Por ALIRIO FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ

Ocho voces de la literatura venezolana escrita por mujeres sirven como muestra de lo nuevo, del “diálogo inconcluso” con cierta tradición y del pulso de esta época. Estos textos problematizan el espacio-tiempo al ocuparlo simultáneamente. Polifonía lo llamaría Bajtín, pero son más que eso, como se verá. El lector que acceda a estos relatos breves se encontrará con títulos como “Ugat shmarim rellena de halva para la merienda”, de Liliana Lara; “Fo Yang”, de Carolina Lozada; “Teoría geocéntrica”, de Noraedén Mora. Así, quedamos cortésmente advertidos de que el funcionamiento de estos relatos parte del enrarecimiento.

Un principio matemático enseña que toda función es una relación, pero toda relación no es necesariamente una función. Esto ha señalado una otra vía para poder ser y estar en un mismo espacio aún en tensión y contrapunto. Es este el rasgo más preponderante de esta selección de relatos: permanece una relación, compleja, pero que no obedece a “función” alguna. El conjunto de estos ocho textos es casual y proteico, algunos pueden conjuntarse para descubrir parte de sus mecanismos.

Conjunto A | De la tradición, De lo nuevo

De la tradición, de lo nuevo sirve para nombrar un ámbito en aparente tensión dentro del cual el cuento “Muerto, antes que viejo”, de Raquel Abend van Dalen, y “Garante de enfermeras”, de Dayana Fraile, funcionan bajo una relación de distanciamiento y encuentro a la vez. No extremos que se tocan, nunca se tocan.

El texto de Abend van Dalen cumple con la tradicional idea de relato que cuenta una historia, centrada principalmente en dos personajes y un ambiente marcado por la relación afuera-adentro desde la casa. Rex es un hombre retirado de su trabajo ante la llegada de las máquinas que sustituyen humanos. La voz narrativa, no definida, presente en la vida de Rex desde la infancia, aparece como su cuidadora. Quizá sea su hija, aunque la cercanía no es un rasgo entre ellos. Estamos ante un relato que toca temas sensibles como la vejez y el aislamiento, lo cotidiano y la grieta de las relaciones íntimas.

En un tono intimista se cuenta el día a día, el franco deterioro de Rex: «Otros momentos parecía un gato o un perro viendo directamente a la nada. Atento a lo que sucedía dentro de sí, donde yo no tenía acceso. O quizá se concentraba en el exterior, en las partículas cambiantes, también extrañas a mí». Entre ella y él media un abismo. Entre la cuidadora y la realidad externa se impone una distancia. Un hombre aturdido de encierro e inactividad apunta el final de la historia con una sentencia que, de no estar encarnada en el protagonista, corría el riesgo de sonar a moraleja.

Boris Groys, en su libro On The New (1), explica cómo lo nuevo no se riñe con la tradición, sino lo contrario: «The new is new in its relation to the old, to tradition. There is consequently no need to refer to something hidden, essential, or true in order to understand it». [Lo nuevo es nuevo en su relación con lo viejo, con la tradición. Por consiguiente, no es necesario referirse a algo oculto, esencial o verdadero para comprenderlo]. Esto es lo que sucede con el relato de Abend van Dalen cuando combina la estructura tradicional de cuento con la incorporación de temas de evidente actualidad, bajo una atmósfera existencial.

Desde otra perspectiva, el texto de Dayana Fraile, “Garante de enfermeras”, responde a lo que Groys plantea sobre novedad y tradición. Se trata de un relato que es pura experiencia estética, descolocamiento y enrarecimiento. No estamos ante una historia en sentido estricto, pero sí ante un objeto textual capaz de generar distanciamiento a partir de un personaje que no teme discurrir psicológica y emocionalmente sobre sí misma, tangencialmente sobre Alberto, su amor, que la destruye, que no le «ha escrito ni un solo correo».

Casi todo el texto, escrito en versos, abunda en imágenes que sirven para caracterizar al personaje que narra; así como su vida (indescifrable, esquiva, apenas esbozada para los lectores). Quien cuenta exhibe el amor ganado al conquistar a Alberto, garante de enfermeras, que estaba enamorado de otra cuando lo conoció. Narra sin pudor el despecho mientras él no fue suyo y el júbilo ante la derrota de la otra mujer.

El personaje se desnuda como si nadie la estuviese observando, pero precisamente para que seamos sus testigos. Luego se desdobla en otro personaje: «…[Alberto] prometió que me convertiría a mí en vessel de la muerte de ella. / en vessel de su cuerpo carcomido por los gusanos/ en vessel de su funeraria andante/ Yo soy su abuela ahora». Fraile ha apostado, ramosucreanamente (novedad-tradición), por construir un texto que obligue al lector a intervenir, a hurgar, a vivenciar lo que esa voz deja ver con señas mínimas. Y que se reescriba así el relato infinitamente. Muy borgesianamente, de paso.

Conjunto B | Relatos indóciles

Un chino llamado Fo Yang emigra a un lugar de El Caribe, crece entre burlas, prospera y funda el primer prostíbulo exclusivamente asiático del lugar, El Pubis Rojo. «Fundamentalistas locales en una mezcla entre xenofobia y conservadurismo religioso le echaron candela al lenocinio», cuenta la narradora. Fo Yang declara a su conserje, el único que se salvó del incendio: «¡Estoy aluinado!, ¡estoy aluinado!». Flor de Loto, la amante de Fo Yang, muere dejándole, sin saberlo, una sífilis. El texto de Carolina Lozada es provocador en lenguaje, imágenes y temas. Narradora sin respeto, amparada en un humor que busca, como dijo André Breton, «un modo de afirmar (…) una rebelión superior del espíritu» (2).

El cuento de Lozada juega a contar a modo de ráfaga la historia del chino y varias subtramas paralelas, pero la narradora decide, bruscamente, dejarnos esta postal final: «…結尾».

Este relato no permite que el lector se vaya, aunque juega con él distanciándolo de las historias que se prometen, haciéndolo participar, a veces con morbo, porque aquí la tragedia es excusa y risa, se vea por donde se la vea. El arte de hacer reír es escaso y complejísimo, presentar un drama atravesado de humor es una astucia que se remonta hasta Don Quijote de la Mancha, y sigue siendo el modo predilecto de irreverencia en todas las épocas.

“Sobre el verbo poner HUEVOS”, de Sol Linares, completa el conjunto de relatos indóciles. Si es cierto que Richard Rorty ha dicho que la filosofía es rascarse donde no pica, este relato de Linares no solo es inasible por indócil desde lo literario, sino por su profundo sentido filosófico. Una gallina, Carlota, reflexiona en torno a su vida fatal de gallina. Carlota, como es de esperar, pone huevos todos los días, pero ahora cavila sobre lo que la narradora describe «como un dolor redondo».

El texto gira en torno a temas relacionados con la violencia, el dolor, la maternidad, el sometimiento y la histórica consideración subalterna de lo femenino. Todo con un lenguaje efectivo y efectista y en un tono mordaz, ensayístico y filosófico: «Y como las gallinas piensan en gerundio (en ellas todo está aconteciendo una y otra vez)». Linares invita al lector a entretenerse, aparentemente, hasta llevarlo al doloroso ejercicio de pensar asuntos en el fluir de conciencia de una gallina que ha empezado a hablar.

Conjunto C | Perforar la existencia

En esta muestra, cuatro relatos se ocupan del ser y la identidad, de la memoria y el olvido, del presente y el pasado, de la pérdida y la ganancia. Con estilos, tonos y atmósferas distantes unos de otros la intimidad es materia medular de estos textos.

En “Fragmentos de la primera infancia”, de Keila Vall de la Ville, está lo entrañable del recuerdo persistiendo, en trozos nítidos y añorados por la voz que narra. Un texto construido a fuerza de imágenes como sueños para ahondar en la intimidad propia. «Un verdadero lujo. Mi actividad preferida —él lo sabe y me invita—, acompañarlo a afeitarse», nos cuenta sobre el abuelo. O sobre la casa: «La luz roja tras la puerta de su baño anuncia el juego doméstico a la ere paralizada». Este cuento no es un texto para ser recordado, sino para revivir cuando se lee y que el lector viaje a lo propio, un texto para volver a él, a voluntad del azar.

Noraedén Mora, en “Teoría Geocéntrica”, discurre en tono ensayístico en torno a la etimología y la onomástica de la palabra oficio. La gran pregunta que subyace es qué significados tiene la ocupación y por qué se la nombra de tantos modos: «Oficio del latín officium. Trabajo, ocupación, carrera, dedicación, función, labor». Lo que se aclara en el tercer párrafo es que toda la aparente divagación semántica de la narradora deriva de una persona sometida al peso de la burocracia, en una fría oficina. Persona que reflexiona en torno a sus otras posibilidades, reales o no, de haber sido más que un oficinista que escribe en un papel su original teoría geocéntrica. Un texto, en cierta medida, kafkiano, pero sin la derrota del personaje.

El tercer relato que perfora la existencia es el de Krina Ber, “Los inmigrantes”. Este texto pone en escena, con un lenguaje de gran plasticidad, a una pareja de ancianos extranjeros. El lugar en el que se desarrolla la historia es precario: «… el suelo de cemento… entre tobos de agua y cajas de cartón… el televisor está medio dañado o les cortaron el cable que tenían pegado al Multicanal de la casa de al lado y tienen que contentarse, pues, con los lamentos de la telenovela nacional y los ladridos de los discursos políticos». Todo se concentra en la discusión entre ella y él, en torno a un malentendido amoroso ocurrido en el pasado de la pareja que, si se lee con atención, puede ubicar al cuento en el género policial, gracias a la astucia narrativa. Viejos tercos, solos y en la pobreza, insisten en discutir, en apariencia sin razón. Hacia el final del relato, una visión del viejo nos revela la verdad del presente entre ellos: una mujer traicionada, un disparo… ¿un crimen? El cuento de Krina Ber está impregnado de abyección, pobreza humana, emociones frías, a la vez que es asistido por un raro sentimiento de comprensión. La existencia vista así puede ser la nuestra mañana o ya lo ha sido… ya lo está siendo.

“Ugat shmarim rellena de halva para la merienda”, de Liliana Lara, es el relato que he escogido para cerrar esta muestra de narradoras venezolanas actuales. Lo he hecho obedeciendo a la idea kantiana de que «los conceptos sin intuiciones son vacíos» (3). El de Lara es un texto con gran manejo de las emociones, impecablemente contenidas en un personaje sutil que, de pronto, salta de la vida cotidiana con una rareza de deseo: «¿Qué miran los otros cuando me miran? Repitió la frase de aquella artista francesa de quien había robado la idea de que la siguieran y la fotografiaran…» Esa mujer, que quiere ser fotografiada por otros, ha entendido en aquellos días en los que el trabajo la obligó a estar fuera de casa largas horas, que ella no pertenece totalmente a ese lugar. Pero no hay sufrimiento en ello. Hay curiosidad por esta vida suya en esas calles y entre estas gentes entre las que no nació ni creció. ¿Para qué estas fotos tomadas por un extraño? «…ella no quería hacer arte con esas fotos, sino mirarse en los otros, verse fuera de sí, seguirse, tratar de entenderse o de encontrarse», nos dice la voz narrativa. El personaje anhela un registro de imágenes de sí misma, captados por otros, por un extraño que normalice su afuera sin nostalgias. A medida que avanza el relato podemos comprender que es mucho el tiempo que ha estado lejos del lugar de sus primeros años, que no parece extraña ante los otros. ¿Por qué insiste entonces? «Temía o ansiaba, eso no lo sabía bien, descubrir en aquellas fotos que era otra, que era de allí, que su madre, su casa, su país eran historias escuchadas al pasar», se nos cuenta. Luego, un par de líneas del final del relato revelan el profundo abismo de la identidad que deja el desplazamiento, la dispersión. Momento universal de esta época, pero sobre todo de este lugar en El Caribe, lugar que nos contiene.


Notas

1 Groys, B. (2014). On The New. New York: Verso.

2 Breton, A. (2005). Antología

del humor negro. Barcelona: Anagrama.

3 Kant, I. (1998). Crítica de la razón pura. Madrid: Alfaguara.


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