REYNALDO HAHN, ARCHIVO

Por DIANA ARISMENDI

Venezuela y Francia tienen una fecha en común que celebrar este 2024: los 150 años del nacimiento del compositor Reynaldo Hahn, nacido en Caracas el 9 de agosto de 1874.  Instalado en París desde su niñez, Hahn desarrolló una carrera notable y exitosa en el mundo de la música: compositor, pianista, cantante, director de orquesta, crítico musical, escritor. Un artista sobresaliente en su época, una figura que tiene hoy su lugar en la historia de la música francesa. En nuestro país el compositor sigue siendo relativamente un desconocido, cada generación se ha preguntado por qué sin poder remediarlo definitivamente, pero quienes lo conocemos pensamos que tiene un puesto en nuestra historia y que, por tanto, debemos celebrarlo.

Hahn nace en una familia pudiente y cultivada, con una profusa mezcla de sangre: su madre, María Elena Echenagucia Ellis (1831 – 1912), venezolana de ascendencia vasca y holandesa nacida en Curazao en una familia burguesa y muy católica, y su padre, Carl Hahn Dellevie (1820 – 1897), alemán, nacido en Hamburgo en un clan de comerciantes de origen judío. Hahn padre se afinca en Venezuela en 1849, a los 29 años, donde multiplicaría fortuna y descendencia. Reynaldo fue el menor de los trece hijos procreados por María Elena y Carl en el lapso de veinte años, de los que sobrevivirían diez. “Nano” como era llamado en el ámbito familiar, recibe en sus años tempranos en Caracas una educación cuidada, rodeado de la naturaleza que su padre amaba y cultivaba tanto como su afición a las artes, que marcaría su vida entera: arte, poesía y música.

En 1877, al finalizar el primer gobierno de Guzmán Blanco, con quien Carl Hahn había establecido una estrecha relación, la familia decide dejar el país por razones políticas y económicas, parten así a Europa, eligiendo por destino Francia y no la Alemania natal del padre. Los Hahn van viajando progresivamente, primero los hermanos mayores que se establecen en ciudades y negocios diversos, las hermanas, algunas ya casadas, hasta que en 1878 viajan los padres y el pequeño Reynaldo, permaneciendo brevemente en Marsella, pasando luego a París, donde se instalan en abril de 1979 —6 de la rue du Cirque, en el distrito 8—, el futuro compositor tenía solo cuatro años. Empieza entonces la vida parisina del muy joven Reynaldo.

Todavía se consiguen referencias biográficas que reseñan “continuos viajes de Reynaldo con su padre a Venezuela” pero —desafortunadamente, no fue así, jamás regresó a su ciudad natal.  Algunos de sus biógrafos sostienen que no tuvo interés en hacerlo, mientras otros afirman que no pudo porque sus ocupaciones no se lo permitían. Puede uno aventurarse a pensar que, quizás debido a los orígenes diversos de su familia, y con los suyos instalados en diversas ciudades europeas fuera fácil encontrarse a gusto en otras tierras y vivir sin nostalgia. Imposible dejar de pensar en Teresa Carreño y establecer comparaciones. La Carreño (Caracas, 1853) provenía de una familia netamente venezolana, en la que abundaban músicos de profesión en generaciones anteriores, además de su padre, Manuel Antonio, su primer profesor de piano, el linaje se remonta a José Cayetano Carreño, su abuelo, y Alejandro Carreño, su bisabuelo, ambos maestros de capilla en la Caracas del siglo XVIII. Teresa sí tuvo la fortuna de regresar a su país en un par de oportunidades y dejar una profunda impresión en la sociedad caraqueña, afianzando en dichas visitas las raíces venezolanas que estarían siempre presentes en su música. El mismo año que Teresa Carreño estaba triunfando en Berlín como solista (1889), Hahn, un joven de 15 años que ya se sentía francés, daba a conocer su composición Rêverie, basada en un texto de Víctor Hugo. Sus primeras canciones las escribió a los 8 años.

Ambos venezolanos fueron niños prodigios, Hahn, un destacado pianista que brillaba desde su niñez, entró al conservatorio de París a los 10 años, donde estudió con Émile Decombes, alumno de Chopin, y en 1887 se convertiría en alumno de composición de Jules Massenet (1842 – 1912), quien fuera su gran maestro, protector y amigo de por vida. Desde muy joven se dedicó en gran medida a la composición desarrollando una obra vasta, de cerca de 150 obras, que abarca diversos géneros musicales: música para piano, canciones —muchas y de gran valor musical y literario—, ópera, opereta, ballet, música de cámara y sinfónica, conciertos, amén de desarrollar una destacada carrera como pianista, director de orquesta y de ópera, crítico musical en el diario Le Figaro, entre otros, y escritor. Profesor de canto en L’Ecole Normale de Musique de Paris, director de producciones operáticas en importantes escenarios en Francia, Austria y Alemania, coronaría su carrera musical como director de la Ópera de París en 1945. Hahn fue además distinguido como oficial y comandante de la Legión de Honor por su desempeño en la Primera Guerra Mundial y como miembro de la Academia de Bellas Artes, ¡vaya currículum! Sin duda una vida plena.

¿Habría sido posible que tanto Reynaldo Hahn como Teresa Carreño hubieran desarrollado sus carreras viviendo en la Venezuela decimonónica?

Haciendo un breve pasaje por los nombres de los compositores venezolanos nacidos más o menos en la misma época que Hahn nos encontramos un grupo de creadores destacados enraizados en la memoria musical del país: desde José Ángel Montero (1832-1881), el compositor de Virginia, la primera ópera venezolana, además de  instrumentista y director; pasando por Federico Vollmer (1834- 1901), músico autodidacta, compositor de música de salón; Salvador Llamozas (1854-1940), periodista y editor, profesor de música, pianista y compositor; Ramón Delgado Palacios (1865-1934), este sí músico a tiempo completo que había realizado estudios en París,  compositores en su mayoría de obras para piano solo, valses y otros géneros de salón. Federico Villena (1835-1889) fue quizá el más importante compositor de su generación, autor de música religiosa, obras sinfónicas y para banda, zarzuela y música para piano.  De una generación posterior destacan Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954), el autor del Alma llanera, compositor de valses y zarzuelas; Augusto Brand (1892-1942), otro hijo de alemán, compositor de himnos y piezas para piano, hasta llegar a Vicente Emilio Sojo (1887-1974), solo una docena de años más que Hahn, quien daría un vuelco a la música y a la composición en Venezuela.

De la rama francesa la lista apunta nombres como: Edouard Lalo (1823-1892), Camille Saint-Saëns (1835-1921), Léo Delibes (1836-1891), Georges Bizet (1838-1875), su maestro Jules Massenet (1842-1912), Gabriel Fauré (1845-1924), Vincent d’Indy (1851-1931), Claude Debussy (1862-1918), Paul Dukas (1865-1935), Erick Satie (1866-1925), Maurice Ravel (1875-1937). Compositores todos dueños de una vasta producción sinfónica, ópera, conciertos solistas, así como música de cámara y para piano solo, nombres que han perdurado no solo en la historia de la música europea, sino que siguen siendo profusamente interpretados en el mundo occidental, gracias en gran parte a acertadas políticas editoriales y a la promoción en un medio cultural que prioriza sus talentos.

Reynaldo Hahn, indudablemente, absorbió la cultura francesa, en su música hay pocos vestigios de sus orígenes latinoamericanos. No fue un compositor pionero en busca de un nuevo idioma, ni “del tiempo perdido”, su estilo musical estaba arraigado en el pasado, no se interesó en seguir las tendencias innovadoras de su época, como sí lo hicieron Debussy y Ravel, sus contemporáneos, identificándose más bien al lirismo de Fauré y de su maestro Massenet, en búsqueda más bien de una voz propia y auténtica, que sin duda halló.

Poco probable resulta pensar que Hahn viviendo en Venezuela hubiera compuesto parte del repertorio que escribió. El compositor se adapta al medio musical en el que vive, y para éste escribe, muchos fueron los salones, salas de concierto, teatros de ópera y ópera cómica donde vieron vida sus obras. Si bien fue poca la música sinfónica que compuso se destacan sus conciertos para piano y para violín que estrenará en grandes escenarios de París, Estrasburgo o Colonia, otras obras han salido a la luz en años recientes y están siendo editadas, tocadas y grabadas en Alemania y en Francia. Una larga lista de hermosa música vocal, canciones que forman parte del repertorio de cantantes líricos del mundo entero, y claro está, su maravillosa música para piano solo, quizás a la que se hubiera limitado su producción de haber permanecido en Venezuela. El compositor para desarrollarse necesita del escenario, de intérpretes y de instituciones musicales que difundan su obra, Hahn no las hubiera hallado en Venezuela, como tampoco las hallaría en la Venezuela del siglo XXI, mezquina siempre con sus compositores.

Su música tuvo la fortuna de ver la luz en París. A su muerte el compositor y director Henri Büsser lo calificó como “el más parisino entre los parisinos”.

En Venezuela cada generación reflexiona sobre el hecho de que Reynaldo Hahn sea prácticamente un desconocido para los venezolanos, melómanos incluso; para otros, conocido solo por una media docena de sus hermosas canciones. Destacan los esfuerzos bibliográficos de autores como Ernesto Estrada Arriens, Mis recuerdos de Reynaldo Hahn: el crepúsculo de la belle époque, publicado en 1974, o el ambicioso libro de Daniel Bendaham Reynaldo Hahn: su vida y su obra publicado por primera vez en 1973, ambos coincidiendo con el centenario del nacimiento del compositor, o unos años más adelante el Reynaldo Hahn caraqueño de Mario Milanca Guzmán, de 1989. Se recuerda con nostalgia la existencia de una sala dedicada a Reynaldo Hahn en el Teatro Teresa Carreño de los primeros años, borrada de la historia en 2005.  Y a nivel de difusión de su música cabe recordar el magnífico​ Festival Reynaldo Hahn, organizado por la Embajada de Francia y la Fundación Teatro Teresa Carreño en Caracas, en 2002, así como los conciertos alrededor de la figura de Hahn Un venezolano en París, en 2015, de los pianistas y musicólogos Mariantonia Palacios y Juan Francisco Sans. En este el 150 aniversario de su nacimiento venezolanos y franceses nos unimos para recordarlo y revalorizar su legado.

Hahn de después de una vida plena y no sin altibajos, víctima de un tumor cerebral que lo obligó a bajar del escenario en plena función de La flauta mágica de Mozart, y tras una delicada e infructuosa operación, falleció poco después, el 28 enero de 1947, en su casa de París —7 de la rue Greffulhe, ubicada muy cerca de la Ópera Garnier.

La figura y talla del gran artista que fue Reynaldo Hahn debe ser rescatada y dados a conocer su vida y su legado, más allá de los detalles de su biografía, las anécdotas, sus cartas, críticas, reflexiones y escritos sobre música nos queda su obra, su música y es allí donde vale la pena acudir para conocerlo a fondo.

Hahn está hoy en el ímpetu de las orquestas, en la sensibilidad de los directores, en los labios de los cantantes y en las manos de los pianistas que interpretan su música, y que nos recuerdan que la música es universal, que el sentimiento es común y que un gran artista como este, nacido en Venezuela, pertenece a quien ama su trabajo.


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