Armando Rojas Guardia | ©Vasco Szinetar

Por MIGUEL SZINETAR

Miguel Szinetar: ¿Qué percibes en el fondo del fondo?

Armando Rojas Guardia: ¿En el fondo del fondo? Hay una frase que  escribí en El Dios de la intemperie: “Al fondo de los fondos debería existir una inmensa compasión, una ironía redentora, misericordiosa”. Una especie de humor benévolo hacia la realidad, sobre todo hacia la condición humana, que redimiera la malignidad que se puede percibir en ella.

MS: ¿Y ves luz?

ARG: Sí.

MS: ¿Cómo la percibes: brillante, opaca?

ARG: Es una luz tamizada, que no aplasta, no avasalla.  Una luz que nos espera al fondo de los fondos.

MS: ¿Está mediada?

ARG: Por el lenguaje, por el ser humano, con toda la ambigüedad que esto implica.

MS: ¿Cuál es la relación entre poesía y lenguaje?

ARG: La poesía  es el rango de lo indecible en el seno del lenguaje. El lenguaje extrema sus posibilidades para cercar lo indecible, y de ahí nace la poesía.

MS: ¿El discurso de lo indecible nace o se construye?

AR: Se percibe. Empieza uno a percibir  dimensiones indecibles de lo humano e instrumenta estrategias verbales para cercarlas.  Son dos polos: el lenguaje y lo indecible, que están en permanente tensión. Esa tensión es la que especifica la poesía.

MS: ¿Cuál de los sentidos te privilegia?

ARG: Mi relación más fértil no es con el espacio sino con el tiempo.  Me privilegia el sentido del oído, de la música. Borges dice: “La música es una de las formas del tiempo”. Quisiera empezar una renovada relación con el espacio, con el sentido de la vista, con las imágenes, los volúmenes, las texturas.

MS: Dijo Czeslaw Milosz que el poeta describe lo que ve. ¿Qué ve?  ¿Lo de adentro?  Al poeta le es concedido mirarse a sí mismo, pero no puede dejar de mirar hacia afuera.

ARG: Yo estoy dando un seminario sobre la tragedia griega, y  leímos Edipo Rey. Sófocles privilegia la visión interior del ciego, en este caso, de Tiresias. Al final, Edipo se perfora los ojos, y dice: ¿Para qué me sirve la visión de las cosas exteriores? Es como si Sófocles quisiera enfatizar que la luz externa es engañosa,  que la luz interior que encarnan los ciegos es la más fecunda.

MS: ¿Eres un hombre de fe y esperanza?

ARG: La opción de la fe es ineludible. No me refiero sólo a la fe religiosa. Hay una fe antropológica, que tiene todo ser humano. Los últimos valores por los que apuesta una vida humana no son científicamente demostrables, sino que implican una opción.

Miguel Szinetar | ©Vasco Szinetar

II

MS: Me conmovió tu poema “La desnudez del loco”.  Es, a mi juicio, uno de los poemas más importantes de este momento de la cultura venezolana. Hay en él una meditación omniabarcante. Su punto de partida es el hombre, en un estado que conceptúas de desnudez libérrima. Piensa la transgresión, la expulsión del paraíso y la entrada a la intemperie: la desnudez perseguida y escrutada por el ojo de la culpa y de la vergüenza. Consideras la relación entre  procesos de autoconocimiento, fragmentación del yo, y disgregación del lenguaje. Comparas ciertas formas, muy arraigadas, de tratamiento social de la locura, con el horror de Auschwitz.

ARG: El poema empezó a imponérseme en la mañana del 26 de  diciembre del 2004. Me había dicho que quería empezar a escribir poesía, después de cuatro años y medio de silencio, en el 2005. Pero mi terapeuta, en una sesión, me dijo: “Así como Cadenas le dedicó un poema a la derrota, deberías dedicarle un texto a la locura, porque ella ha significado para ti, junto a sufrimientos y noches oscuras, una plataforma de propulsión hacia niveles superiores de conciencia y de libertad”. Esas palabras me quedaron gravitando, y creo que son la base inconsciente que me llevó, durante seis días, mañana, tarde y noche, a escribir el poema. Lo di por concluido el 2 de enero. Y luego vinieron 15 días de corrección. Karina Sáinz Borgo se lo hizo conocer a Nelson Rivera, el director del Papel Literario. Nelson se entusiasmó  y lo quiso publicar.

MS: ¿Recuerdas el sonido inicial, las primeras  palabras?

ARG: Las primeras palabras, que resonaron en mí, fueron las del epígrafe del Génesis:

—“El señor Dios llamó al hombre: ¿dónde estás?”

—“Él replicó: te oí en el jardín y me entró miedo porque estaba desnudo”.

—“Y el señor Dios le replicó: ¿y quién te ha dicho que estabas desnudo?”

Yo quise construir el poema alrededor de esa imagen  del Génesis.  La primera y la segunda parte  son autobiográficas. La primera gira alrededor del baño colectivo al que éramos conducidos en el sanatorio siquiátrico a las doce del día.  Se refiere a  la desnudez de la locura, encarnada en mi propia desnudez, en el contexto de aquel baño multitudinario.

MS: Luego reflexionas sobre un pasaje del Evangelio según San Marcos.

ARG: La segunda parte narra el episodio del muchacho que no quería bañarse a las doce, sino en la mañana o en la tarde. Ese deseo no sujeto a reglamento fue castigado por el enfermero, metiéndolo en un calabozo, porque, aunque suene pasmoso, en ese sanatorio existía un calabozo. Pienso allí la desnudez del otro.  La tercera parte explora la desnudez arquetipal, a través de la investigación lírica y simbólica de una imagen del Evangelio de Marcos, que la gente no suele reparar: “Cierto joven le seguía en Getsemani, cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; mas él, dejando la sábana, huyó desnudo”.

MS: ¿Ese muchacho desnudo qué representa?

ARG: De alguna manera encarna la locura, porque se necesitaba tener alguna fiebre mental para seguir a Jesús, como un discípulo, en una noche tan comprometida social y políticamente, cubierto  por una sábana. Personifica una actitud inconforme, socialmente díscola,  una conducta no convencional. Representa la fe. Yo trato de decir  que la locura es  imagen y metáfora del seguimiento de Jesús.  Un modo inconsciente de seguirlo, que puede convertirse en voluntario, si uno toma conciencia de la gracia que ha sido recibir la enfermedad, como invitación a vivir de otra manera. Subrayo: de otra manera.  El poema termina  estableciendo que hay dos tipos de locura: la  libérrima, que implica la desnudez de la culpa, y es vía de acceso a un estado edénico. Y la culpabilizada, que resiente la imagen punitiva del otro. Hay una tensión entre ambas, y eso es lo que pretende decir la última parte del poema.


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