Jaffé
Verónica Jaffé en 2011 / Archivo El Nacional

Por IGOR BARRETO

Debo decir como advertencia inicial que la lírica venezolana se caracteriza, quizá, por su afán de unos versos muy concentrados y por la búsqueda de la precisión a través del poema de formato breve. Hasta aquí la cercanía con el más reciente libro de la poeta venezolana Verónica Jaffé, titulado: De la metáfora, fluida. Un título que exhibe en medio una coma cortante y disruptiva. Se trata de un mínimo signo que introduce de entrada esa fisura en la representación orgánica y unitaria de la vida y la obra del hombre moderno. Pero más íntimamente, se trata de un signo que anuncia un mundo de relaciones atadas con emoción y dolor.

Los libros anteriores de Verónica Jaffé fueron sencillamente notables, especialmente sus Cantos Hespéricos (2016), donde parte de una traducción «literal» de los himnos de Hölderlin para concluir en versiones muy libres de estas piezas clásicas que conducen a la poeta al encuentro del camino de su propia voz. Y es que, como decía Seamus Heaney, la mejor manera de encontrar la voz propia es mediante la lectura atenta de esos poetas con los que sientes una verdadera sympatheia. Así definiría la relación de este encuentro con Hölderlin.

Fue un encuentro con un maestro que venía precedido por unas traducciones de Else Lasker-Schüler y otros poetas alemanes. Ambos autores, Hölderlin, el clásico de la literatura alemana y Else Lasker-Schüler, la más contemporánea, son voces en las cuales el rigor, la palabra esculpida en sus precisiones y la sencillez, son heredadas por los poemas de Verónica Jaffé como rasgos verdaderamente definitorios.

En otro sentido, Verónica Jaffé es también una poeta daimónica, porque es dueña de una voz interior de sabiduría natural, no preceptiva. Nos dice lo que piensa sutilmente, sin elevar el tono a la altura de supuestas lecciones. Estos poemas están hilados con pensamientos que manan de lo esencialmente individual, que es también lo esencialmente divino. Sus poemas fueron escritos desde circunstancias cotidianas, desde allí la poeta canta sus temas y pesares más cercanos; los «pucheros» por donde pasa la trascendencia, con una palabra que se excede a sí misma.

De igual manera podríamos agregar que estos poemas son la voz que le sale al paso al Poder y a su lenguaje perverso, podrido en tantos equívocos, que intentan cambiar el sentido original a las palabras, el lugar natural de los símbolos. Porque el Poder se oculta en las palabras, allí se anidan los totalitarismos y otras formas de dictadura. El dolor de estas colisiones: entre el individuo y el lenguaje, es tema de muchos de los textos del libro de Verónica Jaffé. En un poema como «En el desvelo», de la primera parte, se nos señalan estas tensiones con la lengua que dan pie a una palabra como «extranjero», que es consecuencia de la palabra «exilio», y que a su vez motiva la relación con lo «trunco»: la traducción trunca del sentido, el sueño trunco, el poema trunco. Categorías que proponen metáforas disruptivas propias de la contemporaneidad, desnudando realidades que podrían relacionar a un ser que camina con extravío por la calle y al poeta que se sienta a la mesa de trabajo para buscar y organizar un poema que dé cuenta de los verdaderos tropiezos de la sensibilidad de hoy.

Creo que deberíamos abrazar estas tensiones lingüísticas que examinan el mundo con hambre de escritura. En su habla directa, comedida, los poemas ocultan un substrato de justificada violencia. Otros poemas de esta sección primera, como «Resentimiento» y «En diminutivos», son buenas variantes de lo afirmado.

Como irónica explicitación de estas tensiones entre poesía y una lengua contaminada por utopías de probada descomposición social, están los poemas y alusiones al mundo revolucionario. Un mundo que se ha desprendido de todo humanismo y ha asumido la «autoridad» como único valor: así contaba Nadiezhda que afirmaba Mandelstam en sus momentos de lucidez. Señalaría tres poemas definitivos en esta dirección: «Traducción libre del ‘Epigrama contra el comandante’ de Osip Mandelstam», «Las alondras» y «Cháteau D’Yquem». Estos poemas claramente políticos al igual que otras alusiones destacan por encima de lo circunstancial, sus valores humanos y aciertos formales, para que el texto no quede atrapado en la caricatura de la simple denuncia.

En el segundo poema aludido hay un epígrafe del poeta ruso que la misma poeta comienza glosando en sus primeros versos. El epígrafe de Mandelstam, que no podría dejar de citar, dice: La revolución ama el canto de la alondra, pero nunca y en ninguna parte las alondras han producido una revolución. Luego este epígrafe del poeta acmeísta da pie a

los primeros versos del poema, ilustrando una situación, tan cierta y penosa:

La revolución,

dice Mandelstam en un ensayo

sobre el gran poeta,

ama el canto de la alondra

pero las alondras nunca

han causado una.

Porque a las alondras

dice la enciclopedia,

las suelen cazar

con espejuelos

que son,

dice más

trozos curvos de madera

de dos centímetros de largo

con promesas

de espejo

y pintados

de rojo

que se hacen girar para que

a los reflejos de la luz

acudan los poetas

que así

caen como

alondras.

La poesía y los poetas también entran dentro de eso que podría llamarse por extensión una forma de la «microfísica del poder», y hay casos lamentables en los que un poeta que considerábamos de culto termina llamando Gran Poeta al que es simplemente un dictador, un matasiete.

Reveces de una situación que en este libro se procesan con pesar e ironía, anteponiéndoles siempre el esplendor de la memoria de la naturaleza. Poemas como: «La laguna de Campoma», «Cuevas, catedrales» y «Rojo oscuro intenso», dan cuenta de ese contrapeso sanador y acompañante que posee la naturaleza, y que en la poesía romántica, inglesa y alemana, tienen sus voces singulares.

Ahora bien, dejemos de lado estos reveces para decir unas palabras sobre una de las obsesiones más poéticas de Verónica Jaffé; y por poéticas, más abarcaduras y cósmicas. La poesía de Verónica parte de la traducción, no sólo como una metáfora relacionante, sino como lo dice en su poema «Poética» cuando habla de la escritura y menciona que es «… un sentimiento abierto» y en otro lugar afirma que la traducción se trata de una forma de «… apropiación de lo lejano».

Traducir (me parece leer en este libro) es escribir relacionando todas las cosas que pueblan el mundo. En el inicio de un poema, la poeta dice:

Sí es verdad.

Hace tiempo traduje que

tampoco el Orinoco

sabe desde un principio

a dónde ir y qué hacer

con el caño Casiquiare…

Y en otros poemas se sigue retomando la traducción como forma de relacionarnos con la naturaleza, que es también El Mundo, como en el poema que se inicia con el verso que dice: «El país la polis el paisaje», o aquel que se titula: «Jerónimo jengibre». En fin, se trata de entender que traducir es «crear», «imaginar»: un ejercicio literario que permite aproximar un mundo lejano y convertirlo en una representación cercana.

En este sentido traducir se aproxima a otro fenómeno de carácter relacionante, como es el «sueño». En uno de los poemas notables de este libro: «Sueño y punto», el hablante evoca desde un lugar distante la imagen de su madre y tal circunstancia le sirve para puntualizar una característica del sueño, como experiencia relacionadora y cósmica, que lo acerca al tramite procedimental de una traducción:

Eso es lo bueno del sueño

borra los tiempos y los espacios

y Caracas se vuelve Londres o París

y el tiempo no es tiempo

o lo es como fragmentos

dispersos indistintos

tristes o alegres

en la memoria.

El sueño como la traducción entrañan el mecanismo de una puesta en escena. Otro lenguaje con sus representaciones es restablecido en un espacio ajeno para que diga emociones y significados similares; así el sueño trae de la memoria sus imágenes para hacerlas casi reales al proyectarlas en la sala oscura de nuestra mente, mientras dormimos.

De la metáfora, fluida, de la poeta Verónica Jaffé es un libro que despliega una lírica pensante y no acorralada entre las cuatro paredes de lo puramente confesional. Se llega a la última página y al dejar el libro bajo la lámpara, será tarde y el lector tendrá sueño y querrá apagarla, pero estoy seguro que sobre el libro quedará flotando el élan de una luz, por lo intenso del espíritu de sus páginas.

*De la metáfora, fluida. Verónica Jaffé. Visor Libros y Fundación Para la Cultura Urbana. España, 2019.


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