Macbeth And Banquo-Witches | Teodoro Chassériau - Musée d'Orsay

Por THAYS ADRIÁN SEGOVIA

Todo sistema de poder se apoya en hiladores de signos oficiales

J. L. Ramírez (1989)

I

En su ensayo Es extraño vivir con las palabras, José Manuel Bueno (1998) conjetura que, cuando Dios creó el mundo le dio un nombre a cada cosa, sin ambigüedades ni resquicios para la duda. Pero lejos estamos del Paraíso, vivimos tiempos de rupturas en los que las palabras asumen otros sentidos y pueden llegar a tornarse ininteligibles, opacas, sesgadas, larvadas, incompletas, desordenadoras; por eso es necesario conocer tanto su carga semántica como las historias y procesos que comunican. Situar las palabras las contextualiza y abre caminos para su interpretación.

Con motivo de estas líneas interesa examinar el léxico porque, como lo explica van Dijk (2009) en Discurso y poder, el vocabulario influye en modelos y opiniones al tiempo que construye detalles de los acontecimientos o personas; también puede ejercer control sobre las representaciones sociales y sobre las acciones. Además, las estrategias de mayor productividad en el discurso político son las de carácter léxico, específicamente tres de ellas, relacionadas con los procesos de ocultamiento u opacidad: nombrar, renombrar y silenciar. Sobre las dos primeras versa nuestro escrito.

II

Los eufemismos, utilizados para nombrar y renombrar, funcionan como estrategias lingüísticas que reemplazan un término por otro buscando mitigar, causar ambigüedad o imprecisión sin comprometer al enunciador, al tiempo que marcan distancia con respecto a lo expresado, despersonalizándolo. Brodsky (2017), en El uso político del eufemismo en la jerga política nazi, explica que estos se crean para metaforizar lo indecible y volverlo discursivamente nominable. Y Victoria González (2009), autora de Palabras en la guerra, un ensayo sobre el papel del lenguaje en el conflicto armado colombiano, asegura que emplear sustitutos eufemísticos en el discurso político «busca imponer un lenguaje metafórico para brindar una naturaleza ambigua a las palabras con el fin de vaciarlas de un contenido semántico que podría resultar negativo». También existen eufemismos institucionalizados —explica Gallud (2005) cuando analiza El eufemismo como instrumento de manipulación social—, una jerga emparentada con el lenguaje políticamente correcto, presente en comunicados e intervenciones oficiales; vocablos que al posicionarse en el lenguaje común se alejan de sus verdaderos sentidos.

Los párrafos que siguen ofrecen una muestra de eufemismos en el discurso político venezolano.

Rómulo Betancourt, luego del golpe de Estado de 1945 contra el gobierno de Isaías Medina Angarita, calificaba la acción del modo siguiente: «procedimiento extremo»; «hecho de fuerza»; «la peripecia de octubre»; «la insurgencia»; «el vendaval de octubre»; «la solución de fuerza»; expresiones que desenfatizan la valoración negativa de lo ocurrido. Descrita de ese modo, el expresidente justifica la asonada con términos que moderan la responsabilidad de los protagonistas. Más tarde, en 1968, Betancourt (1) reconocería que lo de 1945 había sido un golpe clásico.

Años después, el 02 de febrero de 1999, Hugo Chávez Frías, en su toma de posesión, recurre a un procedimiento similar para no llamar golpe de Estado al violento y fallido intento que él encabezó el 04 de febrero de 1992 contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez. Por eso echa mano de expresiones como «lo que hicimos», «nuestra acción», «quijotada», «rebelión militar venezolana», «rebelión armada».

El poeta Rafael Cadenas (1985), en su libro En torno al lenguaje, les atribuye a los eufemismos, entre otras, la función de «escamotear la realidad». Menciona como ejemplo la frase «soluciones habitacionales» aplicada a «lo que siempre se ha llamado casa o apartamento», y aporta el siguiente juicio: «No sé quién podría vivir en una solución habitacional». Y si el tema son las viviendas, el sintagma «pobladores de la calle» se usa en la Ley de Vivienda y Hábitat del año 2000 para evitar el término «damnificados». En 2010 y 2011, luego de algunas invasiones, también se les llamó «grupo organizado con necesidad de vivienda» y «ocupantes para la dignificación del pueblo». Otro eufemismo, «individuos en situación de calle», comparte semas con los anteriores y se usa para identificar a los antiguos «indigentes, mendigos o vikingos»; cuando se trata de menores, se habla de «niñas o niños en situación de calle».

El tema económico también ofrece eufemismos. En Un menú de dieta, artículo publicado en 1989, Manuel Caballero los critica: «Adoro el lenguaje de los economistas. Hasta ahora, no he encontrado ninguno mejor para llamar las cosas con el nombre diametralmente opuesto al que les corresponde». Era el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez y el historiador ironizaba acerca de las expresiones eufemísticas con las que se disfrazaba la situación del país. Al respecto escribe: «Resulta de mal gusto hablar de carestía, especulación, precios por las nubes (…), lo correcto es hablar de “liberación de precios”. “Desempleo” es una palabrota (…) propongo que se le sustituya por “tendencias recesivas”». Remata diciendo: «Insistimos en hablar de reducir la deuda cuando lo que queremos es dejar de pagarla», y finaliza con la siguiente sentencia: «Mientras sigamos hablando nuestro propio lenguaje ningún banquero nos entenderá».

En los años 90, el presidente Rafael Caldera (1994), en su segundo gobierno, se dirige a potenciales inversionistas describiendo la situación del país de este modo: el sistema financiero está «afectado de grave enfermedad»; atravesamos «circunstancias adversas»; hay una «situación difícil»; existe un «desajuste en la situación económica y fiscal difícil de enfrentar». El mandatario, con sus palabras, atempera la gravedad de los hechos (bancos intervenidos, bajos precios del petróleo, alta inflación). Un lenguaje más directo alejaría las inversiones de Venezuela.

Sin salir del área económica, el gobierno de Chávez Frías devaluó en el año 2010 cuando el dólar pasó de 2.15 a 4.30 bolívares fuertes. La prensa reseñó lo ocurrido con la palabra «devaluación», en tanto que los ministros del gabinete y la red de medios públicos optaron por el término «ajuste», para encubrir la depreciación del signo monetario y las consecuencias derivadas de ella.

La muestra referida deja ver cómo el discurso político puede convertirse en una cadena retórica con palabras imprecisas y engañosas que «sirven para todo tipo de propósitos» (2); en un ejercicio de «maromas lingüísticas» que intentan reemplazar los contenidos sustantivos porque, «a falta de sustancia, buenos son nombres» (3).

III

Dos prácticas discursivas se suman a los eufemismos: la resemantización y el renombrar. La resemantización recurre a los mismos significantes asociándolos con otros referentes, «una serie de significantes “ordinarios” que pugnan por llenarse de otros contenidos» (4). Desde 1998 Hugo Chávez Frías fue imponiendo la jerga militar en espacios civiles, resemantizando palabras del léxico castrense. Las campañas electorales eran «planes de ataque»; las elecciones, «batallas, guerras, luchas y combates»; «soldado», cualquier civil militante del PSUV; «escuadras, batallones, pelotones y patrullas», grupos de civiles encargados de organizar «a la tropa buena, que es el pueblo» (5). Y «enemigo», todo el que se oponía a su proyecto.

En cuanto al renombrar, a veces implica solo un cambio de matices, modificaciones imperceptibles, mínimas, que parecen no dejar marcas; en otras ocasiones el resultado es drástico, tanto en el sentido como en el contenido de lo nombrado. Como asumimos que las palabras carecen de significados inherentes, el análisis del renombrar exige contextualizarlas (6).

En 1951, Mario Briceño Iragorry (7) reprobaba «la anarquía y desagregación mental» así como la superficialidad con que se discutía sobre el bachillerato o nuevo liceo, y sentenciaba: «Desde el código de Soublette donde adquirieron cuerpo las ideas de Vargas, hasta los últimos estatutos han jugado un papel primordial las simples palabras». Aseguraba que se habían «inventado y suprimido estudios y nombres creyendo cada quien en su terreno ser el creador de la cultura». Refería que en Caracas «la vieja y prestigiosa escuela politécnica» se había desarticulado para que fuese absorbida por el Colegio Federal de Varones «que luego se llamó Liceo de Caracas, hasta recibir por último el egregio nombre de Liceo Andrés Bello, no sin haber corrido riesgo de llamarse Liceo Descartes». A juicio del escritor, todo se intentaba «mudar» para borrar la actuación del funcionario saliente: «Nuestra Universidad, en la rama de las matemáticas, otorgó sucesivamente títulos de doctor en Filosofía, doctor en Ciencias exactas, ingeniero, doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas, a los graduandos en Ingeniería» y  en la de Derecho «se quiso llamar Memoria de Graduación a la tradicional Tesis de Grado». Reprochaba Briceño Iragorry que lejos de modificarse la técnica solo se cambiaban nombres.

Esas palabras, que nos remontan a mediados del siglo XX, revelan antecedentes de la práctica de nombrar y renombrar. Transcurrido más de medio siglo, la crítica del trujillano tiene vigencia.

El chavismo practica el nombrar y renombrar como estrategias discursivas que estimulan asociaciones y reacciones emotivas. Las ha empleado durante más de 20 años con la intención de erradicar la memoria de lo que antes existía. José Tranier (8) advierte que destruir formas de nombrar significa desconocer el mundo que existía previamente. Desde 1998 Chávez Frías rebautizó casi todo. Comenzó con el nombre del país, Venezuela, sustituido por República Bolivariana de Venezuela. Luego, en la jerga oficial, «bolivarianos» eran los chavistas y «antibolivarianos» los opositores. Se renombraron plazas, parques y efemérides: el Parque Rómulo Betancourt mutó a Francisco de Miranda y el Jóvito Villalba fue bautizado Alí Primera. Más allá de Caracas, en el estado Carabobo, el parque Fernando Peñalver hoy se llama Negra Hipólita, en homenaje a una nodriza de El Libertador. El cerro El Ávila, ícono de la capital, es el Waraira Repano, como lo llamaba la etnia  Caribe. También se renombraron efemérides como el 12 de octubre, antiguo Día de la Raza, conocido ahora como Día de la Resistencia Indígena (9).

Laureano Márquez (10), politólogo, analiza el hecho desde dos perspectivas: la del oficialismo y la de los disidentes. «Chávez renombra las cosas porque quiere demostrar que es un segundo momento de Independencia; o sea, que ha habido dos grandes momentos en la historia venezolana: Bolívar y él». [Le] «pone nombres a una Venezuela que es distinta a la anterior, esa es la imagen que nos quiere vender».

Pero Márquez también destaca un renombrar opositor al que le atribuye la intención de bordear la censura, y ejemplifica con algunos nombres creados para referirse a Chávez: Esteban de Jesús, Chacumbele, Agapito, héroe del museo militar, primer locutor de la república, presimiente, el de los pies ligeros, Esteban Dido Zeabarón, el innombrable…

El ejemplo de Márquez resulta oportuno para concluir ratificando la intención de estas páginas: mostrar que es necesario desarrollar la conciencia discursiva en el entorno académico y más allá de él; mostrar que es necesario conocer los referentes y los contextos de enunciación de las palabras para no aceptar pasivamente los modelos mentales encubiertos tras un puñado de nuevas voces; insistir en la necesidad de educar discursivamente para explicar «cómo se construyen los significados en distintos contextos de situación», porque el discurso es social, es conocimiento, es historia y es diálogo (11). De esta  tarea se han de encargar lingüistas, profesores de lengua y comunicadores sociales, entre otros profesionales.


Notas

1 Rómulo Betancourt. 5 años de gobierno democrático. Rómulo Betancourt. Selección de escritos políticos. Naudy Suárez Figueroa (Compilador, 2006). Caracas: Fundación Rómulo Betancourt. Págs. 385-395.

2 Iñaki Martínez (2005). Usar la palabra política en vano. Blasfemia, parodia e ironía como reapropiaciones de lo político. Foro interno. 5, pág. 24.

3 Rigoberto Lanz (2011, noviembre 13). La manía nominalista. El Nacional. Opinión, pág. 8.

4 Iñaki Martínez (Ibidem).

5 Hugo Chávez Frías (2006). Discurso del 15 de diciembre luego de haber ganado la reelección.

6 Ricardo Forster (2009). Crisis del neoliberalismo y nuevos desafíos político culturales. La batalla por la resignificación de las palabras. http://www.elargentino.com/impresion.aspx?Id=26936

7 Mario Briceño Iragorry (2004) [1951]. Mensaje sin destino. Caracas: Monte Ávila.

8 Tranier, J. (2021). Juventudes, «memes» y el lenguaje como «suicidación»: (les) sentidos políticos del renombrar. Rain, 1 (1), págs. 37-50

9 Tabuas, M. (2009, febrero 1). El Nacional. Siete Días. pág.4

10 Márquez, L. (2010, septiembre 5). La viveza nos impide progresar como nación. (Entrevista realizada por Tal Levy). El Nacional. Siete días. pág.4

11 Bolívar, A. (2003). Análisis del discurso y compromiso social. Akademos, 5 (1). págs. 7- 31


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