"Su manera de concebir la existencia como un tránsito activo para mejorar y mejorarse en todos los planos está presente en su percepción del amor"

Por LEÓN SARCOS

Un compromiso con los seres humanos, la naturaleza y todas las especies vivientes.

En un hermoso texto de Michele Goslar –una de sus biógrafas– titulado: Marguerite Yourcenar y la protección de la naturaleza. El combate de toda una vida, podemos encontrar en un lenguaje didáctico y lírico la calidad de las razones del compromiso militante de Ud. por el porvenir de los animales y la naturaleza. Su legado proyecta la preocupación por el respeto a la vida en todas sus formas, desde sus primeros escritos y en todos los géneros que cultivó: novela, poesía, ensayo, teatro, discursos, entrevistas y correspondencia. La parte fuerte de su liderazgo político, si entendemos esa disciplina como participación en los asuntos que conciernen a la ciudadanía, lo ocupó sin menoscabo de otros asuntos, como hemos visto, su desvelo por el mundo animal y vegetal y la sobrevivencia de la especie.

Desde su jardín en Mont-Noir, cuando entró en contacto con el medio ambiente, los animales y las plantas, y más tarde, en la isla de Monts Desserts  (desde su establecimiento en 1950) Ud. dio prioridad a la geología sobre la historia y su interés por lo humano se verá desplazado por el de la tierra que nutre y refugia al hombre.

La mujer –según Goslar– nunca olvidó a la niña solitaria que se vivificaba del contacto con los árboles o se divertía jugando con los conejos sobre las laderas de Mont-Noir, sensible incluso ante las flores cortadas, que forman los “ramilletes de agonía” mencionados ya por Victor Hugo. Yourcenar –prosigue– tampoco olvidó el disparo de fusil que segó la vida de su perro Trier al alba, ni más tarde la horrible visión de los caballos reventados y de los árboles derribados que tapizaban los caminos de Europa entre 1914 y 1918, las jaurías de perros hambrientos que merodeaban en los lugares arqueológicos de Grecia y los ruiseñores que en su Bélgica natal son despojados de sus ojos para mejorar su canto.

En sus libros abundan quejas y denuncias sobre la crueldad del hombre hacia el animal, la naturaleza o contra él mismo. Para Ud., como comenta Goslar, el animal es una vida encerrada en una forma apenas distinta a la nuestra, lo que evidentemente justifica que sea respetado. Hasta los insectos merecen consideración, por lo cual no comprende que el hombre no viva en armonía con los animales: estos, respetándolo en su labor, y aquel proveyéndolos a cambio de los cuidados, el albergue y el alimento necesario. La brutalidad hacia el niño, el animal o la naturaleza es una traición a la misión de organizar el universo de la mejor manera posible. El hombre parece haber olvidado que las cascadas le proporcionan la electricidad; los arboles la madera para hacer sus refugios y el papel en que se cree se fijan las verdades que prevalecerán para siempre; o que el lino se transforma en tejido para cubrirlo.

La fuente esencial de nuestros males –según Ud.– se encuentra en una demografía galopante que priva a la mayoría de los seres de la dignidad misma de existir, y prepara la futura carne de cañón de un planeta atiborrado. Aquí la importancia de su filosofía de la anticoncepción: …estoy a favor del aborto, aun si se trata del aborto en caso en que la mujer o el hombre no hayan sabido o no hayan podido tomar medidas a tiempo. Aunque personalmente el aborto me parezca siempre un acto muy grave. Sin embargo, en nuestras sociedades superpobladas, y donde para la mayoría de los seres humanos reinan la miseria y la ignorancia, creo que es preferible detener una vida en sus comienzos a dejarla desarrollarse en condiciones indignas.

Por otro lado, la industria que debería proveer a todos los hombres por igual, al cabo de más de dos siglos de desgaste industrial es también la causante de la muerte del agua y el aire, de la pestilencia de nuestras ciudades, de la fealdad y la suciedad. Como afirma Goslar, Ud. atraviesa el umbral del compromiso político cuando afirma que la violencia ejercida sobre el hombre es una consecuencia de la violencia ejercida sobre los animales, aun cuando se pueda añadir que a menudo esta no es más que una consecuencia de la violencia entre los hombres…

Para mí, huella de fuego en este despertar ecológico será su afirmación, vehementemente dolorosa, capaz de sacudir la memoria y arrancar lágrimas al más insensible de los hombres: Me digo con frecuencia que, si no hubiéramos aceptado, durante generaciones, ver a los animales asfixiarse en los vagones jaula, o quebrarse las patas, como les ocurre a tantas vacas o caballos enviados al matadero en condiciones absolutamente inhumanas, nadie, nadie, ni siquiera los soldados encargados de escoltarlos, hubiera soportado los vagones precintados de los años 1940-1945.

¿Qué hacer? Decir, comunicar, evitar, rechazar, limitar, denunciar, educar, donar, sostener, alzar la voz, reformar… Todo es válido aun si el resultado no es proporcional al esfuerzo desplegado.

Una educación futurista para el presente

Si me preguntaran cuál sería mi modelo de educación universal ideal en los tiempos que corren, como un aficionado que soy a esa disciplina respondería: distinguiría tres aspectos en la orientación y el contenido de la misma. En primer lugar, debería ser una educación para la preservación del planeta y una vida feliz. Sería más instrumental y menos teórica, y a su vez más científica y precisa que de conocimientos generales. En segundo lugar, sería una educación para compartir y para competir. Una formación que promueva el conocimiento científico y tecnológico y a su vez imparta códigos morales que fomenten la ciudadanía, el amor a la naturaleza y el respeto por la vida.  Y, en tercer lugar, una educación pública y privada que sepa armonizar las necesidades y la disposición de recursos, con la orientación de vocaciones y la formación de profesionales realmente útiles para el desarrollo.

Algunos sólidos y pedagógicos insumos los suministra Ud. en este inteligente inventario: He reflexionado con frecuencia acerca de lo que podría ser la educación del niño. Pienso que se necesitarían estudios básicos, muy simples, en los que el niño aprendería que vive en el seno del universo, sobre un planeta cuyos recursos deberá cuidar más tarde, que depende del aire, del agua, de todos los seres vivientes, y que el menor error o la menor violencia pueden destruirlo todo. Aprendería que los hombres se han matado entre sí en guerras que solo han producido otras guerras, y que cada país acomoda su historia falsamente para halagar su orgullo. Se le enseñaría lo suficiente del pasado para que se sienta ligado a los hombres que lo han precedido, para que los admire cuando se lo merezcan, sin hacer de ellos unos ídolos, como tampoco del presente o de un hipotético porvenir. Se intentaría familiarizarlo con los libros y las cosas; sabría el nombre de las plantas, conocería a los animales, sin hacer esas odiosas vivisecciones impuestas a los niños y adolescentes con el pretexto del estudio de la biología; aprendería a dar los primeros auxilios a los heridos; su educación sexual comprendería su presencia en un parto, su educación mental la vista de enfermos graves y de muertos. Se le darían simples nociones de moral, sin las cuales la vida en sociedad sería imposible, instrucción que las escuelas elementales y medias ya no se atreven a dar en este país. En materia de religión no se le impondría ninguna práctica o ningún dogma, pero se le diría algo respecto de todas las grandes religiones del mundo, sobre todo de las de su país, para despertar su respeto y destruir por adelantado ciertos prejuicios odiosos. Se le enseñará a amar el trabajo cuando el trabajo es útil, y a no dejarse engañar por la impostura publicitaria, comenzando por la que le pondera golosinas más o menos adulteradas, que le preparan futuras caries y diabetes. Hay ciertamente un medio de hablar a los niños de cosas en verdad importantes y más pronto de lo que se lo hace.

El amor y la amistad

No pudo menos que sorprenderme gratamente conocer esta expresión de León Bloy, de sus labios: Solo hay una desgracia, es la de no ser santo. Y aludir a la respuesta en el siglo XIV, de Ruysbroeck el Admirable, a tres jóvenes que le manifiestan su deseo de lograrlo. A lo que aquel responde: Ustedes son santos tanto como quieran serlo.

Depende de nosotros ser más santos, es decir mejores de lo que somos, como hasta cierto punto depende de nosotros ser más inteligentes y más bellos de lo que somos… Es lo que quisiera, porque creo que perfeccionarse es la principal meta de la vida.

Su manera de concebir la existencia como un tránsito activo para mejorar y mejorarse en todos los planos está presente en su percepción del amor. Sin duda su concepción sobre las tres de las formas más universales de este, el místico, el romántico o sensual y el amistoso, tendrá en su esencia el contenido y la gracia que le dio San Pablo, quien lo glorifico como la mayor de las virtudes humanas, y cuyo componente primario y compactador será la abnegación, ingrediente sin el cual ni el místico, ni el sensual, ni el que nace de la amistad sobrevivirán por muy largo tiempo. Así lo describe en el famoso poema Primera Epístola de los Corintios:

El amor es paciente, es servicial, el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.

Importa mucho a su juicio sobre el amor lo especifico de este en relación a la pasión. La mayoría de la gente no ve una gran diferencia; para ellos la pasión es simplemente un grado más alto del amor. Siendo precisos, a su manera de ver, estos dos sentimientos son opuestos uno de otro. En la pasión hay un deseo de satisfacerse, de saciarse, a veces de dirigir, de dominar a otro ser. En el amor por el contrario hay abnegación… La pasión pertenece más bien al orden de la agresividad. Etimológicamente es todo lo contrario, pues pasión significa “padecer” que es un estado pasivo. Por eso se habla de la “Pasión de Cristo”, en el sentido de que Jesús sufrió la flagelación y la cruz. El amor es un estado activo.

Dice Ud. que resulta muy difícil distinguir grandes amores de grandes pasiones en la historia. Siento que el elemento básico de esta interrelación lo constituye la ambigüedad de la utilización de ambos términos en su contexto y el tipo y la calidad de los lazos involucrados en la relación, sea por solo ejemplarizar en el amor místico, el romántico o sensual y el procedente de la amistad. Diría que, en la pasión, se padece o se disfruta activamente, por sumisión o dominio. En el amor, por el contrario, se sufre, se vive y renuncia, por compromiso o fe en el otro. La pasión es material: se vive o se padece; el amor es más espiritual: tiene, queramos o no, componentes divinos. En la pasión es elemental el instinto, el cuerpo, en el amor las creencias.

Terminará privando lo sagrado en su consideración del amor sensual y su acercamiento a doctrinas orientales y a el Mahituma Hindu… Dice Ud. que le ha molestado siempre la ausencia de lo sagrado en la noción europea del amor. El hecho de que por nuestra educación cristiana o digamos postcristiana, por la psicología que nos precede desde hace más de quinientos años, hemos perdido el sentimiento de que los lazos sensuales son sagrados, aun en el trato cotidiano. Esa correspondencia sensual es sagrada, porque es uno de los grandes fenómenos de la vida universal. Al contrario de la esposa hindú, que tiene la sensación de ser una diosa, de representar por un instante a Sita unida a Rama, la mayoría de los amantes no sienten nada parecido; al contrario, si por azar uno de ellos tiene ese sentido de lo sagrado, es dudoso que el otro lo sienta en el mismo momento. Hay más bien un trasfondo en el cual la sensualidad es juzgada grosera. Lo sagrado parece bastante ausente, reemplazado por la mojigatería o por el desenfado. 

Recibí realmente complacido y más enamorado su estética valoración de la amistad. Para Ud., ese lazo humano y trascendente y su tejido constituye uno de las artes de más alto rango y mérito entre los seres humanos, y, uno de los que más ayudan a la introspección continua para erradicar del alma el más miserable y perverso de los defectos: la envidia.

Para Ud., toda amistad autentica es una adquisición duradera, equivalente a una obra de arte que no pierde valor. Creo que la amistad, como el amor, exige tanto arte como la figura de baile bien hecha. Se necesita mucho impulso y mucha maduración, mucho intercambio de palabras y mucho silencio y especialmente mucho respeto. Entendido como el sentimiento de libertad de los otros, la aceptación sin ilusiones, pero también sin la menor hostilidad o el menor desdén por un ser tal y como es.

A mi manera de ver es en el sentimiento inteligente y desprendido de la amistad donde se expresan más nítidamente dos de los conceptos más universales que se han formulado sobre el amor:  el de Carl Roger y el de Abraham Maslow: Amor significa ser plenamente comprendido y profundamente aceptado. Según Maslow, sana y afectuosa relación entre dos personas. Ambos están descontaminados de los prejuicios religiosos que encarna el amor místico y del sentido de propiedad que genera el amor sensual.

Debe haber también cierta reciprocidad. Y cuando se quiere tener de amigos a los animales, a las plantas o a las piedras, la reciprocidad es diferente: los animales nos aman con un afectuoso egoísmo que no es muy distinto al de muchos de nuestros amigos humanos; nos aman (y es muy natural) por lo que les damos. Las plantas también practican la reciprocidad, nos agradecen nuestros cuidados con la manera que tiene de crecer o de florecer, y quien se ha adosado a una roca para protegerse del viento, quien se ha sentado en una roca calentada por el sol, apoyando las manos para captar esas oscuras vibraciones que nuestros sentidos no perciben, tendrá mucha dificultad en no creer oscuramente en la amistad de las piedras.

Genuina y desprendida su valoración de la amistad para disfrutar en paralelo sus personajes, y  las virtudes de sus amigos que alejan rivalidades, pequeñeces y miserias humanas y que exaltan la grandeza de alma al reconocer y celebrar de otras y otros, como si fueran suyos, atributos que no posee.

A través de mis personajes, como ocurre con mis amigos de carne y hueso –dice Ud–, nunca fui un gran coleccionista de pintura, pero ese gran coleccionista, mi amigo Everett Austen, lo fue. Nunca he debido penar de la mañana a la noche para atender las necesidades de padres ancianos, pero mi amiga Erica Vollger, la costurera suiza, que encalló en un departamento de Harlem, lo hizo. Nunca fui (ni soñé serlo) una mujer adulada por todos por su belleza y su elegancia, pero mi amiga L.K, lo fue. Nuestras experiencias se mezclan y se autentican unas a otras. Toda simpatía (esa palabra tan bella que significa sentir con…) y toda comprensión acordada a los seres, que sean de hoy, que nazcan de nuestro espíritu, que nos acompañen o corten nuestro camino en la vida, multiplican nuestras oportunidades de contacto con la realidad.


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