Aldea en Tigray / Ayuda en acción

Por NELSON RIVERA

Despacho desde Etiopía

Del millón 60 mil kilómetros cuadrados que tiene Etiopía, la provincia de Tigray tiene unos 50 mil. Menos de 5%. De los más de 107 millones de habitantes, en Tigray viven alrededor de 5 millones 200 mil habitantes de la etnia Tigray. Como el lector puede imaginar, estos no son más que cálculos de estudiosos, proyecciones de un censo, de irregular ejecución, realizado en 2007. Tiene el país un carácter excepcional: nueve de sus diez provincias son regiones étnicas. En Tigray, donde estalló una guerra en noviembre del 2020, más de 95% de sus pobladores pertenece a la etnia del mismo nombre.

En líneas muy gruesas, ocurrió esto: la fuerza política predominante en Tigray, de orientación etnonacionalista, desconoció al poder central: convocó a un proceso electoral en plena pandemia. Siguiente capítulo: el ejecutivo etíope cortó los fondos a la región. Lo que vino fue la guerra: Tigray se levantó en armas, obligando a los civiles a sumarse a sus milicias. Dos años duró la confrontación, en la que también participó Eritrea en contra de los alzados. La mediación/presión de países africanos, Estados Unidos y Europa logró el alto al fuego en noviembre de 2022.

Y, aunque apenas tenga fundamento comparar una atrocidad con otra, mi percepción es que los hechos, sustancia y resultados, son mucho peores en la guerra africana que en la europea. No solo por los números de muertos y heridos, probablemente los más altos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial —entre 600 y 700 mil personas en dos años—, también porque más o menos, entre 20 y 25% de ese total, han muerto de hambre.

Como en Bucha y en otras ciudades de las zonas invadidas en Ucrania, en Etiopía el más fuerte ha ejecutado, masacrado, violado, quemado y arrasado con los bienes y las mínimas pertenencias de unos pueblos en los que no se podría hacer un ejercicio de estratificación social, como no sea, con un método casi microscópico, examinar las mínimas gradaciones de la pobreza. El poder etíope ha reducido la marginalidad a la nada.

¿Qué es distinto? ¿Qué hace a estas dos conflagraciones realidades semejantes, pero también radicalmente opuestas? Los expertos tendrán mucho que pensar. Por mi parte solo alcanzo a consignar un par de frases: mientras Ucrania ha podido retroceder, establecer rutas de escape, Tigray fue bloqueada para provocar el asesinato masivo por hambre y enfermedad; mientras en Ucrania el periodismo, corriendo riesgos extremos, ha podido hacer su tarea, con el apoyo de las redes sociales, en la región de Tigray la muerte se ha desatado casi sin reporteros, casi sin testigos, casi sin despachos. Cada vez más ocasionales. Mientras, las hienas de la noche aparecían a completar la faena de las hienas del día.

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Despacho desde Burkina Faso

Arbinda está ubicada en las proximidades de las fronteras con Níger y Mali. Región aplastada por el cerco yihadista y el hambre. El 12 de enero, unas 40 mujeres, a bordo de unas carretas, se alejaron de la aldea para recolectar hojas, semillas, frutos silvestres. Con eso sobreviven. 3 lograron escapar. Al resto las secuestraron. El desastre se repitió al día siguiente: otras 20 fueron capturadas. Leo que Radio Francia ha informado de un tercer episodio, con lo que las secuestradas sumarían alrededor de 80. Hasta el 26 de enero, existen bajo la etiqueta de mujeres desaparecidas. Desaparecidas por encargo divino.

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Despacho desde Guinea Ecuatorial

A Julio Obama Mefuman lo secuestraron en el 2019. Lo sometieron a lo que la jerga llama el cocodrilo: lo cuelgan boca abajo. A continuación, amarran de sus brazos unos grilletes de los que penden unas pesadas bolas de metal. La ley de gravedad hace su trabajo: los vasos sanguíneos se revientan.

El gobierno de Teodoro Obiang Nguema, dictador en el poder desde 1979, afirma que Obama murió de enfermedad.

En marzo de 2013, Obiang estuvo en Caracas: asistió al funeral de su “hermano de espíritu”, Hugo Chávez.

Y, en efecto, hay una comunión entre los dos regímenes: Rafael Acosta Arévalo, Julio Obama Mefuman.

En la mesa: Sergio Vila-Sanjuán

Sergio Vila-Sanjuán / Diario La Vanguardia

Sostengo que no hay recurso más idóneo para descubrir la nuez —la escritura, el tropismo, la sensibilidad de ciertos periodistas—, que las recopilaciones ordenadas en libros. Leídos en seguidilla, artículos, reportajes o crónicas pierden el empaque de lo efímero, sacan a la superficie las conexiones de unos textos con otros, construyen al autor.

81 perfiles reúne Vargas Llosa sube al escenario (La Vanguardia Ediciones, España, 2022), de Sergio Vila-Sanjuán (1957), novelista, dramaturgo, comisario de exposiciones y eventos como el Año del Libro y la Lectura 2005. Hay un modo Vila-Sanjuán —un método, si se quiere— que parte de la elemental práctica del reporterismo, que es la estar presente: asiste a presentaciones, encuentros con escritores y artistas en distinto formato, los visita en sus bibliotecas o talleres, comparte una mesa. Cuando escribe obituarios, habla de encuentros que tuvieron lugar alguna vez. Y estos encuentros son la masa madre, el punto de partida para aproximarnos a las personas/personalidades y a sus obras.

Algunos nombres: Lila Azam y Nabokov, Miquel Barceló, Peter Berger, Javier Cercas, Juan Cruz, José Donoso (por cierto, no está en el libro, pero en la web muy pronto se consigue el hermoso obituario que Vila-Sanjuán escribió tras el suicidio de su hija Pilar Donoso en 2011), Marc Fumaroli, García Márquez, Carla Guelfenbein, Kashio Ishiguro, Arturo Pérez-Reverte, Milan Kundera, Carmen Riera y tantos más.

Tres argumentos se entrelazan y me invitan a decir: es la recopilación de un maestro de la interlocución. El primero, crucial: Vila-Sanjuán debe ser un señor que escucha con vocación, observa y se interesa vivamente por los demás. Pocas frases le bastan, en cada caso, para ofrecernos su intuición, su retrato preciso y elegante, su percepción del Otro. Lo segundo, el sintético sosiego con que comenta libros, exposiciones, fenómenos culturales. Uno o dos párrafos para decir el meollo. Limpia economía de lo elocuente. Y tercero: la generosidad con que el autor recapitula. Sugiere a un profesional que ha vivido en buenos términos con su oficio. Alguien contento de la experiencia acumulada en la disciplina del cara a cara, el impulso nato del periodista de ver y escuchar con sus propios sentidos, el gusto de hacerse presente. No en vano, el nombre entero del libro es Vargas Llosa sube al escenario y otros perfiles de escritores y artistas de los que he aprendido.

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Despacho desde Kabul

No me iré de mi país. No soy una delincuente. Murzal Nabizada fue diputada al parlamento afgano, hasta la llegada de los talibanes. Abaleada en su casa, el 15 de enero. También su guardaespaldas. Trofeos del Estado Islámico. Caza de mujeres.

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Despachos desde Ucrania

950 kilos pesaba la cabeza de misil que destruyó un edificio de viviendas en Dnipró. Sábado 14 de enero. El historiador de la guerra: primera masacre de civiles del 2023. Imposible conocer el número de víctimas. El bombero experto: hay cadáveres que se fragmentan de tal modo, que ya no son cadáveres, sino materia irreconocible.

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Andréi Medveded, desertor del grupo Wagner. Escapó a pie rumbo a Noruega, para pedir asilo y contarlo todo. Lo persiguió un comando combinado: humanos y perros. Seguían sus huellas en la nieve. Tras dos meses de ocultarse en lugares inhóspitos, logró cruzar el río Pasvik, mientras la fina capa de hielo se rompía tras él a cada paso. Solo le ha bastado un ejemplo para dejar en evidencia su deseo de confesar: lideraba la unidad donde mataron a martillazos en la cabeza a un desertor como él.

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La premisa militar de Putin

Si una operación militar encalla, encuentra resistencia o es derrotada, el siguiente paso consiste en matar civiles inocentes. Mejor si duermen. Mejor si están aglomerados. Mejor si están en una cola desde hace horas, esperando por un pedazo de pan.

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Despachos desde Corea del Norte

2022, año récord. Presenció el despegue de 90 cohetes. Misiles crucero, misiles balísticos intercontinentales. Pasmo ante la pantalla hasta que se produce la explosión. Los ojillos de Kim Jong-un.

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Cada tanto, los ojillos de Kim Jong-un bailotean. Pura ansiedad 2023. El año en que pondrá en órbita el primer satélite militar de Corea del Norte. Ojillos sobre el planeta.

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António de Oliveira Salazar: Patética del dictador

Antonio de Oliveira Salazar/Archivo

Cada tres semanas se cumplía el ciclo: un vehículo presidencial recogía a Augusto Hilário, en las proximidades de su casa. Era el callista (podólogo) de António de Oliveira Salazar. El 3 de agosto de 1968 Salazar ha cumplido 79 años. Desde mayo de 1932 es el Primer Ministro. Hilário es uno de los pocos autorizados a ingresar a la zona privada del gobernante. El poderoso confía en él. Antes que Augusto, su padre desempeñó este mismo servicio reparador a los pies del dictador.

Hilário espera. Salazar aparece y se deja caer sobre una silla plegable. La lona se rompe, el cuerpo del dictador cae hacia atrás, y se propina un fuerte golpe a su cabeza. Salazar ordena: no llamar a nadie, no contar nada. Pero la gobernanta, Dona Maria de Jesús, devota, guardiana, celosa protectora, se percata de lo sucedido. Y así arranca la narración habitada por médicos, políticos, hospitalizaciones, horas de silencio, luchas intestinas, comunicados dirigidos a apaciguar las interrogantes.

Salazar empeora, está al borde de la muerte y en la pesadumbre (o secreta alegría), la corte del poderoso toma una decisión: forman un nuevo gobierno. Lo ocultan al moribundo. Entonces, maravilla de las imbricaciones entre Historia e intimidad, Salazar mejora un poco. Luego, un poco más. Puede decirse: regresa a la vida, mientras el nuevo poder no le aclara que él ya no es quien manda. Y así, durante dos años, hasta que el fallecimiento se produce en julio de 1970, el poder tembloroso, los médicos, los escoltas, la servidumbre y quienes le rodeaban, le hicieron creer que continuaba el frente del país, hasta este extremo: cada día imprimían un diario, de un único ejemplar, del que se borraba la existencia del verdadero gobierno. Diario donde el salazarismo se mantenía imperturbable.

Marco Ferrari (1952), periodista, escritor y guionista, estudioso de la historia de Portugal, es el autor de La increíble historia de António Salazar, el dictador que murió dos veces (Editorial Debate, España, 2022). De los cinco capítulos que lo conforman, el primero y el quinto están dedicados a las peripecias, la patética del ocultamiento. Los tres capítulos centrales se ofrecen como un reportaje biográfico, que narra los hitos de un transcurrir sin mayores incidencias. Salazar fue un maestro de la invisibilidad, que evitaba escenarios y apariciones. Y así manejó su poder por cuatro décadas. Solo que, en aquellos días finales, como una imagen surgida de su espejo, el gobierno real se hizo invisible a sus ojos. Daba órdenes, firmaba decretos, concedía alguna audiencia, sin saber que todo aquello no era sino un parapeto, mezcla de miedo y compasión.

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Despacho desde Algeciras

La calavera simboliza la caducidad. También lo que queda de la existencia. El resto. Cuando Hamlet le habla a la calavera de su amigo Yorik, le interroga: ¿dónde están tus bromas?

Pero la calavera también advierte, avisa del peligro inminente. El machete con el que Yasin Kanza entró a la iglesia de La Palma, en Algeciras, llevaba una calavera impresa en el centro de la hoja. Con esa calavera afiladísima, el silencioso yihadista mató a un sacristán e hirió a un sacerdote. La imagen forense del machete se ofrece como un sugestivo documento: un hilo de sangre del sacristán baja del ojo izquierdo de la calavera hacia el filo.


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