Cesarismo democrático
Laureano Vallenilla Lanz | Archivo

Por DAVID RUIZ CHATAING

Laureano Vallenilla Lanz y su libro Cesarismo Democrático (1919) son una producción intelectual cimera del positivismo venezolano y latinoamericano. En 2019 se conmemoran 100 años de la publicación de esta obra. Oportunidad que debemos aprovechar para reflexionar sobre el contexto en que se produjo, las influencias que la nutrieron, el impacto que causó en el medio intelectual universal, latinoamericano y nacional. El debate histórico y político que desató. Y su aporte a la comprensión de la historia de los países hispanoamericanos y de Venezuela. Y, finalmente, la presencia de las tesis de Laureano Vallenilla Lanz en el presente.

Cesarismo Democrático. Estudios sobre las Bases Sociológicas de la Constitución  Efectiva de Venezuela vio la luz por primera vez en diciembre de 1919, publicado en los talleres de la Empresa El Cojo, de Caracas. Fungió de prólogo un artículo aparecido en El Nuevo Tiempo,  de Bogotá, en junio de 1919, realizado por el escritor colombiano Antonio Gómez Restrepo. El libró causó un gran revuelo tanto en el país como en el exterior. Verá una segunda edición  en vida del autor en 1929, esta vez lo publicó la caraqueña Tipografía Universal. La tercera edición venezolana, de 1952, la patrocinó la Tipografía Garrido. Al prólogo de Restrepo se le agregará otro del historiador  y profesor del Instituto Pedagógico Nacional, Virgilio Tosta. En 1961, la Tipografía Garrido realizará una cuarta edición. Idéntica a la tercera. En 1983, el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Santa María publicará la quinta edición en castellano de Cesarismo Democrático en el marco de la edición de las Obras Completas del autor. La publicación estuvo al cuidado de los historiadores Federico Brito Figueroa y Nikita Harwich Vallenilla. La mejor de todas, indudablemente. Y de donde hemos extraído información valiosa. El Bloque de Armas también lo editó en los ochenta (1984), así como las grandes editoriales del Estado, Biblioteca Ayacucho, en 1991, con prólogo de Nikita Harwich Vallenilla, y Monte Ávila Editores, en 1994, con proemio del historiador Manuel Caballero.  Con una presentación del escritor y periodista Jesús Sanoja Hernández, respaldada por el sello editorial Libros El Nacional, una más en 1999. El sello caraqueño EDUVEN, este mismo 1999, también lo tendrá en el catálogo de sus publicaciones. En fin, diez ediciones venezolanas. En 1925 se publicó una edición francesa. En 1934, otra italiana. Y dos en lenguas extranjeras.

Para complacencia del autor, con su obra no ha existido indiferencia. Se le ha divulgado y leído, se le ha respaldado o se le ha combatido. No es fácil obviar una obra bien escrita, firmemente sustentada en sus parámetros cientificistas y de poderosa repercusión nacional e internacional.

El sociólogo, historiador y periodista Laureano Vallenilla Lanz nació en la Barcelona de Venezuela, el 11 de octubre de 1870. Sus ilustres ascendientes fueron colonizadores y fundadores del Oriente del país. Protagonistas de la vida económica, política, social y cultural de esas tierras durante el período hispánico, las luchas emancipadoras y en las décadas azarosas de nuestro turbulento siglo XIX. Su primera formación la obtuvo en la escuela de su provincia natal y en la bien surtida biblioteca de su padre, Vallenilla  Cova. En su juventud leyó a Spencer, Darwin, Stuart Mill y Comte. Desde temprana edad se vincula a la prensa caraqueña y a los círculos intelectuales de la capital. Vive en Europa entre 1904 y 1910. Fue nombrado Cónsul de Venezuela en Amsterdam por el gobierno del general Cipriano Castro. Estudia por esos años en París, en La Sorbona y el Colegio de Francia. Entra en contacto con las obras de Charles Langlois, Ernest Renan, Charles Seignobos, Gustavo Le Bon, Hipolito Taine y Celestine Bouglé. En 1907 es designado cónsul en Santander, España. Cuando regresa a Venezuela obtiene un premio con un escrito sobre el 19 de abril de 1810. Conoce al presidente de la República, general Juan Vicente Gómez. En 1910 es designado superintendente de Instrucción Pública. Entre 1913 y 1915 es director del Archivo General de la Nación; es nombrado Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia en 1918; desde 1915 hasta 1931 dirige el principal vocero del gobierno El Nuevo Diario. Ocupó curules parlamentarias en diversas ocasiones. En 1931 es designado ministro Plenipotenciario de Venezuela en Francia. Reside en París hasta su muerte,  el 16 de noviembre de 1936 (1). Luis Beltrán Guerrero lo ubica en la tercera generación de positivistas venezolanos junto con Pedro Manuel Arcaya (1874-1958) y José Ladislao Andara (1876-1922) (2).

La obra escrita fundamental de Laureano Vallenilla Lanz, aparte de folletos de debate político, discursos parlamentarios y de orden en diversas efemérides, consiste en Cesarismo Democrático (1919), Crítica de Sinceridad y Exactitud (1921), La Rehabilitación de Venezuela, campañas políticas de El Nuevo Diario 1915-1926 (1926-1928) y Disgregación e Integración (1930). Vallenilla Lanz legó mucha obra periodística dispersa en prensa y revistas y correspondencia en su archivo privado, que esperan por su publicación (3).

Vallenilla Lanz fue de la convicción según la cual  la sociedad era similar a un organismo biológico. Que se deben estudiar los hechos sociales como cualquier otro fenómeno natural. Con la objetividad y desapasionamiento con la que el bacteriólogo estudia los microbios. Que explican las causas  de los hechos sociales, fuerzas colectivas por encima de las individuales y que en todo esto caso nada tiene que ver con ellos la débil voluntad humana. Ese organismo está sometido a condiciones que determinaban las leyes que han de regirlo. No su “constitución de papel” formulada por las  élites ilustradas, sino la que debía establecerse de acuerdo a su rigurosa evolución histórica. Entre estas condiciones se encuentran las características étnicas (en su época se decía la “raza”), el clima, el medio geográfico, la densidad demográfica y las circunstancias del momento. Esos factores condicionantes imponían una conducta, unas prácticas sociales, una idiosincrasia, que se fijaban  con el tiempo mediante la herencia. Una forma de gobierno surgida de esas condiciones específicas solo se modificaría al cambiar los fundamentos de su sustentación. Las sociedades en su evolución pasan de una etapa de solidaridad mecánica (sociedad guerrera, atrasada, bárbara, regida por jefes autocráticos) a la solidaridad orgánica (democracia occidental, civilización) mediante la transformación del tipo étnico con la inmigración blanca europea; capitales y tecnología que aumenten la actividad económica; las carreteras que intensifiquen el tráfico comercial y humano; la educación que forme ciudadanos y hombres útiles a la sociedad y a  sí mismos mediante el trabajo. Solo al darse esa transformación profunda se puede abandonar una etapa y ascender a la superior (4). En este sentido, por cierto, Vallenilla Lanz se muestra ambiguo. En algunas oportunidades, el César Democrático pareciera ser un modelo político universal, incluso aplicable a las avanzadas sociedades europeas. No oculta, por cierto, Vallenilla Lanz sus simpatías por el nazi-fascismo. En otras circunstancias, señala que es una fase que puede durar muchos años. En otros momentos, indica que si se dan los cambios en las condiciones fundamentales que obligan a la existencia de un hombre fuerte, se avanzará hacia la democracia. En el campo específico de la Historia y la Sociología, el carácter científico de lo comprendido o explicado se sustenta en la crítica externa e interna de los documentos consultados y los hechos comprobados los cuales  se quiere conocer (5).

Vallenilla Lanz, mediante un riguroso manejo teórico-metodológico y una ardua revisión documental,  llegó a la conclusión de que la sociedad venezolana, por su composición étnica de indios, hispanos y negros (prevalece en esta mezcla un individualismo anárquico, tendencia a dotarse de jefe autocrático y predominio de elementos disgregativos e igualación sin criterios de selección) requería de gobiernos de fuerza. Observa que durante el período hispánico se estableció un sistema de castas, oligárquico, represivo y excluyente que indujo en los grupos dominados a una lucha por la igualdad. El quebrantamiento de este orden colonial, que era el freno de los odios y la violencia, con las luchas independentistas y las guerras civiles subsiguientes, hacían imperativo para esta sociedad anarquizada un gobernante despótico que mediante el temor impusiera la paz y el orden. La condición básica para la existencia de una sociedad es el sosiego. En consecuencia: “…el derecho y el poder corresponden a  aquel que dispone de la fuerza necesaria para imponerlo y mantenerlo” (6). Ya desde los tiempos de la emancipación surgieron esos personajes que imponían cierto orden a los grupos turbulentos, sobre todo a los impetuosos llaneros. Primero José Tomás Boves, quien los puso a pelear bajo la bandera del rey; luego Páez, quien los condujo por el camino de construir la patria libre. Luego seguirían otros caudillos. Y uno de esos jefes guerreros se sobrepondría al resto y acabaría con las guerras civiles y la anarquía desatadas desde los tiempos de la independencia. Un tirano bueno que establecería el orden, necesario para construir el progreso. Un César Democrático que también sería un Autócrata Civilizador (7). Es decir, que el caudillo fue una necesidad, una fuerza de conservación social (8). Los positivistas venezolanos –Vallenilla Lanz, Arcaya, César Zumeta, Gil Fortoul– adversan el personalismo destructivo cuando prevalecen multitud de caudillos. Por el contrario, exaltan  al caudillo fuerte que se sobrepuso al resto, para así establecer la paz, con su personalismo constructivo (9). Las ideas liberales, republicanas, invocando la alternabilidad o la democracia, lo que hacían era entorpecer la continuidad del hombre fuerte en el poder para destruir la anarquía y cimentar un orden progresista. Y esas ideas supuestamente avanzadas eran el pretexto para continuar las guerras civiles y de partidos. La ley real de los países hispanoamericanos, la constitución efectiva, es la “Ley boliviana”, según la cual quien manda nombra a su sucesor para darle continuidad a su obra. Y evitar el desorden. Los períodos de prosperidad en la mayoría de los países latinoamericanos están vinculados a recias personalidades que los han conducido y que los llevaron de la anarquía a la paz; de la barbarie a la civilización y de la disgregación a la integración social.

La tesis del “gendarme necesario” no surgió de un día para otro en la sociedad venezolana ni en las convicciones de sus grupos ilustrados. Vallenilla Lanz pertenece a una élite social en la cual prevalecían las ideas liberales, democráticas y republicanas. Va a ser la persistencia de las guerras civiles, los caudillos, las dictaduras alternadas con períodos de anarquía que lo conducirán a la “amarga convicción” de la necesidad de establecer en Venezuela una dictadura para cimentar la paz, primera condición de la existencia social. Las sucesivas revoluciones de Joaquín Crespo (1892), el fraude electoral de 1897, los alzamientos del Mocho Hernández, Ramón Guerra, la “Revolución Liberal Restauradora” de Cipriano Castro (1899), las distintas insurrecciones anticastristas, el bloqueo de 1902-1903, la Revolución Libertadora, el sufrimiento de su familia en los avatares de la política, su experiencia con la sociología determinista francesa, lo apartan de las ideas liberales y lo fortalecen en su  ideario cesarista. En El Monitor Liberal,  de Caracas,  en 1899, escribió:

Una sociedad política cuando llega al extremo de que sus hombres solo ejercitan los medios de la violencia, reconoce su incapacidad para gobernarse por la sola virtud de las leyes y no encontrará reposo sino al abrigo del despotismo, y no respetará otros gobiernos que aquellos que lo hieran, y no tendrá más derechos que aquellos que le conceda la voluntad del sable que lo domine (10).

Como lo ha identificado Nikita Harwich Vallenilla, ya habla el lenguaje del Cesarismo Democrático. En el reverso de una proclama  del general Cipriano Castro, del 5 de julio de 1903, conmemorativa de la efemérides patria, Vallenilla Lanz, aherrojado por sospechoso de simpatizar con la revolución matista, reflexiona sobre la inutilidad de las instituciones liberales para regir a Venezuela. Para 1904, como lo señala Elena Plaza, su más autorizado biógrafo, ya Vallenilla Lanz ha abrazado la doctrina positivista de orden y progreso, rechaza la anarquía política y a los partidos políticos, y ha abandonado completamente la doctrina liberal (11). El 15 de agosto de 1908, en carta a su hermano Baltasar denuncia el absoluto fracaso de los ideales jacobinos y reconoce que: “…los anhelos populares solo buscan a un hombre capaz de tiranizarlos para el bien y el progreso” (12). El primero de octubre de 1911,  publicó en la revista El Cojo Ilustrado una primera versión de la tesis del Gendarme Necesario. En 1915 asume la dirección del principal vocero gubernamental El Nuevo Diario. Se mantuvo dirigiendo el periódico hasta 1931. Con posterioridad, escribió sobre esta circunstancia de asumir la dirección de dicho periódico: expuso que era un hombre de una sola pieza. Que sus convicciones científicas, de hombre público, de periodista, de historiador y como ciudadano eran una sola: la inutilidad de las ideas liberales para regir a Venezuela y la necesidad de un “tirano bueno” (13). Igual declaración la había formulado en célebre polémica con el político colombiano Eduardo Santos en 1920, luego de publicado Cesarismo Democrático. De manera que la tesis del gendarme necesario la maduró Vallenilla Lanz, desde por lo menos tres lustros antes de publicarla formalmente. Y al menos una década previa a la toma del poder por parte del general Juan Vicente Gómez.

El esbozo de las ideas de la obra fundamental de Laureano Vallenila Lanz, que a continuación les presentamos, lo realizaremos a partir de la edición del Centro de Investigaciones de la Universidad Santa María, de 1983. Cesarismo Democrático es publicado a finales del año 1919, como ya quedó dicho.  Consta de 8 capítulos. Dejaremos para el final el comentario del capítulo 6 correspondiente al gendarme necesario.

El apartado primero, se intitula “Fue una guerra civil”. Con una abrumadora sustentación documental, Vallenilla Lanz demuestra que la lucha emancipadora, más que una guerra internacional, fue una guerra civil entre venezolanos. Igualmente sustenta la idea según la cual dicho evento bélico fue la invasión de los pueblos llaneros, pastores, nómadas contra las gentes sedentarias, pacíficas y agricultoras del centro-norte de la República. Otra de las hipótesis que demuestra es que fue la guerra emancipadora una profunda revolución social. Los grupos sociales subalternos, doblegados por un excluyente y opresivo sistema de castas dirigido por los blancos criollos, aprovecharon la ruptura del orden colonial para luchar por la igualdad social.

El capítulo 2 “Los iniciadores de la revolución” expone sobre la ineficacia de las ideas de las élites ilustradas, liberales y republicanas para modificar la sociedad venezolana. La sociedad colonial de castas, oligárquica y represiva actuaba en función de los grupos dominantes y dominados. Estos aprovecharon la debacle del orden colonial para arremeter contra los grupos blancos privilegiados. No había en realidad pugna entre principios doctrinarios, sino choque de odios y pasiones. Vallenilla Lanz llama la atención sobre los procesos de continuidad prevalecientes entre el período colonial y el independentista y republicano.

En el apartado 3°, “Los prejuicios de castas”, estudia la composición étnica y social de la sociedad venezolana durante el período colonial. Los españoles que no son en absoluto una raza pura, sino profundamente mestizada con judíos y moros, establecieron en Venezuela esos repugnantes prejuicios de castas y minuciosas pesquisas en torno a una supuesta limpieza de sangre. La realidad era la inexistente pureza racial, el carácter de  grupo opresor de los mantuanos que pretendía preservar sus privilegios y el odio soterrado entre esa minoría blanca y los grupos subalternos.

El capítulo 4 intitulado “La insurrección popular”  sustenta que las ideas jacobinas y utópicas enarboladas por la minoría blanca dirigente solo condujeron al quebrantamiento del orden colonial. Con esta debacle se desataron los odios de los mestizos, los negros, y los canarios contra la oligarquía criolla. Por cierto del bandidaje, de la anarquía de la guerra, surgieron las primeras manifestaciones caudillistas como única forma de generar orden y control social.

En la sección 5, “Psicología de la masa popular”, Vallenilla Lanz continúa desarrollando su argumentación sobre las características de la sociedad venezolana del período hispánico e independentista. Nuestros pueblos mestizos, razona, en especial los llaneros, lucharon al lado de los realistas bajo las órdenes de Boves, y luego pelearon enarbolando el estandarte republicano, dirigidos por Páez, no por principios doctrinarios, sino para hacer a lo que estaban habituados: robar, saquear, asesinar. Cuando Bolívar o Páez trataron de disciplinarlos se alzaron contra ellos y se asociaron con jefes que invocando cualquier causa los dejaran seguir su vida de bandoleros con plena impunidad.

En el capítulo 7, “Los principios constitucionales del Libertador. La ley boliviana”, desarrolla la idea de que las verdaderas constituciones no son las que copian fórmulas abstractas. Las constituciones efectivas son las que responden a las realidades de los pueblos para los cuales se legisla. Esta doctrina constitucional de Simón Bolívar guía la investigación de Laureano Vallenilla Lanz. En Hispanoamérica impera en la práctica la ley boliviana, según la cual quien gobierna designa su sucesor. Con ello evita la anarquía y le da continuidad a su gestión. La apelación de los letrados a la alternabilidad conduce a la anarquía. El hombre fuerte,  de agudo instinto político, establece el orden, vence la anarquía e implementa acciones que conducen al progreso. Los partidos políticos estimulan el espíritu disgregativo de la raza, el desorden. Aminorar su nefasta influencia es tarea del jefe que establece la paz y da continuidad a una gestión progresista. El federalismo ha sido otra idea que aplicada entre los hispanoamericanos ha fomentado el espíritu parroquial, disgregativo. Las sociedades industriales requieren de descentralización. Las comunidades guerreras necesitan un gobierno fuerte y centralizado.

El capítulo 8, “Los partidos históricos”, lo usa Vallenilla Lanz para continuar su refutación del prejuicio según el cual las ideas revolucionarias fueron las que conmocionaron  a la sociedad venezolana. Esta se venía agitando desde la época colonial por la lucha de los grupos oprimidos contra el sistema de castas y oligárquico de la minoría blanca criolla. La revolución la comenzaron los mantuanos con sus manos enguantadas y la completó el rudo caudillo llanero José Antonio Páez.

El capítulo 6, “El Gendarme necesario”, que da nombre a la obra, es el eje del volumen. Todos los textos anteriores apuntalan, el más bien breve apartado dedicado al gendarme necesario.  En pocas palabras Vallenilla Lanz demuestra que en sociedades donde impera la violencia se requiere un jefe quien mediante el temor imponga el orden y la paz. Los caudillos (Páez, Monagas) mantienen, gracias a su prestigio y al uso de la fuerza, controladas a las masas semibárbaras prestas solo al saqueo y el asesinato. En la Venezuela de principios del siglo XX impera la fuerza, no las leyes ni las instituciones. La invocación a doctrinas abstractas, importadas, entorpece la misión del hombre fuerte de mantener el orden. El país, luego de la emancipación, se vio asediado por la miseria, el atraso, por los soldados licenciados de los ejércitos que se convirtieron en bandoleros, a los que se sumaron los esclavos libertados como factor de inestabilidad y agitación. A las heroicas guerras  de emancipación, siguieron las fratricidas guerras civiles. En ese contexto el caudillismo fue un factor de orden, de integración social. Dominó, no quien fue elegido, sino quien pudo imponerse por la fuerza.

Son muchos los elogios y las críticas formuladas a las tesis sustentadas por Laureano Vallenilla Lanz. Entre sus compatriotas que saludan la publicación del libro se encuentran Lisandro Alvarado, Rubén González y Juvenal Anzola. El gran escritor español Miguel de Unamuno, en carta enviada desde Salamanca, el 29 de julio de 1920,  exalta los valores, los logros del libro. Diez años después, otro importante escritor hispano, Ramiro de Maeztu, escribe, el 3 de febrero de 1930, que va a ser difícil impugnar la tesis de Vallenilla Lanz según la cual: “…el caudillismo o cesarismo democrático expresa una constitución efectiva” de muchos pueblos hispanoamericanos (14). El profesor norteamericano Guillermo A. Sherwell le comunica a Vallenilla Lanz, desde Washington, el 15 de octubre de 1920 que Cesarismo Democrático: “… Es la mejor pintura que conozco del alma social de  la América Hispana…” (15). Pero habrá quien haga señalamientos muy severos contra Vallenilla Lanz y su obra. Eduardo Santos, director de El Tiempo, de Bogotá, el 28 y el 31 de diciembre de 1920, enfiló sus dardos críticos contra el defensor del gomecismo. En el escrito de la primera fecha denuncia que Vallenilla Lanz embellece con su filosofía, con su teoría del gendarme necesario la realidad brutal del despotismo. Santos es firme en la convicción según la cual nuestros pueblos no necesitan  “tiranos buenos” sino paz, libertad, derecho, unirse contra los peligros de una nueva dominación internacional. Además, reprocha que el orden sustentado en la represión es frágil, y puede resquebrajarse en cualquier momento. En su segundo escrito observa que ni en la historia, ni en la sociología, se pueden acuñar absolutos como esos según los cuales el medio geográfico y la composición étnica determinan el predominio de un jefe único en Venezuela . El gran error del historiador barcelonés es elevar a teoría filosófica y sociológica la desgracia de su pueblo de padecer una terrible dictadura. Vallenilla Lanz yerra cuando hace de la necesidad virtud. Igualmente, el escritor uruguayo M. Falcao Espalter, en La Prensa de Buenos Aires,  de julio de 1925, le reprocha a Vallenilla Lanz su justificación  de la aplicación de largas y crueles dictaduras a los pueblos hispanoamericanos. Se pregunta Espalter, ¿no es mejor experimentar con el sistema democrático para aclimatar entre nosotros la libertad? Vallenilla Lanz responderá a estos y a otros cuestionamientos con dureza mediante textos que completan su polémico Cesarismo Democrático. Al discutido autor le sobraba en Venezuela espacios en los cuales refutar a sus críticos. No se puede decir lo mismo de quienes lo cuestionaban. La recia dictadura gomecista solo aceptaba elogios, defensas y aplausos. El estudiante antigomecista en el exilio colombiano, Rómulo Betancourt, en artículo publicado en la prensa del vecino país el 19 de noviembre de 1928, arremete con dureza contra Vallenilla Lanz. Lo acusa  de venderse al sátrapa, de practicar una doctrina ya anticuada y de conocer poco la obra de Darwin y de Spencer (16). A la luz de los estudios de Elena Plaza y Arturo Sosa, entre otros, no se puede acusar a Vallenilla Lanz de desconocimiento del positivismo: leía en varios idiomas y conocía en profundidad la obra de la mayoría de los grandes científicos sociales de Europa, sobre todo, los sociólogos franceses. Digamos que Betancourt más que refutar en la teoría a Vallenilla Lanz, lo derrotó en la praxis histórica: el guatireño fundó un partido político moderno de masas; y ejerció la Presidencia de la República en dos oportunidades y coadyuvó a construir ciudadanía, a fundar la democracia. El pueblo fue objeto y sujeto del cambio histórico que construyó la Venezuela Moderna.

Desde la filas de otro determinismo, el marxismo-leninismo,  Carlos Irazábal en Hacia la democracia, publicado en 1939, señala que el predominio del despotismo en América Latina, obedece al sistema feudal que ha predominado y a la explotación y al atraso en que la oligarquía terrateniente, aliada con el imperialismo,  tiene a la población campesina (17). Manuel Caballero, en 1966, le crítica a Laureano Vallenila Lanz que no cumple su programa historiográfico. Su exaltación de Simón Bolívar y del general Juan Vicente Gómez, lo colocan como un romántico, como un historiador sin objetividad, y hasta como un exaltado propagandista del gomecismo (18). En 1983, Arturo Sosa Abascal plantea que las tesis cesaristas tienen un componente ideológico y otro teórico: por un lado justifican, defienden,  a la dictadura gomecista; por otro, con el bagaje metodológico del positivismo, se ahonda en la comprensión histórica de Venezuela. En última instancia, dichos planteamientos los formularon las élites políticas europeizantes que son parte de los grupos terratenientes dominantes beneficiarias del régimen dictatorial. En esta óptica el pueblo es sujeto pasivo del progreso (19). En 1994, Manuel Caballero le reclama a Vallenilla Lanz ese profundo desprecio que demuestra por el pueblo en donde parecieran aflorar sus prejuicios de aristócrata (20). Elena Plaza se pregunta sobre el hecho de no reconocer el autor cesarista la especificidad de los hechos humanos respecto de los naturales. La teoría, el método, la metodología para estudiar la realidad, depende del objeto a ser investigado.  Y a la luz de la experiencia histórica humana no se puede obviar el papel de las ideas, de la voluntad creadora de los hombres, de la libertad, para retardar, mantener o acelerar cambios en la realidad. Este planteamiento ya lo habían hecho, a partir de 1936, Arturo Uslar Pietri y Mariano Picón Salas. Y lo retoma en 1999 Nikita Harwich Vallenilla, como crítica de fondo, al pensamiento de Vallenilla Lanz: “…el reduccionismo sociologizante del positivismo venezolano no le permitió valorar debidamente la fuerza que tiene la ideología como elemento motor de la sociedad” (21).

Sobre la trascendencia hacia el presente de las tesis valleninianas se puede decir que en la cultura política latinoamericana pesan mucho el carisma, los jefes mesiánicos, la  concepción paternalista del poder, las prácticas populistas que subestiman al pueblo, así como la tesis de la relación caudillo-masa de Ceresole que están emparentadas, indudablemente, con las tesis de Cesarismo Democrático (22).

Con respecto específicamente a los textos que comprenden la  compilación, diremos que incluimos las opiniones de Lisandro Alvarado, por la importancia  del autor y por corresponder a un comentario surgido con motivo de la aparición de la edición primera de la obra. Un poco para rescatar el clima del momento de la publicación del libro. Desde la acera del combate político lo comentan y analizan el dirigente  político liberal colombiano Eduardo Santos, el militante de la izquierda criolla Rómulo Betancourt, los marxistas Carlos Irazábal y Federico Brito Figueroa, el filósofo anarquista argentino Ángel J. Cappelletti y una larga lista de notables intelectuales, historiadores y académicos venezolanos: Diego Carbonell, Manuel Caballero, Alicia de Nuño, Arturo Sosa Abascal,  Ramón J. Velásquez, Manuel Rodríguez Campos, Elías Pino Iturrieta, Nikita Harwich Vallenilla, Elena Plaza, Simón Alberto Consalvi, Elsa Cardozo, Diego Bautista Urbaneja y Alfredo Rodríguez.

Esperamos,  con esta antología, contribuir al necesario debate que hay que continuar en torno a la obra de Laureano Vallenilla Lanz Cesarismo democrático con motivo del primer centenario de su publicación. Escrito de trascendencia historiográfica y política que aún hoy tiene defensores y detractores acérrimos.


1. Elías Pino Iturrieta. “Vallenilla Lanz, Laureano” en: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: Fundación Polar, 1997, vol. 4, pp. 191-192.

2. Luis Beltrán Guerrero. Introducción al positivismo venezolano. Caracas: Ministerio de Educación, 1956, p. 15.

3. Ángel Raúl Villasana. “Vallenilla Lanz, Laureano” en: Ensayo de un repertorio bibliográfico venezolano (Años 1808-1950). Caracas: Banco Central de Venezuela, 1979, Tomo VI,pp.523-529.

4. Diego Bautista Urbaneja. “El paso de las visiones” en: Venezuela: República Democrática. Caracas:: Asociación Civil Grupo Roraima, 2011, p. 24.

5. Jesús Sanoja Hernández “Introducción” en: Cesarismo Demcrático. Estudios sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela. Caracas: Los Libros de  El Nacional, 1999, p.

6. Laureano Vallenilla Lanz. Disgregación e Integración. Madrid:  Instituto de Estudios Políticos, 1962,  p. 65.

7. Miguel Ángel Burelli Rivas. “La teoría de la autocracia o del gendarme necesario como intento de construcción de la unidad política y social” en: Mundo Nuevo. Caracas, julio-diciembre de 1984, números 25-26, pp. 7-16.

8. Virgilio Tosta. “Prólogo de la tercera edición venezolana” en: Obras Completas. Cesarismo Democrático, de Laureano Vallenilla Lanz. Caracas: Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Santa María, 1983, T. I, p. LXXIV.

9. Elías Pino Iturrieta. “Introducción” en: Positivismo y Gomecismo. Caracas.  Universidad Central de Venezuela, Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Ediciones de la Facultad de Humanidades y Educación,1978, p. 61.

10. Elsa Cardozo. Laureano Vallenilla Lanz. Caracas: El Nacional; Banco del Caribe, 2007, pp. 23-24.

11. Elena Plaza. Biografía de  Laureano Vallenilla Lanz (Historia para todos; número 21). Caracas:  Historiadores Sociedad Civil, 1996, p. 6.

12. Elsa Cardozo. Ob. Cit. , p. 43.

13. Elena Plaza. Ob. Cit., p. 16.

14. Laureano Vallenilla Lanz Obras Completas. Cesarismo Democrático. Caracas: Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad Santa María, 1983, t. I, p. 278.

15. Laureano Vallenilla Lanz. Ob. Cit., p. 253.

16. Rómulo Betancourt. Antología Política. Caracas: Fundación Rómulo Betancourt, 1990, vol. 1, pp. 87-89.

17. Carlos Irazábal. Hacia la Democracia ( Contribución al estudio de la historia económico-político-social de Venezuela). Caracas: Editorial Ateneo de Caracas, 1979, pp. 153-160.

18. Manuel Caballero. “El héroe” en: Germàn Carrera Damas, Carlos Salazar, Manuel Caballero. El concepto de Historia en Laureano Vallenilla Lanz. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Facultad de Humanidades y Educaciòn, Escuela de Historia,  1966, pp. 85-91.

19. Arturo Sosa Abascal. Los pensadores positivistas y el gomecismo. Caracas: Congreso de la República, Ediciones del Bicentenario del natalicio del Libertador Simón Bolívar, 1983, Tomo II, vol. 1, número 6, pp. XXXVIII-XL.

20. Manuel Caballero. “Prólogo” en: Cesarismo Democrático. Estudios sobre las bases sociológicas de la Constitución efectiva de Venezuela.  Caracas: Monte Ávila Editores, 1990, pp. 7-12.

21. Nikita Harwich Vallenilla. “Prólogo” en: Cesarismo democrático y otros textos.  Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1999, p. XXXIV.

22. Jesús Sanoja Hernández Ob. Cit., p. 7.

*El texto anterior es el pròlogo del libro “A los 100 años del libro Cesarismo Democrático, de Laureano Vallenilla Lanz: entre el debate político y la crítica historiográfica, 1919-2019”, publicado por la Universidad Metropolitana.


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