Así pues, la consigna es esta:
resistid, queridos libritos
atravesad los días como caballeros medievales
y cuidad de mi hijo
en los años venideros.

“Biblioteca” (fragmento)

Roberto Bolaño

Me detuve bajo los “guardianes” broncíneos concebidos por el artista Alfredo Palacio Moreno, cuyas siluetas en bajo relieve dan la bienvenida al renovado recinto de cinco niveles ubicado entre las calles Aguirre y Pichincha, pleno centro de Guayaquil. La edificación modernista salvaguarda de ahorros, dinero y lingotes del Banco de Descuento, proyectada por el checo Karl Khon en 1952, me ofrecía ahora la oportunidad de estrenarme como usuaria de la Biblioteca de las Artes, única en su estilo en el Ecuador.

Entré en el lugar circular, amplio y luminoso, dotado de curvos anaqueles de maderas y estaciones de consulta, con el firme propósito de desentrañar desde su propia naturaleza la filosofía de lectura pública que defiende este modelo de Centro de Mediación Cultural. Pretendía indagar sobre los desafíos de la biblioteca pública del siglo XXI, vivenciando, revisando bibliografía y dialogando con los operarios de la institución que desde mediados de enero de este año la Universidad de las Artes ha dispuesto mediante el sistema de estantería abierta.

A medida que subía las escalinatas de mármol del hall principal, flanqueada por sus pares de escalones mecánicos, una luz natural cenital proveniente de la gran cúpula de cristal me iba “bautizando”. Y allí ante mis ojos se desplegaba un patio interno de columnas geométricas a doble altura, una suerte de universo borgeano. Aún con tiempo para mis programados encuentros con el rector de la Universidad de las Artes, Ramiro Noriega, y con la coordinadora del centro, Natalia Tamayo (*), me dispuse a pesquisar en anaqueles.

Subí a la segunda planta donde se encuentra buena parte de la colección de las publicaciones que integran la Biblioteca que, según había leído en prensa, constituyen el grueso de los más de 40.000 títulos que hoy aloja el repositorio, dedicados a las expresiones artísticas, filosofía, historia y ciencias sociales. Un acervo constituido a partir de propias adquisiciones y de donaciones de fondos como los del Diario El Telégrafo, Presidencia de la República y la familia Romoleroux. Una cifra muy semejante a la cantidad de volúmenes quemados por los nazis en el siniestro episodio de Opernplatz, en el Berlín de 1933, en acto repulsivo hacia la diversidad del pensamiento crítico. Mi asombro ante aquella recuperación patrimonial fue aún mayor al confirmar que su arquitecto, el checo Karl Kohn, había huido desde su Praga natal sitiada por los alemanes en 1939, hacia la aventura de este meridiano al que hizo su nueva nación.

Justo al salir del ascensor, a mano izquierda ubiqué la estantería de “Generalidades”, cóncava y en madera como la mesa en aro de consulta que bordea todo el perímetro del balcón de ese piso. Allí me instalé a hojear los volúmenes ubicados en aquella repisa, suerte de frontera divisoria entre la zona multimedia con sus ocho monitores ocupados por universitarios entretenidos en búsquedas y dialécticas virtuales y nuestro lado “desconectado” pero conectado a los saberes a través de los libros impresos. Los míos versaban sobre El arte de la mediación (Robledo, 2010), La biblioteca y el saber (Coord. Solans, 2014), sobre Bibliotecas y escuelas (Coord. Bonilla, 2008) y Googléame (Cassin, 2008), la nueva manera de conjugar la cultura del conocimiento, la “Nueva Alejandría”.

Todo este ritual de debutante me llevó a considerar que para muchos de los allí presentes aquella jornada podría figurar su primera vez en la Biblioteca de las Artes. “¿Cómo habrá sido su experiencia de principiantes en una biblioteca cuando pequeños?”, me dije. “¿Acaso tendrán alguna imaginaria en la cual les gustaría instalarse a leer o simplemente dejarse estar”. Yo sueño, por ejemplo, con la Biblioteca Conmemorativa Kômura de Murakami.  Y finalmente, si fuesen libreros de aquel recinto de confluencia de saberes en arte, “¿a cuál de sus autores predilectos de la ficción le gustaría asistir?”. Difícil fue dar con una única respuesta en mi caso, hurgando entre clásicos, modernos y del presente, de allí que opté por indagar entre mis entrevistados.

La escena del lector

Mi primer interlocutor fue Ramiro Noriega, quien además de llevar la rectoría de la  Universidad de las Artes, institución responsable de la gestión de la Biblioteca especializada, ha sido cocreador junto con un equipo de destacados profesionales de Ecuador de este “complejo centro de mediación cultural”. Asocia su primera vez entre anaqueles a una escena de lectura en familia o más bien a la figura del lector encarnada bien por su abuelo o por su madre.  “Mi primera biblioteca es la familiar y se corresponde con esa escena del lector,  un referente que nos acompañó cuando nos sentamos junto a la arquitecto Delia Kingman a observar cómo se diseñaría esta herramienta cultural”, refirió. Se trata para él de un ritual abundante en paradojas de la dinámica del ver y descifrar, ejemplificadas magistralmente por el argentino Ricardo Piglia a través de su ensayo “El último lector”. Noriega destacó, entre varias muy poderosas, aquella que muestra a Jorge Luis Borges inclinado sobre un libro a pesar de su ceguera.

“Esa escena de lectura es siempre dispar y compleja, como lo es el acto de ver” acota Noriega. “Nunca será transparente, nítida, pero esa confusión es también interesante”… Un acto que a su juicio implica el factor lumínico (no solo físico, sino de pensamiento) para hilvanar el texto, y el sonoro o su ausencia para conjurarlo. En su entender, la Biblioteca de las Artes es crisol de tales complejidades y tensiones mediadoras, que son amplificadas por el reacondicionamiento del espacio, cuidando distintas formas de incidencia de la luz y en el cual los sonidos habitan de diferentes maneras. “No es una biblioteca donde siempre te dirán ‘silencio’ o te encenderán la luz. Contamos con salas que requieren de oscuridad para su uso (la cinemateca, los auditorios), pero también con otras acondicionadas con dispositivos lumínicos que combinan luz blanca y amarilla para ayudar a puntualizar la forma de la letra, siguiendo patrones de las artes visuales”.

Para Noriega la naturaleza de esta institución, dedicada a cautivar a lectores nativos y no nativos digitales, está dada por su especialidad en artes, creación e innovación cultural. “Estas disciplinas son el resorte que le da sentido y amplifican el acto de leer hacia el aprehender, el vivenciar, el sentir. Y las artes, en términos materiales, están diversamente constituidas de muchos componentes, materialidades, soportes; por lo que, pensada desde allí, esta biblioteca tiene mucha pertinencia. Está el libro muy presente, pero también lo está en una forma que metonimiza todas las artes. El libro viene a ser aquí la parte que habla de todas las artes”. Reflexión que nos devuelve a Borges y su descripción de aquel “libro total”.

Sin embargo, descarta Noriega fabular sobre la biblioteca prestada de clásicos de la literatura; muchas son las que ha visitado en el real mundo. La Biblioteca Nacional de Francia le hizo muy feliz, pues le proveyó gratas lecturas y los conocimientos para abordar su tesis doctoral. “Esa experiencia de investigar desde un espacio confortable la hemos querido replicar aquí, disponiendo todo el tercer nivel dedicado al profesional académico y de investigación tanto de nuestra universidad, como de otras instituciones pares”.

Acepta que un Roberto Bolaño podría haber sido uno de estos estudiosos invitados, de haberlo permitido su salud, y fantasea sobre ese admirado visitante: “Le recibiría en el nivel terraza, para apreciar juntos el río Guayas y conversar sobre Nicanor Parra. Y terminaría el recorrido en la mediateca infantil en planta baja, para hablar de las virtudes de su hijo Lautaro, ‘niño invisible’ que podía pasar inadvertido ante ‘ojos lectores’ de las puertas automáticas”. Y allí quedamos recreando la onírica escena de Noriega inspirada en uno de los relatos cortos del escritor chileno titulado irónicamente “No sé leer”.

Una “ría” de pública lectura

Y justo en este nivel de lúdico ambiente para estimular el gozo por la lectura pública entre los más pequeños es donde Natalia Tamayo, coordinadora de la Biblioteca de las Artes, encuentra mayor inspiración. Quizás porque le remite a sus orígenes en el hábito, germinado entre los anaqueles no precisamente de una biblioteca familiar, tampoco escolar propiamente, sino de la oficina de la directora del colegio donde trabajaba su abuela y que luego terminó siendo su centro de estudios primarios en su natal Cuenca. Allí viviría sus experiencias iniciales de “estantería abierta”, accediendo a cuentos e historietas que llevaba a la comodidad del hogar, para luego retornar. Una que marcó sus precoces cinco años fue “El gato con botas” y no duda que en este Centro de Educación y Creación para las Artes, llamado “Ría”, podrá volver a disfrutarlo, bien como lectura dramatizada, en la cantarina voz de un cuentacuentos, o quizás como performance de titiriteros.

Para Tamayo la promesa del centro mediador para infantes lectores parte desde su nombre. “Ría refiere metafóricamente al Guayas. También evoca la convergencia de corrientes de artes que derivan en un mar de saber. Y, por último, la palabra ría denota una sonrisa”. Es la que su rostro dibuja al momento de calibrar lo conquistado por un equipo de bibliotecólogos, archivólogos y voluntarios estudiantes, con quienes lleva más de dos años catalogando y ordenando el acervo bibliográfico con el cual fue dotado el restaurado recinto patrimonial. Este incluye una nutrida colección de literatura infantil y juvenil, que espera se irá nutriendo con la cantidad de nuevos autores ecuatorianos que emergen en este género, incluidos los formados en la Escuela de Literatura de UArtes. Con suerte muchos de ellos encontrarán también espacio en las vitrinas de la librería infanto-juvenil del Fondo de Cultura Económica Ecuador que funcionará en este nivel y que llevará por nombre Miguel Donoso Pareja.

“Son muchas los desafíos avivados tras la apertura de la Biblioteca”, acota Tamayo en tono entusiasta. Y pasa a enumerar: “Incrementar la experiencia lectora a través del incentivo al uso de la estantería abierta; también nos reta a buscar soluciones para que la información llegue de manera digital, así como a idear la integración de servicios de naturaleza tecnológica y de atención al usuario. Un propósito clave es destinar programas para que los fondos de publicaciones sean fuente nutriente de ese mundo artístico y creativo que existe en Guayaquil.” Repasa en perspectiva.

De allí que no sorprenda su confesión: “Mi biblioteca de ficción es la que me falta por hacer. Un modelo que requiere de profunda investigación, mucha integración de tecnologías de información y redes colaborativas entre mediadores y usuarios”. Un ideal que a nuestro entender se aproxima a la llamada “biblioteca humana”. Esa misma que privilegia compartir junto a un abuelo o un pequeño curioso, antes que un exigente autor de fama, pues en aquellos privilegian el asombro y “siempre podrás brindarles un universo de posibilidades”.

Había una primera vez…

Los voluntarios libreros y bibliotecarios en la Biblioteca de las Artes, aunque no son muchos en cantidad, se hacen sentir por su entrega en el quehacer primero en la fase de catalogación, y ahora mostrando sus cualidades de “artesanos de la circulación”, don así calibrado por la investigadora colombiana Beatriz Robledo. ¿Y por qué? Por su compromiso de “tejer” vínculos con aquellos que no suelen frecuentar estos centros, construir juntos una comunidad de nuevos lectores.

Con alguno de ellos pulsamos también las preguntas en torno a sus vivencias iniciales en repositorios. La bibliotecóloga Cinthia Ponce recordó, por ejemplo, su primera incursión en la Biblioteca Municipal de Guayaquil, con tan solo 8 años en compañía de sus padres. Una entretenida jornada en la que fue atendida y guiada por una gentil bibliotecaria, a quien hoy le honra con su profesión. El libro consultado fue de fotografías de la vieja Guayaquil. Un volumen de cuyo nombre no puede acordarse, pero que desearía encontrar entre las góticas y encantadas estanterías la Escuela Hogwart de Harry Potter, su añorada biblioteca.

Otras bibliotecas municipales también fueron el escenario de estreno en la lectura pública para los jóvenes pasantes Jaqueline Reyes (Artes Visuales), Diego Cisneros (Cine) y Antonio Acosta (Literatura) y Karen Espinosa (Bibliotecología), todos universitarios cursantes de octavo semestre en sus respectivas carreras. Entre su imaginario de bibliotecas para conocer evocaron la de Alejandría, la de “Funes el memorioso”, la de Babel, y la del Quijote. Y entre los letrados visitantes a quienes brindar asistencia dentro este innovador centro de mediación cultural, refirieron a autores e incluso personajes de géneros literarios afines a su edad: fantástico, realismo mágico y realismo “sucio”, caballeresco, así como de la narrativa ecuatoriana. Entre ellos Pablo Palacio, Dan Brown, Gabriel García Márquez y su no carteado “Coronel”, así como el aterrizado “Sancho Panza”.

Y al escucharlos ilustrar su escena, me asaltó la sensación de estar acompañada por uno de tantos personajes fantásticos a quien debo mi deleite lector. Allí estaba la rubia niña de vestido albiceleste y delantal, observando todo con sus grandes ojos, preguntándome por un conejo blanco, trajeado a lo victoriano y siempre presuroso. Me tomó de la mano y guio a través de aquellas galerías especulares tras su pista. Entretanto, reflejando y refractando desde inagotables tramos, volúmenes atraían a otros maravillados debutantes de la Biblioteca de las Artes de Ecuador.

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(*) Actualmente Natalia Tamayo ocupa otras responsabilidades académicas dentro de UArtes, entidad rectora de esta Biblioteca.


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