HÉCTOR POLEO, LOS TRES COMISARIOS, 1942

Por MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS

Armar sueños por dentro en momentos mágicos. Sostenerlos, para que no se caigan, con ocultos resortes de reflejos. Hacer visibles sus colores en la línea de flotación en que se mezclan las aguas del enigma y el mito. Hacer visibles sus formas, visibles como es visible la respiración en un espejo. Cada vez más visible. Respiración colorida. Pintar con la respiración no con pinceles. Esto es lo que hace Poleo, sacerdotal, litúrgico, en un arte enfriado a temperatura de silencio. La dependencia de la imagen a medias. Hay un paso de lo abstracto a las figuras y de las figuras a lo abstracto. Ir y venir que nos hace perder pie entre lo real y lo fantástico y agarrarnos del aire, del aire luminoso que sale de estos cuadros. Vértigo y sonambulismo blanco. Hay otra forma de ser americano. Esta de este pintor de Venezuela. Una lúcida combinación de sustracciones hechas a las substancias crudas, tratadas a hervor de magia, hasta transformarlas en reminiscencias de espuma de fruta, caleidoscopio de plumajes, sanguaza dulce de piedras de luz. Inventar un idioma cabalístico para hablar de esta pintura de Poleo. Hacer préstamos de palabras a idiomas indígenas. Esas palabras que al caer al oído del que las escucha se abren en metáforas como ciertas raíces que en el agua se vuelven mariposas. Otro idioma, mientras nos embriaga esta pintura, como las plantas secretas que al quemarse dan humos de colores, madejas que se enredan y desenredan frente a nosotros y que nuestra mano, vago ademán en el vacío, trata de palpar. No es palpable la pintura de Poleo. Es un humo impalpable que se mantiene en lo visible y sólo en lo visible. Proyección irreal, antirreal. Desvelo de astros que se comen a sí mismos. Estructuras íntimas. La luz, ingrediente artificial. En la obra de Poleo no hay luz natural. Todo es recreación, hasta la luz se inventa a sí misma para iluminar abstracciones figuradas. Toda realidad es corruptible y por eso nuestro pintor prefiere descorporizar las cosas,

trasladarlas a estados de luminosidad inocente, a cadencias que no se oyen, que se miran. Sin nada palpable ni audible, nos sentimos destanteados en el universo de este pintor y pensamos en la poesía, en lo poético, para aliviar nuestro entender. Querer entender. Pero es que alguien entiende algo. Y si por momentos nos sirve el hablar de lo poemático de un cuadro, bien pronto caemos en que es falso lo que decimos. Un recurso, solamente. Un pobre recurso. Y es que en nuestro afán de querer entender y razonar, no nos acostumbramos al felicísimo encuentro de los ojos y la pintura, aquella hecha para estos y estos hechos para aquella. Y menos en pintores como Poleo, en los que el arte de pintar ha

pasado a ser arte de pintar caprichos, radiografías en color, cifras universales, heráldica de la burbuja, comunicación fulgurante, monólogo de fuego de artificio. Y esperanza de otro paraíso…


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