Balza es uno de los narradores más reconocidos como dialógicos del último tercio del siglo pasado y lo que va del presente | Archivo El Nacional

Por WILFRIDO H. CORRAL 

Es muy trascendente que cualquier compilación de la prosa no ficticia de José Balza incluya más «ensayos» que lo que se puede llamar su «ficción pura», porque es bien sabido que su aproximación híbrida a ellos contraviene registros y conceptos genéricos aceptados. Como «ensayista» es incurablemente curioso, un autodidacta obsesivo, equipado con una alusión para cualquier ocasión, un viajero intrépido y auto-consciente, embebido y riguroso en la celebración de la prosa discursiva. En su nomadismo temático, como compañero de viaje ideal, informa y divierte, especula y sobresalta. En perpetuo movimiento introduce detalles, a veces sobre sí mismo, múltiples llamados eruditos, y vuelve sobre sus pasos para enriquecerlos y envolverlos en una narración cada vez mayor. Es, en resumidas cuentas, un «ensayista puro», intelectualmente móvil.

Hay otros hechos en torno a Balza y su prosa, ficticia o no. En verdad se trata de un prosista que escribe magníficamente bien sobre varias artes humanas, sacándole ventaja a los males y bienes de su tierra y varios continentes, a la batalla de las ideas y la cultura, con una prosa que se distancia de los vacuos desafíos sintácticos, dificultades léxicas u obstáculos semánticos asociados con los descuidos actuales de la escritura interpretativa o ficticia. Por medio siglo sus escritos ficticios (o «ejercicios» narrativos u holográficos, antes de que se pusieran de moda) van demostrando que establecer fronteras entre discursos o géneros es un tipo de esencialismo, una especie de pecado del cual los escritores que se respeten se deben distanciar. No obstante, su escritura nunca es una recreación experimental con el escepticismo secular en torno a la estabilidad de la prosa.

Más bien, aquella escritura que por convención se sigue llamando ensayística −que en su caso se expande hacia numerosos aforismos, artículos, biografías o textos biográficos, crítica literaria, crónicas, cuadernillos, ensayos formales, introducciones, notas críticas, observaciones (idea que ya esbozaba en sus escritos sobre narrativa en los sesenta), periodismo, presentaciones, prólogos y reseñas− demuestra un orden juicioso. Aquella abolición, destierro, mezcolanza o postergación activa y bien pensada de las leyes genéricas también es notable en las antologías suyas que incluyen ensayos y ficción pura, y por cierto en algunas digresiones ensayísticas de varios «cuentos» en obras de este siglo como El doble arte de morir (2008). Ese arte misceláneo es una práctica equilibrada que surge en la época en que publica su primer ejercicio narrativo, la novela Marzo anterior (1965), cuando además co-dirigía y animaba la revista En HAA (1962-1969), y continúa medio siglo después.  O sea, Balza siempre es dinámicamente consistente en el enfoque que escoge para su prosa, y ha ido puliendo sus entresijos a través de los años.

Por esa razón, en todo momento Balza ha sabido que el argumento del texto híbrido, fluido, transgenérico (o lo que se prefiera llamar en estos días interdisciplinarios a los textos que borran los bordes y márgenes entre verdad, realidad, texto y ficción) puede conducir a una forma de debilidad estética: una defensa de teorías esotéricas y pasajeras que pretende elevar el nivel del auditorio, o establecer un presunto compromiso dialógico, como modo de evitar reacciones robotizadas o una lectura directa y objetiva. De hecho, Balza es uno de los narradores más reconocidos como dialógicos del último tercio del siglo pasado y lo que va del presente (bien lo analiza Josu Landa en Ensayes). Su prosa no ficticia dialoga con cómo se persiste en devaluar los avatares de la verdad, realidad, texto y ficción en la interpretación actual, permitiendo que las valencias de su práctica se multipliquen. Otra verdad es que deja las negociaciones tautológicas a los que se enojan con sus textos, y el resto a los que los disfruten. Este ha sido su verdadero desafío todos estos años, y también el de sus lectores. Tómese como ejemplo relativamente reciente un texto que escribe sobre uno de sus pares en su práctica escritural, el llorado maestro Sergio Pitol. Refiriéndose a un cuento del mexicano dice: «Los músculos de la penumbra, ciertos cambiantes engarces entre los hechos y su apariencia, lo instintivo, la belleza concebida como un misterio intelectivo, la densidad de lo real, la transparencia elusiva del sueño, la indecisa línea que permite discernir el pasado y el presente».

El significado que detecta se puede aplicar a su propia práctica sin limitarse a los textos que podrían pasar estricta y tradicionalmente como ficciones puras, y de las cuales, vaya sorpresa, ha escrito una cantidad estimable. Es como si al hablar de los maestros se refiriera a su propia obra o yo, acción que varios lectores de ellos no han comprendido cabalmente, pensándose en que cierto tipo de ensimismamiento puede cruzar fronteras sin afectar el acto de la lectura; o creyéndose lo opuesto: que toda violación de las normas literarias establecidas impide la lectura. Definitivamente no. Balza tiene plena conciencia de que el ejercicio ensayístico tiene coordenadas generalmente inviolables, así que superarlas requiere el tipo de ingenio al que recurren solo autores con su talento y larga práctica. Por ende sabe, por ejemplo, que tan pronto un reseñador menciona un autor, un género, o identifica una influencia de su cultura se ha echado a perder algo esencial sobre el autor o libro reseñado, y el trabajo de otros reseñadores modifica lo que un crítico particular cree decir con seguridad. En este momento del arte de la prosa no ficticia es superfluo perderse en discusiones acerca de qué es una buena reseña o las otras formas que menciono arriba, o qué se espera del género, o qué cantidad de historia, biografía, comentario social e incluso sesgo personal debe contener. De lo que se trata, en última instancia, es de llegar a los lectores, no perderlos, y para eso la obra de José Balza es necesariamente extensa y primordial.

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Wilfrido H. Corral (Ecuador) es crítico literario. Su libro más reciente es Discípulos y maestros 2.0. Novela hispanoamericana hoy.


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