Luis Yslas Prado / EFE

LUIS YSLAS PRADO 

«Cree que escribe, pero solo hace huecos en las paredes de su celda».

Rafael Cadenas

Retorno

La peste nos iguala hacia atrás:

hemos vuelto a las cavernas.

 

Cambian las paredes,

las herramientas,

no así

el atávico impulso

de continuar dibujando

el temido y deseado

bisonte de siempre.


Entrenamiento

Los lectores llevamos años

preparándonos,

sin saberlo,

para este cautiverio.

 

Ni peores ni mejores

que nadie:

limítrofes

insomnes

aprendimos a aislarnos

a callar

a ser quietud

a rechazar la cura

la redención

de nuestro vicio

a vivir a solas en los otros

a no acatar

ninguna certidumbre

que no sea la de seguir

esperando algo

que no sabemos bien qué es.


Cambio de género

Cuántas distopías

acaban de ingresar de golpe

al género costumbrista.

Cuántas

a la historia,

al noticiero

a tu inmediata biografía.


No aquí

Busco la palabra virus

la palabra peste

la palabra cuarentena

en la obra entera de un poeta:

ochocientas noventa y cinco páginas

de versos deslumbrantes.

Pero esas tres palabras no aparecen.

 

Me siento incomprendido.

No importa.

Soy yo el que debe comprender:

leer también es borrar

el ruido interior que nos confina.


Del apuro y el cansancio

Gente que solo lee titulares:

otra pandemia

dentro de la pandemia.


Impedimentos

Tras un mes de confinamiento

Yolanda Pantin admite

que no puede leer

ni escribir.

Breve manifiesto

que muchos firmarían:

no poder dar ni recibir palabras

acoger el silencio

como turbada

declaración de independencia.


Posesión

Hay que vivir cierto trecho de años

experimentar olvidos,

aislamientos, abandonos

torpezas ajenas

pero sobre todo propias,

calamidades, migraciones

y hasta una que otra pandemia

para entender

como quien se adhiere a una revelación

aquel verso de Borges

que dice «solo es nuestro lo que perdimos».

 

No hay mejor subrayador que el tiempo.


Descolocados

Extraordinariamente alejados

del contenido de la normalidad

pero instalados aún en sus formas

acusamos la tensión

del desajuste:

el extravío.


Caducidad

En un cajón

desoladas

nos observan

las agendas de este año.


Juego de niños

Cuando todavía el encierro era un después

los niños de mi edificio jugaban al coronavirus.

 

Yo me asomaba a la ventana

y los veía organizarse

entre el tobogán y los columpios

creciendo a toda prisa

bajo la ferocidad solar

del verano limeño.

 

Armaban dos grupos de combate.

Unos eran la pandemia,

otros, las posibles víctimas.

Quienes se dejen tocar

o estornudar,

decretaban,

quedarán eliminados.

 

Les costaba, eso sí,

equilibrar los bandos:

todos querían ser coronavirus.

 

Los días pasan,

el otoño es un presentimiento

recortado en las ventanas

y ya nadie baja al patio.

 

Pero el juego continúa.


Extrañamiento

Nunca es más nuestra una casa

que cuando volvemos a ella.

Luego de un día, una vida,

lejos de sus relieves

saber que nos aguarda

una habitación propia

convierte a cualquiera

en un modesto Odiseo.

 

Hoy la plaga le roba a la casa

su parte de recibimiento.

Ya no puedo entrar ni salir

con libertad

del amado cuerpo donde habito.

 

¿Es esta casa mía

otra amenaza invisible

que se cierne como un aire

de familia enrarecido?

Por respuesta solo obtengo

el silencio

de las reconocibles cosas

que me mantienen a salvo

de innecesarias nostalgias.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!