Era irresistible. Aparecía y se interrumpían las conversaciones. Las miradas se agolpaban en ella. Su voz grave, cautivaba. Era alta y delgada, los ojos azulísimos, la boca carnosa y delineada. Hombres y mujeres se rendían ante su elegancia y su aspecto de modelo. Su historia literaria parecía leyenda. Tenía 29 años cuando, después de ver un programa de televisión dedicado al soneto, decidió intentar sus propios poemas. Cuando le contó a su siquiatra, este la animó a escribir. Tres años después ya era una referencia entre los lectores de poesía.

Nació el 9 de noviembre de 1928, tercera hija de una familia numerosa y acomodada. Dice Diane Wood Middlebrook, que los padres de Anne parecían arrancados de una novela de Scott Firzgerald: “guapos, acomodados, amantes de las fiestas y despreocupados”. Ceremoniosos: los padres se vestían para cenar. Tenían un ama de llaves cultivada y severa. Iban de vacaciones a la Isla Squirrel donde los abuelos poseían casas enormes con vistas al mar. Había allí un teatro con todos sus aditamentos. Cuando el abuelo materno de Anne murió en 1940, vendieron aquellas magníficas propiedades.

Anne distorsionaba. Rechazaba las formalidades. Iba desaliñada. Su padre bebía y la agredía. “Cuando estaba borracho, hacía a Anne el objeto de sus improperios verbales y le decía que su acné le repugnaba y que no podía comer en la misma mesa que ella”. La madre, por su parte, sufría altibajos de carácter. No era posible prever su estado de ánimo. La poeta recordaba aquellos años bajo el prisma del trauma. Nana, tía solterona, se instaló con los Sexton: se convirtió en el refugio de Anne. Más adelante a Anne le tocó presenciar cuando se llevaron a Nana al siquiátrico. Al regresar, su dulzura y plasticidad habían desaparecido para siempre.

Con la adolescencia adquirió conciencia del impacto que producía a su alrededor. Perdía su timidez, lideraba a sus compañeras. Era apasionada, enérgica y llena de vida. Bromeaba, sus compañeras giraban a su alrededor. Lograba buenas calificaciones, pero su propósito era “pescar” un novio. Cuando Anne Grey conoció a Kayo Sexton, se enamoraron y fugaron. Se casaron en agosto de 1948. El esposo se puso a trabajar en una empresa de lanas.

Muy pronto comenzó la inestabilidad: Anne, que tenía una necesidad irrefrenable de aventuras y emociones románticas, se enamoró de un amigo de ambos. Estuvo tres meses bajo tratamiento con Martha Brunner-Orne, que había tratado a su padre alcohólico y que, más adelante, tendría un papel relevante en la vida de Anne. La guerra en Corea determinó que Kayo se incorporara a la Reserva Naval. Las infidelidades crecieron. Tras el alejamiento del marido, los síntomas de que algo no andaba bien se hicieron más recurrentes.

En julio de 1953 nació Linda, en agosto de 1955, Joyce. El esposo se convirtió en un hábil empresario de lanas, a pesar de que aquellos eran malos tiempos. Anne Sexton tenía 27 años, vivía bien, pero sentía el asedio de su madre y de los padres de Kayo. Las exigencias de la maternidad le causaban “tandas depresivas”. El trabajo imponía a Kayo viajar. En su ausencia, Anne hacía crisis. Golpeaba a Linda. En una ocasión intentó ahogarla. Apenas se ocupaba de Joyce. Entonces fue internada durante tres semanas. Tras su alta, la situación empeoró. En noviembre de 1956 ingirió una sobredosis de barbitúricos –les llamaba “pastillas mátame”–. La intervención de las familias la aliviaba, pero también la irritaba. En una de las hojas que escribió para su siquiatra, más adelante, dijo: “Los sentimientos que me inspiran mis hijas no están por encima de mi deseo de ser libre ni de las emociones que me exigen”.

El estallido de la vocación

Entonces Anne Sexton se convirtió en paciente del muy joven Martin Orne, hijo de Martha Brunner-Orne, quien sería su médico por ocho años. Fue en diciembre de 1956 –tres semanas después del intento de suicidio–, cuando vio un programa con Ivor Armstrong Richards, sobre el soneto. Anne tomó notas apuradas de lo que veía. A partir de enero de 1957, comenzó a llevarle poemas a Orne, quien la estimuló a seguir. Aunque en mayo volvió a intentar acabar con su vida, continuó escribiendo. Se entregó a escribir. Ese año produjo más de 60 poemas.

Acompañada de una vecina –para Anne resultaba casi imposible ir sola a cualquier lugar– se inscribió en un taller de poesía que funcionaba en un centro de educación para adultos. Se presentó con 35 poemas. Se trataba del famoso taller dirigido por John Holmes, al que asistía, entre otras personas, Maxine Kumin que, además de su amiga inseparable, se haría una famosa poeta (obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía en 1974). Anne supo de inmediato que había llegado al lugar adecuado, y que sus poemas eran tan buenos como los de sus compañeros. Allí permanecería por dos años. La poesía fue como un segundo nacimiento.

En enero de 1958 –apenas un año después de haber escrito su primer poema–, una revista la publicó por primera vez. Cada poema acumulaba diez, quince, veinte versiones. Trabajaba con tesón incomparable. Muchos de sus poemas se referían a la sicoterapia. Poesía y tratamiento eran inseparables. A continuación, vendrían poemas dedicados a sus exploraciones amorosas.

Kumin, que resultó vecina de Sexton, se hizo su inseparable. Asistían a recitales de Marianne Moore, Robert Graves o Robert Frost. En junio, decenas de sus poemas buscaban un lugar donde ser publicados. Las buenas noticias llegaban, incluso de las grandes publicaciones norteamericanas como Christian Science Monitor, Harper’s y The New Yorker. Comenzó a leer poesía inglesa y norteamericana. En la poesía de William DeWitt Snodgrass y de Robert Lowell encontró poéticas que, como la suya, hablaban de los hechos concretos de la vida, a menudo en clave confesional. Lowell, uno de los poetas más influyentes, entonces, era percibido como un equilibrado modelo de autenticidad y cuidado formal. Anne no paraba. En 1959, no menos de 40 revistas la publicaron. Impactaba, revolvía a los lectores. No faltaron los críticos que rechazaban su desparpajo. Pero los elogios eran más numerosos.

La invitaban, la becaban. Sus encuentros e intercambios, muchos de ellos epistolares, con Snodgrass, contribuyeron a darle un perfil más nítido a su voz poética: “el vínculo para hacer de la poesía el vehículo de lo autobiográfico y del autoanálisis”. En septiembre de 1958, Anne comenzó a asistir al seminario de poesía que impartía Robert Lowell, en la Universidad de Boston. Allí coincidiría con Sylvia Plath: serían amigas y ejercería sobre ella una importante influencia literaria (Lowell, tutor de ambas, escribió: “Sylvia aprendió de Anne”). Intelectuales muy perspicaces, se sorprendían por la brecha entre el escaso bagaje cultural de Anne, y la rotunda calidad de su poesía.

En noviembre de 1959 culminaría “The Double Image”, largo poema de 240 versos, que fue publicado por los exigentes editores de The Hudson Review. Participaba en recitales, donde su voz tocaba las más íntimas cuerdas de los asistentes: el público, invariablemente, lloraba. Que casi todas sus lecturas arrancaran con el poema “Her Kind” (“He salido, una bruja poseída…”), provocó las críticas de Kumin, a quien toda aquella teatralidad lucía artificiosa.

Por los laberintos de la psique

Más que literaria, la de Diane Wood Middlebrook es una biografía de la psique de Sexton. El prólogo, del doctor Martin Orne, quien fue su siquiatra por ocho años, establece las bases comprensivas de la interrelación entre terapia y poesía, y anuncia las exigencias de una lectura que tiene, entre sus más decisivas fuentes, las transcripciones de las sesiones terapéuticas, además de las centenares y centenares de extensas cartas que Sexton escribió, a decenas y decenas de corresponsales de diverso carácter: médicos, amantes hombres, amantes mujeres, alumnos, colegas y maestros escritores, a su esposo, a su madre, a sus hijas, a sus editores, etcétera.

Se trata de un torrente de contenidos imposible de resumir. La secuencia de episodios, hospitalizaciones e intentos de suicidio; las batallas con su suegra que, a fin de cuentas, fue una referencia clave en el cuidado de las hijas de Anne; los relatos de turbulentos hechos sexuales, de los que no es factible asegurar si son fantasías de Anne o si ocurrieron –posibles ataques sexuales del padre, por ejemplo–; los estados de trance en los que se sumía durante las sesiones de terapia; las lagunas que aparecían en su memoria de lo inmediato; los personajes que creaba en su mente y que por momentos adquirían el estatuto de ‘presencias reales’; las relaciones eróticas que mantuvo con el siquiatra que sucedió al Doctor Orne, después que este se mudara de ciudad y debiera dejar a sus pacientes; sus propias confesiones de la virulencia verbal y de los golpes que propinaba a su hija Linda; las experiencias de pánico que la asolaban antes de cualquier comparecencia pública (antes de partir a un recital, llenaba dos termos con martinis, que bebía antes de sentarse frente al público); los complejos vínculos de rivalidad y lucha por reconocimiento que tenía con su madre; las palizas a las que la sometía su esposo y las frases en las que ella explica que las necesitaba y provocaba; el cáncer que afectó a Mary Gray, la madre, y los sentimientos de culpa que la impactaron tras su muerte en marzo de 1959; el que ella misma escribiese alguna vez, “soy una fabuladora”; la relevancia que tuvieron los procesos de transferencia, en el análisis de la biógrafa, o la secuela que se desató en ella tras la noticia del suicidio de su amiga Sylvia Plath, son cuestiones tratadas con celo, detalle y maestría por Wood Middlebrook, a menudo basadas en la riqueza del intercambio con el Doctor Orne, que eran sesiones que se grababan y que la misma Sexton transcribía.

Se trata, insisto en ello, de volátil material de vida que puede falsearse o pervertirse con facilidad. El que la biógrafa se haya extendido de forma tan minuciosa, posiblemente responda al mismo temor: que no cabía otra decisión que la de emplearse a fondo para evitar la banalización. Incluso el proceso de creación de los poemas, y las historias que ellos contienen, son analizados bajo la impronta de estudio psiquiátrico que tiene este Anne Sexton (la misma biógrafa es autora de una biografía sobre Sylvia Plath). Wood Middlebrook no elude el controvertido tema de la legitimidad de la poesía de Sexton, que habría escrita a partir de facultades distintas a las de otros creadores, o el hecho indescifrable, para quienes la conocieron, de que fue capaz de producir una literatura que respondía a un orden mental que no existió en ninguno del resto de sus ámbitos vitales.

Sigue la poesía

Tres años después de que viese aquel programa de televisión, en diciembre de 1959, fue invitada a un recital en Harvard. Pronto tuvo un agente literario, cosa inaudita en un poeta. También empezó a llevar un diario. Casi a diario, en maratónicas sesiones telefónicas con Maxine Kumin, analizaban sus respectivos poemas. En abril de 1960 fue publicado su primer libro, To Bedlam and Part Way Back (que ha sido traducido como Al manicomio y casi de vuelta), que causó, más que aplausos –que los obtuvo– un estremecimiento entre los lectores. En una frase publicada por The New York Times, se decía: “un colapso mental descrito con mirada implacable y clarividente agudeza”. El libro incluía un elogio de Lowell. Salvo algún poema excepcional, allí se inauguró la que sería una poesía hecha a partir del magma de su cotidianidad y sus avatares, de sus confesiones y visiones, en un tono inusual para su época. Maxine Kumin escribió en el prólogo de la Poesía completa: Sexton “hablaba abiertamente de menstruación, aborto, masturbación, incesto, adulterio y drogadicción en una época en la que el sentido del decoro no autorizaba a utilizar estos temas como materia poética”. No es descabellado afirmar que la sucesión de sus libros son una extensa autobiografía poética.

Era ya una autora reconocida cuando comenzó a leer a Kafka, Rilke, Dostoievski, Brecht, Camus, Mann, Bellow, Updike y Philip Roth. Tomó un curso sobre literatura norteamericana. Inició una intensa correspondencia con el poeta James Wright. Bajo su guía, leyó la Biblia, tema al que dedicaban conversaciones telefónicas que se prolongaban por horas. Ella le dedicó tres poemas al final de su segundo libro, All My Pretty Ones, publicado en 1962, con el que alcanzó un público muy amplio. De su admiración por Bellow –Sexton decía que Henderson, el rey de la lluvia era “la novela americana más grande desde Faulkner”– tomó el nombre para su siguiente libro: Vive o muere, publicado en 1966, que contenía 27 poemas, algunos de ellos muy largos, escritos entre 1962 y 1966. Al año siguiente sería ungido con el Premio Pulitzer de Poesía. A partir de entonces los honorarios que Sexton cobraba por sus textos, recitales o conferencias, alcanzaron cotas que no tenían antecedentes.

Se formaba como profesora: llegó a tener sus propios alumnos. Comenzó a escribir teatro. Maxine Kumin, que poseía una sólida formación literaria, la guiaba en su voluntad de aprender. A partir de 1963 y durante una década, “recibiría la mayor parte de los premios, honores, distinciones y becas a las que puede aspirar un poeta norteamericano”. Pronto su poesía cruzaría el Atlántico y se leería en Inglaterra. Viajó a Europa. En alguna ocasión inauguró un festival de poesía, en una lectura junto a W.H. Auden. Su producción diaria de cartas sobrepasa cualquier estimación. Hacia 1964, en poemas y cartas, resultaba evidente que la idea del suicidio, y las modalidades de hacerlo, estaban claramente perfiladas. En el poema “La muerte de Sylvia”, de febrero de 1963, escribe: “la muerte sobre la que hablábamos tanto cada vez”. En “Querer morir”, de febrero de 1964, los versos de la tercera estrofa dicen: “Pero los suicidas tienen un lenguaje especial. / Como carpinteros quieren saber qué herramientas. / Nunca sin embargo por qué construir”. En “La adicta”, escrito en 1966, incluido en Vive o muere, afirma: “Sí, / intento / matarme en pequeñas dosis (…)”.

En 1969 publicaría Poemas de amor –indagatoria del tacto y el cuerpo femenino–; en 1971, Transformaciones; en 1972, El libro de la locura; en 1974, Los cuadernos de la muerte (los tres fueron escritos de forma simultánea). Tras su muerte fueron publicados, El horrible remar hacia Dios (1975); Calle de la misericordia 45 (1976) y Palabras para el Dr. Y. (1978).

Rumbo al final

El 9 de noviembre de 1966, día de su cumpleaños, una caída en la escalera de su casa le causó una fractura en la cadera. Su estudio en la planta baja fue adaptado como dormitorio. Una leve cojera le quedó como secuela. Escribía, bebía y fumaba, al tiempo que sus facultades se deterioraban. Perdía la memoria sin un patrón previsible. Ella, su esposo y su hija Joy, estaban bajo tratamiento siquiátrico. Nadie en su familia escapaba al impacto de la psique ardiente de Sexton. No era capaz de dormirse sola: alguien debía acompañarla hasta que los medicamentos surtían efecto. Uno de los momentos más duros de la biografía de Diane Wood Middlebrook surge cuando reproduce parte del testimonio de Linda Sexton Grey, en el que narra el ataque sexual de su propia madre.

Salvo su amistad con Maxine Kumin, todo se deterioraba. Entre el 10 y el 30 de enero de 1973, tiempo que incluyó una hospitalización de tres días, escribió, como tomada por un impulso incontenible, los 39 poemas que componen El horrible remar hacia Dios. Su bolso estaba siempre lleno de pastillas, “por si me da por suicidarme”. Muchos poemas hablan de lo psiquiátrico. Quienes la conocían no siempre podían reconocer el verdadero carácter de su estado. Como dice la biógrafa: “Cualquiera que haya sufrido una crisis síquica sabe que es imposible describirla”. El que haya podido encontrar las palabras para hablar de sus procesos mentales a menudo fue interpretado como síntoma de curación: de su locura se levantaban energías verbales y emocionales que eran el puro brillo.

En febrero de 1973 tomó la decisión de divorciarse. Una vez que Kayo fue obligado a dejar la casa, el derrumbe se aceleró: él había sido quien había mantenido aquel ‘hogar’ en pie. Cuando Sexton fue al tribunal a sellar legalmente la ruptura, había entendido su error. A pesar de todo, seguía escribiendo. Su poesía de los últimos años incorporaba preocupaciones de carácter religioso (la segunda sección de El libro de la locura, por ejemplo, titulada “Los escritos de Jesús”, conformada por nueves poemas, es una descarnada indagación en imágenes cristológicas).

Después de su penúltimo intento de suicidio, Anne Sexton le dijo a la enfermera que la cuidaba: “la próxima vez no tendrás oportunidad de salvarme”. Las dosis de sufrimiento y humor negro que contiene la frase bien podrían servir de instrumentos para pensar su vida.

En el prólogo de Anne Sexton. Un autorretrato en cartas, su hija Linda Gray Sexton, escribió: “Antes de suicidarse, a los cuarenta y cinco años, mi madre habría procurado preparar todo lo necesario. Había manifestado casi todas sus voluntades de forma explícita sobre todo tipo de asuntos y detalles”.

El 4 de octubre de 1974, Anne Sexton almorzó con Maxine Kumin, para revisar las galeradas de El horrible remar hacia Dios. Fue un almuerzo divertido, que no se prolongó: Kumin, que era judía, debía recoger su pasaporte esa misma tarde, para emprender, junto a su esposo, un largo viaje por Europa que la llevaría hasta Israel.

Cuando Kumin recordaba ese momento, repetía: “Parecía estar mucho mejor”. Sexton regresó a su casa en coche. Hizo una llamada para retrasar una cita, mientras se tomaba un vodka. Buscó un viejo abrigo de pieles que había sido de su madre. Entró en el garaje y cerró la puerta tras de sí. Se sentó en el asiento del conductor. Prendió la radio y prendió el vehículo que comenzó a emitir su lenta y letal descarga de monóxido de carbono.

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Bibliografía

Anne Sexton. Diane Wood Middlebrook. Traducción: Roser Berdagué. España: Circe Ediciones, 1998.

Anne Sexton. Un autorretrato en cartas. Prefacio: Linda Gray Sexton. Traducción: Andrés Catalán, Ben Clark, Juan David González-Iglesias y Ainhoa Rebolledo. España: Ediciones Linteo, 2015.

Vive o muere. Anne Sexton. Prólogo de Maxine Kumin. Traducción, introducción y notas de Julio Mas Alcaraz. España: Ediciones Vitruvio, 2008.

Poemas de amor. Anne Sexton. Traducción e introducción: Ben Clark. España: Ediciones Linteo, 2009.

Poesía completa. Anne Sexton. Traducción e introducción: José Luis Reina Palazón. Prólogo: Maxine Kumin. España: Ediciones Linteo, 2012.


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