Rubi Guerra | ©Vasco Szinetar

Por ROBERTO ECHETO

I

Roberto Echeto: ¿Qué hay en ti, qué hay en tu trabajo, qué hay en tu vida, que haga que en tus libros haya tantas escenas sórdidas? ¿Tienes una vida sórdida?

Rubi Guerra: No, mi vida es más bien tranquila y apacible. Tal vez demasiado apacible. A lo mejor esa sordidez que se presenta en los cuentos y en las novelas tiene que ver con lo que uno ve, con el entorno. O con una visión que uno tiene sobre la vida, sobre la realidad. No es una proyección personal de la vida mía, sino más bien una visión del mundo. A lo mejor, esa sordidez es que yo considero que el mundo no es un sitio demasiado amable ni demasiado bonito. A lo mejor el mundo es así, algo un poco sórdido, aunque tenga, por supuesto, aspectos amables. No sé cómo lo ves tú.

RE: Lo digo porque en Un sueño comentado, que es tu libro más reciente, editado por el grupo editorial Norma, hay cuentos que tienen, o ponen el acento, en ese lado oscuro, ese lado sórdido de la vida. Son unos cuentos extraordinarios, Rubi. Recuerdo el cuento de la biblioteca, por ejemplo, donde un hombre cruza un pasillo oscuro y llega a una biblioteca mohosa, debajo de un lugar no precisamente muy santo. Llega a una biblioteca, y comienza a leer unos manuscritos, un material donde hay una historia  sórdida, que ocurre como al margen de nuestra guerra de independencia.

RG: Es difícil ver, uno mismo, las razones profundas por las cuales escribe. Es muy difícil. Uno sabe las historias que quiere contar. En el caso mío, será que esas historias siempre tienden hacia un elemento de sordidez, a veces matizado por la ironía. Por cierto sentido del humor también, que está presente en otros cuentos. Pero es verdad que tal vez en el fondo yo tengo una visión pesimista del mundo. Esa visión está presente en mi escritura. Sin embargo, eso no es una cosa privativa mía, porque yo también siento lo mismo en tu libro, en el más reciente: Breviario galante, que editó la Fundación para la Cultura Urbana. Allí hay mucha sordidez también. Son historias urbanas que derivan muchas veces hacia la violencia. También allí se encuentra una visión, yo diría, sórdida. Pero es otra cosa lo tuyo, es una cosa que tiene que ver con el absurdo, una visión absurda del mundo, de la realidad.

RE: Te voy a contar dos cosas. La primera es que yo soy fanático, furibundo, de Ernest Borgnine. ¿Conoces a Ernest Borgnine?

RG: ¡Excelente! ¡Por supuesto!

RE: Un gran actor norteamericano, que ha estado en todas las películas habidas y por haber. Dos de esas películas son Gattaca, con Uma Thurman y Ethan Hawke; y la otra, es una serie de televisión que todos vimos en nuestra adolescencia, Lobo del aire. Yo y que iba a hacer, en algún momento de mi vida, unas estampitas de “San Ernest Borgnine”, para ponerle atrás una oración. ¿Qué te parece?

RG: Me parece muy buena idea, pero además hay que ponerle del otro lado a Frank Sinatra…

RE: Esa es otra que hay que hacer.

RG: Que es un icono también. Tu libro comienza con un texto sobre Frank Sinatra.

RE: ¡Qué interesante! Estamos aquí sentados, dos personas que tratamos de generar una literatura, con elementos que han sido excedentes de la cultura. Por un lado, el humor, lo absurdo; por el otro, la sordidez. ¿Cómo ves tú que va la literatura actual venezolana, y cómo entran en ella estos temas?

RG: Yo creo que nuestra literatura aborda todas esas cosas. De hecho, todas las literaturas tienen una tendencia marcada hacia lo sórdido, hacia lo infeliz, hacia lo violento. Una literatura de lo bonito, de lo armonioso, de la felicidad, yo diría que es imposible. Es muy difícil, muy difícil que exista, porque produciría un profundo aburrimiento en la gente. La literatura se alimenta de esas cosas que parecen subproductos de la vida, de lo violento, lo macabro, lo desagradable, lo sórdido.

RE: Me he dado cuenta de que lo sórdido, lo macabro, lo violento, son elementos más normales de lo que uno cree. Pareciera ser que el subproducto de la vida, lo que de verdad está en el sótano, es la felicidad, la alegría, la bondad.

RG: A lo mejor el sentido profundo es ese. A lo mejor la verdad es ésa, y no queremos verla. Mantenemos nuestro proyecto ideal de felicidad cuando la única realidad posible, a lo mejor, es la sordidez y la infelicidad. Por cierto, ¿tú eres feliz?

RE: Yo soy inmensamente feliz, sobre todo desde que leí una frase de Groucho Marx. ¿Tú conoces a Groucho Marx? Ese es otro de mis ídolos.

RG: Es mi ídolo también.

RE: Groucho Marx dice: “Cásate conmigo y nunca más miraré otro caballo” (¡¡risas!!).

RG: Groucho Marx también era un ídolo mío desde la infancia. ¡Cómo no! Yo vi muchas películas de él, que pasaban por televisión. Me acuerdo de una: Los cocos. Una cosa increíble.

RE: Una noche en la ópera.

RG: Una noche en la ópera. ¡Esas películas! Yo creo que todas han permeado nuestra visión de la cultura.

RE: Hablando en serio: hay cierto cinismo de parte nuestra al ver lo que nos rodea, el desastre, el naufragio, el gran naufragio en el que estamos.

RG: Yo creo que el cinismo y la ironía son  inevitables. Tal vez por eso mis historias son sórdidas, como tú dices. Pero al mismo tiempo, traducen el humor en forma de ironía y de auto ironía. No puede uno tomarse lo que hace demasiado en serio.

RE: Hay uno de tus cuentos, que está en Partir, que me impresionó mucho. Es el cuento de alguien que está recluido en un sanatorio y sale de ese sanatorio…

RG: Y se encuentra en un mundo destruido, que prácticamente no existe.

RE: Partir es otro de tus libros de cuentos que están brillando. Y se consigue todavía, editado por Memorias de Altagracia.

RG: Todavía se consigue. Los otros, aparte de Un sueño comentado, ya no se consiguen.

RE: ¿Tienes alguna teoría, algunas pautas que tú sigas respecto al cuento? Pautas personales, no el decálogo del perfecto cuentista.

RG: No. Primero consigo una idea. La idea nace sola. No es que yo me ponga a pensar: “Vamos a crear una historia”. No sé si a ti te pasa así. Pero en todo caso, yo no pienso: “Voy a crear una historia”, sino que la historia llega. A veces llega por la imagen de un sueño, a veces llega por la imagen de un recuerdo, y a partir de esa imagen comienza a construirse en mi cabeza. Entre el momento en que se me ocurre la historia y el momento en que la escribo puede pasar muchísimo tiempo. De hecho pueden pasar, literalmente, años. Hay cuentos que yo he concebido en un momento y he escrito diez años después. Otros, un año después, medio año después, no hay una medida. Lo que hago es que trato de que esa cosa que he creado, que he concebido en mi cabeza, se traduzca de la manera más adecuada al papel. Que sea una historia que pueda seguirse, que tenga una trama interesante, que esté bien estructurada, que no sea simplemente una trascripción de ideas, sino que sea, sencillamente, una historia bien contada que pueda seguir cualquiera. Hay historias más simples que otras, hay unas más complejas. Pero yo quiero que cualquiera pueda leerlas, y pueda sentir que quiere seguir leyendo. Para mí es importante que la gente quiera seguir leyendo lo que está leyendo. No convertir el cuento en una especie de bloque fastidioso. Los cuentos tuyos son rápidos, con profundos diálogos, con escenas cotidianas. No sé cómo lo consigues.

RE: Mi método es estar todo el tiempo pendiente de lo que sucede alrededor, en la calle, en mi casa, con los vecinos, en el país. Y trato de tomar las cosas con pinzas, de recortar lo que más me interesa.

RG: Una cosa que dices, que me parece interesante, es que en el proceso de  escritura uno ve hacia adentro y hacia fuera. ¿No piensas tú que el escritor debe tener la capacidad de mirar el exterior? Hay que tener una capacidad aguzada de visión del entorno, porque si no tienes esa capacidad, no puedes escribir, no puedes decir nada. El ombliguismo no es bueno.

RE: ¡Claro!

Roberto Echeto | ©Vasco Szinetar

II

RG: Roberto, a nosotros nos han considerado como una generación de escritores. No estoy seguro de que eso sea verdad. Pero, en todo caso, somos más o menos contemporáneos. ¿Qué te parece, si esos elementos sobre los que hemos estado conversando, la sordidez u otros, están presentes en gente como Israel Centeno o Juan Carlos Chirinos o Juan Carlos Méndez Guédez, en otra gente de nuestra generación?

RE: Hay algo que nos une, que es la problemática urbana, el tema urbano, lo que sucede en esos recónditos callejones de las calles de las ciudades donde vivimos. Yo creo que si uno hila muy fino, cada uno de nosotros busca los temas en esa fuente. Hay gente que ha dicho que en vez de una generación, somos una mafia. Yo quiero que sepas que yo me siento orgulloso de pertenecer a una mafia, y si Israel Centeno es el capo, pues, mejor, feliz, pues, si es Israel Capone o Israel Soprano. ¡Qué belleza! Pero hablando en serio, creo que —bueno, lo otro también lo dije en serio— Israel, por ejemplo, con La casa del dragón, que es su producción más reciente, o con El complot o con Criaturas de la noche, está construyendo un mundo plagado por esa sordidez, y por esa energía que hay en la calle, y por esas fuerzas que están ocultas todo el tiempo, solapadas, esperándonos para brincarnos encima y tragarnos. Si tú revisas los libros de Juan Carlos Méndez Guédez, quien vive en España, está haciendo una carrera brillante, y generando una literatura casi que del exilio; lo que hay en el fondo de Méndez Guédez es esa búsqueda de una estética del desarraigo, de ese malestar que producen nuestras ciudades en este momento, sea por la política, sea por la pobreza, sea por los líos que tenemos, que son infinitos.

RG: Por la pérdida de señales de identidad también. Fíjate que en El libro de Esther, la novela de Juan Carlos, hay una recuperación de la memoria adolescente, que es al mismo tiempo una recuperación de una Caracas perdida. Y es asombroso cuando uno escucha hablar de Caracas perdida a gente que es muy joven. Juan Carlos no tiene cuarenta años todavía, y sin embargo, ya siente que hay una Caracas, la Caracas que él conoció en su adolescencia, que desapareció. Eso que parece una experiencia de gente muy mayor, de gente de la Caracas de principio de siglo, o de mitad de siglo, es también experiencia actual, y uno podría entender por ahí esa pérdida de señales de identidad. Porque tu ciudad, de alguna manera, te va dando claves existenciales: donde conociste tu primera novia, donde tuviste tu primera relación sexual, donde jugaste con los amigos, las canchas donde jugaste basket, las canchas donde aprendieron el uso de las drogas. Todas esas cosas van desapareciendo. Todo eso está en Juan Carlos, y está apareciendo también en Israel, la recuperación de una ciudad.

RE: ¿Cuál de los libros de Juan Carlos Méndez Guédez te gusta más?

RG: No he leído la última novela, Una tarde con campanas. Mi valoración tendría que ser sobre las que he leído. Me gusta El libro de Esther. Es la novela que más me gusta. La siento más redonda, más personal, y más condensada en sus historias.

RE: ¿Y la otra, la que editó Lengua de Trapo?

RG: ¿Cómo se llama?

RE: Se me olvidó. Solo recuerdo que hay una escena de dos muchachas viendo la autopista que va de Yaritagua a Barquisimeto desde la pasarela, y hay allí una evocación, una nostalgia  extraordinaria.

RG: Esa escena yo también la conservo, porque está muy bien lograda. Y es verdad, hay un sentido de pérdida y de soledad en esa imagen de la muchacha contemplando la carretera vacía. Una carretera que viene de un sitio donde ella no está, y va a un sitio donde tampoco está. Ella simplemente está parada en ese lugar. Es una novela que también me gusta, bastante, incluso. Pero siento la otra más condensada.

RE: Yo no he leído Tarde con campanas, que se ganó un premio, una mención, hace poco tiempo.

RG: Una mención muy importante. Fue editada por Alianza.

RE: Juan Carlos Chirinos, ¿qué opinas de él, qué opinas de su trabajo, de lo último que ha publicado, de El niño malo cuenta hasta cien y se retira, o de Homero haciendo zapping?

RG: Yo conozco los libros de Juan Carlos, desde el primero, desde Leerse los gatos, que es un intento de aproximación a lo fantástico, que también algo de eso se encuentra en Homero haciendo zapping. Este es un libro que me gusta mucho. La ambientación persa que le da a sus historias. No griega. Alguna gente ha dicho que es griega. No es griega, es persa. Al menos es más persa que griega. Los cuentos están bien construidos, bien logrados. La novela la acabo de leer. La terminé la semana pasada, El niño malo se retira y cuenta hasta cien me gustó mucho. Tal vez sienta que hay un momento en que pierde un poco la trama, se debilita un poco. Pero recupera mucha fuerza en la segunda parte. Fluye muy bien, es muy divertida. Hay un divertido homenaje a Eugenio Montejo. No sé si Montejo sabrá que es un personaje de ficción, quedó convertido, por el arte de Juan Carlos Chirinos, en un personaje de ficción. Eso me parece muy sabroso. Nuestros narradores leen a nuestros poetas.

RE: Una pregunta, Rubi, que sí es delicada. Agárrate de la silla. El sentido del humor: ¿tú crees que beneficia o no a los libros que se están escribiendo en los últimos tiempos, sobre todo en las últimas generaciones?

RG: El sentido del humor es un recurso perfectamente válido. Está presente desde Cervantes.

RE: Pero tú no crees que parte de lo que está pasando con la crítica, que no se toma literalmente en serio a los autores, no escriben sobre nosotros, no escriben sobre otros, no escriben sobre nadie, es porque en los últimos tiempos hay una narrativa muy jocosa, muy Radio Rochela, graciosa.

RG: Vamos a terminar la idea. Es válido el recurso del humor, que se presenta como ironía, si es un elemento que sirve para profundizar. Pero también pudiera darse un sentido del humor superficial, que apunta hacia una risa tonta y fácil. En ese sentido, el recurso del humor podría ser negativo. Podía ser más bien un recurso de facilidad. Yo creo que se debe recuperar el humor, sobre todo cuando permite que las novelas ganen en profundidad, porque les aporta otra dimensión. Es bueno que las novelas no sean solamente trágicas, que no sean solamente dramáticas. El humor es una cosa que está en nosotros.

RE: Te hago esta pregunta por muchas razones. La primera es porque tú eres una persona muy seria, muy adusta, y tu humor, que lo tienes, es un humor de ese que uno se ríe hacia adentro. Un chispazo que le alegra a uno la vida. Insisto en que uno puede llegar a ver desde afuera la producción de otros autores que se dedican con hincapié al tema del humor en sus libros.

RG: En qué estás pensando concretamente.

RE: Por ejemplo, en Juan Carlos Méndez Guédez. Sus libros están repletos de chistes, de situaciones humorísticas. ¡Y los libros de Juan Carlos Chirinos, ni hablar!

RG: ¡También!

RE: El mismo Israel tiene ciertos toques, ciertos destellos. La otra razón por la cual te hacía la pregunta es porque yo creo que todo lo que tiene que ver con la comedia, lo que tiene que ver con el humor, siempre es visto como algo que se aparta, que no tiene un peso intelectual. Creo que nosotros tenemos una tendencia autodestructiva en ese sentido. Echamos varilla, nos gusta el bonche, la rumba, pero también pareciera ser que nos negamos a esa naturaleza que tenemos.

RG: Eso tenemos que asumirlo, eso está en nosotros. Yo no creo en los estereotipos, en que, por ejemplo, somos caribeños porque somos rumbosos y nos gusta la salsa.

RE: A mí no me gusta la salsa.

RG: Y nos gusta el bochinche permanente, y que nuestra literatura debe ser eso, basada en la música, el humor y la salsa. Eso es un estereotipo. Yo no creo en eso. Yo creo que eso puede ser, perfectamente, una variante de nuestra literatura. Pero nuestra literatura puede ser muchas otras cosas. Puede ser urbana, puede ser rural, puede ser fantástica, puede ser sórdida, puede ser policial. Lo del humor lo contemplo sólo como una posibilidad. No creo que debería ser una marca distintiva, sino una cosa que está, y puede que tenga que ver con el carácter. Lo que decíamos antes. A lo mejor la sordidez puede ser asimilarla a través del humor. También la violencia puede ser matizada por el humor.

RE: Rubi, en dos segundos, medio segundo: ¿auguras un futuro promisor para la literatura venezolana?

RG: Sí. Nosotros estamos haciendo una buena literatura. No estamos ni peor ni mejor que el resto de América Latina. Estamos trabajando con seriedad.

RE: Estoy de acuerdo contigo.

RG: ¡Está bien!


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