María Clara Salas | Vasco Szinetar

Por RAFAEL CASTILLO ZAPATA

Desde un punto de vista muy general, puede decirse que hay dos maneras básicas de leer un libro. Una es la lectura que podemos llamar inmanente, es decir, aquella que se concentra en una aproximación cerrada del libro, considerándolo un cuerpo verbal autónomo que se basta a sí mismo en su propia lógica y en su propio funcionamiento. Es lo que suele llamarse en cierta tradición crítica una closereading, una lectura muy próxima, íntima, ajena a cualquier consideración que se salga de los límites de lo que el libro propone e impone en la dinámica de su concepción y su composición. La otra manera de leer es la que podríamos llamar trascendental o trascendente en la medida en que se aproxima al texto considerándolo dentro de un contexto, es decir, leyéndolo en el horizonte de un conjunto de relaciones que exceden los límites de su propia textualidad. Como toda distinción esquemática este deslinde de la lectura literaria es parcial y probablemente, como esquema, sólo tiene un valor didáctico, demostrativo. Y su aplicación se complica según los casos de los que se trate.

En este sentido, es necesario decir que no se puede leer un libro como si éste existiera a partir de la nada en un espacio vacío, completamente virgen e incontaminado. La lectura inmanente comporta, necesariamente, la presencia de un mínimo e inevitable contexto: el contexto de lo que podemos llamar la tradición de lectura de quien lo lee. Un lector lee con su memoria, es decir, con su experiencia de lecturas previas. Leer un libro en solitario implica que esa memoria funciona como contexto en donde el libro adquiere una resonancia particular y, por lo tanto, no puede escapar a una mínima tensión de trascendencia. Lo cual nos podría llevar a decir que no hay lectura inmanente que sea pura, que toda lectura, por cerrada que sea en relación con el texto, es una lectura implicada en un escenario que define el tiempo: todo lector tiene un pasado y ese pasado pesa en la lectura de lo que lee.

Ahora bien, cuando un libro tiene tras de sí la estela de otros libros que pertenecen al mismo autor, el pasado del lector es también la memoria de esos otros libros. Un lector de Eliot no puede leer los Cuatro cuartetos sin que se cuele en su lectura el recuerdo de sus lecturas de Pufrock y otros poemas y de La tierra baldía, si es que los leyó previamente. El propio autor tiene ya un pasado y su lector, si lo ha acompañado desde el principio de su producción, tiene un pasado que no es, entonces, el pasado general de sus lecturas, sino el preciso pasado de sus lecturas del mismo autor. Cuando el libro es un primer libro la complejidad es menor, digamos provisionalmente. Pero cuando se trata de un libro que lleva tras de sí una secuencia de libros que lo antecede y prepara el camino y crea la atmósfera en el que ese libro nuevo se da a leer, la lectura resulta más exigente; más exigente y más comprometedora.

Este es el caso de los libros de María Clara Salas. No podemos leer su más reciente libro sin tener presentes, sin tener en mente los otros que ha escrito y que hemos leído antes de venir a leer éste. Se trata pues de un amplio contexto en el que el libro que vamos a presentar ahora exige ser leído: el contexto de los otros libros que lo acompañan en un proceso que responde a una experiencia integrada e integradora de creación. Y eso porque, ahora, obviaremos el contexto más amplio en el que todos los libros de María Clara Salas están contenidos, el cual, para no pecar de prolijos, nos limitaremos a decir que es el contexto de la poesía venezolana contemporánea. Pero, por supuesto, no es el momento ni el lugar para una lectura tan amplia. Se trata de una presentación, no de una tesis de grado.

No puede leerse, pues, este libro que hoy presentamos sin considerar que su autora escribió Linos (1989), Cantábrico (2003), 1601 y otros poemas (2008) y Ritual de bosques (2015). Quien ha leído estos libros ha acumulado una serie de claves, de signos, de tensiones y tentaciones de sentido y de estilo que le permiten reconocer en ellos la consolidación de una voz que se sostiene en el tiempo, en un registro que, en el devenir de su pausada y aquilatada secuencia, nos ha acostumbrado a un tono, a un léxico, a un ritmo, a una determinada dicción; es decir, para resumir, nos ha acostumbrado a lo que podemos llamar una poética. A estas alturas de su trajinar con la palabra en el poema, María Clara Salas nos ha acostumbrado a escuchar esa voz, su voz.

El libro que hoy presentamos es heredero de la continuidad de esa voz. No podía ser de otro modo. Sin embargo, es un libro doble, es un libro, en cierta medida, siamés. Es un libro que son dos libros, separados en el tiempo. A esto hay que agregar que uno de esos libros ya ha sido publicado hace más de una década y lo hemos leído en su oportunidad. El libro que acaba de editar la editorial Kalathos en Madrid, el año 2021, para ser más precisos, es decir, ayer, contiene a la vez Cantábrico, un libro que vio la luz en 2003, y un libro inédito, que aparece ahora acompañando a aquel, Las discordias de Babel. Dos libros en uno, al parecer. Pero en poesía esta conjunción es diciente y hay que tomarla en cuenta: el libro doble es un libro, y aunque reúne dos libros separados, debe leerse como una unidad. Hay que decir, en este sentido, que esa unidad pudiera estar, precisamente, en la discordia. Y me explico.

Unidad en la discordia. Ésta podría ser una buena sentencia para describir la máquina binaria, llamémosla así, que componen La discordia de Babel y Cantábrico. ¿Por qué están juntos estos dos libros? ¿Qué nos quiso decir la autora al publicarlos ensamblados en un mismo aparato de lectura? ¿Cómo leemos ahora a Cantábrico engarzado a La discordia de Babel? ¿Cómo lo leemos, con nuestra memoria de la lectura que ya hicimos antes de él, y la memoria, correlativa, de los otros libros que leímos antes de leerlo a él? ¿En qué medida La discordia de Babel cambia nuestra percepción, nuestra sensación, nuestra intelección de ese libro ya leído? ¿Canta Cantábrico de otro modo porque lo leemos ahora en la resonancia que nos impone pasar antes por La discordia de Babel? Las mismas preguntas, u otras parecidas, podrían hacerse en sentido contrario. Sepan ustedes que no tengo las respuestas. Sólo sé que todas ellas me han asaltado al encontrarme con esos dos libros unidos y es mi experiencia de lector la que me mueve a pensar que lo que los une es la discordia.

La discordia de Babel, de alguna manera, pone en escena una alteración de la voz que conocíamos y que se contenía y se expresaba sin rupturas en el libro anterior. Hay algo extraño al oído así instruido en la tesitura de su prosodia, en la dinámica de su composición, en la forma desigual de las estrofas, en una cierta inesperada intromisión de lo coloquial en la línea argumental. Algo ha cambiado, sin duda, que resuena de otro modo. Y puestos a buscar qué pudiera ser lo que ha alterado aquella voz sostenida en su ascética medida, en sus imágenes concentradas, en su sutil filosofar, se nos ha venido a la mente una imagen y la palabra que la lleva: país. Lo que ha alterado la voz de María Clara Salas, nos atrevemos a decir, es el país, este país, lo que en él ha tenido lugar en los últimos años con su bárbaro descalabro de todas las estructuras, con su secuela de enfrentamientos y rupturas, desplazamientos forzados, miseria y destrucción.

En efecto, ¿no nos ha acontecido que, de pronto, en la discordia de todos los lenguajes nos hemos convertido en una dolorosa Babel? ¿Es esto a lo que alude el nombre de estos poemas que se dejan impregnar con la rabia y el desconsuelo de estos nuevos, otros, tiempos de penuria? Tal vez. No quiero pecar de obvio, no quisiera caer en lo elemental de una deducción inapropiada o injusta de la propuesta de un libro complejo como éste; complejo y extraño para mi memoria de lector de los otros libros de la autora. Y no entro aquí a plantear el reto que significa leerlo junto a Cantábrico. Exige tiempo y atención medir y comprender esta conjunción de dos libros que, en mi impresión, disuenan. Dos libros, como digo, que están unidos, tal vez, en la discordancia. Y es esta discordancia lo que su máquina de lectura nos da a leer. No sé.

Cuando un libro nos plantea dudas y nos pone por delante incertidumbres y nos saca de nuestra complacencia, de nuestros hábitos acomodados de lectores fieles a una costumbre que parecía inmune; cuando nos saca, en fin, de nuestra propia tradición de lecturas ya seguras y de nuestra propia manera de entender cierta legibilidad de los poemas, es un libro que no nos deja escapatoria, nos obliga a tomar conciencia de nuestra propia manera de leer, de nuestra propia manera de entender, en general, la poesía, y, en particular, la poesía de una poeta con voz tan clara y conseguida como la voz de María Clara Salas.

Es de este modo como puedo invitarlos a leer este libro doble que viene acompañado con las intervenciones plásticas de Víctor Hugo Irazábal. Una compleja máquina de lectura que no puede sino provocar nuestras ganas de leer, nuestras ganas de seguir leyendo a una poeta que venimos leyendo desde hace tiempo y que queremos volver a leer y seguir leyendo.


*Discordia de Babel/Cantábrico. María Clara Salas. Editorial Kálathos, España, 2021.


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