Retrato de Vasco Szinetar y Alejandro Otero | Vasco Szinetar©

Por SERGIO ANTILLANO

Frente a estas reproducciones que de pinturas de Alejandro Otero Rodríguez trae en su última entrega Cahiers d’ Art, lo primero que se nos ocurre pensar es en el efecto disolvente que la obra de este artista venezolano va a ejercer en nuestro ambiente aldeano, del que extrae beneficios gentecilla, con gusto atávicamente atrasado.

Buena prueba —como simple escaramuza— se tuvo con la exposición Panamericana, organizada por el señor José Gómez Sicre, fina muestra de arte contemporáneo, que mereció los honores del sabotaje a priori de los faraones del mercado; los que no tuvieron recato alguno para emitir las más curiosas especies en relación con estas piezas del Museo de Arte Moderno de Nueva York, sobre el más humorístico de los supuestos: “Defender las colecciones particulares”, es decir, defender toda una tradición de pintura academicista inocua, de marinas y bucares, sin originalidad ni gusto. De engaño y escamoteo del arte.

Si por parte del público no existe una correcta apreciación de la pintura moderna, o mejor, siquiera, una actitud comprensiva frente a ella, obedece fundamentalmente a una razón: no hay educación de las masas en este sentido; antes, por el contrario, las excelsas condiciones de receptividad que acusa nuestro pueblo se ven deformadas por las directrices de mal gusto que le son impuestas por las clases dirigentes. No en vano en nuestro país no existe una sola publicación popular de arte, y en cambio hay docenas de pasquines abarrotados de cursilerías y ridiculeces; escasean los guías y críticos idóneos, pero sobran los gacetilleros, los audaces, que se presentan —consciente o inconscientemente— a empresas de comercialización y escarnio. Añádase la labor demoledora de la radio y el cine norteamericano.

No se muestran al público originales de modernos, pero en cambio se gastan sumas de consideración en negocios de mercaderes extranjeros para que anualmente vengan a despojarse en este bello país de América de sus Rafaeles, Grecos, Corots, todo de un penetrante olor a pintura fresca, y que algunos ingenuos, en el afán de adornar sus recién edificadas mansiones, no titubean en adquirir a precios escandalosos.

Se carece comúnmente de una cultura plástica. Gente revolucionaria en otros órdenes resulta conservadora al tratarse de pintura. Todavía la mayoría identifica el oficio de pintor con el de fotógrafo. Y valorizan la obra en cuanto “más o menos” se parezcan al natural. Sí; no hay que reírse. Aquí Sancho está aún a la ofensiva. Con buenas utilidades para los que han industrializado el “cromo”, y malas para los pintores. Sobre todo, malas para los jóvenes, para los que han dejado abiertas las ventanas a fin de que penetre un poco de aire con las modernas ideas estéticas, y se ruborizan de quienes todavía ofician en la academia de 1870.

Diríase que en la tarea de ganar apreciación estética hace falta educación de la percepción. Mucha gente se precia de tener muy buenos ojos y sin embargo no sabe mirar. No basta con poseer los sentidos, es necesario querer y saber servirse de ellos. Numerosos han sido los pintores miopes o casi ciegos, pero saben observar, tienen inteligencia visual. No hemos de ver realmente cuando una telaraña, un prejuicio nubla nuestra mirada. Es necesario educar la percepción. No desdeñar lo que no comprendemos. Y pensar que un artista suele notar más cosas en un campo que un campesino que en él siempre ha vivido sin mirarlo.

Alejandro Otero Rodríguez, nuestro joven y ya notable pintor, trabaja intensamente en París para una exposición que efectuará en octubre venidero. Luego regresará a Caracas con el fin de exponer en los primeros meses del año próximo. Aquella será la primera exposición que efectúe en Francia, en las Galerías Maetz.

Allá ha hecho amistades excelentes en las personas del poeta Paul Eluard, quien ha adquirido varias telas suyas, el cinematografista René Clair y el famoso crítico de arte Leon Degant. Ha expuesto ya en la Unesco habiendo recibido proposiciones para viajar a otros países, pero su inmenso deseo de trabajar su pintura le ha retenido en París, habiendo solo hecho algunas giras cortas a otras ciudades europeas.

Intentar siquiera un somero análisis de la obra que actualmente realiza a través de reproducciones fotográficas, que es tan solo lo que hasta ahora conocemos de ella, constituye empresa menos que imposible. Estas simples láminas a blanco y negro que pasan por nuestras manos nos están diciendo, sí, que es la suya una pintura intelectual y abstracta —preferimos este término y no el de subjetiva; aunque haya una supresión del objeto como elemento estético, tiene como origen un objeto, o la imagen de este, solo que mediante un proceso de abstracciones, el pintor prefiere quedarse con las propiedades de aquel. La vista no es únicamente sentido del color. Ella es la que nos da la noción más precisa del espacio, de las formas, es el sentido geométrico por excelencia. Se ha dicho que el hombre es un animal visual y, por consiguiente, geómetra.

No me atrevería a adelantar que Alejandro Otero posee una ortodoxia. Pero sus creaciones son conceptuales y analíticas a la vez. Toma los elementos de la naturaleza en bruto y construye con ellos una nueva realidad.


*Publicado originalmente el 24 de mayo de 1948, diario El Nacional.


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