Hans Neumann | Archivo El Nacional

Por ISAAC NAHÓN SERFATY 

Algunos emigraron a Venezuela para recordar. Otros emigraron a Venezuela para olvidar. La sociedad venezolana, relativamente abierta y con menos prejuicios que otras sociedades más clasistas como la colombiana, recibió en general bien a los inmigrantes europeos que llegaron al país después de la Segunda Guerra Mundial. Pudieron prosperar económicamente con trabajo duro, fundar familias, tener hijos y vivir sin el miedo de la persecución y la guerra. El país tuvo sus momentos de tensión (la represión de la dictadura de Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, la guerrilla comunista de los años sesenta), pero nada comparable con los horrores de la Europa del genocidio.

En un país receptivo y sin la violencia que habían dejado atrás, esos inmigrantes que sobrevivieron la catástrofe provocada por los nazis y sus aliados decidieron mantener su identidad judía. Para muchos de ellos no fue fácil evocar lo vivido en Europa. El tiempo ayudó a sanar algunas heridas y a que, poco a poco, el deseo de transmitir el recuerdo a las nuevas generaciones se expresaría. Se escribieron memorias de aquellos días sombríos y del renacer en la Venezuela próspera y abierta. Podemos citar algunas de estas obras (entre muchas otras): La crónica (1973) de Isaac Rozenbaum (Z”L [1]), Luz y sombra de mi vida (1986) de Klara Ostfeld, La guerra que me tocó vivir (1995) de Andrés Apeloig (Z”L), Sin tregua (2009) de Hillo Ostfeld (Z”L) (con la coautoría de Trudy Ostfeld de Bendayán), Exilio a la vida, testimonios de sobreviviente de la Shoá en Venezuela (2006-2011) de Jacqueline Goldberg, El jardín de Dorit (2011) de Angie Osers de Sultán, Siempre habrá un porqué (2013) de David Yisrael Sicherman (Z”L) (asistido por Néstor Garrido),  Regreso de Auschwitz (2011) de Trudy Spira (Z”L), Prohibido el paso a caballeros con corbata. La saga de la familia Borgman entre el horror y la Revolución (2017) de Néstor Garrido.

Se han producido audiovisuales como el documental Valió la pena: crónicas de los judíos ashkenazíes en Venezuela, 1920-1945 (2001) dirigido por Henry Grunberg.  La Fundación Shoah establecida por el cineasta Steven Spielberg grabó testimonios de sobrevivientes que se instalaron en Venezuela. El Comité Venezolano de Yad Vashem publicó trece ejemplares de la revista Zajor-Recuerda que contienen las vivencias y crónicas de muchos de ellos, y realizó una importante labor educativa sobre el antisemitismo. El Espacio Anna Frank también contribuye a la divulgación de la historia de la intolerancia bajo los fascismos y promueve la formación en valores de coexistencia.

El ejercicio inútil de la desmemoria

Ariana Neumann ha escrito un libro sobre el intento de Hans Neumann (Z”L), su padre, de olvidar quién era y lo que significó para su familia la Shoá (el término hebreo para referirse al Holocausto). Intitulado en inglés When Time Stopped. A Memoir of My Father’s War and What Remains (Cuando el tiempo se detuvo. Una memoria de la guerra de mi padre y lo que queda), el libro relata la búsqueda casi detectivesca de Ariana de la verdad sobre su propio padre, sobre su tío Lotar Neumann (Z”L), sus abuelos Otto (Z”L) y Ella Neumann (Z”L), y otros familiares. Ariana hizo un titánico trabajo de investigación para descubrir una verdad que el exitoso hombre de negocios y filántropo nunca quiso revelar en vida.

Los abuelos de Ariana murieron asesinados por los nazis en las cámaras de gas de Auschwitz. Hans y Lotar sobrevivieron la Segunda Guerra Mundial. En 1949 emigraron a Venezuela. Allí comenzaron a reconstruir la fábrica de pinturas Montana que los nazis le habían expropiado a Otto Neumann. Empezaron mezclando pinturas en un garaje en la casa donde vivían los dos hermanos en la zona de Chapellín en Caracas. Llegaron a tener la fábrica más importante de pinturas del país con el mismo nombre de aquella que tuvieron en Praga. Hans Neumann se convirtió en un próspero empresario y en un benefactor de la cultura y del periodismo (su hermano Otto decidió retirarse en 1964 y se mudó a Suiza, donde falleció en 1992). Creó el conglomerado corporativo CORIMON.  En su mejor momento el grupo de empresas de los Neumann llegó a rivalizar en tamaño y ambición expansiva nacional e internacional con Empresas Polar. Después entraría en un declive como consecuencia de un gran endeudamiento y una mala gestión, cuando ya Hans Neumann se había retirado de la dirección de sus empresas a finales de los años 90. El Grupo CORIMON todavía existe. Está dedicado a productos industriales relacionados al mundo de las pinturas, productos químicos y envases flexibles.

Hans Neumann tuvo una vida muy pública en Venezuela. Fue un mecenas de las artes. El Instituto de Diseño Neumann tuvo una gran reputación como centro de formación de diseñadores industriales y gráficos. Fue dueño de periódicos como el The Daily Journal, El Diario de Caracas y más recientemente Tal Cual, una iniciativa editorial liderada por Teodoro Petkoff Malek (Z”L), cuyo primer objetivo fue mantener un frente de opinión libre y crítica ante el autoritarismo chavista. Fue presidente del Dividendo Voluntario de la Comunidad y de la Fundación Neumann, dedicada a promover la educación de niños y jóvenes de familias pobres.

Neumann se convirtió en una notable figura de la alta sociedad de Caracas. La llamada “godarria”, lo más rancio de la burguesía venezolana, lo aceptó a pesar de que él no era uno de los suyos. Al empresario que llegó de Praga le gustaba decir que él era sobre todo venezolano. Nunca se identificó como judío. La periodista y gerente cultural Sofía Ímber (Z”L) recordaba en un artículo sobre Neumann publicado en 2001 que siempre le llamó la atención el enigma del mecenas con respecto a su judaísmo. “No lo juzgo por ello, nada más lejos de mí que semejante pretensión… pero creo que el detentar aquella cruz en el pecho no me parecía… necesario”, dijo entonces la que fue directora del Museo de Arte Contemporáneo a Faitha Nahmens. Recordaba Sofía que a Hans Neumann le gustaba decir que “había tenido la fortuna de elegir lo que todos siguen como designio: la nacionalidad y la religión”.

En el mismo artículo, Paulina Gamus, que también trató muy de cerca a Neumann, relató que una vez un grupo de judíos venezolanos le solicitó una donación para la comunidad, a lo que el empresario se negó con el argumento de que él no era judío y que no tenía ninguna obligación en ese sentido.

En su libro Ariana Neumann cuenta que su padre casi nunca hablaba de su pasado, y menos del origen judío de su familia. Tampoco de las circunstancias que lo obligaron a dejar Praga. Eso era un tema tabú. Cuando Ariana fue a la universidad en Estados Unidos, un compañero de estudios que venía de México le dijo que ellos deberían ser los únicos latinos judíos de su curso. La joven venezolana, criada como católica, se sintió confundida, pues nunca había pensado que tenía sangre judía. Cuando llamó a su padre para contarle la anécdota de lo dicho por el mexicano, la reacción de Hans Neumann fue violenta: “Sangre judía, ¿sangre judía? Te das cuenta de lo que estás diciendo. No uses nunca esa expresión. ¿Me entiendes? Eso es lo que los nazis decían de nosotros”. El padre cortó enseguida la llamada.

Hans Neumann había ido a Venezuela a olvidar. A quitarse de encima el peso de ese judaísmo que terminó costándole la vida a sus padres y a tantos otros miembros de su familia y amigos. Pero había algo más en la historia del padre que Ariana Neumann relata en estas memorias escritas a dos voces: la de él y la de su hija.

Hans Neumann murió en 2001. Aparentemente se había llevado el enigma judío con sus cenizas. Ariana descubrió en su casa de Los Chorros en Caracas una caja que contenía parte de las respuestas a las preguntas que se había hecho con respecto al origen de su padre y al destino de su familia bajo el terror nazi. Hans había guardado en esa caja documentos y unos apuntes escritos en español donde contaba su aventura personal durante la Segunda Guerra Mundial. Después de haber adoptado la falsa identidad de un joven químico checo (Hans había estudiado química en Praga) llamado Jan Šebesta, viaja a Berlín, donde llega a trabajar en la fábrica Warnecke & Böhm, que hacía pinturas y revestimientos para la aviación de guerra y otros armamentos de los nazis. Durante dos años, desde 1943 hasta casi el final de la guerra en abril de 1945, Hans Neumann (Jan Šebesta) trabajó en una empresa al servicio del Reich, mientras sus padres, familiares y amigos eran masacrados por los nazis.

Hans Neumann trató de olvidar, pero no pudo. Esa caja llena de documentos y su relato berlinés fueron su zajor (su recuerdo, como se dice en hebreo). Cumplió con su deber de recordar a sus seres queridos asesinados por los nazis. Lo hizo casi en silencio, en secreto, aunque nunca haya dicho el kadish, la santificación del nombre de Dios que se recita en memoria de los fallecidos. Es probable que no haya superado el trauma del sobreviviente. Sabía que esa identidad diluida de quien había crecido en una familia judía asimilada a la cultura y costumbres de su país natal, como tantas otras en Europa central, no sirvió de nada a la hora de evitar la persecución y la muerte. Quiso quitarse la “mancha” judía que traía de aquel lugar del que no quería acordarse.

Sin embargo, Hans Neumann dejó esa caja para que Ariana la descubriera y develara al mundo la dolorosa identidad que lo había marcado. Quiso a su manera, quizás de forma un poco torpe y tardía, bendecir el recuerdo de aquellos por quienes convocamos al “Dios lleno de compasión, que mora en las alturas” para que “provea descanso bajo las alas de su Divina Presencia, en las cumbres donde residen los santos y los puros que brillan como el cielo estrellado, a nuestros seis millones de hermanas y hermanos que perdieron la vida en la Shoá, que fueron asesinados y masacrados, sofocados y enterrados vivos, quemados y torturados, los jóvenes y los ancianos, mujeres y hombres, líderes y personas del pueblo, los fieles a la Torá junto con los rebeldes y soñadores. Amados y agradables en la vida, e inseparables de ese amor incluso después de la muerte” (2).  Amén.


1) Las siglas Z”L quieren decir en hebreo Zijronó Librajá, que puede traducirse como “su recuerdo sea fuente de bendición”.

2) De la plegaria El Malé Rajamim en memoria de las víctimas del Holocausto, según la versión del Rabino Yehoyada Amir.


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