CARMEN RUIZ BARRIONUEVO / ©EDNODIO QUINTERO

Por CLAUDIA CAVALLIN

Claudia Cavallin: Quisiera comenzar con el valioso vínculo entre varios países partiendo de los Estados Unidos, viajando a través de los puentes de la escritura venezolana, para arribar a España. Me inicio con la “Cátedra de Literatura venezolana José Antonio Ramos Sucre”, que usted tuvo el honor de fundar en Salamanca a partir de la excelente coincidencia con José Balza en la Universidad de Brown, cuando el Departamento de Estudios Hispánicos lo dirigía Julio Ortega. Después de 30 años de haberse fundado este espacio, donde los escritores venezolanos más relevantes han impartido asignaturas sobre literatura venezolana de los siglos XIX y XX, ¿cómo cree usted que se sigue fortaleciendo este puente único y especial con la literatura en Venezuela? Y yendo un poco más allá, ¿cómo podríamos precisar y detallar la categoría de literatura venezolana más reciente, cuando muchos de los escritores que salieron de Venezuela pertenecen a otros contextos culturales, sociales, identitarios, de los países donde recibieron su acogida?

Carmen Ruiz Barrionuevo: Me gustaría trasladarme al momento de la fundación de la “Cátedra José Antonio Ramos Sucre” en 1993, cuando la perspectiva era tan solo docente, aunque muy pronto, dos años después, se incorporaron los “Encuentros de escritores venezolanos” por los que pasaron una gran parte de los autores del momento. Desde la perspectiva de hoy considero que constituyó un hecho insólito en las universidades españolas, que se adelantó a su tiempo, tal vez por eso fue mal comprendido en su comienzo, aunque, apenas pasaron un par de años, se normalizó en los estudios académicos y podemos considerarlo un hito dentro de la relación cultural entre los dos países. Durante más de dos décadas la cultura venezolana empezó a fluir hacia España como hasta el momento no se había producido. La nómina de autores es impresionante, tanto en la docencia como en la presentación de las obras literarias que tenían lugar en los “Encuentros de escritores”. Es conocido que los antecedentes de la presencia de la escritura de Venezuela en España en el siglo XX han sido más bien escasos, si pensamos que tan solo algunos nombres cimeros se encontraban en las librerías, como Rómulo Gallegos o Arturo Uslar Pietri, y poco más, porque ni siquiera la magnífica obra de Teresa de la Parra circulaba entre los lectores. No había además un cauce establecido y regular que fue lo que se produjo en esos años con la Cátedra. La nómina de la participación de los profesores y escritores nos va mostrando un camino, desde los nombres de los comienzos, los que podemos llamar los autores consolidados, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Víctor Bravo, el propio Balza, cuya presencia, en su mayoría, gestionó el Conac, hasta que el paso al Cenal propició la llegada de autores más jóvenes que se sumaron con idéntica dedicación. Es cierto que la Cátedra ha sido testigo de una transformación que coincide también con el cambio histórico producido en Venezuela, con la consiguiente salida de escritores e intelectuales del espacio venezolano y su integración en lugares geográficos diferentes. La literatura venezolana se hace ahora, además, desde España, desde Europa, desde EE UU y desde otros países latinoamericanos, con lo que es una escritura que tiene que estar marcada por otras circunstancias, ha perdido ese aislamiento que la singularizaba —dada la superioridad de su entorno que parecía autosuficiente en la imbricación de editoriales y lectores—, para adquirir diversos condicionantes como la inestabilidad de sus temáticas y de su producción en otros lugares y países. Eso marca a cualquier literatura. Porque empieza a escribirse desde otras perspectivas. Hay dos ejemplos de autores venezolanos que evidenciaron pronto esa transición y que siguen mostrándola en su lugar de residencia, son los casos de Juan Carlos Méndez Guédez y Juan Carlos Chirinos. Ambos se integraron en la Cátedra muy pronto, estableciéndose en Madrid, donde están produciendo sus obras. Es evidente que la Cátedra ha dejado su huella y todavía permanece, por lo menos mientras siga existiendo en la memoria de los escritores que participaron. Para muchos supuso la relación con otros espacios, con otras posibilidades de lectura y de contactos con otros autores.

Es evidente que la literatura venezolana será otra en adelante como consecuencia del exilio de una parte de sus escritores e intelectuales, pero eso no tiene que ser un hecho negativo. Ya lo estamos viendo, muy en especial en la narrativa. Víctor Carreño habla de la “narrativa de la diáspora venezolana” y Gustavo Guerrero de “escritura diaspórica venezolana”. Un parangón puede hacerse en relación con la literatura cubana, que lleva décadas con un planteamiento similar, en una escisión producto de la polarización ideológica. El tiempo dirá si esa polarización radical se produce en la literatura de Venezuela y repercute más en ella, aunque ahora mismo no creo que se pueda comparar con el caso cubano.

C.C.: Ya que parto de la primera pregunta haciendo la mención de José Balza, quisiera retomar el tejido histórico que los une. En el prólogo de su novela Percusión, usted inicia con una referencia del Dialexeis, fechado antes de Cristo, que dice “grande y muy hermosa invención es la memoria, siempre provechosa para el saber y la poesía”. Toda lectura comprehensiva de una primera persona narrativa, como en la obra de Balza, nos lleva a hilvanar la memoria histórica venezolana, pero, como usted también señala allí, “resulta evidente que también se producen momentos vacíos que la memoria no registra”. Partiendo de la obra de Balza, y después de lo que ha pasado en las últimas décadas, ¿cómo se reconstruye el fundamento estructurante de la memoria venezolana desde el vacío y las distancias que hoy nos unen y nos separan al mismo tiempo?

C.R.B.: Me pareció que esa cita de Frances A. Yates en El arte de la memoria concentra bien el sentido de la obra de Balza. El Dialexeis, un texto de origen griego y con algunas atribuciones posteriores como Máximo de Tiro, retórico y divulgador del platonismo, refleja que la memoria es algo consustancial al ser humano. La obra de Balza está construida con la apoyatura de ese ejercicio, en realidad toda su escritura es un constante fluir de elementos que se engarzan en los lugares de la memoria, entretejiendo temporalidades, contrastando territorios. Claro que, como expreso ahí, hay momentos vacíos en los que la memoria no es suficiente, o bien dentro del decurso humano es apartada con el propósito de fundar o sustituir esa memoria. Realmente así están hechas la historia y el pensamiento humano, algo que puede ser positivo o no, ya que la memoria nos constituye, componiendo también la oralidad mítica antes de la historia. Por eso creo que el ahondamiento en la memoria es lo que principalmente integra el origen de cualquier arte.

La obra de Balza está signada por el esfuerzo de colonizar y remover la memoria histórica venezolana apoyada en un yo narrativo, aunque bien es cierto que la posibilidad de la memoria no es lineal y se producen vacíos e inexactitudes. La memoria no es la historia, “resulta evidente que también se producen momentos vacíos que la memoria no registra”. Sí, es evidente que la memoria no siempre se ajusta a ese pasado, aunque por eso mismo es un auxiliar necesario de las obras creativas. Me parece que, desde hace unas décadas, y en cierta medida, se está revisando esa memoria, y que se puede hablar de vacío, de tachaduras de un pasado y del esfuerzo de reconstruir algo nuevo, o bien articular un nuevo presente que no tenga que ver con el pasado. Parece evidente que la literatura venezolana está marcada ahora mismo por otros condicionantes que impone el proceso histórico, también por la deslocalización de muchos escritores. Es posible que esa memoria quede modulada por otros aditamentos foráneos y también por elementos provenientes del pasado. La reconstrucción será lenta, como lo son los fenómenos literarios, porque ello no depende de uno u otro autor, sino de todo el sistema, escritores, lectores, editores. Creo que resulta lógico que un escritor de Venezuela que escribe fuera de su país, “extraterritorial”, como dice Víctor Carreño, cuente, consciente o inconscientemente, con otros lectores y otros condicionantes vitales, como la posibilidad de publicar y encontrar nuevos lectores. Pero yo tampoco creo que este desarraigo suponga de modo inevitable un olvido de las raíces y la memoria venezolana, cada escritor sigue llevando dentro una memoria y la hará surgir, o no, en relación con otras experiencias. Además, incluso es algo que se produce también en países en los que no existe esa diáspora, en México, por ejemplo, ya que estamos viviendo el fenómeno de un mundo globalizado signado por las reglas posmodernas. Otro fundamento estructurante está aflorando en esos escritores desplazados, es un fenómeno más frecuente de lo que parece. En el siglo XX podemos pensar en los republicanos españoles exiliados a causa de la dictadura de Franco, o en los cubanos después de la llegada al poder de Fidel Castro, para hablar solo de sucesos de nuestro ámbito.

C.C.: Recuerdo que, en una entrevista anterior, usted mencionó que “a través de la literatura los seres humanos llegamos a conocernos”. Retomando la obra de José Balza y la valiosa contribución que sobre ella han hecho escritores como Juan Carlos Méndez Guédez, las imágenes fundacionales de la narrativa venezolana, a manera del río y las piedras, simbolizan una raíz profunda y permanente en la memoria. También existen vías de la memoria en la transitoriedad del existir y en la permanencia material, fijadas simbólicamente en la dureza mineral (rocosa) de la escritura. Esa permanencia material de lo que se escribe ¿podría llegar a un quiebre si las nuevas publicaciones virtuales se alejan de las editoriales o de los espacios universitarios?

C.R.B.: Esa afirmación mía creo que se produjo hace años precisamente cuando, en un diario local, en Salamanca, me preguntaron por el valor de la literatura y de la lectura en la sociedad. En ciertos ámbitos —y los que nos dedicamos a las humanidades somos conscientes de ello— solo la ciencia tiene un valor, y el progreso humano parece estar ligado a la experimentación científica. Las humanidades, y por tanto la literatura, son consideradas poco valiosas dentro de una sociedad en la que el individuo importa cada vez menos. Y, sin embargo, las imágenes fundacionales de los pueblos se han realizado primero en la oralidad de la palabra, luego en la escritura, que es el arte más accesible a todo ser humano ya que depende de una facultad intrínseca a su esencia. La primera de las artes es el contar, luego, guardar lo contado. Mientras que para otras artes se necesitan instrumentos externos, en cambio la voz es algo que el ser humano lleva consigo siempre. La memoria está unida a esos comienzos narrativos, desde la oralidad de los relatos primeros, que suelen ser míticos. El río, en especial en la obra de José Balza, es un sello personal que matiza su escritura, su misma frase fluye como el agua del río. A él está ligada la fugacidad y el tránsito de la vida que también es una imagen antigua de la literatura castellana, “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir”, dice Jorge Manrique en el siglo XV. Transitoriedad y permanencia, pues las rocas, como la escritura, resisten ese paso del tiempo y sustentan referencias vitales. La escritura intenta reproducir esa fluencia intentando hacer durable esa permanencia.

Dicho esto, nos encontramos en un momento crucial en el que estamos cambiando los soportes culturales, en realidad comenzando una nueva era, que es una fractura similar a la que se produjo con el invento de la imprenta y la aparición del libro. La escritura ya no requiere la permanencia de la página, algo que ha sido necesario siempre, tanto a narradores como a poetas, ahora se escribe en un medio que parece más seguro pero que en realidad es más frágil, las escrituras virtuales, el arte virtual. Y no digamos de la Inteligencia Artificial, algo que todavía no sabemos con certeza cómo incidirá en la escritura. Estamos en un momento en que está surgiendo una nueva era con conceptos muy distintos que condicionarán la escritura.

C.C.: Me muevo ahora a otra práctica solitaria que se combina con la lectura: la escritura. Como usted acaba de hablarnos de José Balza, me inicio con una descripción admirada y detallada que él tiene de sus palabras. En “Perspectivas: Carmen Ruiz Barrionuevo y América” (Prodavinci) Balza señala que en los ensayos “las páginas de Barrionuevo nos hacen volver a ellas porque son pruebas intelectivas, pero especialmente porque han despertado una zona emotiva que no presentíamos”. ¿Cree usted que un contexto pasional, emotivo, sensitivo, intuitivo —y, hasta cierto punto, familiar y personal— es uno de los elementos más valiosos en el análisis de la literatura venezolana donde usted “ha tirado del hilo y ha escrito mucho, tal vez demasiado”?

C. R. B.:  Cuando dije esa última frase, “he tirado del hilo y he escrito mucho, tal vez demasiado”, no me refería a ningún escrito crítico o literario, ni mío ni de nadie. En ese texto, Balza reproduce una respuesta mía a su pregunta por mi contexto y mi actividad. Y aunque no tengo copia del original enviado, yo hacía una reflexión sobre mis orígenes y mi relación con la literatura, con lo que me puse a responder y me di cuenta de que no pararía de escribir y ofrecer datos y datos que llegarían a no tener que ver con la obra estricta, así que terminé de decir, entre sonrisas y a distancia, que había tirado del hilo y había contado demasiadas cosas que provenían de la prehistoria.

Aclarado esto, creo que la literatura, se haga creación, lectura o crítica, tiene algo de complicidad emocional, y también algo sensitivo. Las dos sirven para ambas cosas, la emoción es algo que trajo en romanticismo y creo que seguimos siendo románticos, a pesar de la ciencia y la tecnología que nos envuelven; la sensación es algo que valoró el modernismo y que fue mal entendida en su momento en nuestras letras porque se consideró afrancesada. Hoy día estos últimos elementos que los escritores modernistas conjugan con tanto acierto, son fundamentales y nada nos hace ver que desvirtúen la escritura. Recordemos cuántas veces Unamuno tildó a Rubén Darío de galicista, y hoy, leyéndolo, vemos lo equivocado que estaba. En nuestra época seguimos valorando las dos facultades que creo son fundamentales en el ser humano y que son válidas para el escritor, para el crítico y para el lector. Otra cosa es que pretendamos abundar en lo familiar y personal, en lo biográfico excesivo. No creo que sea algo fundamental para considerar una obra, aunque bien es cierto que toda obra está condicionada por unas circunstancias vitales.

C.C.: Como lectora de sus pensamientos y reflexiones, quisiera mencionar Las escritoras vistas por ellas mismas: Aurora Cáceres y mujeres de ayer y de hoy, un ensayo que aparece en la revista Guaraguao (Año 22, No. 57). Según sus palabras, lo que escribe Rubén Darío en la obra de Cáceres es “un prólogo del poeta, una enumeración fatigosa de los lugares por los que se detiene Aurora Cáceres en su texto y que tiene por fin cubrir el espacio sin nada que decir”. La visibilidad de una mujer escritora ha sido algo difícil de valorar desde tiempos atrás y partiendo de esta idea, ¿Cree usted que las condiciones de inestabilidad ante las figuras masculinas en las escritoras más recientes aún se mantienen?

C.R.B.: El tema de la escritura de mujeres es algo que hoy día está tomando un relieve que me satisface personalmente. En mi época de estudiante era inconcebible que una escritora formara parte de ese canon académico e incluso era complicado, salvo excepciones muy notables de clásicos, como Santa Teresa o Sor Juana, encontrar en librerías obras de mujeres escritoras. La situación actual es muy distinta. Me congratula vivir en una época en la que se está produciendo una reivindicación feminista y, por lo menos en España, las normas, las leyes y las costumbres sociales están cambiando radicalmente la vida de las mujeres. Eso es algo relativamente reciente, yo viví otra cosa durante muchos años. No quiero decir que se haya logrado todo, algunos índices nos dan la voz de alarma, sobre todo en la prevalencia del machismo en la sociedad. Pero su pregunta gira en torno a la inestabilidad de las escritoras en un espacio como el de la escritura que ha sido eminentemente masculino. El caso de la peruana Zoila Aurora Cáceres me parece emblemático de esta situación. Fue contemporánea de Rubén Darío y su trayectoria de escritora se encontró con este lastre de origen. Es evidente que pedía un espacio que el mundo literario masculino apenas le ofrecía y la actitud de Rubén Darío en el prólogo es indicativa de la situación de las mujeres escritoras en gran parte del siglo XX. Me enorgullece haber contribuido a la recuperación de su figura en las últimas décadas. En Venezuela abunda la escritura de mujeres, desde Teresa de la Parra hay una larga nómina, y para citar un solo nombre del presente, Elisa Lerner, a la que se le rinden homenajes en este año.

Respecto al momento actual, observo que las mujeres escritoras tienen gran aceptación en el mercado literario, no hay más que revisar los catálogos de las editoriales y ver que son muchas las autoras que publican y que sus obras son tenidas en cuenta tanto por las editoriales como por los lectores. Esto es algo que era imposible hace unas décadas. Creo que ahora mismo una mujer escritora tiene la seguridad de que su obra va a ser considerada sin prejuicios y su valor se medirá por la obra en sí. Ello no quiere decir que la sociedad no tenga que avanzar mucho más en la visibilidad de las mujeres. Las sociedades siguen siendo desiguales. Pienso que, en Europa, en general, se ha avanzado mucho, aunque el camino debe consolidarse y quedan espacios por recorrer. La educación juega un papel fundamental para que se produzca el respeto al otro, al que es diferente, no solo a la mujer, sino a las personas con otras capacidades y también a las que entran dentro del sector LGTBI. Creo en la igualdad, la tolerancia y la comprensión como elementos que deben formar parte de una sociedad democrática. Pienso que eso es irreversible por fortuna en el presente en que vivo, aunque tengo largos recuerdos de tiempos peores y dictatoriales, de aislamiento social y nacional, que me hacen comprender a otras sociedades que los viven ahora mismo en su presente.

C.C.: Quisiera retornar a Venezuela y, nuevamente, a esa conexión valiosa que existe con la “Cátedra de Literatura venezolana José Antonio Ramos Sucre”, actualmente coordinada por María José Bruña. Allí hay una herencia de la obra de Ramos Sucre que se mueve ahora en este mundo que nos rodea. Esos trazos que utilizó para enhebrar su escritura como una visión de décadas atrás, ¿cree usted que podrían seguir siendo utilizados para detallar lo que sucede hoy en día? ¿Ramos Sucre fue un contemporáneo de su época y podría serlo también de la nuestra?

C. R. B.: La figura de Ramos Sucre sigue estando muy viva en Venezuela, la herencia persiste incluso en los jóvenes que leen y se dejan llevar por sus imágenes y su escritura. Hay veces que leyendo algún autor venezolano sorprende la inserción de una frase o de una imagen que tiene que ver con la obra de Ramos Sucre. Es uno de los grandes clásicos venezolanos, clásico no solo por su deliberado clasicismo sino porque permanece, sigue viviendo en la escritura del presente. Creo que la figura de Ramos Sucre y su escritura son tremendamente personales, pero también es intemporal, porque es clásico y su escritura está viva hoy. Al mismo tiempo es inimitable porque si alguien escribe como Ramos Sucre es Ramos Sucre, y corre el riesgo de no presentar su propia personalidad. Otra cosa son los ecos del autor que pueden encontrarse en las obras de muchos escritores venezolanos. Son momentos, son chispazos que se producen y ejercen de homenaje a su obra. Dentro de su intemporalidad, la obra de Ramos Sucre puede moverse en el tiempo de su siglo, de hecho, no tiene que ver con ninguno de los movimientos literarios que le antecedieron o que le fueron coetáneos. Eso hace que su escritura pueda desplazarse en las décadas y pueda ser leída ahora como un contemporáneo, incluso en factores como el rigor de la frase y el manejo del lenguaje, o la simplicidad de las imágenes que sin embargo se cargan de un potente simbolismo, o también el uso de elementos relacionados con la estética de la crueldad, incluso, que nos lo aproximan en el tiempo. Sin embargo creo que el siglo XX es su siglo, en alguna de sus décadas, no lo imagino en nuestro siglo XXI donde otros elementos condicionan la escritura, como los elementos virtuales. Creo que su espacio es el libro, los movimientos que perviven del siglo XIX al XX, donde se genera una escritura cuidada y pausada.

C.C. :  Finalizo entonces, con una alegría compartida. En otras oportunidades usted ha sido jurado del premio Miguel de Cervantes y este año lo ha ganado Rafael Cadenas. En múltiples ensayos, entrevistas y libros, la obra de Cadenas se detalla en su visión como lectora. Por mencionar uno, en No es mi rostro: Antología poética, su introducción destaca a la poesía como la veracidad de la vida, más un detalle especial: Cadenas suele utilizar el término «rostro» como concepto ecoico y polisémico, que aparece a lo largo de sus versos. Volviendo a nuestro presente compartido, Cadenas, quien viajó recientemente a España, quien recibió su premio mencionando en sus sabias palabras “La impronta del Quijote estuvo en los creyentes de la utopía que arreglaría todo y terminó en un desengaño”, quien transitó los museos para ver su propio rostro reflejado en espacios inmensos, ¿qué simboliza para usted en los actuales momentos?

C. R. B: El título de No es mi rostro para la antología poética de Cadenas es algo que resultó muy evidente después de elaborar la introducción y leer y releer sus versos. Nos pareció que esa palabra era algo emblemático que definía bien su ámbito poético. El rostro como propio y como algo colectivo, los rostros, la poesía que busca el eco en otros rostros, en los que se refleja el propio rostro. Pienso que la palabra concentra posibilidades varias, el ser y el no ser, en sí mismo y en los otros, incluso en su misma fonética, es palabra potente, porque refuerza una postura tanto de autoafirmación como el deseo de reflejarse en los demás. El término “cara” sería un sinónimo de rostro, y sin embargo esta última presenta unas adherencias que la primera no posee, concentra la fuerza casi onomatopéyica del elemento que nos proyecta.

Hoy día creo que el tema de la utopía, ligada a experiencias sociales y comunitarias, es algo que está cayendo en desuso, tal vez por la incidencia del pensamiento posmoderno dentro de la mayor parte de las sociedades. Don Quijote como utopista que fracasa, y fracasa en el pensamiento de Cervantes, ya en su tiempo, es la imagen de un objetivo que no se logra. Cadenas hablaba en su discurso del traspaso de esa figura a estos tiempos actuales en los que tiene la certeza de que los experimentos sociales nacidos a comienzos del siglo XX han terminado en desengaño. Y me parece que es así, aunque habría que matizar ciertos aspectos. Sin embargo, también hay otro elemento, al menos, en la obra de Cervantes que me parece significativo, es el de la libertad, la defensa de la libertad, algo raro en un escritor que vivió en una época poco dada a ese esencial atributo. Don Quijote libremente decide salir para buscar su destino, bien que acabe siendo ilusorio, Sancho también decide seguirlo libremente, e incluso hay un personaje en la obra que plantea su libertad, y es una mujer, la pastora Marcela: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles de estas montañas son mi compañía, las claras aguas de estos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura”. Y en La Galatea el famoso soneto de Gelasia termina de manera contundente: “Del campo son y han sido mis amores, / rosas son y jazmines mis cadenas, / libre nací, y en libertad me fundo”. Estas dos aportaciones de Cervantes me parecen sumamente valiosas en una época en que las mujeres, mucho menos que los hombres, no podían pensar en su libertad.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!