a palabras
Thays Adrián Segovia | Cortesía de la autora

Por THAYS ADRIÁN SEGOVIA

I

«Una lengua viva se halla en perenne movimiento». E. Coşeriu.

La lengua es un sistema dinámico, hecho que se evidencia, muy especialmente, en el subsistema léxico semántico, el más aprehensible y el que ostenta mayor movilidad; espacio de transformaciones, sustituciones, desgastes y extravíos. Cambios, reemplazos y desaparición de vocablos ocurren porque los propicia la dinámica social, y esto sucede en forma no planificada, como lo explica la lingüística catastrofista (1). En los tiempos que corren, las RR.SS., Internet y los avances científicos y tecnológicos se suman a las motivaciones sociales y culturales como factores generadores, sin previo aviso, de voces nuevas y de otras que desplazan a sus antecesoras. Labov (1972) (2), prestigioso sociolingüista estadounidense, se ha referido a la impredictibilidad de los cambios. No obstante, expresa que la variación a largo plazo es más común que estos. Asimismo, destaca que los comienzos y finales de los cambios son, muchas veces, difíciles de entender. Por eso estudiarlos resulta una tarea compleja.

Cuando se aborda el tema del cambio lingüístico se recurre, entre otras, a una disyuntiva que intenta explicar la permanencia o a la evanescencia del léxico y los significados asociados a este: ¿moda o evolución? Una respuesta sería que aunque en un principio se posicionen como modas no todos devienen en cambios y permanecen. El cambio se produce cuando hay grupos sociales que se desvían de las tendencias de los demás integrantes de la sociedad. Retomando a Labov,  responden a  las necesidades de los usuarios y por ello deben examinarse las causas que los provocan en cada comunidad de habla. Para la consecución de esta tarea hay investigadores que proponen combinar la matemática, la sociolingüística y la lingüística catastrofista (González, 2018).

Caravedo (2003) (3)  revisa algunos factores que influyen en los cambios, entre los que destaca la clase social, el sexo, la generación,  la etnia y la raza. A estos se suman las «condiciones derivadas de las situaciones comunicativas y de los textos producidos», tales como quehaceres cotidianos, entorno familiar, laboral, amical y contacto entre lenguas.

Kabatek (2005) (4), quien asume el estudio del tema desde la óptica de las tradiciones discursivas, además de atender la función comunicativa y las motivaciones situacionales, resalta el hecho de que también en el contexto político las voces y los contenidos mutan porque crean expresiones y hasta formas gramaticales propias. Se trata de discursos que identifican grupos, cuyo análisis reporta continuidades o rupturas en cuanto al empleo de palabras o combinaciones de estas.

Mirados en conjunto, los planteamientos hasta aquí reunidos no contradicen la idea laboviana de los cambios como respuestas complejas, no ajenas al comportamiento humano, que deben estudiarse en sus respectivas comunidades de habla. En ese orden de ideas, el propósito de estas líneas no es otro que reflexionar sobre las palabras, la faz más perceptible de las lenguas, para tratar de entender por qué caen en desuso, se olvidan, se callan o se pierden, y qué implicaciones podrían derivarse de ello.

II

“La sociedad se transforma; la ciencia y la técnica llenan de realidades nuevas el mundo; las formas del vivir cambian a ritmo acelerado. La sacudida alcanza, con intensidad sin precedentes, al lenguaje”. Ángel Martín Municio.

A través del tiempo, la lengua ha ido incorporando palabras nuevas exigidas por la dinámica sociocultural. En un conocido ensayo, El tamaño del mundo, Uslar Pietri se preguntaba “¿De qué tamaño era el mundo para el hombre del Neolítico? ¿O para un habitante de Sumer, o de la Atenas de Pericles; del París de Abelardo o de Rousseau?” (5). Y respondía que tal vez no era el mundo sino el conocimiento lo que crecía y se daba a conocer por medio de palabras.

Quinto Horacio Flaco, poeta, en su Epístola a los Pisones o Arte poética (6), contempla la pérdida y el nacimiento de nuevas palabras como hechos naturales, inherentes a la dinámica de la vida: «Como caen primero las hojas viejas cuando los bosques cambian al fin de cada año, así las palabras caducas fenecen y las recién nacidas prosperan lozanas». También plantea Horacio la opción de un renacimiento «si lo quiere la costumbre, en cuyo poder están el capricho, el derecho y la ley del hablar».

Estefanía Enríquez San Miguel (2011) (7) revisa la diferencia entre palabras anticuadas y arcaicas. Sostiene que las primeras son utilizadas por una generación que las conoce, sabe sus significados e identifica su contexto de uso y las segundas ya no se utilizan, están  en vías de extinción o desaparecidas por completo del vocabulario de una lengua.

En sus Estudios lingüísticos en torno a la palabra (8), Esperanza Alcaide, María del Mar Ramos y Francisco Salguero (1993) atribuyen la pérdida de vocablos y expresiones a la desaparición de objetos y costumbres. De un vistazo nos damos cuenta de que las computadoras dejaron vacantes a las máquinas de escribir y los teléfonos móviles a los fijos o a los públicos con sus respectivas casetas. Y si bien existe la posibilidad de que los nombres se recuperen, Alcaide, Ramos y Salguero aseguran que no es lo frecuente. Otro dato de interés aportado por estos autores tiene que ver con que los cambios en el vocabulario no suceden por igual “en todos los estratos socioculturales de la comunidad hablante ni de una forma inmediata, directa en el tiempo»; aducen que, incluso, a veces las palabras no desaparecen del todo sino que son albergadas en espacios marginales ajenos a las nuevas prácticas sociales. Creemos que variables socioeconómicas y motivos políticos se suman a la permanencia de algunas viejas palabras o al desconocimiento de las nuevas. Por ejemplo, el 62% de la población mundial que para 2020 no tenía acceso a Internet probablemente no dispone del caudal de voces vinculadas con su uso (9).

Por último, Alcaide, Ramos y Salguero reportan omisiones que provienen de tabúes, prohibiciones o del temor a la cancelación; las asocian con los medios, las redes sociales y la política. En estos casos —dicen— los vocablos originales pueden desaparecer o mantenerse en la clandestinidad.

Las palabras olvidadas (10), estudio intergeneracional de Daniele Zuccalà, es un trabajo en el que se explica que el cambio de las palabras a lo largo de los siglos sucede en forma lenta, pero inexorable. La autora cita al lingüista Eugen Coşeriu (1921-2002), quien concibe los cambios como objetos culturales producidos por los hablantes y resalta el hecho de que, para Coşeriu, las lenguas vivas, las efectivamente habladas, están  en perenne movimiento, lo que deja fuera de toda posibilidad humana comprobar la totalidad de actos lingüísticos que se generan.

Los hallazgos de Zuccalà podrían  resumirse de este modo: hay pérdida de palabras de una generación a otra; dicha pérdida tiene su origen en eventos como éxodos, variaciones en el modo de hacer tareas, introducción de tecnología y nuevos oficios. Todas, transformaciones que suelen dejar palabras por fuera, pueden venir acompañadas de nuevas o actualizar otras.

La dinámica de un espacio social como el tecnológico y sus  prácticas trae nuevas voces, otras se resemantizan, unas dejan de usarse y algunas se rescatan. Valga un ejemplo, el de los artefactos para reproducir y escuchar música: fónógrafo, «picó», tocadiscos, plato, reproductor de discos compactos o CD, «discman», Ipod y, de más reciente data, los teléfonos inteligentes. Hoy día se «consume» música y para ello no suelen comprarse discos sino «descargar» temas y escucharlos en forma aleatoria; además se archivan en «carpetas». No obstante, como hecho curioso está el rescate del disco de vinilo, cuyo soporte es analógico, que ha pasado a convertirse en objeto de culto al tiempo que ha traído  consigo la reaparición de su nombre.

Mercè Piqueras (2010), en Pasión por las palabras (11), trata el tema del lenguaje científico y justifica la obsolescencia de una palabra «porque ha estado designando un concepto equivocado o porque se acuña un término más adecuado». En tanto que Beatriz Porcel (2020) (12) describe cómo la ciencia y las circunstancias sociales pueden ser motores de cambios léxico semánticos exigidos por una realidad extralingüística y rescatar voces que se daban por perdidas. Lo ilustra con el caso de la pandemia Covid-19 que trajo consigo, en su opinión, «una renovación y una mudanza del vocabulario cotidiano», que se hizo patente con la incorporación  de palabras olvidadas: pandemia, peste, virus, contagios, confinamiento, cuarentena, encierro.

En suma, aunque existen diferencias entre los puntos de vista de los autores que se han citado, se aprecia que todos relacionan los movimientos léxicos con el valor social de las palabras.

III

…hay dos silencios: la misma palabra que calla no es la que habla.

Guillermo Sucre

El estudio del subsistema léxico semántico de las lenguas hace aprehensible la relación de estas con sus usuarios y el contexto extralingüístico. Aquí entra la perspectiva discursiva para analizar las relaciones entre la ideología y el lenguaje. Esto cobra especial importancia en situaciones en las que algunas palabras pueden perder su referente, desaparecer o emplearse solo en la clandestinidad.

El lenguaje como instrumento de control forma parte de la trama de conocidas obras literarias. En el capítulo cinco de 1984, la novela distópica de Orwell, puede leerse: «Quizás no fuera ‘amigo’ la palabra adecuada. Ya no había amigos, sino camaradas». Lo dicho por uno de los personajes, Winston Smith, en este fragmento, remite al hecho de que la palabra «amigo», no se correspondía con la verdadera relación que había entre él  y Syme, el lingüista. Por eso busca otra que esté acorde con el tipo de vínculo que existía entre ellos. En dicha novela, citada siempre que se menciona el tema del lenguaje  como mecanismo de control, la voz neolengua remite al «único idioma en el mundo cuyo vocabulario disminuye cada día». En palabras de Syme, responsable del diccionario, lo que hacen «es destruir palabras, centenares de palabras cada día»; podan el idioma «para dejarlo en los huesos».

Lorenzo Ignacio Thjulen, en el Nuevo vocabulario filosófico democrático (13), explica que la Revolución francesa creó la lengua de la revolución, y con esas palabras construyó una narrativa que actuó «como soporte fundamental de la nueva visión del mundo que se pretendía instaurar». Arguye Thjulen que la mutación del lenguaje se convierte en una estrategia para acabar con «el mundo antiguo y diseñar otro de nuevo cuño». Se pretende arrasar con los términos que choquen con la visión del mundo que se busca instaurar. Diacrónicamente, pro y contrarevolucionarios se han esforzado por cambiar palabras y significados, recalca Thjulen, con la intención de resignificar la realidad.

Respaldados en ese enfoque, y conscientes de que existen estudios sobre el tema que abarrotan bibliotecas y bases de datos, con toda propiedad es posible afirmar que para imponer una ideología resulta imperativo cambiar significados, proscribir palabras o vaciarlas de contenido: recursos para desaparecerlas del uso y, muy especialmente, desterrarlas de la memoria.

Vitelio Ruiz Hernández y Eloína Miyares Bermúdez (2012) (14), investigan el español hablado en Cuba y valoran en forma positiva la contribución de la revolución cubana porque generó “algunas variaciones en la expresión lingüística” del pueblo y creó numerosos neologismos. Como ejemplo de estos últimos recurren a los acrónimos construidos con los nombres de entidades y organismos públicos: el Ministerio del Interior es Minint; el del Trabajo Mintrab y el de Educación Mined. Quienes conocen lo ocurrido en Venezuela durante este siglo XXI recordarán la creación de los «Minpopo», uno de ellos, el Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria.

Pero así como se crean unas palabras hay otras que desaparecen. Quizás por las razones que asoma Wittgetstein: «De lo que no se puede hablar hay que callar».

La pérdida de sentido de las palabras conduce a su arrinconamiento o a su exilio. Lo dicho sobre la tecnología  y el cambio de sentido o la pérdida de términos, aunque por motivos distintos, aplica al terreno ideológico. La violencia, el control, el abuso de poder se activan acompañados de la formación o supresión de palabras (15). También ocurren procesos de vaciamiento que las extinguen como la repetición caótica, persistente y continuada: «Las palabras pierden su lugar y apuntan a un sentido que está  en otra parte» (16).

Javier Fernández Aguado (2014), en La importancia de las palabras en la Alemania Nazi, señala que en esa época la censura y la autocensura originaron lo que él denomina “palabras desterradas” con la finalidad de anular a las personas. Entre estas destacan las siguientes: conciencia, arrepentimiento, ética, moral.

Si nos desplazamos al ámbito venezolano, lo ocurrido con el lenguaje ha sido calificado de distintas maneras. Barrera Tyszka (2008), en “Planchando orejas” (17),  afirma que “el poder ha devaluado las palabras” y que su contenido puede “mutar, agigantarse, desvanecerse, cambiar de manera radical” porque “lo fundamental es hablar, siempre, de lo que sea”. Tiempo después, el mismo autor intenta descifrar el significado del término “humanización” en la jerga oficial y, con ironía, escribe que para entender lo que comunica el gobierno necesita un traductor simultáneo: “Busco en el diccionario, trato de recorrer cada letra, cada sonido. Nada. No hay forma. ¿De qué está hablando? ¿Qué quiere decir?”. Y concluye: “Nuestra realidad necesita un generador de caracteres. Así, cuando se escuche ‘humanización’, podría leerse abajo ‘decadencia’. Cuando se escuche ‘quijotada’, podría leerse ‘golpe fascista’ o ‘acto terrorista’. Cuando se escuche ‘procurador’, podría leerse ‘socio’. Es cuestión de acostumbrarse. Los tiempos cambian” (18).

La semántica del discurso de los venezolanos, sin duda, ha variado. Si nos remitimos a las causas mencionadas supra, no habría diferencias con respecto a los procesos que se dan en otras lenguas porque los movimientos ocurren a pesar de los hablantes. En español, por ejemplo, se ha documentado la pérdida de casi dos mil ochocientas palabras que en 2014 tenían su propia entrada en el diccionario: falta de uso, cambios sociales, culturales, científicos y tecnológicos, modificaciones en su grafía. Hay propuestas para recuperarlas, descubrir sus significados, valorar futuros usos (19).  Pero indagar lo que ha pasado con nuestras palabras y sus significados, conocer cuáles se mantienen, cuáles se han perdido, fugado u olvidado, cuáles retornarán o preguntarse cómo se nombra el futuro en nuestro país (20), para muchos conecta con lo vivido durante este siglo XXI.

No puede desestimarse la relación entre la subjetividad y el lenguaje, ya que este se nutre de interacción, percepción y memoria. La huida, el exilio, la migración han causado el desuso de algunas palabras, vaciado el significado de otras y ha conducido a incorporar nuevas voces porque el mundo lingüístico y el extralingüístico coexisten en lo que se ha dado en llamar el valor social de las palabras.  Y también el silencio ha hecho lo suyo a través de la censura, unas veces por imposición y otras por libre elección. Son las palabras que se callan aunque no se olviden.


Referencias

1 González, H.  (2018). El cambio lingüístico y la teoría del caos. Trabajo de grado no publicado. Universidad Complutense de Madrid.

2 “Sociolinguistic patterns”, Conduct and Communication, 4. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.

3 “Principios del cambio lingüístico. Una contribución sincrónica a la lingüística histórica”, RFE, LXXXIII.

4 “Tradiciones discursivas y cambio lingüístico”, Lexis: revista de lingüística y literatura, 29 (2).

5 El Nacional, 21 de septiembre de 1986, pág. A-4.

6 El Nacional, 21 de septiembre de 1986, pág. A-4.

7  “Las palabras anticuadas en el español de México. Una aproximación generacional”. Signos lingüísticos, 14.

8 Madrid: editorial Kronos.

9 Elisa Pont Tortajada (2021, enero 8). “Brecha digital. Vivir sin acceso a internet”, La Vanguardia.

10 2012. Revista Artifara, 12.

11 Revista Panace@, XI (31).

12 «Aislamiento, soledad, solitud: Hannah Arendt y las formas de no estar con otros», Cadernos Arendt, 1 (2).

13 Nuevo vocabulario filosófico democrático indispensable para todos los que deseen entender la nueva lengua revolucionaria (1917). Editorial Cilengua.

14 Revista Anales de la Academia de Ciencias de Cuba, 2 (1).

15 Emilia Deffis de Calvo (2003). “Entre imágenes y palabras perdidas: lenguaje y multimedia en el teatro”. Revista Reflexiones, 82 (2).

16 Ibid, pág. 78.

17 Siete días, El Nacional, 01 de junio de 2008.

18  “Vivir con subtítulos”, Siete días, El Nacional, 05 de febrero de 2012.

19 “El Instituto Cervantes abre en la Caja de las Letras una muestra sobre palabras olvidadas”. (2019, junio 04). Sala de prensa, Cervantes.es

20 “El veneno en el lenguaje de los venezolanos”. Debates Iesa, págs. 110-112.


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