Alberto Barrera Tyszka / Vasco Szinetar©

Por KAREN LENTINI GÓMEZ

—«Hay sentimientos a los que no se les puedes dar cuerpo verbal, mas que es posible seguir con los ojos cerrados», afirmaba Horacio Quiroga, y aconsejaba no escribir «bajo el imperio de la emoción» ¿Alguna vez el entusiasmo, la emoción por un libro que ronda su cabeza entorpece la escritura?

—Quiroga es un autor inmenso y a mí me gusta creer que, leyendo sus Cuentos de amor, locura y muerte, empecé a sentir que yo quería ser escritor. Su decálogo también es magnífico pero, sin duda, dialoga con su tiempo y su contexto literario, donde todavía la idea de la inspiración quizás tenía algún sentido. Yo solo sentí eso en la adolescencia, cuando la escritura solo era desahogo. Después no. Ahora puedo sentir entusiasmo, sí, pero no se trata de un rapto emocional. Si de pronto aparece una idea, o una intuición, una imagen o una secuencia que parecen un hallazgo, que pueden ser el detonante de una historia…lo que comienza es un proceso, a veces largo y lento, de decantamiento, de pensar y repensar esa idea, de darle mil vueltas a esa imagen o a esa secuencia, de comenzar a escribir sin mucho orden, con libertad y flexibilidad, sabiendo que todo ese material está destinado —en el mejor de los casos— a reescribirse muchísimas veces.

—El detalle de la misteriosa nota que marca el inicio de la historia, es una imagen que embruja al lector y lo encierra hasta el final como esos paréntesis que enmarcan los capítulos. ¿De dónde nace esa estructura y la forma de narrar?

—En esta novela yo quería explorar una forma narrativa más flexible, menos ceñida a mi voluntad, a un diseño de la historia. Es algo que, en general, trato de hacer ante cada libro, proponerme algún desafío formal, alguna pregunta, algo que me lleve a intentar un desafío nuevo. Eso no quiere decir que lo logre, que lo haya logrado. Son más bien retos personales. En este caso, yo venía de escribir Patria o muerte, una novela muy pensada, trabajada, en términos de estructura, de la información clara y comprobada del referente (la enfermedad de Chávez), de las historias de muchos personajes distintos interactuando y empujando hacia adelante un solo relato…Y creo que por eso, tal vez, me planteé en Mujeres que matan tratar de desarrollar una historia con menos orden, con menos control del narrador, más impulsada por el ritmo mismo de los propios personajes…Lo más claro es el punto de partida, la nota de una mujer que se suicida al inicio de la historia. Pero luego la propia narración va armándose de forma distinta, viajando sobre ese eje de diferentes maneras. Los paréntesis también responden a eso. No tienen la fuerza de un título. Más bien parecen una suerte de susurro, una complicidad. Pero, como te dije, una cosa es lo que uno quiere, lo que busca, lo que intenta…Eso no garantiza que el lector perciba o sienta lo mismo.

—En este libro hay un grupo de mujeres capaces de salvarse del discurso hipnótico de un dictador y que sucumben con el discurso de la autoayuda ¿Las palabras embelesan igual que el poder y pueden llegar a detonar de acuerdo a las circunstancias lo que se lleva dentro?

—Las palabras son también una forma de hechizo. Pueden mover nuestras sombras, tocar las ansiedades más oscuras, pronunciar aquello que no entendemos, despertar deseos, ilusiones, organizar la desesperación, empujarnos a la violencia…Y como tú señalas, este hechizo no depende solamente de quien habla o de quien escribe sino de quienes escuchan o leen. Depende también del contexto, de las circunstancias. El carisma de un líder no es un asunto de voluntad personal, un don individual. Es un vínculo. De la misma manera, el libro sin lectores no existe. Solo la lectura le da un sentido real y activa, entonces, ese poder de la palabra que es inmenso e incontrolable.

—Uno de los personajes más atrayentes para mí ha sido Elisa, no es del círculo de lectura, está apartada de cualquier convención o tradicionalismo. Elisa une el círculo de interrogantes éticas y morales que surgen de la novela y que el lector debe responderse a sí mismo. De esas cinco mujeres que ha creado, con las que ha transitado el camino de esta novela.  ¿Existe alguna especial para usted? ¿Siempre los personajes son queridos por su creador?

—No sé muy bien cómo responderte. Es una relación difícil. Porque hay personajes con los que no tengo en lo personal nada que ver, que me irritan, puedo incluso detestar… pero con los que tengo la intimidad de haber pasado tiempo juntos, trabajando, escribiéndolos, corrigiéndolos. Hay otros personajes que quizás están más cercanos a cómo soy, a lo que pienso, a cómo vivo…Quizás por ellos tengo más afecto, aunque no estoy seguro.  En esta novela, por ejemplo, me conmueve mucho el personaje de Inés. Me sorprende lo que va descubriendo en el relato y el proceso de su propio dolor. Con Elisa me pasa otra cosa. Ella me fascina. Envidio su gozo y su libertad.

—Se describe como una persona tímida, esto me inclina a preguntar por el humor en Mujeres que matan, sobre su delicadeza para darle la vuelta y no resultar hiriente. ¿Cree que la timidez y el humor son incompatibles?

—No solo soy tímido. Soy reservado, pudoroso, con respecto a hablar de mí mismo, de mi vida. No sé cómo se exprese eso concretamente en lo que escribo. No sé si tiene o no alguna relación con el manejo del humor. Es difícil desentrañar con precisión qué parte de nosotros mismos aparece en lo que escribimos o en lo que leemos. Creo que esa ambigüedad es también uno de los componentes fascinantes de la literatura. En cuanto a lo otro, pues, yo pienso que el humor solo es incompatible con el poder.  Me encanta lo que dice Charles Simic: el humor es la mejor arma que tenemos para mostrar «la dimensión ridícula de la autoridad».

—Tiene una constante al escribir: «Mi curiosidad es llamada por lo imperfecto por lo terrible por el dolor». ¿Acaso porque «nadie intenta la belleza y queda intacto»? Y aunque parece menos perceptible ¿en lo terrible también está la belleza?

—Sí. Literariamente me ocurre eso. Lo que me llama la atención, lo que me atrae, lo que me seduce es lo que está torcido, lo que duele o lo que no se entiende, las heridas… Y eso es lo que le propongo al lector, a partir de ahí establezco una relación narrativa. No es un postulado estético. Es algo que va más allá, incluso, de las pretensiones formales, de los desafíos estilísticos. Tiene que ver, supongo, con mi formación, con los libros que leí y que cambiaron o cambian mi vida.

—Ha señalado que le interesa el tema de la fragilidad del ser humano, en su libro La enfermedad  también aborda el tema de la muerte. En Mujeres que matan, la muerte es deseable, o provocada por una serie de motivos diferentes y verosímiles. Alexandre Dumas en  El  conde de Montecristo describe la inexistencia del término medio de las emociones «en un corazón ulcerado por una desesperación suprema». Dicha reflexión es aplicable al contexto de esta novela y a diferencia de Crimen y castigo de Dostoyevski no se vislumbran ni la culpa, ni el arrepentimiento. La muerte es una liberación.  

—Yo creo que sí tiene que ver pero, desde el otro ángulo, justamente desde lo que tú señalas: desde la superación de la culpa. Y así, de pronto, entonces, asesinar a otro se transforma en un acto liberador. Yo creo que en el fondo Mujeres que matan trata de indagar y de explorar un problema ético. Lo que tú dices sobre el arrepentimiento es crucial en la historia, es su punto climático. “Aprendimos a matar”, dice Inés casi al final del libro. “Y nos gustó matar”, añade. Yo creo que esa es la inquietud que mueve la novela. Ahí está concentrado el viaje perturbador que realizan sus personajes.

—¿Por qué asomar el tema de la eutanasia?

—Quería tocarlo, ponerlo en medio de la historia. Es un tema que me interesa mucho. Creo que forma parte de las obsesiones literarias que ronda mucho, o casi todo, de lo que escribo: la enfermedad, la clínica, la realidad y la locura frente al misterio del cuerpo, las decisiones humanas frente al dolor y frente a la muerte…Y creo que, también, en nuestro horizonte cultural, la eutanasia también forma parte de un ámbito que está cambiando rápidamente.

—Rescatando lo que menciona sobre sus obsesiones literarias, y teniendo en cuenta que situaciones similares a las que vivimos actualmente han generado grandes historias. Me gustaría saber si piensa en algún proyecto que pudiese comentar. ¿Qué percibe sobre esta situación?

—Desde el año pasado empecé a escribir un proyecto nuevo, una historia que espero sea mi próxima novela. No tiene nada que ver con todo lo que ocurre ahora y, durante estos días, sigo avanzando con ella lentamente.  Yo siento que estoy escribiendo más o menos igual. Desde hace muchos años trabajo en casa, así que la obligación de estar en ella probablemente no me pesa tanto como a otros. Esto que llaman «tele trabajo» ha sido por décadas mi chamba. Escribo en casa, resuelvo muchos asuntos por teléfono o por skype, mando mis materiales por correo electrónico… La novedad, por supuesto, está en otro lado, en la angustia, en la incertidumbre. Una de las cosas más difíciles de esta pandemia es su falta de límites.  Nadie sabe muy bien cuándo termina, si es que termina… No es posible quedarse impasibles ante esto. Nos quedamos de pronto sin futuro y eso es desconcertante. Todos vivimos en permanente estado de inquietud.


*Mujeres que matan. Alberto Barrera Tyszka. Random House Mondadori. España, 2019.


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