TRANSPARENCES, DANIELA QUILICI

Por JULIO PACHECO RIVAS

La dilución, tanto en pintura como en la realidad que se extiende al otro lado de ese espejo tendencioso, nos muestra paso a paso la esencia de un proceso de transmutación; la materia allí renuncia a su rotunda corporeidad y se desdice en el líquido, en pos de nuevas aventuras, nueva vida.

En esa franja húmeda en la que se evidencia de una forma tan gráfica la persistencia del cambio como única y verdadera constante de nuestra realidad se deslizan los trabajos recientes de Daniela Quilici. Lo hacen de diversa manera: a veces su pintura es caudal cuyo fluir ella controla o, digamos, acompaña en su evolución, surfeando el capricho de un resultado al cual concurren diversos factores y que se respeta sin más. Otras, su pintura comenta, recrea, subraya ese caudal inicial, que ahora deviene fondo fértil, del que surgen nuevas representaciones.

Estas intervenciones suyas suelen siempre confirmar un abordaje orgánico del trabajo ya presente desde sus primeras obras; un abordaje de la realidad en el que su mirada ha persistido en estudiar y abrirse camino en el tupido follaje de la naturaleza, entendida ésta en la infinita variedad de sus expresiones, que es como decir, la vida misma.

Atenta a ese latir, Daniela Quilici se ha valido de diversos medios para expresarlo:

El dibujo, siempre allí, irreprimible, infatigable; en el cual, más que en traducir la visión, la mano se ha obstinado en registrar sobre la hoja la pulsión interior que da fe de un encuentro.

La arcilla, como una conexión primaria e inmediata con el cuerpo y la materia, es a menudo vinculada a sus pinturas en tanto que extensiones o, más bien, descarrilamientos, derivas de un discurso plástico.

Los tejidos, en tanto que objetos recuperados y re-significados. Objetos-puente, con una connotación temporal y cultural.

El trabajo que actualmente presenta en su muestra Transparences, en la Maison des Arts de Chatillon, se sirve de todos estos medios y los vincula sin recato alguno (bien sabemos que en el arte ya no existen hoy fronteras entre disciplinas sino caminos convergentes). Pero la pintura reincide en hacer prevalecer su protagonismo en el conjunto, aun en el temerario curso de su disolución sobre la tela… y triunfa. Todo lo demás orbita, comenta, prolonga, acompaña. La pintura se nos revela así, en la plena transparencia del recorrido, librada a su propio vértigo, en cada instante de la transmutación. Y contra todo pronóstico la dilución no logra realmente deshacerla; ella persiste, logrando el prodigio de ser una vez más pintura; ahora, un nuevo espacio plástico, espacio significante, cierre y al mismo tiempo apertura de un discurso incesante.


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