Por ANTONIO GARCÍA PONCE

Buscaba yo el lugar donde Bartolomé Blandín y los padres Sojo y Mohedano plantaron los primeros arbustos de café durante las dos últimas décadas del siglo XVIII en lo que es hoy el Caracas Country Club y tomé la larga avenida principal (llamada El Valle), dirigiendo la mirada de un lado a otro a través del follaje que se hacía más espeso. Fue así cómo encontré la quinta donde vivía Ana Teresa Arismendi, conocida por su columna periodística titulada «Cuartilla y media», publicada en el diario El Nacional, y también en El Universal. Formaba ella parte también de aquel grupo conocido como Los Notables.

Ana Teresa Arismendi era una mujer bien plantada, de cabellera abundante, rizada, que hacía gracioso marco a su cara de líneas firmes, cejas pobladas que casi se juntaban en el entrecejo, ojos vivaces, pómulos bien dibujados, nariz perfilada, mentón de líneas suaves, cuello esbelto, estatura más alta que breve. Su figura toda traslucía su ancestro español (la madre era española). Era, sencillamente, una mujer hermosa.

Le gustaba cantar, y su breve repertorio estaba grabado en dos discos con música romántica.

Comenzamos a hablar de gastronomía, otra de sus pasiones, porque es, quizás, la dama de nuestra sociedad más afamada por la calidad de sus recetas de cocina de ámbito casero. Su abuela, Ana Teresa de Arismendi, fue una virtuosa en esa materia.

—En este oficio son indispensables dos cualidades: la sazón y la inventiva. La sazón brota del ajustado y buen uso de ingredientes, o sea, cocinar un pera con corteza de naranja, canela, vainilla y pimienta negra; dar un toque imperceptible de Cointreau o ralladura de naranja a una crema o mousse de chocolate. La inventiva es la improvisación, por ejemplo, agregar polvo de curry a una sopa de melón, o mezclar unas uvas salteadas en mantequilla con vino reducido con echalotes y paté de foie gras para reemplazar una salsa que estaba insulsa.

—Los fondos o fumet de pescado, o de carne, o de pollo o gallina, guardados en el congelador en tarros o en cubitos, siempre hay que tenerlos a mano.

—En mi menú incluyo un plato frío: sopa fría, por ejemplo, seguida con carne caliente.

—No deben incluirse dos platos con frutas.

—Generalmente, la mantequilla a usar no debe traer sal.

Las recetas preferidas de Ana Teresa Arismendi son la carne en gelatina, el extracto de champiñones, el paté frío de pescado, con vieiras, pistacho, pimienta en granos verde y roja, y el helado «Blandín», en recuerdo de la primera taza de café que se tomó en el valle de Caracas, en la Hacienda Blandín, cerca de su casa. (Está hecho con granos tostados de los cafetos que allí crecen, y servido con un melado con ron Santa Teresa).

Hay que ceder ahora la palabra a una artista que conoció mucho a Ana Teresa Arismendi. Se trata de María Rivas, la cantante de jazz, con enorme éxito en Miami, nominada para el Grammy y con un éxito enorme en muchos países de Europa y de América del Centro y del Sur, a pesar de haber sufrido un choque automovilístico que le dejó semi mutilada en un brazo y teniendo que usar corset.

Dice María que Ana Teresa la ayudó mucho en los inicios de su carrera, la vestía para su actuación en el Teresa Carreño en sus conciertos, con Christian Dior, Channel e Ives Saint Laurent. El padre de María era un fanático de Ana Teresa por sus artículos de prensa («Cuartilla y media») y la estimuló a conocerla, ella que tenía 16 años. Así lo hizo, y fue en varias ocasiones a su casa. En una de esas visitas, sucedió algo traído por la mano de Dios. Fue así:

El 1° de diciembre de 1965, Ana Teresa invitó a cenar a su amigo el compositor Ítalo Pizzolante. Todos conversaron y cantaron algo y pasaron a comer. En la larga mesa fue colocada una vajilla de Bavaria, de tono azul cobalto. Una rosa estaba pintada en los centros y en la porcelana de los platos y tazas. Ana se sentó en un extremo e Ítalo en el otro. Pensó María Rivas que el vino escanciado con abundancia y los ojos relampagueantes y la sonrisa grata de Anita, enardecieron a Ítalo Pizzolante. Inspirado, gritó:

—¡Serás mi musa!

Y tomó la pluma fuente y escribió sobre una servilleta lo que se convirtió en uno de los boleros más hermosos que se hayan creado una vez: Motivos:

Una rosa pintada de azul

Es un motivo

Una simple estrellita de mar

Es un motivo

Unos ojos bañados de luz

Son un motivo

Unos labios queriendo besar

Son un motivo

Y me quedo mirándote aquí,

Encontrándote tantos motivos

Yo concluyo que

Mi motivo mejor eres tú.


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