"El libro de Kristeva es un repaso a las historias amorosas más características de la cultura occidental" / The New Yorker

Por RAFAEL CASTILLO ZAPATA

Como quiera que se la tome en cuenta, la experiencia amorosa aparece, siempre, traspasada por la palabra, henchida, minada y contaminada de lenguaje, hasta el punto de que, sin muchos ambages, es posible pensar que la experiencia amorosa y su mecánica no están hechas de otra cosa que de signos, sonoros o silenciosos, evidentes o encubiertos, exuberantes, pobres, múltiples, confusos, transparentes, y que, por lo tanto, ambas no consisten más que en un discurso, un prolongado, interminable, reversible discurso de amor.

Pero, ¿de dónde proviene esta penetración, este traspasamiento de la experiencia amorosa por el lenguaje; esta compulsión a hacerse discurso, a ponerse en escena, a «hacerse ver» por medio de una representación que, sin obliterar el poder de la visión y de lo visible, es fundamentalmente una representación verbal, donde el amor, tras la máscara de la palabra, al mismo tiempo se oculta y se muestra? Sea que se lo conciba, al lenguaje, como la posibilidad de «investir» la experiencia amorosa de una cierta estructura, de una especie de inestable y errática coherencia por medio de la cual el sujeto amoroso pueda, por decirlo, así, representarse a sí mismo y al otro la consistencia patente, o si se quiere mejor, la realidad incontestable de su pasión (como si esta, por definición insensata, necesitara de ese soporte que, dicho sea de paso, en tan alta medida es ficticio, consciente o inconscientemente simulatorio). Sea que el lenguaje en su profusión y en su insistencia sirva para llenar el vacío de esa distancia fundadora que necesariamente separa al sujeto de su objeto (de amor) y es, a fin de cuentas, la que dinamiza su deseo, y, entonces, el acopio de palabras, su derroche, en suma, la charlatanería de la que se precia el enamorado, se convierten, de este modo, en síntomas característicos. Sea que, teniendo como trasfondo esa hermosa imagen del andrógino primordial que nos legara el platonismo y que, por otra parte, pareciera constituir un auténtico arquetipo de nuestro imaginario colectivo, el signo lingüístico, en tanto que presencia que sustituye a una ausencia, que «hace las veces» del otro, representándolo, intentará subsanar esa nostalgia fundamental de la contraparte faltante, de la mitad arrebatada, prestándose dócilmente a la nominación compulsiva del otro, del ausente. Sea, en fin, que el discurso y sus posibilidades de despliegue y repliegue sintáctico y semántico funcionen como medio para la expansión controlada de la natural expansividad torrencial de los sentimientos que caracteriza a la pasión amorosa, extremada, ambivalente, caótica; el amor siempre está en trance de convertirse en discurso, de exponerse como discurso, de decirse, de ser el punto de partida −y de llegada− de infinitas, innumerables «historias de amor».

El libro de Kristeva es un repaso a las historias amorosas más características de la cultura occidental; aquellas en las cuales se pone de manifiesto una recurrencia de puntos de vista acerca de cómo hemos vivido, pensado y analizado −o, en suma, dicho y (d) escrito− nosotros la experiencia amorosa, desde Plotino y el Cantar de los Cantares hasta la madre de Bataille y los punks, pasando −cómo no− por el canto de los trovadores y la exuberancia de los místicos. Teniendo como guía la perspectiva psicoanalítica, que maneja a veces abrumadoramente, Kristeva se entrega a un hermoso análisis (en el doble sentido «freudiano» y se-miótico) de ese fenómeno llamativo del que hemos hablado arriba: la captura y la entrega de la pasión amorosa en el lenguaje. Discurso imposible, discurso desviado, el discurso amoroso es un discurso ganado de lleno por la figura, por el signo tangencial, ambivalente, alusivo: de la metáfora a la alegoría, de la poesía al relato, de la filosofía al diario íntimo, de la sublimidad a la abyección, las «historias de amor», en Occidente, no cesan de girar en tomo a esa imposibilidad fundamental que constituye su centro: lo indecible, lo innombrable que determina, puertas adentro de la lengua misma, la fuerza de esa pasión por (el) otro que, sin embargo y spolo en aparente paradoja, requiere con tanta fuerza ser dicha, nombrada, pronunciada alguna vez, todas las veces.

*Historias de amor. Julia Kristeva. Editorial Siglo XXI. México, 1987.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!