"La vida de Alfonso Reyes fue una lucha constante por la conquista de su vocación literaria" / Archivo El Nacional

Por VÍCTOR BARRERA ENDERLE

Al morir Alfonso Reyes en 1959, dejó la enorme herencia de su obra, cuya riqueza se aquilata con el paso del tiempo. Sin embargo, su presencia física, tangible, se fue ocultando, a partir de su deceso, detrás de su papel como forjador de la cultura mexicana moderna. Se convirtió en una institución, en un universo propio (con defensores y detractores). En contraste, el hombre, el ser humano, se fue quedando en el pasado: habitante ahora en la memoria de todos aquellos que tuvieron la fortuna de tratarlo, pero que solo vivía con ellos en soliloquios personales e íntimos.

Quedan algunos archivos sonoros donde es posible escucharlo recitar Visión de Anáhuac o Ifigenia cruel: su voz parece provenir de un mundo muy lejano. Nos cuesta trabajo asociar el timbre de esa voz, un poco gastada por los achaques físicos, con la figura pública. Algo nos recuerda, sin embargo, que Alfonso Reyes fue un sujeto vivo, que transitó por el mundo y sufrió y gozó de sus avatares. No escapó a disputas y maledicencias, fue también excluido y relegado (al más puro estilo del ninguneo mexicano) a la vez que venerado y asociado a la detentación del poder simbólico.

La dilata publicación de su correspondencia, primero, y de sus Diarios después, nos ha permitido asomarnos al mundo íntimo del escritor. Algunos otros testimonios le han puesto rostro, carne y huesos al autor de tantas páginas memorables. Ese corpus nos hace evocar y convocar al Reyes personal, a la figura cálida y cercana (y también al sujeto político, al personaje vinculado a su propia circunstancia histórica), que ahora poco se rememora, y con la que casi no se dialoga.

Durante estos años de intensa formación, Reyes da a la imprenta su primer libro: Cuestiones estéticas, publicado en París en 1911, y con él ingresa inmediatamente en la constelación de los autores trascendentales, de aquellos que poseen una voz auténtica y no son mero eco de modas o tendencias. Encontramos en sus páginas a un ensayista consumado, a un lector moderno de autores como Góngora y Mallarmé (más aún: que establece un insospechado vínculo entre ambos). Muchas de las ideas expuestas en este libro habrán de desarrollarse a lo largo de la vida de Reyes.

Al revisar el corpus autobiográfico (ese ejercicio de resignificación del espacio y el tiempo pasados), el tono cambia de pronto en su escritura, el escritor se entristece y evoca, de manera suave y delicada, una de las etapas más difíciles que vivió: la trágica muerte del padre y la posterior salida de México. El dolor y la sangre derramada le hicieron alejarse y rechazar ofertas y proposiciones malsanas. Nos cuenta: “Anhelé, poner tierra y mar de por medio y alejarme de la vendetta mexicana”. Y así, Alfonso Reyes partió a Europa en 1913, comenzando una larga estadía que habría de durar once años. Se instaló primero en Francia, donde trabajó en la Legación Mexicana. En París completó su formación literaria al abrevar en las fuentes primigenias de la literatura moderna. Entró en contacto también con académicos y periodistas de primer orden, como el hispanista Raymond Foulché-Delbosc, con quien colaboró en importantes empresas filológicas.

Su residencia en la capital francesa se vio pronto interrumpida por los acontecimientos bélicos de 1914 que desembocarían en la Primera Guerra Mundial y la llegada al poder, en México, de Venustiano Carranza que removería a todos los empleados en el servicio exterior. Ante tal panorama, Alfonso Reyes dejó su trabajo diplomático, enfiló al sur y cruzó la frontera, llegando a España en ese mismo año de 1914.  Aquí comienza la famosa etapa madrileña. Reyes vivirá los próximos años de su escritura: colaborará en diarios, trabajará en el famoso Centro de Estudios Hispánicos, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal, y establecerá vínculos estrechos con los más importantes escritores españoles del momento. Tras su reingreso a la diplomacia en 1920, comenzaría un periplo que lo llevaría de España a Francia, y de ahí a Argentina y Brasil, para regresar definitivamente a México en 1939 y concentrar sus esfuerzos en dos proyectos contundentes: una teoría literaria y la edición de sus Obras completas.

La existencia del autor de Visión de Anáhuac estuvo, pues, marcada por los acontecimientos, aunque no determinada por ellos: supo sobreponerse a la adversidad. Escribir como vía para conjurar los demonios e injurias cotidianos. Si hacemos el paralelo entre su vida y la historia de la literatura latinoamericana, podríamos decir que Reyes transitó del modernismo tardío (del último Darío y de la hegemonía de Nervo) hasta el umbral del Boom narrativo (ya Fuentes, Cortázar y García Márquez habían dado a la imprenta sus primeras obras). Transformaciones profundas que incluyen las vanguardias poéticas, los movimientos costumbristas, el indigenismo y el inicio de las literaturas experimentales (Yáñez, Rulfo y Arguedas). El traslado de una literatura en vías de modernizarse a una evidente profesionalización de las actividades literarias. En el ámbito político y cultural, hablamos de un largo periodo marcado por la emergencia de gobiernos de corte popular, acompañados de grandes reformas educativas y sociales (de ahí el intenso trabajo alfonsino en pro de las instituciones educativas y culturales).

En los años posteriores a su muerte su figura fue cuestionada o minimizada por los nuevos protagonistas que se disputaban el poder simbólico del campo literario. Octavio Paz redujo el trabajo alfonsino a un solo poema: Ifigenia cruel y endilgó a Reyes la denominación de un escritor desprovisto de la hybris griega, es decir, de la pasión creadora. Julio Cortázar lo llamo el “Erasmo mexicano” y lo desterró al pasado: no había lugar en el contexto revolucionario de los años sesenta para un humanista clásico como él. Regresar a la vida de Reyes es una manera de restituirlo en el presente de su escritura.

La vida de Alfonso Reyes fue una lucha constante por la conquista de su vocación literaria. En esa contienda nosotros podemos ahora rescatar no solo su monumental obra, sino las estrategias que desplegó a lo largo de su existencia para ganarle tiempo al tiempo, para vencer momentáneamente a las enfermedades, para sortear los problemas familiares, para no dejarse envenenar por envidias y malquerencias. Es hora de leer al escritor y, al mismo tiempo, al sujeto que va escribiendo, página a página, su propia formación literaria.


* Víctor Barrera Enderle (México, 1972). Es Doctor en literatura hispanoamericana y magíster en teoría literaria por la Universidad de Chile. Entre sus publicaciones: El centauro ante el espejo. (Apuntes y charlas sobre el ensayo) (2017) y La conquista de la vocación. Vida de Alfonso Reyes en tres ensayos (2018).


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