Por ANA TERESA TORRES

Yo no voy directamente al evento. Yo trabajo con los vestigios que deja.

Juan Toro Diez

En 1974, en la avenida Urdaneta, entre las esquinas de Punceres y La pelota, en el centro de Caracas, se inauguró la fábrica de confección Industrial de modas, S.A. (IDEMSA), que más tarde se muda cerca de este mismo sector a la esquina de Abanico a Socorro, y finalmente en 1994 se traslada al Centro Industrial Palo Grande en San Martín. Durante cuarenta años, en sus naves trabajaron hasta un máximo de ciento cinco personas, la mayoría de ellas mujeres. Rodeadas de hilos, tijeras, cintas métricas, patrones, archiveros, calderas, compresores y troqueladoras, cortaron, cosieron y empacaron camisas para caballeros y blusas para damas en un surtido de hasta treinta y tres colores. En 2014 cerró sus puertas, una vez agotada la resistencia ante los embates de las políticas económicas que afectaron seriamente el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas. En las fotografías de Juan Toro se recogen los vestigios, ¿de una fábrica o de un país?

Inger Pedreáñez en «La sutil violencia de una silla» (2) reflexiona acerca de esta serie de fotografías y habla de cómo se descose la urdimbre social. Muy exacto. Lo social es un tejido que se cose y se descose. Lo que estas costureras hicieron fue precisamente eso, tejer los hilos sociales. Sostener a sus familias, muchas de ellas sin otra ayuda que sus propias manos; producir objetos necesarios para la vida en común; enlazar la cadena humana que nos une desde el productor hasta el consumidor. Entonces, cuando el fotógrafo, avisado por un amigo que formaba parte de la empresa, acude con su cámara el último día antes del cierre, asiste, como quien presencia un entierro, al final de ese, si se quiere, pequeño tejido social que vivía y trabajaba en Palo Grande, y procede a construir su retrato en ausencia. Es quizás esa una de las tareas del fotógrafo, como también del escritor, la de permanecer en pie ante la desaparición para intentar devolverla a la vida con los recursos del oficio. No es un acto melancólico, como pudiera pensarse, sino al contrario, una afirmación de la existencia. Y eso hace, sin duda, Juan Toro, al devolvernos la presencia de estas mujeres que estuvieron allí, quién sabe cuánto tiempo, cortando, midiendo, componiendo las prendas que otros podrían lucir.

De las protagonistas quedan pocas señales, algunas fotografías de rostros que han sido velados, retratos en grupo, nombres en las planillas de trabajo, algunas cédulas de identidad. Lo que vemos son sobre todo las sillas vacías y ellas nos advierten que lo que se expone en las imágenes ha desaparecido, debemos construirlo nosotros, y para ello necesitamos seguir el recorrido que compone el relato de lo que ocurrió en esos cuarenta años, que no es un simple período de tiempo sino el transcurso de la vida de personas que un día rellenaron la planilla de oferta de trabajo y afirmaron su presencia como ciudadanas con empleo formal; mujeres que ya no componen el personal de una fábrica reunido en las fotografías de la empresa, que ya no son los cuerpos que se adivinan en los cojines doblados, amoldados en los asientos, para aliviar las largas horas sentadas en una silla frente a una mesa y una máquina. El cartel del horario de trabajo dice que empieza a las 8 am y termina a las 4:30 pm con media hora para almorzar. Es una labor dura, pero es un oficio, un empleo, un sostén para la familia.

Podemos imaginar a estas mujeres esperando la hora de salida para ir a la calle, buscar la estación de metro, o el autobús, o la camioneta, y pasar a recoger a un hijo que dejaron en la casa de una vecina, o comprar algo que falta para la cena. Se levantan de las mesas, cubren las máquinas, se quitan el uniforme, se retocan un poco, se despiden. «Hasta mañana», «mañana te lo traigo», «que se mejore tu muchacho». Escuchamos sus voces bajando por las escaleras del piso 2 en la tarde todavía iluminada, probablemente se dirigen a iniciar la segunda jornada en los oficios de la casa. Así han vivido muchos años hasta que las imágenes comienzan a contarnos otra historia.

No todas las mesas tienen ahora una máquina, las sillas han disminuido, los gaveteros para guardar las prendas están vacíos, los archiveros, abiertos y huecos. Poco a poco (¿o fue en una jornada?) las naves quedan desnudas, piso y columnas, nada más. La violencia de las sillas sin ocupantes se ha corporeizado. Si no fuese por estas fotografías aquí no hubiera ocurrido nada, aquí esas mujeres no habrían pasado horas apoyadas en los cojines fabricando camisas y blusas.

Al final de la serie nos esperan las imágenes más explícitas, más dolientes. La primera es un cartel escrito a mano por las trabajadoras en una pizarra blanca, enmarcada rústicamente, que dice: Costureras destrozadas. Fin. Probablemente el fin estaba anunciado, la plantilla disminuía; a quién le tocará hoy, se preguntarían cada vez que se producía un despido. Hasta que llega el momento en que alguien les anuncia el cierre definitivo de la Industrial de modas IDEMSA, fábrica de camisas para damas y caballeros, seguramente con palabras de elogio y de consuelo, pero con un mismo resultado para ellas. Se levantan, cubren las máquinas, se quitan definitivamente el uniforme, bajan las escaleras sin mirar atrás. Mañana nadie las esperará a las 8 am. Mañana no tendrán que registrar su entrada en el antiguo reloj de fichar horarios.

La segunda y última imagen es una señalización de seguridad. Incompleta, puede leerse: Vía de escape. ¿Adónde se escaparán esas mujeres? Qué ha sido de su vida después de ese día, no lo sabemos. Solo lo que ellas mismas han dejado como testimonio, que quedaron destrozadas.

Usier. Juan Toro Diez. Textos: Ana Teresa Torres y Douglas Monroy. Editorial Monroy Editor. Caracas, 2019.


NOTAS

1. Ingerpedreanez.blogspot.com. 16 de octubre de 2015.


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