VASCO SZINETAR Y VICTORIA DE STEFANO, SERIE FRENTE AL ESPEJO

Por LIWIN ACOSTA

Dijeron algunos, reales o imaginarios, nadie sabrá y eso no importa, que Victoria, hija de padres italianos, uno del norte y otro del  sur, nació en Rímini en 1940 y se vino a Caracas de sólo 6 años, para dividir su corazón y no irse jamás. Dicen otros, cuyos ecos me llegan con mayor fuerza y claridad, que leyó muchos libros de filosofía, arte y literatura y que, entre otras cosas, también escribía.

Han dicho algunos de los que han estudiado su obra que De Stefano puede incluirse dentro de un pequeño círculo de narradoras de estirpe de nuestro país, en el que se encuentran Teresa de la Parra o Ana Teresa Torres, y una voz, que al parecer pudo leer Historias de la marcha a pie (1997), nos trae algunos ecos pequeños, pero francos, de esas resonancias recibidas.

En este libro de disposición prolongada los párrafos exponen un ferviente amor por las construcciones sutiles y un ejercicio casi plástico del lenguaje, gran protagonista. Su disrupción prosódica y la frase que serpentea, que se pierde y aleja del punto, nos llevan por un placentero y exquisito viaje formal. Tantas comas superpuestas, tantos adjetivos colocados con precisión abismal, hacen que cada página sea un fluir suave, lento y distendido.

Su trama desobedece al sentido clásico del término, nunca es lineal y está en conflicto permanente. Su tejido disperso se diluye como agua derramada, se forma, se deshace y se rehace como un inmenso pedazo de hielo que se acaricia en los ojos y los oídos del lector. Su estructura se arma y desarma cuantas veces Victoria quiere en enumeraciones largas, caóticas y elegantes que reflejan una práctica exploratoria donde se ponen en crisis varios conceptos preestablecidos.

Póngase bajo esa luz los cuadros de los grandes maestros coloristas y se los verá como olla de pobre. Pág 8

Pasajes así aparecen como fantasmas durante todo el texto y describen momentos cotidianos con maestría y candor. La experiencia es total, la apuesta obsesiva y la abulia creadora por momentos acoge un signo melancólico. Aquellos que nos hablan repiten que también es posible detenerse en páginas que tocan el proceso mismo de la escritura, haciéndonos partícipes de una contemplación en movimiento y descubriéndonos reflexiones propias de la marcha existencial:

El arte de razonar se aprende más bien tarde en la vida, y si por el contrario se lo aprende pronto, entonces añadimos desventura a la desventura. Pág 9

Sabemos por los ecos, testigos de este vivir sueltos, que el desencanto es parte natural del devenir diario. El libro supone una sutil maquinaria que intenta recuperar instantes de otro tiempo en la memoria, usando para sí mecanismos de ella y ocurriendo en un fluir desordenado propio de la dúctil materia de la que están hechos los recuerdos. El relato que se teje evade convenciones y nos invita a sucedernos sin prejuicios en las citas que se adhieren al texto como acompañantes que abren otros caminos.

De Stefano escribe para cumplir con una petición que supuestamente Bernardo, su padre, le ha hecho. No existen fronteras en su entramado: ficción, realidad, memoria y vida son atravesados por ese río tempestuoso que es el lenguaje y que se narra y piensa a sí mismo constantemente. En su gran cauce se bañan con igual fuerza el ensayo y la narración.

Largas disgregaciones y retornos ilusorios los difusos hilos argumentales son el signo natural del extravío y aunque algunas anécdotas estén parcialmente alteradas por el decir literario, sabe la voz que nos trae estas intuiciones, que como repite De Stefano, nada ha sido inventado. La escritura se construye en cada paso. Se descubre a sí misma a medida que avanza. En ella nada está asentado. Es un presente continuándose. Asistimos al re-cuento y re-encuentro, a la re-construcción y a una escucha atenta a esas voces de la infancia, que ante su ruego: ojalá no cesen nunca.

El texto se establece a partir de un Yo difuso, quebradizo, falible. La cotidianidad, el hacer diario se yergue como materia y la escritura como respuesta a:

Un incontestable anhelo de poseerlo todo, de exceder las experiencias. Pág 17.

La soledad y el silencio. El encierro y sus encantos peligrosos. Su lado débil capaz de generar delirios y vanidades enfermizas. Escribir como una accidentada ensoñación. Escribir desde la duda, desde el desconcierto y la confusión. Una paciente y concentrada resistencia a la escritura, ante el inevitable transcurrir del tiempo, ante el olvido y el viaje último de los recuerdos hacia la total desaparición. La escritura como vigilia, como un permanente ver pasar las horas, como espionaje.

En Historias de la marcha a pie (1997) acudimos a un homenaje que De Stefano hace a sus orígenes, a sus padres. Esta obra, que se investiga a sí misma, se sostiene sobre experiencias únicamente reales y en ella la escritura parece no dejar nada por fuera.  Lo sensorial nos hace partícipes de su inmediatez, olores, sabores, formas de ver la luz y sentir el clima en Europa, en África, en Latinoamérica. El olor del hombre de Dahomey. Hay, en sí, un registro detallado y minucioso de impresiones. Escribir para embotellar la vida en el lenguaje. La cita con Bernardo, el padre y su invitación de mirarlo todo a través del prisma desajustado de la memoria.

Entre sus principales obsesiones se pueden encontrar la enfermedad y los enfermos. Su presencia nos recuerda la amenaza de la muerte, nos trae a Sainte-Beuve para que recordemos que la cosa más santa, la cosa más bella es la salud. Podemos presenciar párrafos enteros que hablan sobre la observación minuciosa a la que está sometido el enfermo, que en este caso es Bernardo. Sabe De Stefano que la conciencia del dolor físico y espiritual es una experiencia intransferible, incomunicable. Según sus planteos, vivimos una parcial inexistencia, como si estuviéramos vacíos porque sólo nos damos cuenta de nuestros órganos cuando hay dolor en ellos, y:

La memoria abriéndose su camino como una doncella recién salida de su concha marina. Pág 33

El lenguaje abre la posibilidad de que el tiempo pueda concentrarse y contraerse. La autora es dueña y señora de un estilo extraño, de una forma temblorosa que maneja a la perfección, a tal punto que puede violarla, romperla y jugar con ella con las intensidades e intenciones que desee. Dice la voz que me envía sus ecos que durante la lectura sintió en algunos pasajes que estaba dentro de una matrioshka, que dentro de una historia salía otra historia y otra historia.

En su escurridiza embarcación llegamos a París y de pronto estamos en Shalom, Sfax, Hammamet o en Guayaquil, leyendo y escuchando sobre sus principios estéticos y éticos:

Decir la verdad sin paliativos, sin cortapisas, sin miramientos, sin enmiendas ni omisiones es la sagrada misión de mi humilde magisterio. Pág 51

De Stefano estaba convencida de que para escribir alguna obra notable, alguna obra, había que combinar el coraje más el talento y con esa posesión nos toca asuntos mágicos y nos da un paseo elegante por la cultura con referencias aparentemente inverosímiles. Desde Delacroix a los Beatles y es que en la memoria, como en la página, cabe todo.

¡Lástima de vida ésta que no admite el estar en dos lugares al mismo tiempo! pág. 64.

Leemos frases desencadenantes, con una revelada soltura rítmica  y sin deudas hacia el rigor de una estructura gramatical cerrada. Subordinadas tras subordinadas componen una danza contemporánea que nos mueve en una coreografía por la ciencia, el origen de los objetos, los alquimistas y que menciona igualmente a Zósimo de Panópolis que a Giordano Bruno, a Paracelso,  Kepler y a los nigromantes.

Se suceden fragmentos de un tratado científico y hasta pasajes de una crítica hacia la cultura, además de visos pequeños de un diario de viajes en el que se piensa sobre el principio sustancial de la existencia, la moralidad y la ética que acompaña a la naturaleza humana. Nos habla de Bernardo y nos lo describe y descubre como un gran lector con una fiebre por la perfección y que:

Todo lo que necesitaba era no ser molestado.

Pág  79.

También nos invita a la comprensión del mundo como una cosa practicable. Y sin dejar de mencionarlo nos acerca a la humanidad su padre:

A papá le tomó 2 años su liza contra la enfermedad. Pág 94.

Más adelante deja en evidencia la asunción de la muerte como cura radical ante el largo padecimiento de Bernardo. Esta salida del mundo es como una vibración a los castigos que ofrece un cuerpo enfermo. Y cómo a él había empezado habitarlo la honda pesadumbre de los lugares que van a ser abandonados:

Una cosa dura, amarga, humillante, esta fugacidad en que todo se pierde, el dolor y las alegrías que bastaban a sí mismas, que se creían conservadas para siempre. Pág 110

En Historias de la marcha a pie (1997) también se sufre la fugacidad y desde una profunda introspección accedemos a una conciencia más aguda sobre la vulnerabilidad de la existencia. A través de una mirada que viaja hacia adentro, metafórica y concretamente, descubrimos nuestra propia fragilidad. El relato avanza y nos habla también de la escritura de cartas como posibilidad de rescate de lo que se nos va en la vida.  Además, nos da detalles sobre los rasgos propios de una poética escritural:

Redactaba, retocaba, suprimía párrafos enteros. Hacía, rehacía, emborronaba papeles y papeles, los arrojaba al cesto. Pág 121

Leemos reflexiones sobre la sabiduría y el arte de conversar que nos revelan otro principio estético:

Hay que haber soportado mucho para poder llegar a obtener el título de maestro contestador… Nada hay, hijos míos, ningún saber en el intelecto que no hayan pasado por la jabonadura de las entrañas. Pág 136

La metamorfosis, las migraciones, los viajes. La profunda admiración por Marta: Mi madre era mujer física y mentalmente atractiva. La madre como una reina en una cotidianidad mediocre e insuficiente. Su mirada idealizada nos conmueve porque es de niña, porque es humana, porque viene del amor y la admiración de una hija. Nos regala aquel dechado de preguntas, en apariencia elementales y nos induce a afirmaciones ajenas a cualquier énfasis definitivo.

La muerte no era más que eso, un lugar al que se iba, un lugar al que se volvía, un lugar a donde se deseaba intensamente volver… pág 171

De hecho, el mundo de los muertos, el mundo post morten, se constituye en una de sus obsesiones principales. Hablándonos con mesura y respeto sobre esa obstinación tan nuestra con la que nos resistimos a morir en el último minuto:

El pavor como más alto homenaje del hombre al universo. Pág 178.

Todo extraído de la crisis existencial que atravesó su padre en la última etapa de su vida. Bernardo y Marta, padres que a veces funcionan como excusas para que salga la propia voz Victoria. El desdoblamiento del yo ficcional al yo reflexivo se pasea entre nombres, debajo de ellos, detrás de ellos sin que sea muy fácil notar cuál de todos es el que abre la boca.

Historias de la marcha a pie (1997) discute la noción de personaje, la noción de trama, argumento, diálogo, estructura y nos sugiere, entre otras cosas, que todo lo que pasa por el lenguaje es real. Bernardo escuchó en la radio los grandes acontecimientos del siglo, sumergido en la conciencia y en la memoria se reservó a Marta como quien protege un talismán, además:

Disciplinó su horario al ritmo metronómico de sus lecturas, se consagró a ellas con el ininterrumpido celo y la observancia de los que saben que sólo la insistencia enseña… pág 313

Leer y escribir como una forma de batallar contra las tensiones cotidianas de la realidad, de la enfermedad, aunque:

Bernardo no estaba hecho para salir vencedor por encima de las desgracias de una magnitud tan amplia. No, papá no tenía el alma de sílex de las palabras. Pág 326

La ficción como terreno fértil para la memoria, para la autobiografía, la memoria como una versión más de lo ficticio, como la ilusión con la que nos convencemos a diario para no perder el Yo. Un gesto de amor esa reconstrucción en la que De Stefano intenta convivir con sus padres, traerlos a sí y usar de la escritura su infinito poder de invocación. La autora erige su monumento familiar con esta despedida. En palabras del padre, mi testamento será simple:

¿Recuerdas todas las cosas que hemos hablado? ¿Recuerdas todo lo que te he contado? ¿Guardar todo eso en tu memoria? ¿A lo largo de todos estos años que ha durado nuestra amistad has escuchado bien? pág 339.

Escribir sobre él, sobre ellos, sobre ella misma. Escribir como una forma de ternura a destiempo. Lo mejor le sale a uno cuando se desvía… dijo ella en una entrevista en la que habló de su pasión por el párrafo, por la palabra, por las frases que se van: amo la frase perdida, me dijo, repitió la voz y nos perdimos, en su memoria nos perdimos.


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