Obra efímera de Cruz Diez sobre el cielo de Caracas (1994) / Antolín Sánchez©

Por MARINA AYALA

No podremos entender, con justicia, los cambios sociales que inexorablemente están sucediendo si no entendemos a la gente que provocan esos cambios y que conforman las sociedades actuales. Pareciera una llamada de atención obvia, pero no lo es; por mucho tiempo se ha desestimado en los análisis sociales lo que hace la gente, los gustos que tienen, cómo viven y qué quieren. Los valores que sustentan y las formas con las que se ingenian para poder llevar una vida en común y constituir sociedad. En las circunstancias actuales y por un factor imprevisto se desata una nueva amenaza sobre el ser humano e irremediablemente provoca un movimiento en nuestras organizaciones y en los estilos de ejercicio del poder. Un factor imprevisto pero altamente amenazante detiene al ser humano en su carrera sin pausa por alcanzar las metas ideales trazadas por el capitalismo, detiene al mundo y a sus economías. Es propicio el momento para volver a preguntarnos sobre quiénes somos y qué queremos.

Los conflictos son inherentes a una sociedad porque ella está conformada por seres humanos reales con sus pasiones particulares. La pandemia nos sorprende precisamente cuando las sociedades democráticas occidentales estaban sufriendo su peor crisis estructural por la carencia de ideas que permitieran una constante acción sobre las revisiones políticas. Los seres humanos a fuerza de ser ignorados en sus demandas se fueron desentendiendo del destino colectivo e incluso de su destino personal y el mundo fue recibiendo diferentes diagnósticos que nos alertaban del error al que estábamos sucumbiendo. Es así como Zygmunt Bauman postula y describe una “sociedad líquida” y dando un paso más en una imagen  de disociación Alberto Royo nos habla de una “sociedad gaseosa”. Ambos apuntan a la desaparición progresiva de lo sólido para dar paso a lo superficial, lo efímero, lo volátil. El hombre práctico que desprecia la tradición y solo busca rentabilidad con un claro desprecio por el conocimiento, las humanidades y la filosofía. En un mundo en el que se tambalea toda consistencia y estabilidad van quedando extinguidas esas cualidades que se solían apreciar en personas con criterio propio, con su propio pensamiento, única vía para la conquista de la libertad. Entramos, de esta manera, a una sociedad de masas.

En este mundo frágil los seres humanos, de repente y sin aviso, son obligados a aislarse y suspender sus actividades rutinarias, a sacrificar sus ingresos por preservar la vida. Se toman medidas improvisadas y con poca o ninguna concertación y se abona el terreno para que los gobiernos de turno afilen sus ansias de poder y surjan, con todo sus tenebrosas garras, los totalitarismos. El hombre es aún más ignorado permaneciendo en manos muy poco responsables y valiosas la conducción de la vida colectiva de las diferentes naciones. No se observan acciones inteligentes como bien señala Teódulo López Meléndez advirtiendo que la antropología política debería constituir el fundamento de la filosofía política moderna. “A toda propuesta en el campo político la preside una imagen del hombre, de sus necesidades e intereses y de sus representaciones valorativas.”

La libertad disminuye en un mundo que ya observaba muy pocos seres libres. Como ilustra Carlos Eduardo Maldonado, observamos un lenguaje para describir nuestro mundo perceptual, el registro de los negocios o la irrenunciable seducción entre los seres humanos, pero se redujo la utilización del lenguaje que permite la profundización de las ideas que son las que conducen a una autonomía de criterio. Carlos Eduardo dibuja la imagen del contraste que deberíamos ofrecer a un mundo volátil y a una vida gris, resalta su vocabulario como fuimos invitados por Wittgenstein: “En contraste, el mundo de quienes verdaderamente están vivos apunta en esa dirección: la impertinencia, la insolencia, el carácter intempestivo, vivir de manera inapropiada, en fin la alegría de vivir, y la complacencia con la propia existencia. Vivir sin miedos, sin fardos. Pues lo contrario no es vida. Por ello mismo la libertad se asume como una vida de riesgos, apuestas y desafíos; es decir, de mucha imaginación y creatividad”. Por el contrario lo que observamos es una vida obligada de confinamiento y miedos.

Estar aterrados y sobreviviendo, como estamos, trae como consecuencia un vacío social. Una falta del actuar en conjunto para poder entender las causas de nuestra precariedad. La gente está demasiado ocupada en lo que Hannah Arendt llamaba “labores” surtir lo mínimo necesario para las necesidades esenciales. Procurarse agua de cualquier manera, correr a desenchufar los aparatos para que no se quemen durante las fluctuaciones de voltaje. No se intercambian ideas, no hay tiempo ni ganas para ello. Es como estar hablando a gente que no quiere cuestionar sus hipótesis primarias. Es general el criterio que estos son manejos de manos muy negras para castigarnos y por lo tanto depende de voluntades, de que nos portemos bien y al final se les otorga un poder casi divino. Atomizados sin poder hacer el trabajo competente con el cual se hace sociedad. El resultado es un vacío social, debilitamiento del sujeto, terror y el enemigo exterior acechando en el imaginario.

No es nuevo y ya ha sido expresado por los estudiosos del totalitarismo, quienes denunciaron los métodos empleados para el sometimiento del ciudadano. El miedo y la propaganda son sus principales aliados como bien los expuso no solo Hannah Arendt sino Leffort, Habermas, y Heller, entre otros. No es casual y cumple un papel primordial la cantidad de mensajes falsos que circulan para mantenernos en estado de terror, las personas los retransmiten sin tomarse un tiempo para verificar. Y no se les ocurra responder que eso es falso porque salta el remitente a insultar. ¿Tú crees que eres más sabia que los demás? O simplemente no hacen ningún caso y atrás viene otro más aterrador que el primero. Cuando las causas no están bien identificadas las labores para mitigar la catástrofe se desorganizan aumentando el caos. Si yo creo que esta situación es causada por una persona que enchufa y desenchufa mi reacción será distinta a si creo que esto es fruto de la incompetencia, corrupción e irresponsabilidad sostenida durante 20 años. Sin pensamiento las emociones se reducen a la angustia y nuestro mundo se banaliza.

Fernando de Szyszlo hace una declaración a la que habría que prestar atención: “Ahora ya no combatimos a Stalin sino a la banalidad en la que vivimos”. Al hacer esta aseveración se refiere principalmente al arte y a los vínculos que los seres humanos establecen entre sí. El amor y el sexo se han banalizado, vulgarizado, desprestigiado y como resultado el arte se ha vuelto también banal. Es por ello que sociólogos, escritores, filósofos de nuestra época coinciden en el mismo diagnóstico y pronuncian una grave advertencia: no hay ideas, razonamientos relevantes, formación de ciudadanos conscientes para poder ejercer la democracia. Masas dominadas por el espectáculo y la propaganda, advierte Andrés Sorel. Es el mundo líquido de Zygmunt Bauman. En este escenario de poblaciones adormecidas avanza, sin contratiempo, un nuevo fascismo sin que nada pareciera detenerlo. No importan los sedimentos para una vida digna, la libertad, el respeto, la responsabilidad; solo el impacto de la imagen, el cuerpo perfecto, el escenario de prestigio están constantemente invadiendo el pensamiento de seres apurados que no quieren ver o no les importa, lo que tienen a su lado. La cultura desplazada por el espectáculo (Saramago). Si no nos interrogamos por el ser humano no podremos entender la desintegración de las democracias y el avance totalitario. Por un ser humano que obedece a creencias divulgadas y populares sin capacidad de interrogarlas.

Al mantener un vacío conceptual y no tener bien sedimentadas las creencias y valores  somos víctimas fáciles para la contaminación por los virus ideológicos con los que somos bombardeados constantemente. Falsedad de información, teorías conspiratorias paranoicas, xenofobias y discriminación al diferente, como bien advierte Slavoj Zizek. Como mejor nos entenderemos es prestando atención a como vivimos y valorando nuestras pequeñas acciones cotidianas.

Lo cotidiano como huella digital

Si las experiencias no dejan huellas en la vida de nada sirven, no se conservan en la memoria, no transforman, no hay reflexión sobre ellas, es igual a que no haya pasado nada. Es lo que Walter Benjamín denominó “la crisis de la experiencia”.  Es por ello que el contar es importante porque supone una reflexión sobre lo que ha sucedido. “Cuéntame qué hiciste ayer”, “nada” es la respuesta inmediata si no se han realizado actividades fuera de la rutina, de lo casero, lo sencillo. Solo catalogamos como digno de relatar lo extraordinario, los grandes acontecimientos. De allí la queja generalizada que se oye por las calles “aquí no pasa nada”, de allí el tedio que nos embarga, el cansancio por habernos detenido solo a esperar que un solo acontecimiento suceda, es lo único que queremos y no importa cómo, eso sí, que sea Ya. Mientras tanto los actores políticos se desplazan por el mundo y el país con sus cámaras y equipos de video, grabando todo, posando. Como acertadamente advierte Víctor Krebs, perdemos ese contacto personal con la experiencia y con los otros seres con quienes tropezamos. Es este el verdadero significado de lo banal, que no nos toque lo más cercano.

Cuéntame qué hiciste ayer… esas interacciones con los de casa es lo importante porque desde allí se desprende lo demás. Estar sumergidos en esos actos sencillos, prestarle la veneración que requiere acostar a un hijo, jugar, reír, cocinar, cantar, bailar, mirar la televisión, arreglar el jardín. Leer, escribir. El mayor sufrimiento que padecemos es como esas costumbres nos fueron arrebatadas, la tranquilidad y el descanso alterado.  En esas intimidades encerradas en casa está sucediendo lo importante, las neveras vacías, los niños abandonados, los ancianos desasistidos y deprimidos. Las cuentas que no cuadran, las angustias calladas. Cuando esa intimidad es alterada, cuando nos despertamos con un cansancio y dolor en el alma, cuando tenemos que emprender una rutina que no interesa, cuando no se siente amor y el sexo es desapasionado, es allí cuando el infierno nos abraza. Así que quiero que me cuentes qué hiciste ayer, para que te detengas a reflexionar sobre esos pequeños y grandes actos. En la batalla por la sobrevivencia está lo importante. En tus pequeñas rebeldías a las que no haces publicidad.

En esa sencilla reunión con los amigos donde la disposición es a pasarla bien, a contar recuerdos, a interesarse por los demás, acontece el milagro que puede llenar los días, evoca sonrisas durante un tiempo, despierta la ternura por la buena disposición y la generosidad. Solo por ello podemos estar agradecidos de tener a esos seres en nuestras vidas. Claude Javeau prestó atención a este aspecto de la vida tan fundamental y lo catalogó de la auténtica sociabilidad, la conquista incesante del presente. Los actos concretos en ambientes concretos. Lo que hiciste ayer no es banal, no tiene por qué ser rutinario ni aburrido si eres capaz de observar los pequeños resultados, la alegría de los que se sientan a tomarse una copa contigo al final del día. Las sábanas limpias, el olor del perfume, la cocina recogida. Lo sagrado que nos mantiene día a día. Cuando esto es tocado por los intrusos autoritarios es cuando una sociedad está herida de muerte y al asesino, quien también tiene la necesidad de refugiarse en una casa, no lo espera la amabilidad porque allí sí transcurre la verdadera banalidad. La banalidad del mal (Arendt) los que provocaron esta anomalía y acabaron con nuestra sociedad.

En lo que hiciste ayer está la generadora de las significaciones, de allí surge el arte, los relatos, las novelas, el cine y la pintura. En lo cotidiano está el lugar de la creación. El desorden y la maldad contaminaron la cotidianidad “como la mentira recorre toda verdad, la inmoralidad toda ética y el mito toda ciencia” (Javeau). Falta una dimensión a nuestra vida actual al quedarnos esperando un solo acontecimiento, descuidamos lo que hicimos ayer y así pasan nuestros días en el sufrimiento por las banalidades de los autores de hechos despiadados que se hicieron espectáculos e invadieron nuestros hogares. Cuidemos nuestros deseos y nuestros miedos en una casa que no pierda la estética del verdadero encuentro.


Marina Ayala   Agosto 2020


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