Omar Osorio Amoretti | https://osorioamoretti.wordpress.com/

Por OMAR OSORIO AMORETTI

A casi dos décadas de haberse iniciado una nueva centuria, la producción de los materiales literarios en Venezuela y su contexto han sido tan variados y complejos que considero necesario exponer algunos fenómenos destacados con los cuales entender parte de ese proceso.

Lo que sigue debe leerse en clave de propuesta incompleta y no definitiva de un conjunto mayor.

Primer aspecto. El surgimiento de una diáspora venezolana, producto de la instauración del proyecto fascista del teniente coronel Hugo Chávez, ha puesto las bases socioculturales para la expansión de los conceptos primigenios conformadores de la literatura venezolana. Dicha expansión radica en la posibilidad de asumir que su horizonte creativo trasciende las categorías de lo autóctono en el terreno temático.

En este contexto, sin embargo, dos elementos aún permanecen con fuerza como ejes gravitatorios de la idea de literatura venezolana en el país. Por una parte, ideológicamente está el anclaje cultural del sujeto histórico con la nación, quien desarrolla en su escritura un patrón compositivo desde el cual plasmar su poética.

El siguiente aspecto, ya de orden material,  lo conforma el lenguaje, el cual ejerce la función no solo de vehículo canalizador de sus pulsaciones estéticas, sino también de patrón estructural, espiritual y mental que, en estrecha relación con los valores asumidos como propios en el territorio donde convivió, habilita una cosmovisión compartida con el resto de la comunidad lectora.

La dispersión de esta agrupación alrededor del mundo posibilita, pues, el quiebre de este eje, gracias a la inclusión de nuevos elementos originariamente percibidos como exóticos que, en consecuencia, transforman las dimensiones de la “literatura venezolana”, comprendida tácitamente como la sumatoria de la fórmula compuesta por la ecuación “autor venezolano” + “tema venezolano” + “geografía venezolana” + “lengua española de Venezuela”.

Con todo, cabe señalar que por lo general estos textos no han derivado aún en una vertiente posnacional, sino más bien en una nueva manera de abordar lo propio originario. Esto tiene una raíz tan lejana como Los mártires (1842) de Fermín Toro y puede percibirse en obras como La otra isla, de Francisco Suniaga (2005), y Transilvania Unplugged (2011), de Eduardo Sánchez Rugeles pues, a pesar de elaborar componentes foráneos en sus obras, ambos autores desarrollan una visión reflexiva sobre la condición actual del país.

Segundo aspecto. Dentro del mismo orden de ideas expuesto líneas arriba, la presencia venezolana alrededor del mundo constituye el primer punto de apoyo para una eventual inclusión sólida de su literatura en el mercado de bienes culturales existente en los grandes circuitos de lectura de Occidente.

Se trata, dicho llanamente, de la inevitable difusión por contacto, y es uno de los resultados positivos que, manejado con inteligencia, puede traer a la nación esta circunstancia (la comunidad italiana puede enseñarnos mucho en este sentido). Si bien el tema amerita una pesquisa atenta, valga mencionar la presencia —hasta entonces inédita— de la literatura venezolana en Panamá, donde se han publicado antologías de escritores radicados allá tales como Resonancias: cuentos breves de Panamá y Venezuela (2016) y Evidencias: seis cuentistas venezolanos residentes en Panamá (2019).

Con todo, no debe otorgársele al éxodo intelectual la autoría total de este fenómeno, toda vez que hay una labor tesonera latente desde principios del año 2000, del cual vale la pena destacar el año 2006, cuando Alberto Barrera Tyzska ganó el Premio Herralde de Novela con La enfermedad. Además, esto se mantiene de manera sostenida hoy en día, como se desprende de la victoria de Amarú Vanegas en Argentina en el certamen del Premio Internacional de Literatura Alfonsina Storni 2019 por su poemario Añil.

Tercer aspecto. El sucesivo desmantelamiento institucional, objetivo inserto dentro del proyecto reaccionario impulsado por el chavismo, estimuló el costado cívico de ciertos escritores, manifiesto no pocas veces en la creación de textos o discursos estéticos que simbólicamente se oponen al metarrelato impuesto desde las instancias de poder pretorianas.

El punto relevante de esta manifestación radica en la conservación de la tesitura artística de las publicaciones, las cuales mantienen un equilibrio con el componente social por vía de la sugerencia. Esto es una expresión usualmente perceptible para el sector letrado adiestrado en los códigos del sistema literario, así como aquellos inmersos en el contexto que potencia y dirige su escritura.

Cuarto aspecto. Si bien el ensayo mantuvo todas las modalidades que desde su nacimiento se ha ganado a pulso, durante este periodo fue característico su empleo como herramienta para conjurar la deliberada desorientación de la consciencia histórica a la cual se vio sometida la ciudadanía.

La procedencia de este ataque es variada, aunque vale la pena mencionar dos. Por una parte, se encuentra la constante tergiversación del pasado realizada por Chávez en sus inabarcables alocuciones y que podría sintetizarse en una de sus frases empleadas durante la campaña presidencial del año 1998: “Escribo en el siglo XX, el siglo perdido de Venezuela”. Dicha tesis tendrá amplia resonancia comunicacional debido a la hegemonía obtenida a partir de sanciones y expropiaciones a los medios alternativos.

Por otra parte, se encuentra una política de la memoria diseñada tanto desde centros de historia afines a la ideología del militarismo (tales como el Centro Nacional de la Historia), como del ministerio educativo (los libros de la Colección Bicentenaria de historia de Venezuela), la cual aspira a inculcar en la población lo propagado de forma asistemática por el fallecido teniente coronel.

En ese sentido, las ediciones privilegiaron el género histórico y periodístico, en un intento de la población por comprender el sentido de un pasado cada vez más politizado, así como de un presente cada vez más crítico y complejo.

Quinto aspecto. El progresivo ejercicio de la violencia política durante este periodo estimuló el retorno del discurso testimonial, cuyas formas expresivas son mucho más ricas y eficaces que las de su antecesora de los años sesenta y setenta. Esto es perceptible tanto por la variedad de formatos que adquiere la denuncia de este tipo de textos como por la inmediatez con que llega a la sociedad, gracias en parte a la presencia de las telecomunicaciones.

Estas características son comunes en una tiranía a la cual, debido a su ubicación en un continente poblado de estados libres, le resulta imposible frenar la totalidad de los enunciados que lo deslegitiman como portador de un proyecto político luminoso y lo acusan de instaurar en cambio un régimen de fuerza.

En este sentido, el marcado “carácter de urgencia” del género se ve potenciado por la prontitud con que llega a un mundo globalizado, lo que le da menos oportunidad a los victimarios de obtener, como denunció José Rafael Pocaterra alguna vez en sus Memorias de un venezolano de la decadencia (1936),  “una absolución histórica a fuerza de olvido”.

Ello explicaría la casi ausencia total de la modalidad narrativa de corte literario en favor de otras más “formales”, “masivas” o “ligeras” como la entrevista, el video o las publicaciones en redes sociales. Hay, sin embargo, exponentes visibles, aunque más cercanos al modelo propuesto por Miguel Barnet en Biografía de un cimarrón (1966) donde, se sabe, el relato es producto de un investigador creativo y el testigo solo funge como mero informante. Algunas referencias en este sentido pueden hallarse en Testimonios de la represión (2015) de Carlos Javier Arencibia y S cualquiera (2014), de Carlos Sandoval.

Estimo, a pesar de todo, que solo hemos percibido una pequeña parte de esta producción, y no creo equivocarme si pronostico que, una vez caída la dictadura chavista, estaremos ante un boom de testimonios desde el cual se denunciarán todos los ángulos político-sociales donde estuvo a cargo la faceta más oscura del poder. Será en algunos casos una labor patriótica, cuando no de negociación con la justicia, pero en otros tendrá un fin muy humano: la catarsis, exorcizar por cualquier medio lo vivido si, como le ocurrió a Antonio Arráiz (víctima a su vez de la tiranía gomecista), no desean que se les emponzoñe el alma.


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