Carlos Blanco | Vasco Szinetar

Por NELSON RIVERA

Carlos Blanco ha cruzado el umbral hacia la ficción. El doctor en Ciencias Sociales, estudioso de la geoestrategia mundial, analista de las tendencias políticas, consultor de organismos multilaterales, experto en políticas públicas, editor, articulista de extensa trayectoria, exministro para la Reforma del Estado y expresidente de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado —Copre—, expresidente del Centro Latinoamericano para la Administración para el Desarrollo —CLAD—, profesor titular —jubilado— de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela, fundador y director de la revista Primicia, y un dato que aprecio especialmente, autor de una rigurosa columna sobre temas de las ciencias sociales en el Papel Literario de los años 80, este hombre apasionado de la política ha publicado una novela. Ficción narrativa de título sonoro e incitante: Gran marcha hacia el abismo (Kálathos Ediciones, España, 2022).

Gran marcha hacia el abismo es un retrato de la debacle venezolana. Radiografía de cómo la voracidad, en sus insaciables movimientos, construye un poder cuyo resultado neto es el colapso, el socavamiento de una sociedad entera. Haciendo uso de la ficción, Blanco se cuela en las mesas, habitaciones y despachos donde la avidez de riqueza inmediata decide, avanza y se manifiesta sin límites.

Pero este no es un documento político-testimonial. No es una denuncia que ha adquirido en las manos del autor las formas de una larga narración. Ni tampoco es el resultado de un proceso de conversión, según el cual una selección de tópicos de la llamada crisis venezolana es empaquetada como una secuencia de episodios. Gran marcha hacia el abismo es una obra que, por encima de otras demandas, ha debido responder a interrogantes inherentes al género de la novela: exigencias del orden literario.

Sobre prácticas narrativas

A la espinosa pregunta desde dónde narrar las múltiples dimensiones de la debacle venezolana —pregunta ineludible y definitoria de todo novelista, sea cual sea el asunto de su ficción—, Carlos Blanco responde con una posición inequívoca: desde la distancia. Gran marcha hacia el abismo es un sostenido ejercicio de distanciamiento. Tensa la cuerda de cada frase, el autor entiende que para aproximarse a los hechos es imperativo obrar desde la distancia. Solo así la cuestión crucial del resquebrajamiento moral generalizado podrá adquirir la visibilidad, la nitidez a la que el narrador aspira. La ruina moral —ese estado de cosas donde incluso las dignidades básicas pierden su valor y se transforman en monedas cada vez más insignificantes— no se produce entre un instante y el siguiente. No es la secuela de una bomba que se arroja sobre un territorio y lo arruina. Es un lento rebanar, pastel que se devora a pedazos, destrucción parcial y paulatina de las certidumbres. Aunque a priori no lo parezca, entre las múltiples formas del deterioro hay siempre una complicidad, una solidaridad activa. Lo ruinoso, tarde o temprano, se encuentra con lo ruinoso. Hacen causa común. Suman y entrelazan sus respectivas historias.

Para dar cuenta de esta complejidad, Gran marcha hacia el abismo encuentra una manera de hacerlo: ensambla un tono narrativo donde cohabitan el descaro y la desproporción, lo grotesco y lo ridículo, la ferocidad del poderoso y su cursilería indomesticable. La verbosidad inescrupulosa del inescrupuloso, de la que hablaba Elias Canetti.

Chesterton, que tantas veces en su vida se preguntó por los usos pertinentes y legítimos de las múltiples formas de humor, lo sugirió en artículos y ensayos: la ironía, la sátira, la burla sostenida y hasta la parodia son modos de responder a los hechos que sobrepasan los límites del mundo imaginado. Del mundo más o menos razonable. Y ese es el caso de la materia que ocupa a Carlos Blanco: el desborde de la corrupción mafiosa, la falsedad retórica, la violencia justificada sin rubor ni titubeos —ejercida a costa de los bolsillos de los ciudadanos— son filtrados desde una irónica distancia.

Esa tonalidad —sarcasmo revelador, frase filosa, remedo, parafraseo de los lugares comunes y eufemismos del corrupto— no tiene aquí la categoría de meros recursos lingüísticos: son la novela. Son su materia constitutiva. Sustancia literaria. Y es que, más allá de la trama —el conjunto de hechos relacionados entre sí, en un todo orgánico y coherente, en la limpia definición de Daniel Mendelsohn—, Gran marcha hacia el abismo es una investigación de una específica modalidad: la lengua del cinismo, y una visión del mundo cuyo único precepto es ese cinismo, diseminado y repotenciado como eje de todas las cosas:

“Al deslizar esas interrogantes, Perdigón no buscaba respuestas. Fue así que ambos se quedaron ensimismados viendo sus tazas de café ‘marrón grande’, atrapados en la lenta explosión de cada burbujita del bebedizo. Al cabo de unos minutos de un tiempo perezoso, José Virgilio jugó con la bolsita de azúcar y miró a los ojos de su amigo: Baldomero, no tenemos opciones y tú lo sabes; lo has dicho varias veces. El enemigo no es el enemigo sino un tramposo jugador que controla las maquinitas del casino y el amigo tampoco es el amigo sino el croupier que también nos estruja, de manera que nada más nos queda navegar allí, entre esos recodos si queremos triunfar. No nos resultó enfrentarnos a pecho descubierto a la burguesía y a los militares; no nos resultó entregarnos a las órdenes de los comunistas y los cubanos; nuestra revolución tiene que ser diferente, aunque no menos radical. Este camino nuestro es intento de entender por dónde le entra el agua al coco.

Baldomero dejó que se le escapara una media sonrisa. También él había renunciado a esa revolución antes que José Virgilio se anotara en ella. Los atracos a bancos convertidos en negocio personal eran un tormento secreto que escondía en los surcos de un alma atropellada por los cansancios. La revolución, como decía Mao, estaba en la punta del fusil, pero el dedo acomodado en el gatillo ya no pertenecía a quiméricos trovadores sino a los entendidos en la plata, la joda y el disimulo”.

Por pasillos y recovecos

El otro recurso que la novela exhibe sin interrupciones es un conocimiento interior, crítico del poder: no como objeto de reflexión —la novela no es lugar adecuado para ello— sino como articulación de bajezas y gratificaciones, apetitos y trampas, pactos y tensiones. De modo simultáneo, Blanco construye el mapa y los hitos clave del cinismo; arma las escenas con sus piezas esenciales: descaro y pavoneo; pone en circulación los elementos simbólicos —frases, gestos, actitudes— que son la medida, la respiración de los hombres y grupos que luchan por el poder y los dineros públicos.

Carlos Blanco no es un narrador presente en la inmediatez del relato. La peculiaridad de su tonalidad narrativa —dolorosa en su fondo, triunfante en lo redondo de su sarcasmo, persistente en lo elocuente de su lengua— lo mantiene a distancia. Sin embargo, no abandona al lector. La narración no solo ofrece recompensas a quien sigue la trama. También al lector más politizado, formado para reconocer guiños y referencias, anotaciones y datos provenientes de la reciente historia política venezolana encontrará, a lo largo del camino, sus propias gratificaciones.

A la corrupción se la denuncia, se la condena, se la estudia, como es evidente. Se la detecta en su patológica inmediatez: el nuevo corrupto no resiste la tentación de consumir, orientar su vida al lujo, exhibir su apoteósico estatuto. Pero pocas veces —salvo en alguna crónica periodística y, por supuesto, en la ficción narrativa— se muestra cómo ella penetra en las vidas de personas y familias, en la cotidianidad de las instituciones y de los intercambios entre funcionarios y particulares. El retrato moral que dibuja Gran marcha hacia el abismo, sobre los años del chavismo-madurismo, me ha hecho recordar al inmenso Ramón María del Valle Inclán de Luces de bohemia: alguna pincelada, alguna fraseología de Blanco parece guardar una conexión con los esperpentos ramonianos:

“No se le pueden dar pellizcos a los poderosos: se les abraza o se les destruye, pero nada de importunarlos para atemorizarlos porque no es que no sientan temor, a veces los abraza y en altas dosis; solo que la respuesta aprendida frente al temor es el mordisco del rottweiler. Los opulentos pueden hundirse, pero masticando carne fresca”.

Del halago y la sumisión; de los encubrimientos y la simulación; del ya usted sabe y el a usted también le interesa; de la confianza y la sospecha; de los que ascienden ungido y caen como frutas podridas; de los jefecillos y sus secretos; de las alianzas insólitas y el chisme elevado a categoría atmosférica, como si fuese una variante del clima; de las prácticas para ganar socios y silencios; de “lo dicho, lo no dicho, lo sugerido, lo aludido y lo escondido”; de lo que está ubicado en algún punto entre la farsa, la picaresca y la tragedia; por todo ello pasa Gran marcha hacia el abismo, el debut del novelista Carlos Blanco.


*Gran marcha hacia el abismo. Carlos Blanco. Kálathos Ediciones. España, 2022.


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