Por XENIA GUERRA

Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se

puede vivir sin pensar.

«Casa tomada», Julio Cortázar

Cómo se orienta un ser humano en situación de cacería rodeada. La represión política y la pobreza le roban espacio a las palabras, las ideas se acorralan cada vez más y las palabras solo se repiten en sus sinónimos como un ramillete florido de la retórica lamentera, acusadora o alabadora. La carencia represiva toma la cabeza de los pobres y de manera distinta toma la cabeza de la clase política, u otras clases sociales. En los pobres la retórica no tiene cabida porque su urgencia explícita es comer; educados por una tradición de políticas de Estado que los ha alfabetizado para que lean los nombres de sus hijos, de los productos en el supermercado y de los políticos en las votaciones. Una alfabetización que subestima las capacidades de los pobres porque, paradójicamente, se ocupan con más fuerza física y mental que otros para sobrevivir desde lo básico. Educarlos en las numerosas escuelas para que no se coman los unos a los otros y dificultarles el ingreso a las universidades autónomas, siempre pocas, para mantener un grupo a quien culpar de la reproducción de tiranos, de basura y del subdesarrollo porque para ellos no se disponen las ideas que les permitan distanciarse desde el pensamiento de su condición social para integrarse en un tipo de comunidad con proyectos que den por sentado su condición humana. No para representar la lástima, los pobres no representan, son… una clase que debe integrarse en el discurso y en los proyectos de formación, menos alfabetizadora, de las clases políticas e intelectuales para reconocer en ellos más que una mano de obra, un cerebro activo y productivo dispuesto de ideas.

Tanto ha sabido secuestrar el chavismo, que en la trampa de robarnos la lengua algunos han caído. No son los rojos los únicos que pueden hablar de los pobres porque a esa idea de la carencia le sobran formas, y la forma del gobierno es exclusivamente utilitaria, solo es un instrumento de manipulación.

Pero, cómo esperar un reconocimiento distinto hacia los pobres por una clase política emergente que ha intentado oponerse al gobierno con la cabeza tomada por la tradición del utilitarismo y las formas sin ideas. Un tránsito en círculos, un moverse ahí sin allá. No se puede generar credibilidad con la cabeza tomada porque no hay espacio para exponer lo diferente, la prolongación de la mismidad quiebra las propuestas.

¿Cuál ha sido esa mismidad en la Oposición además de mantener el tratamiento tradicional hacia los pobres?, entre otras cosas, mantener también el poder que ha generado como oposición en un circuito de otros poderes nacionales e internacionales para establecer relaciones estacionadas, un canal diplomático para moverse sin movimiento, como una larga cola de carros en la gasolinera que se mueve solo porque otros conductores, cansados de esperar, arrancan, se van. Para Aristóteles el movimiento carece de telos, de finalidad, es el pasaje sin acto, lo que indica que no basta con moverse sino pararse en el instante donde se halla el objetivo del movimiento que hace unos meses parecía estar bien planteado en el cese de la usurpación, sin embargo, como Josef K en El proceso de Kafka la oposición sigue moviéndose buscando una razón para seguir moviéndose. Un movimiento espiral que necesita sentido y narrativa propia. ¿Cuáles son las consecuencias de ignorar la fuerza narrativa que el chavismo logró crear con el concepto de revolución y de la que no se ha desmontado porque la sacralizó de manera casi literal ofreciendo hacer realidad un reino edénico cuyo dios simbólicamente el gobierno mantiene vivo en su relato? Como en casi todo ejercicio político las consecuencias no son ínfimas, sobre todo cuando se trata de ignorar. Una clase política que se oponga de manera genuina al gobierno del chavismo reconocerá que no sirve de nada secularizar la sacralidad política creada por el chavismo, secularizar una religión criminal donde lo que urge es profanar sus doctrinas. Para ese uso distinto hace falta pensar y a diferencia del espacio ficcional de Irene y su hermano en «Casa tomada», en Venezuela no podemos seguir sobreviviendo sin pensar.

Profanar para la Oposición significa crear su propio relato usando los materiales del relato del otro. Esto es, triturar el manido concepto religioso de la palabra «revolución» que solo se proyecta en un idealizado bienestar inmaterial futuro para restituir el concepto de revolución que contenga el impulso histórico que puede crear desde el reconocimiento de las ruinas que el pasado ha dejado en el presente venezolano. De ese modo, el papel político de un individuo, líder (y no de un dios), será pertinente con los movimientos de otros poderes políticos y los ciudadanos, y así estos, dentro del colectivo llamado pueblo, perciben su individualidad, su propio nombre como la garantía del cumplimiento de sus derechos.

En Venezuela el proceso político debe ser creativo no restaurador, crear y no restaurar, pretender recuperar un pasado ignorando las fracturas presentes es física y moralmente imposible, esas fracturas son los materiales con los que se debe trabajar: esos ciudadanos resentidos, indiferentes, engañados, incrédulos, esas instituciones saqueadas, esa clase política esterilizada y, aún más, esa clase intelectual desfasada porque hay una pregunta cuya respuesta puede resultar incómoda: ¿Tiene la academia venezolana una cuota de responsabilidad en la formación de los sujetos que han contribuido con la criminalidad del Estado?

La universidad venezolana también tiene ruinas que recoger y no fosilizar. La cabeza tomada de algunos académicos debe recuperarse dejando de exhibir sin pudor la retórica sin ideas de vocación enciclopédica y apostar por la formación con rigor y criterio de los estudiantes que mantienen la universidad activa. La lucha por alimentarse tensiona con la lucha por mantener renovada, por otros medios, una bibliografía que el Estado hace años le niega a las universidades. Si de este contexto surge el pensamiento con sus ideas, le corresponde a la clase política acercarse y pensarlas también para que, quizá, sea posible el éxito de una transformación democrática en el éxito de las relaciones entre la clase política y la clase intelectual.

Una tarea de esas relaciones será quebrar la mitología de izquierda moldeada desde los años 60 en Venezuela para ver en sus fisuras la historia de represión cercada por el festejo de la impunidad.

Tomando los términos de la lengua que nos pertenece; el ejercicio revolucionario del presente no puede enfriarse, de revoluciones sabe la ciencia, el arte, la historia y la genuina revolución en Venezuela se dará al desmantelar el uso chavista de la política como sustituto de la religión. No más epígonos de Bolívar, no más figuras sagradas respaldadas por alucinantes destinos heredados como si del reparto de tierras troyanas se tratara. Toda mirada nostálgica hacia el pasado es pasiva en su contemplación.

El pasado está ligado al presente, y no al revés, por una cadena de acontecimientos cuyos extremos quedan expuestos cuando al tocar uno, el otro vibra. De ello solo puede dejar constancia la visión contemporánea de la que debe ocuparse la formación en las universidades y los políticos en ejercicio que rompen con la aversión al pensamiento intelectual para reconocer con ello los fundamentos de la política en sus prácticas modernas.

El sujeto sociopolítico contemporáneo no se deja tomar la cabeza porque sabe que debe constelar con otras, pensar los usos de la pobreza, reconocer que la trinchera del chavismo es la ley fuera de la ley: su regla, su soberanía está en tomar decisiones con la suspensión no declarada de lo jurídico por la emergencia de mantenerse colgado, balanceándose en las últimas hilachas de un Estado haraposo que lo sostiene. Desde este contexto, el sujeto contemporáneo confirma que, de este lado, poco ha servido «tener bolas» o «ser arrecho» y procura crear movimiento hasta el acto con ideas. ¿Quiénes son los contemporáneos?


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