Poética

No íbamos a incursionar en el sitio que ocupa el rayo con brazos de roble: su furia despejaría nuestra pobre cabeza, llena de vino y vanas ilusiones. Usted es quien me dirige la palabra, señor que dispone en fila las luces de bengala (repito su eco, trago su anhelo y su espina); usted es quien mancha el papel sobre la mesa, mientras la cacería verdadera ocurre donde no hay límites, quizás en esta grieta visceral al filo de la hermosa fabla y el lustre lejano.

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Oh el traspiés

Oh el traspiés, el hueco de nuestra sombra, y ninguna lágrima redonda. Oh muy tunante que olvidas, muy parlanchín, callas ante los verdaderos misterios. Apuras el sabor de lejanos mediodías. Pero el tiempo se pegó a tus botas, la nieve que quieres arrojar por las ventanillas del tren. El tiempo que es un tambor en el vestíbulo de los desconsolados. Oh aquel susurro en el viento mudo de la hora febril.

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Poema

De esta suavísima, tierna, relampagueante palabra

hay un oscuro susurro,

ella vuela sin cascos como la perdiz

o se recoge en el hueco de

tu mano;

hasta que no la halles

continuarás en el reflejo, en la mitad

en lo entrevisto;

o revolverás tus legajos,

lleno de atribulado silencio,

mientras no sabes si

apagas o no tu endecha fuera de

tono

o calientas con el borde

luminoso de tu mejilla una campana.

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Yo no seré

Yo no seré explícito o enigmático o tú no serás la rosa

en fuga o la piedra dura qué locura

del hoy de mi ayer que en mi mañana a menudo hora tras

hora o sea esta noche

se apagan los miembros del diamante en los ojos de mi

amante

topo una gruta impenetrable

abro mi abecedario ovillo para que en mi ademán se

se filtre la luz

y cual nos viéramos mi dama y yo yendo de paseo

buzos reclusos qué ebriedad qué risa

y la arena frágil del corazón

la redonda manzana en el agua de nuestros labios.

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Profundamente

Profundamente los muertos tienen sueño, pero ¿qué hacer? Luego se halla con ellos el ídolo del vaho y el humus, el lento y fortuito reptar en medio del follaje trémulo o el miedo que los consume como mariposas blancas o rojas detrás de una lámpara. Si quieren pronunciar nuestros nombres, la noche cerrada les impone muros altísimos de ardorosa ley. A veces agitan sin embargo una máscara que ruega y aúlla en la penumbra sobre nuestro perfil y tallan por el pozo de la roca, brechas en línea recta con ases de oros, rumbo a atribulados, fríos arcanos.

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Ofrenda

Esto debía ser ejecutado de manera rápida. Pero, ¿este

corazón de quién es, quién mueve atrozmente sus

once susurros y sílabas,

quién lo quiere?

¿Por qué van a degollar dicho buey,

por qué liman mientras tanto el lenguaje

inocente y peligroso

y viene por esa delgada raya y no otra a aullar

el corazón entre el día y la noche como estrella

de piel lo mismo que nosotros?

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*Los poemas de Juan Sánchez Peláez (1922-2003) aquí seleccionados, pertenecientes al libro Rasgos comunes, forman parte de la Antología poética publicada por Visor Libros y la Fundación para la Cultura Urbana. En la misma se incluyen poemas de Elena y los elementos (1951), Animal de costumbre (1959), Filiación oscura (1966), Lo huidizo y permanente (1969), Rasgos comunes (1975), Por cuál causa o nostalgia (1981), Aire sobre el aire (1989) y Últimos poemas (2002).


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