la raza humana, estamos destrozando el planeta que habitamos, que pronto no será capaz de sostenernos. A parte que es un tesoro, el tesoro, del cual somos responsables.

La filosofía parece estar atrapada en lo que llama Salvador Pániker «el aislamiento ‘humanista’ del yo». Pensar de una manera eficaz en los problemas de relación y equilibrio que enfrentamos (incluyendo el virus) no significaría solamente reconocer su importancia y analizar sus implicaciones y efectos según la razón, sino relativizar la razón (por supuesto sin ignorarla) y «recuperar la hondura sintiente del cerebro antiguo» (de nuevo Pániker). Saber que pertenecemos no sólo a nuestros pequeños mundos personales y sociales, sino a la naturaleza, a la tierra, y pensar con y para ella.

No podemos deshacer siglos de enajenación acumulada, pero podríamos hacer ahora un salto a otra manera de usar nuestras facultades. Tenemos que hacerlo.

¿Cómo habría sido si Adán y Eva, en cambio de dejarse expulsar por Dios del Jardín del Edén, se hubiesen quedado allá con la serpiente?

Rowena Hill


Montejo volando sobre su padre estético

Usualmente ocurre que un poeta escribe sobre otro poeta por sus afinidades temáticas o entonaciones parecidas. Música de fondo con distintas composiciones y arreglos nuevos. Puede que, en el otro, reconozca algo de su diversa paternidad, o maternidades. Sus influencias. Sin angustias ni reclamos. Sin desprecio ni borradura.

Leo el prólogo que escribió Montejo a una selección de poemas de Vicente Gerbasi para la prestigiosa y límpida editorial española Pre-textos.

Montejo nos ayuda a ver, cómo Gerbasi fue lentamente recogiendo la sobreabundancia expresiva, su abigarramiento romántico y lograr un acento personal que lo hizo único e influyente. La sencillez y el efecto que logra Gerbasi lo convirtió en uno de los padres de la poesía venezolana de casi todo el siglo XX. Detectar las influencias en el poeta de Canoabo es el aporte de Montejo en este prólogo, las influencias castellanas, las formas iniciales y sin embargo mantener a lo largo de su obra una unidad, puede ser el logro de Gerbasi, mostrado por Montejo.

El trópico tiene la fuerza indeleble de las imágenes que nos define como seres de un lugar y de una luz. Gerbasi logra, como afirma Montejo, mirar este paisaje como si volara sobre él. La búsqueda mítica del paisaje, la fluidez con que lo nombra y la melancolía que lo baña, anuda a Montejo con el lenguaje sencillo de Gerbasi.

Julio Bolívar


Rorscharch Vzla

Así como las imágenes del test de Rorscharch parecen ser una mancha negra en una tela blanca q estaba doblada en dos o cuatro u ocho partes, y luego es extendida y sirve de objeto de intriga para quien debe ver algo racional allí, así puede apreciarse la visión del país que tienen los personeros del gobierno de ese país desdibujado, vuelto una mancha, una figura informe en la que ellos ven una nación democrática, donde ellos ven vida y armonía, Delcy diciendo que en el país no hay hambre ni falta de medicinas ni presos políticos ni violación a los DDHH. Todo lo cual ciertamente lo ven porque están locos, locos de poder y maldad.

Daniel Cuevas


Glosario del destierro: G

Gastronomía. Unos amigos inauguraron hace poco una arepera. El día de su apertura intuimos lo que podría ocurrir después: convertirse en un lugar de encuentro de los emigrados. Una arepera en el exilio tiene una vocación de amalgama: junta, arropa, relaciona. No es el lugar, sino lo que ahí se despliega: la sensación de lo propio. La gastronomía es un recordatorio de la experiencia de tener un lugar. Ese poder de lo reconocible. Se come para sentirse parte de algo, para recordar de dónde uno viene. En esa operación digestiva hay un diálogo, una condensación de significados, muchas formas de placer que van más allá del hecho de saciar el hambre. Se suspende de algún modo la amargura del exilio. Se deglute por segundos la distancia, la imposibilidad de volver. Todo parece servido a la fantasía. Todo cabe en un bocado.

Gueto. Un lugar y una mentalidad. Un aislamiento voluntario y una disposición inconsciente ante la dureza de emigrar. Los guetos existen y pueden estar también en el lenguaje, torpedeando la palabra más difícil del exilio: la asimilación. “Allá existía tal cosa”, “aquello era mejor que esto”, son los muros de un lugar impenetrable donde una falsa superioridad se regodea. Quizá salga a hacer mercado en la ciudad, comente cualquier cosa con los vecinos inmediatos, pero sigo anclado en una isla imaginaria que he construido para que los otros no invadan. Para replicar mi experiencia del origen, mi propia versión del origen. Algunas veces el gueto es real, físico, urbano. Otras veces es inmaterial, invisible. En ambas formas reluce lo mismo: una distancia infranqueable entre el extranjero y el residente. Sus prácticas no coinciden. Sus mundos, a riesgo de chocar, están separados por todas las barreras posibles.

GPS. Por un largo tiempo quise tatuarme las coordenadas de mi casa en el pecho. Pretendía convertir esos números en un código secreto, una llave mágica, un amuleto. Al final el diseño falló y no encontré algo que me gustara. En el ejercicio, sin embargo, quedó sellada la ubicación exacta de mi familia, de mi casa, de mis libros, de mis muertos, todos en una gran coordenada que escribo con solo ponerme la mano del lado izquierdo. Puedo ubicar con precisión el lugar donde murió mi padre, donde descansan las cenizas de mi abuela, donde mi abuelo lee con otros ojos el reverso de la tierra; sé dónde mis tíos, más viejos, me esperan. Mi sistema de posicionamiento global tiene una avería maravillosa: no distingue el mundo de los vivos del de los muertos. Los sitúa a todos en un mismo lugar que siempre está ahí, elástico, con un punto azul que me fija la ruta para no equivocar el regreso.

Zakarías Zafra


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