JOSÉ BALZA, POR VASCO SZINETAR

Por JOHNNY GAVLOVSKI

Alguna vez intuí que escribir es proseguir con las aguas 

o devolverlas hacia orígenes ignotos… (1)

J Balza

I.- Introducción al hombre que vino del Delta

La fuerza del agua llega hasta la desembocadura en el Océano. Ahí lo conocido se une con la inmensidad. Ahí los nombres desaparecen: no más Yocoima, ni Barima, ni Orinoco. Todo se diluye en la vastedad líquida.

Previo a ello, el paisaje sabe de la fuerza de los caudales, y se esfuerza en detenerlo, interponiendo diques al portentoso empuje de los ríos. Islas y caños que soportan los cauces milenarios: Borojo, Bongo, Capure, Cocuina, Curiapo, Tórtola y Macareo. Guara y Barco. Los nombres soportan aún los dialectos warao y barrancas, o las denominaciones posibles que escucharan los habitantes a conquistadores españoles o al temible Sir Walther Raleigh: Isla del Medio, Las Islitas, Misteriosa, Remolinos y la Remediadora.

Nombres y caños, tantos, como tantas han sido las leyendas que entre esos tejidos naturales se entremezclan. Bagres, camarones, caimanes, caribes y cachamas en el agua. Chigüires, manatíes, nutrias, jaguares y monos en la tierra. Gabanes, tucanes y guacamayas, bajo el manto del cielo; y en el movimiento ágil, sigiloso, el lirio de agua se agita y los manglares se estremecen.

El paisaje del delta es generoso: ahí también podemos contar una, dos, treinta, cien, quinientas, setecientas palmeras plantadas en el mismo suelo, en el mismo lugar, bajo el mismo cielo donde llegaron un día, según cuentan, los Warao o Kotoch o Chavin. No importa cómo los llamen o cómo fueron llamados: son los mismos, también fueron plantados en el mismo lugar. Llegaron huyendo al desierto de agua. Se encontraron con miradas en rostros que no sabían si eran como ellos o no, que hablaban lenguas diferentes y venían de más allá de donde la línea del mar ahogaba su propio nombre. Ahí llegaron otros que se plantaron también en el mismo lugar, con su sangre, y sus palabras, y sus carnes, y huesos, y sus formas de vivir, y entender que la vida también se diluye, hundiéndose en la tierra pantanosa, y seca; y así, algún día, la sangre se volvió negra, espesa. Entonces, vinieron otros (los nuevos nacidos, los de tierra adentro) con sus oficinas, sus máquinas, sus ruidos, y las aves huirán. Los restos de los tiempos surgieron de nuevo, con una fuerza extraordinaria a la superficie, y en Manamo surgió la industria petrolera, y el pasado, y las miradas, y la identidad, mutó en el giro de propio eje milenario.

Tal es la obra de José Balza, palimpsesto, transformación constante, ejercicios narrativos líquidos, que fluyen, se transforman, sin cesar de reescribirse. Lo vemos desde sus primeras novelas Marzo anterior y Largo, en sus crónicas y ensayos.

Ríos de letras que fluyen hasta nuestros días, pródigo en relatos e imágenes, otorgándonos un aporte invaluable a la literatura y al análisis cultural, tal como reza el veredicto del VIII Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña conferido el pasado 2023.

II.- Topolittera, una propuesta

En el discurso que José Balza diera para tal ocasión, hay un extracto que llama la atención:

El ensayo ve simultáneamente hacia el pasado y el porvenir; de otra forma no podría existir (…) Cervantes es Saavedra, pero también lo son mundos olvidados, recónditos, futuros.

A partir de esa declaración, no podemos dejar de revisar página por página de sus Ensayos para interrumpir, que la Academia Mexicana de la Lengua publicara en ocasión al referido premio, así como a la reciente edición de sus ejercicios narrativos Un hombre mira(n)do.

Sea los escritores que desgrana en la primera obra, o las historias que entreteje en la segunda, ahí está la mirada de Balza, recordándonos al Flâneur de Benjamín. La diferencia es que a nuestro autor lo aventaja su formación como psicólogo, así como la agudeza de artista; con las cuales logra las torsiones necesarias en la banda de Möbius de sus personajes (reales o ficticios), haciendo de lo íntimo, la cara más visible, y al mismo tiempo, dirigiendo lo exterior, hacia la más profunda interioridad.

En la misma disertación, afirma: Todo ensayista es un mundo conceptual. Nos preguntamos si acaso es esto una declaración de principios con la cual pudiéramos hablar de una topología “balziana, o mejor aún, una topolittera, no solo por la capacidad del autor de plantear distintas de estructuras, a partir de torsiones narrativas en sus escritos; sino también, para hacer honor al juego que Balza realiza con la condensación de palabras y sus significados. Esto no puede ser considerado una tendencia a la construcción de neologismos, sino como un witz, formación de lo inconsciente que media entre el sentido y la ausencia de éste, salida ingeniosa contra la falta-en-ser que amenaza con anquilosar a un creador.

Balza posee el savoir-faire de l’artisan, que encuentra términos como colores que no existen en diccionarios, ni en catálogos; y, sin embargo, ahí están, por ejemplo, el color retrasado en su análisis de la obra de Jesús Soto. Lo entenderán pronto aquellos que conservan los tonos del Orinoco en la mirada.

En su topología literaria, Balza–Möbius teje, nos entreteje. Capas de tiempos y espacios yuxtapuestos, con las que nos sumerge, en ese espacio de lo inconsciente donde los sueños se van formando en alas de metáforas y metonimias. Lo vemos tangible en Un hombre mira(n)do:

“Amanecía y fui lanzado violentamente contra una pared, que está hecha con cáscaras de huevo (…) aunque al comienzo me pareció vertical. El impacto hace que en ellas queden atrapadas mis manos, trato de separarlas, gesticular, y entonces también los brazos van quedando adentro. Sin advertirlo, penetro” (2).

Como si la fuerza de la descripción no fuera suficiente para la inmersión subjetiva del lector, basta buscar otro relato en Un hombre mira(n)do para ser eyectados a una exterioridad no menos compleja, donde ser y ambiente se tornan uno, como sólo puede narrarlo un hombre que vino del agua y la selva:

Han pasado casi setenta años. El antifaz verde fue mi señal secreta de pertenecer a un reino propio. A medias entre ser vegetal, pez terreno, zona de claridad estelar, sombra, tierra, muchacho y hombre, agua: cuanto lo imaginario pudiera fortalecer en mis gestos simples, carentes de significados” (3).

En este interjuego de palabras, encontramos símbolos e imágenes permutables, dilatadas, contraídas, desplegadas en toda la gama de su significación, donde puntos diversos coinciden, mientras la figura del autor permanece en toda su dimensión topológica.

No es de extrañar en un heredero de Montaigne, que no busca pruebas lógicas o rigurosas de un tema, sino sostener “la expectación con que atiende el momento, la realidad o el mundo” (4), conduciéndolo, a una ampliación conceptual, a una profundización en esa mirada sobre el mundo que habita. Así, entreverando, describe:

Si observamos a Venezuela como a un objeto imaginario podremos vislumbrar en él la ágil forma de una cesta: elaborada ésta con fibras, palmas, raíces finas y poderosas, es capaz de sostener pesadas cargas de peces, no menos fuertes frutos de cortezas duras o suaves, animales y niños. Puede, asimismo, guardar y proteger sustancias por largo tiempo, así como contener materias oleaginosas, piedras de diversos calibres, arcilla; pero deja escapar la sutileza del agua, de la arena delgada y la atraviesa el aire ince-sante. En su resistencia y su maleabilidad se mueven los múltiples polos de su estructura. Este concepto imaginario equivale también a una metáfora humana, psíquica (5).

Así encontramos a un Balza, que no es ajeno a la propuesta de Friedrich Hundertwasser cuando planteaba nuestra constitución en cinco pieles (piel, vestimenta, hogar, país, naturaleza); pero nuestro autor va más a allá, formalizando la topología de nuestra identidad a través de los sentidos: texturas, peso, permanencia y transitoriedad, como el agua… el agua misma que nos constituye.

III.- Balza, el encuentro con lo insondable

El deslumbrante paisaje del delta también puede parecer una superficie, como la escritura (6).

A pesar de la fuerza del caudal, el Orinoco termina disolviéndose en el océano. De igual manera, hay algo en la vida que de pronto, se disuelve, en la profundidad de algo infinito. Pero ello no implica el fin, sino un cambio de dirección, de semblante, sostenido en un flujo perpetuo.

En este sentido, Balza es aristotélico. Somos movimiento bajo la mirada de la diosa Fortuna (Thyché). En la perspectiva del filósofo griego, dicha Τυχη va de la mano del pensamiento (διανοια) dada su posibilidad de hacer elecciones. Sin embargo, ésta no la hace capaz de inteligencia, la cual es del orden de lo que siempre sucede. Por el contrario, la fortuna siempre aparece en su dimensión accidental, insondable (αδηλοςa través del acontecimiento.

Lo abrupto de éste emerge en algunos de los relatos del escritor del delta, confrontándonos con la dimensión de lo inescrutable. Por más que quisiéramos rebelarnos ante ello, no podemos. Τυχη está ahí, imperturbable, bordeando la incapacidad de ser simbolizada, golpeando nuestro cuerpo.

Somos Orfeos rotos. Escultores de nuestros propios monumentos, tratando de asir el tiempo que se escapa:

El dueño de la tumba ha querido que sus ojos concentren el ardor, el deseo, la tensión eterna del infinito amor” (…) “dios humano y común, sólo único por la imagen que lo captura” (7).

Y sé que es así. Ocurrió a este narrador en el arduo camino para hacer llegar a Balza dos ejemplares de sus Ensayos para interrumpir. Minos sonreía en cada desvío insoportable, desde Ciudad de México hasta Caracas. Cuando al fin los recibo, gracias a la inquebrantable artista Marta Zarack, llamó al autor. Balza me da una dirección, confiando en mi sentido de la orientación.

Por supuesto, me pierdo en el laberinto de calles. Entonces tomo el teléfono. Lo llamo. Él dice: “Sube la cuesta, sabrás que llegaste cuando te encuentres con la gran Ceiba”. “Maestro” —le digo— “la botánica no es mi fuerte”. Balza me replica: “Busque la gran ceiba”

Repentina, Thyché aparece a mi izquierda; y ahí está. La veo en todo su esplendor: alta, de tallo esbelto, con su gran copa, sus ramas plenas de hojas y espinas cónicas, sus gruesas raíces levantando el pavimento. “Estoy frente a la ceiba”, murmuró. La sonrisa de Balza me llega con las últimas indicaciones. Por fin, consigo el domicilio.

Bajo del carro. Espero que él llegue para hacerme pasar, pero de nuevo, como siempre, hay un evento que cierne los puntos suspensivos frente a nosotros: ahí estoy yo, frente a él. Sostengo los volúmenes premiados entre mis manos, pero no se los entrego. Un recuerdo desgarra el momento. Los edificios al frente fueron el espacio de encuentro con aquella adolescente frágil que impactó mi vida en una juventud ya lejana.

Balza me mira. Al igual que en uno de sus relatos, estoy en un espacio donde se acumulan —por momentos en orden, como capas gaseosas— los materiales del sueño” (8). Él lo sabe. En silencio, me devuelve al presente.  Y de nuevo, una vez más, el recuerdo de unas líneas suyas me sirve de soporte: “Te amaré en tu cuerpo, no en mi pensamiento. Estaré siempre dispuesto a recibirte y a no sufrir cuando desaparezcas” (9). 

—Ahí tienes otra historia —me dice

—Nunca la contaré —le respondo.

Balza hace una pausa. Luego dice, y yo comprendo: “¿Por qué no? Para un escritor no existe testimonio sin ficción”.

¡Momento de interrumpir!


Referencias

1 Blaza, José: extracto de https://prodavinci.com/discurso-de-recepcion-del-viii-premio-internacional-pedro-henriquez-urena/

2 Balza, José: Cuentos, Ejercicios narrativos, Paréntesis Editores, Sevilla, España, 2012. Reeditado en Un hombre mira(n)do. Kalathos ediciones. Madrid, 2023. Pág 89

3 Balza, José: “El antifaz verde” en Un hombre mira(n)do. Kalathos ediciones. Madrid, 2023.Op cit. Pág 10

4 Balza, José: Ensayos para interrumpir. Academia Mexicana de la Lengua, 2023. Pág. 370

5 Op cit. Pág 357

6 https://prodavinci.com/discurso-de-recepcion-del-viii-premio-internacional-pedro-henriquez-urena/

7 Balza, José: “Mille volte il dí moro, e mille nasco” en Un hombre mira(n)do. Kalathos ediciones. Madrid, 2023. Pág 115

8 Balza, José: Balza, José: «Del día hacia la madrugada” Op cit

9 «Certeza», Play b, Fundación para la Cultura Urbana, Caracas, 2016. Reeditado en  Un hombre mira(n)do. Kalathos ediciones. Madrid, 2023. Pág 81


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