SARAH VAUGHAN (1924-1990) | WIKIPEDIA

Por FEDERICO PACANINS

1.

Fort Lauderdale, Florida, U.S.A. Vacaciones de comienzos de los años ochenta del pasado siglo. Estoy con mi novia en la mesa más alejada del escenario del Bubba’s, reputado club nocturno de jazz, explicándole que veremos a la mejor cantante imaginable. De pronto, alguien me toca el hombro; una voz femenina profunda como un túnel me dice: “Hey, big boy, just a zip of your drink is what I need right now”. Sin más, la mujer de la voz toma de mi trago y apaga su cigarrillo en el cenicero de la mesa: “Thanks, big boy”, y va directo al escenario mientras el público la reconoce con aplausos de bienvenida. Los ojos de mi novia interrogan asombrados. “Esa es una gran cantante de esta noche y también de este siglo”, le comento. “Sassy” también le dicen por atrevida, irreverente y picante”.

Su trío de piano, bajo y batería activa la bienvenida y la  acompaña en su interpretación de standars de jazz reconocidos como parte de su repertorio: Misty, Tenderly, Poor butterfly, Summertime. Una fan catira desde la mesa más cercana al escenario canta con la Vaughan las canciones que va interpretando. En uno de los interludios entre canción y canción, la Vaughan la invita al escenario, le cede el micrófono y baja a la mesa de la muchacha para aplaudirle una interpretación aceptable de algo de su repertorio. El público acompaña el aplauso de cortesía, pero la aficionada entiende mal el gesto y no se le ocurre otra cosa que pedirle al pianista director del trío un bis: Teach me tonight. El director, al ver que la Vaughan sigue en el público, la complace:

Did you say I’ve got a lot to learn?

Well, don’t think, I’m trying’ not to learn

Since this is the perfect spot to learn

Oh, teach me tonight…

La Vaughan escucha y observa a la aficionada;  justo cuando ella va a comenzar la segunda estrofa, se levanta de la silla y desde el público, sin micrófono, truena su voz…

Let’s start with the A B C of it

Roll right down to the X Y Z of it

Help me solve the mystery of it

Teach me tonight…

La fan impresionada, estática, no se atreve sino a callar.  Ve como Sassy sube al escenario cantando, toma el micrófono y la despide con un gesto agridulce. El público responde con un atronador aplauso. “The divine one, también la llaman”, le digo a mi novia mientras la aplaudimos desde la mesa más alejada del escenario.

2.

Unos diez años antes de la memorable noche en el Bubba’s, aparece la Caracas de los años setenta. Una ciudad llena de sabrosos requiebres, totalmente abierta a combinar nuestra esencial afición por el béisbol con el gusto por el jazz, entonces enfocado en un prometedor anuncio de prensa: la Divina Sarah se presenta en el Teatro Municipal. Varios conciertos están pautados para el fin de semana que comienza el viernes 20 de octubre, día también apuntado al gusto deportivo que nos lleva a la transmisión televisiva del béisbol de las Grandes Ligas y su Serie Mundial: Atléticos de Oakland enfrentados a los Rojos de Cincinnati.

En horas de la tarde de aquel viernes, la Vaughan recibe a dos periodistas del diario Meridiano en su habitación del Hotel Tamanaco, donde la televisión ofrece el quinto juego de la Serie Mundial: los Rojos, con David Concepción en el short stop, y los Atléticos con Gonzalo Márquez en el rol de bateador emergente estrella.

Al igual que para uno mismo, pues lo del béisbol con el jazz no resulta una afinidad extraña para Sassy. Tan natural es como la misma magnitud de su tesitura —mezzosoprano, contralto o soprano, según se requiera—, combinada con su prodigiosa afinación, la rítmica o la imaginación al momento de improvisar un muy personal Scat singing  (canto de improvisación jazz sin palabras). Tampoco resulta extravagante que sus gustos la lleven a ser una furibunda aficionada al fútbol americano, o al béisbol de Grandes Ligas que sigue por televisión, apenas a pocas horas de su concierto de estreno en Caracas. “Mucho me gusta la música brasileña”, le confiesa a los periodistas presentes en la entrevista, mientras el venezolano Gonzalo Márquez atrapa su atención al  hacer sonar su bate para dar un hit como emergente.

Aquel viernes 20 de octubre de 1972, la Vaughan ofrece su voz en el Teatro Municipal de Caracas, acompañada por un trío de sazonados jazzistas conformado por Carlton Schroeder en el piano. Robert Magnusso al contrabajo y Jimmy Cobb en la batería.  Oírla en su mejor momento es un absoluto privilegio para los caraqueños que resuelven asistir al teatro más importante de la ciudad; privilegio que, por cierto, algunos debemos declinar por obligaciones universitarias o laborales, aunque algo nos consolemos con el reporte del concierto que Jacques Braunstein hará en su transmisión radiofónica dominical del Idioma del Jazz, justo después del séptimo juego de la Serie Mundial…

Pero la vida, en materia de aficiones profundas, afortunadamente da segundas y hasta terceras oportunidades.

3.

París, 2 de noviembre de 1985. Un concierto lleva a París a la Divina Sarah. El  Théatre Du Châtelet da escenario a una sala llena de aficionados ansiosos por atestiguar el canto indispensable de una grande del jazz. Bob Maize en el contrabajo, Harold Jones en la batería y Frank Collett al piano dan base musical al repertorio de standars pautado.

Más de sesenta años cumplidos tiene la Divina, nacida en Newark, New Jersey, el 27 de marzo de 1924. Lejanos están los días de su estreno como cantante favorita de Charlie Parker, Dizzy Gillespie y de todos los beboppers de los años cuarenta y cincuenta; también ya resultan históricas sus grabaciones a dúo con el baladista negro Billy Eckstine, de sus presentaciones en trío en el Mister Kelly’s de Chicago o en el Show de Ed Sullivan de la televisión norteamericana. Cientos de discos sostienen su prestigio de virtuosa al nivel mismo de Ella Fitzgerald.

Aunque el registro de su voz ha cambiado de mezzosoprano a contralto, todavía para 1985 ofrece una voz extraordinaria. Intacto sigue el fraseo impecable que lejos de limitar la melodía siempre habrá de expandirla, llevándola a límites ni siquiera imaginados por los mejores o peores sueños de su compositor. Como en todas sus actuaciones, lista está para ofrecer su voz como el mejor instrumento musical imaginable: será trompeta, violín, saxofón, cantará con y sin palabras, agudo y grave, contralto o mezzosoprano, hasta soprano, si así lo prefiere; de alguna  sorprendente manera hará sentir con su canto un instrumento de naturaleza bendita. Y así sucede para fortuna de quienes estamos en la sala.

En cierto modo escuchar Summertime en una voz negra y sublime es invocar el tema que da raíces al género jazzístico. Igual  sucede con algunas baladas clásicas del género —Misty, Tenderly o If you coul see me now— que  consiguen balance rítmico con el indispensable jugueteo del scat singing  de Sassy’s blues o de un Scat Chase enérgico, de libre improvisación para los músicos del trío y su instrumento estrella: la propia cantante a quien acompañan. Casi al concluir la presentación, convierte al tema Send in the Clowns en un instrumento interpretativo presto a transmitir toda la fuerza dramática del mejor teatro musical de Broadway.

El final del concierto va acompañado de una atronadora y rítmica salva de aplausos. Un bis, dos bises, tres bises, otros diez minutos de aplausos de aficionados parisinos y no parisinos, que de pie que adoramos a quien esa noche ha dado todo lo que puede dar. Las luces de la sala invitan a salir, pero no hay forma de apagar los ánimos, así la estrella haya dicho adiós.

Ante tanta insistencia y energía del público, por fin aparece de nuevo Sassy, ahora vistiendo una informal batola propia de quien ya va de salida a su hotel. Hace una reverencia, pide silencio con su gesto y se sienta al piano. Bajan las luces y con una emotiva balada de íntima factura, pues al fin nos dice goodbye and farewell. The show is really over. 

Así, con la imagen de su virtuoso canto desde el piano del Théatre Du Châtelet  de París, terminamos de atesorar parte del legado de una artista hoy día memorable y centenaria.


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