Alí Lameda pasa cerca de las torres de El Silencio y tiene que cruzar rápido la calle, porque unas gotas desagradables, de agua de aire acondicionado, le caen en la cabeza y en un hombro; luego no desea conocer qué diferencia existe entre el enfermo mental que está tirado, como asesinado por la mugre y el hambre en una esquina del Teatro Municipal, y el enfermo mental que ni siquiera parece respirar con la cara pegada a la acera, en la esquina del Cine Metropolitano, donde se alza, más arriba del cuerpo miserable que los peatones evitan, la figura poderosa y gloriosa de Conan, un guerrero invencible, que tiene en taquilla Dino de Laurentis.

¿Es feliz el poeta Alí Lameda? Mientras camina por las calles de Caracas nadie se lo preguntará, ni siquiera él mismo se hará esa interrogante simple, pero dan ganas de hurgar en su sonrisa maquinal, en esa seriedad que, entre un segundo y otro, muestra unos dientes apretados que son como un cierre.

Cuando atraviesa la Plaza Miranda es, ni más ni menos, un desconocido, casi un ser de otro planeta, con su traje pulcro de tela extranjera, su rostro sin pasiones y su aparente hermetismo. La gente no sabe quién es ese hombre ni se imagina que el poeta avanza y recuerda la Caracas de hace treinta años. La nostalgia parece ser su único vicio.

La Plaza Bolívar de Praga

Cada cinco palabras que pronuncia Lameda, dan paso a una que expresa amor por la patria. Tenía que escribir una obra de quince mil versos como El corazón de Venezuela, ese hombre que, a cada centímetro de conversación, deja ver que primero está su país y que Venezuela debe ser más conocida en el exterior. Es Consejero Cultural en la Embajada de Venezuela en Checoslovaquia, una nación que Lameda conoce bastante.

“Nos estamos preparando para conmemorar el Bicentenario del Natalicio de El Libertador”, dice en una conversación que carece de orden, pero que parece hacerle falta. “Allá vamos a organizar exposiciones venezolanas, llevaremos grupos musicales, publicaremos una antología de poetas venezolanos y se traerá para acá una de poetas checos”.

Cuenta que en Praga habrá, desde el 24 de julio de 1983, una Plaza Bolívar con un monumento de tres metros. Esa plaza se hallará ubicada frente a un colegio, cerca del busto de Benito Juárez. También dio noticias respecto a la publicación de veinte mil ejemplares de la biografía de Bolívar, que escribió Liévano Aguirre y fue traducida al checo.

Libros baratos

―Le enviamos un telegrama a Liévano a Bogotá porque se iba a prologar su obra, pero recibimos inmediatamente otro telegrama que decía “El señor Liévano Aguirre murió esta madrugada”. Fíjate qué cosa más terrible.

Alí Lameda hace el comentario y después habla del desarrollo cultural que hay en Checoeslovaquia, de lo baratos que son allí los libros.

El Estado no permite que sean costosos. “Yo tengo un hobby, ¿sabes cuál es? Salgo a los anticuarios y compro libros que cuestan muy poco. Hay un libro de un checo que escribió sobre Venezuela, un explorador de apellido Vraz, que visitó nuestro país en 1890”.

―Pero hay libros prohibidos en los países socialistas ¿no?

Se le plantea la interrogante con la esperanza de que explique por qué en los países socialistas avanzados se le teme a unos libros determinados, mientras el capitalismo vende las obras de Marx hasta en los supermercados.

―Sí, hay libros prohibidos en los países socialistas; es que los países se dislocan, ¿por qué?, porque el espíritu revolucionario colectivo y generoso se ha ido perdiendo. La prensa occidental, cuando juzga toda esa cantidad de problemas y fenómenos socialistas, señala que se debe a una crisis económica, como lo han dicho de Polonia; que en Polonia hay hambre, dicen. Pero no es lo económico, es lo moral. El socialismo ha planteado la búsqueda del hombre nuevo que responde al hombre cristiano: el comunismo es un tipo de cristianismo; el comunismo proviene de ahí; el socialismo iba a crear el hombre nuevo, desprendido, colectivo, humano y yo creo que los pueblos recogen de nuevo esos objetivos, pero ahora ha habido un gran fracaso moral.

―Ese fracaso moral ¿ha ocurrido en Polonia?

―Uno lo ve en Polonia, donde los objetivos materiales y el mercantilismo han predominado sobre la moral.

Alí Lameda hace un comentario sobre Las Malvinas, cómo esa confrontación sacó a relucir la necesidad de que América Latina se unifique; también se supo qué tipo de diferencias hay con Europa. Ahí está la posición de un hombre como Miterrand; una posición decepcionante.

El poeta de El corazón de Venezuela medita, se pasa la mano por el rostro; dentro de un mes y medio volverá a Checoslovaquia, pero desea que haya más contacto cultural entre Venezuela y Europa Oriental.

Desea un contacto provechoso, que, por ejemplo, haya jóvenes venezolanos interesados en aprender la artesanía checa, que quieran aprender la fabricación de instrumentos musicales.

No es aficionado al fútbol, pero en Caracas vio un partido: el que jugaron la URSS y Polonia. Este aspecto brota y se pierde como una espiral de humo, como una pausa necesaria:

“No sé pero fue un partido de reacciones personales, de resentimientos que cualquier persona podía notar… esos problemas nacionales que no se han solucionado…”.

Busca una mitología

En la oficina donde se ha dado la conversación, se abre una puerta y una mujer entra cargada de cera para pisos, detergentes, toallas de papel; se le cae una caja de toallas y al recogerla pregunta al poeta “¿Quiere café?” y Lameda dice que sí, que lo agradecería.

―¿Está escribiendo mucho?

Alí Lameda oye la pregunta con la misma expresión que pondría Muhammad Alí si lo invitan a pelear. Responde:

―Estoy rehaciendo un libro sobre la mitología venezolana que perdí en Corea… casi no he podido escribir en estos años.

Después que salió de la prisión coreana, donde estuvo encerrado siete años, encontró que en Venezuela la juventud había perdido contacto con su generación, con la poesía y la literatura de una generación, que por su parte no perdió contacto con las dos generaciones anteriores.

Esa situación le afectó tanto como la larga prisión.

Después vino la muerte del poeta Gauna, quien murió en sus brazos.

“Lo mataron por dieciocho bolívares. Caracas no era así, nuestro país nunca fue así. Creo que toda la sociedad venezolana tiene la culpa”, murmura.

La poesía de Alí Lameda es un vehículo que lleva a Venezuela por todos los confines socialistas. Donde su poesía llega, los versos sueltan su cinematografía venezolana. Si quien arriba es Alí Lameda, brota, al instante, el país que está frente al mar de las Antillas. La nostalgia. Carora. Caracas.

Cuando se pone de pie para irse, un relámpago de dolor cruza su cara, fugazmente.

Es entonces cuando explica que recientemente lo operaron en Alemania: que está recién operado.

Se va y de seguro que cada bocacalle, cada lugar de Caracas, el hombre mal encarado que se acerca, la patrulla policial que desemboca ululante, le recuerdan a Gauna desangrándose.

El tendero asiático, que asoma sus ojos rasgados en busca de clientes, no obstante la amabilidad que despliega con su repetitivo “A la orden, adelante”, tiene que producirle escalofríos de calabozo coreano y té de bambú.

No importa que sea chino.

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(Esta entrevista fue publicada originalmente el 8 de julio de 1982).


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