Viajero de ríos y del tiempo

A Luis Ángel Duque lo conocí en 1984, durante una velada en casa de mis padres cuando vivíamos en París. Él iba camino a Cannes donde se proyectaría Orinoko, nuevo mundo de Diego Rísquez durante la Quincena de Realizadores. Luego viajaría a la Bienal de Venecia. Desde entonces, una especial amistad y el amor por el arte junto al deseo ‒o la necesidad‒ de descifrar sus interrogantes unieron a Luis Ángel y a mi familia.

A lo largo de esa que él llamó “la década prodigiosa” acompañó a mi padre, Óscar Armitano, en sus indagaciones estéticas donde elementos arquitectónicos se fusionaban con marcos y volutas de madera antigua a la hojilla de oro, vidrios cortantes y sus reflejos ad infinitum, pinturas en las que habrían quedado atrapados mensajes encriptados y textos minimalistas tipografiados sobre seda. Su respaldo curatorial se cristalizó a través de ensayos barrocos y un sincero afecto que mi madre y yo heredamos cuando mi padre murió en 1991.

Hasta finales de los noventa, compartió memorables proyectos de curaduría con María Luz Cárdenas en el Maccsi en una entrañable complicidad. Juntos hicieron importantes aportes al estudio del arte contemporáneo.

Luis Ángel, LAD, siempre bienvenido en la casa familiar y apreciado por todos, también por mis abuelos, hacía gala de amena conversación versada en asuntos humanistas, rica de sus numerosos viajes.

En ocasión de la conmemoración del centenario de El soberbio Orinoco de Julio Verne en 1998, Luis Ángel fue el curador de diversas actividades culturales debido a su vasto conocimiento sobre el tema. Fue invitado a escribir el prólogo de la reedición bilingüe de la novela y yo tuve el gusto, a la vez que el desafío, de traducir su texto al francés.

Ya en la Galería de Arte Nacional, en el 2002, lo recibí como conferencista en un ciclo a propósito de la exposición de Auguste Morisot donde hablaría sobre los pintores viajeros.

Si tuviera que escoger una palabra para retratarlo, sería “curiosidad”. Todo parecía resultarle interesante, digno de ser escrutado para luego ser narrado por este expedicionario de tierras y ríos exóticos, pero sobre todo de nuestro Soberbio Orinoco y ¿por qué no? del tiempo y de las páginas de una enciclopedia universal…

Au revoir, Luis Ángel. Te recuerdo como en aquella foto en París, fumando un habano y abrazando a mi papá.

Denise Armitano C.

Marzo 2019

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Gracias Luis Ángel Duque, entrañable LAD

Con mucho dolor debo compartir la noticia del fallecimiento de Luis Ángel, extraordinario curador, visionario del arte y la cultura, escritor de brío, intelectual del siglo XVIII extraviado en el XX y perdido en el XXI. Luis Ángel fue una figura fundamental en el desarrollo del arte conceptual venezolano, alguien capaz de dotar de un discurso a lo que muchos en los remotos 70 y 80 percibían apenas como un atrevimiento críptico e ininteligible, un balbuceo. Pocos como él representan al aventurero y el viajero. De hecho, sufrió repetidas veces del paludismo contraído en sus muchas expediciones a las regiones más ignotas de la Amazonia venezolana. Pocas mentes tenían tanta carburación intelectual. Luis Ángel no era meramente un crítico de arte muy informado de lo que sucedía en su época, sino alguien capaz de descubrir, sí, ese antipático verbo es el que mejor le calza, el mejor talento y hacerlo llegar a su máxima expresión. Multitud de artistas le estarán siempre en deuda por haberlos animado y promovido cuando sus trabajos eran del todo desconocidos. Y lo hacía sin esperar nada a cambio, con una inmensa generosidad y con un don de gente que parece perdido en este mundo de transas. Tenía un ojo y una memoria visual erudita. Conocía la historia del arte y sabía apreciarla sin afectación, mientras también podía ver el presente y el futuro con pasión, sin miedo ni dejar de separar el simulacro posmoderno de una genuina creación contemporánea. Conocía también pliegues inusitados de la historia venezolana, sobre todo de la colonia y el siglo XIX, y podía conectar el pensamiento ilustrado desde Humboldt hasta Miranda, que generó nuestra independencia, con aquello que acontecía en nuestros días. Yo tengo una enorme deuda de gratitud con el amigo y mentor que Luis Ángel fue para mí en mis años de formación y más adelante a mi regreso a Venezuela en 2003. Tengo muchos recuerdos entrañables de él. El primero, quizás, es la exposición de José Antonio Hernández-Díez en la Sala Rómulo Gallegos, donde se presentó por vez primera San Guinefort y Sagrado corazón activo. Él solía hablar de acontecimientos auráticos y si hubo alguno para mí fue ese. No recuerdo cómo nos hicimos amigos. Fue algo que simplemente pasó. Luis Ángel fue el tutor de grado de la tesis sobre el video arte en Venezuela, que escribimos a cuatro manos Mariana Bacalao y yo, y que pasó a ser un texto de referencia en un pequeño círculo de iniciados en esa forma de la creación. Luego me llevó a trabajar con él como curador junior en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber, junto con María Luz Cárdenas y un equipo profesional de primera. Juntos llevamos adelante el II Salón Pirelli (1995), mezcla de provocación, experiencia iniciática y legendario espacio para jóvenes artistas que se convertiría en uno de los hitos en la escena cultural de los años 90. Luis Ángel fue también un cómplice necesario de otras empresas creativas como la revista Estilo y de cientos de exposiciones artísticas, incluyendo varias muestras venezolanas en la Bienal de Venecia, de las que fue curador al menos dos o tres veces, que yo recuerde. Fue una mente brillante, un amigo capaz de fajarse en una bronca callejera por ti, un seductor y muchas otras cosas. Mis condolencias para su hijo Luis Ricardo, para Katyna Henríquez, su ex esposa y protectora, Blanca Baldó, su entrañable amiga, su partner de muchas exposiciones en la época del Macssi, María Luz Cárdenas y su socio creativo y pana incondicional John Petrizzelli. Luis Ángel les dejó algo a todos los que lo conocieron. En mi caso, mucho. Un abrazo mi querido y admirado amigo. Te despido con tristeza, pero sé que te ha llegado la paz.

Boris Muñoz

1° marzo 2019


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