Por NELSON RIVERA

La incubación del archipiélago

Cuenta Solzhenitsyn: “En 1958 empecé a idear el armazón, la estructura del libro, las partes, los capítulos, los temas que iba a desarrollar. Pero me acabé rindiendo porque sabía que mi experiencia era insuficiente. Sabía cuál debía ser la estructura del libro (…) Me hacía falta una experiencia que abarcara varias décadas, cuarenta años de terror”.

Entre los lectores de Un día en la vida de Iván Desinovich se produce entonces una reacción salvadora: miles y miles le escriben al escritor. Muchas de esas cartas contenían testimonios de sobrevivientes de los campos. Solzhenitsyn escoge las más reveladoras y se cartea con sus autores. Pacta encuentros, pregunta, toma notas, ordena una cantidad ingente de información, recogida de las historias de casi 280 exconvictos. Durante 1963 y 1964 trabaja sin respiro. En octubre de 1964 cae Jrushchov y Leonid Brézhnev accede al poder total. Con Brézhnev la KGB regresa y la represión se desata. Vuelve la censura, se persigue a los escritores, se castiga la circulación clandestina de libros.

Solzhenitsyn vive bajo la conciencia de un peligro poderoso e inminente. Toma precauciones extremas. Establece medidas de seguridad. Crea apodos, códigos y reglas estrictas. Arma una mínima estructura clandestina, a la que llama “Los invisibles”. Ninguno usaba el teléfono. Solo él conocía sus planes. No tocaban el timbre. Cuando se encontraban, solo por unos pocos minutos, no hablaban. Escribían los mensajes sobre papeles que desaparecían en el fuego. Entregaba sus encargos, retiraba lo avanzado y desaparecía. Vive para borrar sus propias huellas. Pero sabe que su secreta aspiración no es posible: que la KGB lo olvide.

Otras veces, luego de unos cuidados golpes en la pared, entraba al apartamento de un ‘invisible’ y, sin pronunciar ni una palabra, se sentaba a escribir. Aquellos colaboradores copiaban extractos, contrastaban citas, resumían documentos, localizaban pasajes. Entre los miembros de “Los invisibles” había mujeres que habían pasado por los campos, que habían perdido familiares y que habían conocido los campos como él.

Aparece la KGB

En 1965 la policía encuentra unas pocas páginas del manuscrito en la pared de la vivienda de un amigo. Con la ayuda de dos ‘invisibles’ el manuscrito es trasladado a Estonia. Unos amigos de ese país, también sobrevivientes de los campos, le ofrecen un refugio en una granja alejada de vecinos y carreteras. Durante los inviernos de 1965, 1966 y 1967, Solzhenitsyn se encierra a escribir. Para llegar o salir de allí, se disfrazaba, se quitaba la barba, daba extensos rodeos en buses y tranvías. Cada capítulo terminado exigía una prueba de coraje y riesgo. Salía y lo llevaba a algún lugar donde el puñado de páginas permanecería bajo custodia. A medida que Archipiélago Gulag crece, la obra se dispersa en una red de solidarios amigos, distribuidos en un amplio radio de territorio.

En 1968, operación cargada de riesgos, el escritor reúne las piezas. El año anterior, como parte del plan, había comprado una pequeña casa en una zona campestre, a 78 kilómetros de Moscú. Dos de las invisibles asumen la tarea de mecanografiar el mamotreto. Otro invisible, uno de los encargados de comprar un par de cintas para máquina de escribir, fue seguido e interrogado por la KGB: para qué quería las cintas si no tenía una máquina. En abril de 1968 está listo el primer tomo. La transcripción de los otros dos tomos avanza de forma simultánea. En mayo culminan la tarea. Nadia Levitskaia, en una demostración de coraje más allá de lo razonable, introduce las cuatro copias mecanografiadas de los tres tomos en una mochila —un bulto inocultable y pesado— y los lleva a un encuadernador. Hacen la tarea a todo lo largo del día. Al finalizar, en varios desplazamientos, los lleva a distintos sitios para ser resguardados.

A continuación, otro invisible, también a lo largo de un día, sin parar ni un minuto, copia el libro en formato microfilm. Solzhenitsyn sabe que debe sacar el libro de Rusia, lo antes posible. Un ruso que trabaja en París como intérprete en la Unesco, llega a Moscú en junio por una semana. Vacaciones. Lo contactan y piden que saque el libro. El hombre, que apenas tiene idea de quién es el autor, acepta. A los días avisa: las películas han llegado sin contratiempos.

Cuando en 1970 le conceden el Premio Nobel de Literatura, es autor de seis novelas, Un día en la vida de Iván Desinovich, Pabellón de cáncer y El primer círculo, las más destacadas. La atención del mundo se intensifica sobre él cuando anuncia que no viajará a Estocolmo: teme que no le permitan regresar a su país. Aunque no hay ceremonia, sí hay discurso. En otro episodio de peligro, un periodista sueco saca el discurso que, entre otras cosas, contiene la primera mención pública de la frase Archipiélago Gulag. La vigilancia sobre Solzhenitsyn se redobla.

Se desata la crisis

Durante meses, la KGB sigue a Elizabeta Bronianskaya, una de las invisibles. Es una mujer sola que vive en unos pocos metros cuadrados de una vivienda colectiva. Solzhenitsyn le ordena que destruya la copia que tiene bajo su resguardo. Pero desoye y la entrega a un amigo para que éste la esconda. La copia es una especie de tesoro íntimo. El interrogatorio a la que someten, ejercicio de pura atrocidad, se extiende por cinco días y cinco noches de agosto de 1973. Cambian los equipos de torturadores y ella sigue allí: sin dormir, no más que unos sorbos de agua. En la madrugada del sexto día se produce el colapso: confiesa dónde está el manuscrito. La dejan libre y regresa a la mínima habitación donde vive en una vivienda comunitaria. En la noche aparece muerta. El régimen dijo suicidio. Los vecinos, que su cuerpo había sido acuchillado.

Solzhenitsyn no duda. Sabe lo que viene. Pide a sus aliados en París, con la urgencia del perseguido, que la novela sea publicada. A continuación escribe un comunicado de prensa en el que anuncia la existencia de Archipiélago Gulag. Su amigo, el periodista sueco, no solo viaja con el comunicado, también con una carta a su abogado en Zurich, en la que le ordena que el libro sea traducido al francés. El 28 de diciembre de 1973, el primer volumen apareció en lengua rusa, en París, y, de forma casi simultánea, en Berlín. En enero apareció la traducción al francés. A los pocos días, en un barco que se detuvo en un puerto de Francia —Saint-Nazaire—, antes de seguir a Rusia, viajaron los primeros ejemplares que se introdujeron clandestinamente al país. De inmediato comenzó a ser reproducido por redes de samizdat.

Revuelo y expulsión

Entonces el semanario L’Express publica las primeras páginas del libro. Se produce un revuelo entre políticos, académicos, periodistas y lectores. Otras publicaciones hacen lo mismo: reproducen fragmentos del libro. No hay diario o revista que no lo reseñe o comente ampliamente. A las tres o cuatro semanas de su lanzamiento, se pone en marcha la venta de los derechos a otras lenguas y la actividad de los traductores. La obra no solo recibe elogios. También algunos ataques de comunistas que denuncian su contenido sin haberlo leído. En febrero de 1974, han aparecido artículos en los que afirma que Solzhenitsyn lo obvio: no es más que un agente de la CIA, todo el contenido del libro es inventado, no existen los campos de concentración, sino centros de reeducación social y política.

Mientras tanto, la KGB asedia a los familiares, vecinos y amigos del escritor. No se ocultan. La prensa del régimen le ataca con furia. Lo acusan de falsedad, traición al país y de actividades contrarrevolucionarias. Lo difaman. Jefes comunistas amenazan a los lectores: tener el libro, leerlo o difundirlo es un grave delito. Se invocan los argumentos del Artículo 58 de forma expresa o velada. El régimen lo acorrala: pasa a encabezar la lista de los libros prohibidos.

El 13 de febrero de 1974 seis agentes de la KGB llegaron al domicilio del escritor, lo sacaron a la fuerza y lo llevaron a un centro de detención. Alrededor de las 9 de la noche comenzaron los interrogatorios y, de inmediato, el juicio fulminante, que apenas duró unos minutos. No tardaron en notificarle que, por decreto del Soviet Supremo, había sido despojado de la nacionalidad soviética y expulsado del país. Más tarde, el escritor comentaría que el régimen tardó en reaccionar —seis semanas después de la publicación del libro en lengua rusa en París—, porque estaban debatiendo qué hacer. Sabía que, fuese cual fuese la decisión, esta sería irrevocable. La noche del 14 de febrero, el avión que transporta a Solzhenitsyn, aterriza en Frankfurt. El escritor alemán Heinrich Böll, que había recibido el Premio Nobel de Literatura en 1972, lo acoge en su casa.

El libro más influyente del siglo XX

Más relevante que las cifras de venta (en Estados Unidos, millones de ejemplares; en Europa, más de 8 millones; más de 31 millones en las primeras 32 lenguas a las que fue traducido), es el impacto profundo que el conjunto de la obra produjo, especialmente en el seno de la izquierda: partidos políticos, escritores, periodistas, académicos, simples ciudadanos, que descubrieron el horror que ocultaba la propaganda comunista, con el apoyo coral de intelectuales, diarios y revistas, diplomáticos y una amplia gama de cómplices y colaboracionistas.

Archipiélago Gulag abarca un período de casi cuatro décadas, 1918-1956— no solo revelaba las atroces realidades del sistema de campos de concentración. Lo esencial es que demostraba cómo el terror, con sus implicaciones políticas, legales, institucionales, culturales y morales, es inherente al comunismo. Ponía bajo la luz que la violencia no es una herramienta opcional, que puede o no utilizar, sino que la violencia es la revolución: sustancia, articulación, su razón de ser. Como señaló Octavio Paz: el terror estalinista es hijo del leninismo, hijo de su concepción del partido revolucionario. Y añade: “Los campos no son un instrumento de lucha contra los enemigos políticos sino una institución de castigo para los vencidos. El que cae en un campo no es un opositor activo sino un hombre derrotado, indefenso que ya no es capaz de ofrecer resistencia. La misma lógica que rige a las purgas y depuraciones: no son episodios de combates políticos e ideológicos sino inmensas ceremonias de expiación y castigo. Las confesiones y las autoacusaciones convierten a los vencidos en cómplices de sus verdugos y así la tumba misma se convierte en un basurero”.


*Archipiélago Gulag. Ensayo de investigación literaria (1918-1956). Volumen I. Alexandr Solzhenitsyn. Traducción: Enrique Fernández Vernet y Josep M. Guell. Notas de Enrique Fernández Vernet. Tusquets Editores. España, 1998.

**Archipiélago Gulag. Ensayo de investigación literaria (1918-1956). Volumen II. Alexandr Solzhenitsyn. Traducción: Josep M. Guell. Revisión de Juan Francisco García, supervisión de Ricardo San Vicente. Tusquets Editores. España, 2005.

***Archipiélago Gulag. Ensayo de investigación literaria (1918-1956). Volumen III. Alexandr Solzhenitsyn. Traducción: Josep M. Guell. Revisión de Juan Francisco García, supervisión de Ricardo San Vicente. Tusquets Editores. España, 2007.


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