JUAN FRANCISCO SANS Y MARIANTONIA PALACIOS, 1978, ARCHIVO FAMILIAR

Por JOSEFINA BENEDETTI

Juan Francisco Sans, mi maestro, mi tutor y mi socio en innumerables empresas con fines de pérdida pero con las que recibimos grandes satisfacciones, cómo él afirmaba. Juan fue un músico que no se limitó a profundizar en una sola rama de la profesión. Musicólogo respetado y admirado en Iberoamérica, fue un conocedor y difusor de la música latinoamericana y en especial de la venezolana. Desde su muy ameno programa Compositores de América, que se emitía los viernes a las cuatro de la tarde por la Radio Nacional de Venezuela, presentaba a sus oyentes la música tanto de los autores consagrados como la de cualquier venezolano o extranjero que por aquí circulara que se hubiese atrevido a verter sus ideas en un pentagrama. Nunca expresaba juicios de valor ante lo radiado, como debe ser. Además, incitaba a sus invitados a conversar sobre música, sobre las políticas culturales existentes y más aún, las deseadas, y ante todo, a explicar sus obras, dando a conocer diversas facetas de estos personajes a la Venezuela que cada vez más olvida sus verdaderos valores.

Fue el creador, desde la presidencia de Juventudes Musicales de Venezuela, de una importante serie de conciertos muy exitosos titulada Signos de la postmodernidad, lo que dio pie a una colección de discos compactos con obras de aquellos escribidores de música que estábamos seducidos por esta corriente estética de fines del siglo XX. Fue un programa innovador. Tenía tres vertientes: se incentivaba a los compositores a componer (valga la redundancia), ya que tenían la garantía de que sus obras no iban al cajón de los papeles donde muy probablemente reposaban otras anteriores; convocaba a jóvenes intérpretes que necesitaban darse a conocer para que estudiasen dichas obras y, en consecuencia, pasaban a formar parte de sus repertorios. Así no pasaba lo que muchas veces sucede, que las obras tienen su estreno y entierro el mismo día.

En 1994 organizó el Primer Encuentro Nacional de Compositores, con un total de once conciertos en el extinto Centro Cultural Consolidado. En 1996 organizó el Segundo Encuentro, esta vez con nueve conciertos. En ambos participaron innumerables autores de todo tipo de estéticas con obras para diversas agrupaciones: ensembles de cámara, coros, banda y orquesta sinfónica, resultando eventos de gran resonancia con una importante afluencia de público.

Como presidente de la Fundación Vicente Emilio Sojo, no sólo editó una colección de partituras de creadores venezolanos fundamentalmente del siglo XIX, labor que continuó como director de la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela, sino que impulsó las grabaciones profesionales de obras orquestales de los más importantes maestros de nuestro acervo musical (Vicente Emilio Sojo, Evencio y Gonzalo Castellanos, Juan Bautista Plaza, Modesta Bor, Inocente Carreño, entre otros) junto a la Orquesta Filarmónica Nacional.

Era el maestro de composición amable, comprensivo pero a la vez intolerante ante los ruegos de algunos de sus alumnos para que obviara alguna  barrabasada o lugar común que creíamos genial    en nuestros incipientes escritos. Nos obligó a escribir una nutrida carpeta de obras para poder obtener el título de Maestros Compositores, justificando su exigencia convenciéndonos de que así se constreñía la imaginación pero se afianzaba el oficio. “Revisen hasta que les sangre el ojo”, solía decirnos. “El intérprete no es un adivino para saber qué quieren ustedes que suene. Hay que escribir todo, hasta el más mínimo detalle”. Ambos consejos han sido invalorables por lo menos para mí, la única mujer participante del grupo de sus alumnos que bautizó La Escuela de Chacaíto, en clara alusión irónica a la Escuela de Chacao, fundada por el Padre Sojo entre 1783 y 1784, que generó más de 30 compositores en el siglo XVIII. Juan era así, hasta para las cosas más serias siempre tenía algún arranque humorístico.

Fue el Maestro con M mayúscula tanto en el pregrado en la Escuela de Artes como en el posgrado de Musicología en la Facultad de Humanidades de la UCV. Estimulaba la curiosidad de sus alumnos;  nos transmitió un compendio de informaciones fundamentales para el abordaje de cualquier tema relacionado con dicha carrera, siendo sus clases de todo menos aburridas. Conocía a profundidad todas las aristas del “metier” musical, desde las estructuras más simples hasta las más complejas; los diferentes tipos de análisis; el pensamiento tras las diversas épocas en la historia de la música; la música venezolana y latinoamericana; las estéticas de los compositores, y todo ello actualizado en el último libro publicado sobre novedosos enfoques y tendencias. No había pregunta que dejara de contestar con profundidad académica del más alto nivel. Fue mi tutor de tesis para obtener la maestría en Musicología Latinoamérica, así como el de innumerables músicos del país. Nos exprimió el cerebro, sin concesiones, y su gran orgullo tiene que haber sido la innumerable cantidad de tesis publicadas producto de su influencia, resultando en el rescate de compositores, agrupaciones y obras olvidadas, así como publicaciones sobre teoría musical.

No podemos olvidar su faceta como pianista. Junto a su esposa Mariantonia Palacios, el mayor apoyo en sus múltiples aventuras, fundaron el Dúo Sans-Palacios, dedicándose a interpretar magistralmente obras para piano a cuatro manos, especialmente del repertorio musical venezolano. Gracias a ellos hemos podido conocer y valorar mucha música que nos debe hacer sentir orgullosos de nuestros autores.

Generoso como el que más, sencillo y humilde con su bagaje de conocimientos, Juan dejó una huella imborrable en todos los que tuvimos la suerte de estudiar y trabajar a su lado. Prueba de ello fue el majestuoso y concurrido funeral en el que instrumentistas, cantantes, coros y personajes de la música en nuestro país rindieron sentido homenaje al maestro amigo de todos.

…Hubiese preferido escribir sobre Juan en tiempo presente.


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