FRANCISCO BRAVO/ARCHIVO FAMILIAR

Por JUAN JOSÉ ROSALES SÁNCHEZ

En mis tiempos de estudiante, en la querida Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, me correspondió inscribir la asignatura de formación obligatoria Platón Autor, recuerdo que al buscar información sobre el curso en el libro con la programación del semestre reparé en el nombre del profesor de la asignatura: Francisco Bravo. En el ir y venir por los pasillos de la Facultad de Humanidades y Educación, debido a los trámites administrativos que exigía la inscripción, hablé con algunos estudiantes que habían cursado la materia con el profesor, todos coincidían en el respeto por el profesor y destacaban su seriedad y rigor académicos.

En la primera sesión de clases, el aula estaba a reventar. Quizá la mitad del curso la formábamos estudiantes recién salidos del ciclo básico. Unos cinco minutos antes de la hora se presentó el profesor, miró al pizarrón, que estaba libre de escritura, y subió al estrado en el que se encontraba su escritorio. En un primer momento, el profesor Bravo no dirigió la mirada a su auditorio y en cambio se dispuso a colocar sobre el escritorio su maletín, de éste sacó progresivamente varios libros y finalmente una cartuchera. Con meticulosidad ordenó todo sobre el escritorio, miró su reloj y se sentó. Luego realizó con su mirada una especie de barrido sobre todo el salón y comenzó la clase.

En ese primer encuentro se refirió a las actividades de evaluación y a las fechas en que se llevarían a cabo, recomendó la adquisición y uso de las Obras de Platón, en especial ediciones bilingües, griego-inglés, griego-español, recuerdo que alabó las ediciones del Instituto de Estudios Políticos de Madrid, pero creo que la mayoría de los estudiantes del curso ya tenía en su poder la edición de EBUCV que dirigió el gran J.D. García-Bacca. Sugirió también la lectura de su libro Introducción a la filosofía de Platón y otros textos. Al terminar con los aspectos administrativos del curso y otras cuestiones preliminares inició su disertación sobre la figura de Platón.

Desde esa primera clase el profesor Bravo dejó bien sentado que el curso de Platón Autor se centraría en el planteamiento de problemas filosóficos y en su tratamiento a partir de la lectura rigurosa y sistemática de los textos platónicos. La experiencia académica que me brindó ese semestre de la carrera de filosofía, gracias a la docta labor del profesor Francisco Bravo, marcó positivamente mi aprendizaje en cuanto a cómo leer y analizar un texto filosófico. En la medida en que avanzaba el curso y se abordaban los problemas que planteaban las lecturas de los diálogos de Platón podía darme cuenta de los procedimientos analíticos que nuestro profesor empleaba. Ese curso de Platón Autor, en lo que a mí respecta, no sólo fue una formidable iniciación en el estudio de la filosofía del divino Platón, también brindó una interesante perspectiva de cómo desarrollar la investigación y escritura en el terreno de la filosofía académica.

He señalado antes que en sus inicios el curso contaba con la asistencia de muchos estudiantes, en ningún momento se apreciaban pupitres vacíos. Cuando llegó el día del primer examen parcial la asistencia total, puntual y habitual de los alumnos del curso quedó confirmada. Antes de la llegada del profesor al aula de clases ya todos estábamos en nuestros puestos, con hoja de examen y lápiz a disposición. Una vez en el aula, el profesor hizo lo de siempre, se dirigió a su escritorio, colocó en orden todas su cosas, paseó su mirada por todo el salón y planteó la primera pregunta del examen: “A la luz de la teoría platónica del conocimiento, responda la siguiente pregunta: ¿puede usted conocer su lápiz?”. Y, después, la segunda pregunta, que ya no recuerdo. Esa primera pregunta nos dejó perplejos a todos y suscitó una pregunta respecto de ella: ¿cuál lápiz? “El que tiene en este momento en su mano”, contestó el profesor. Aunque el examen sólo contenía sendas preguntas, con ellas, el profesor ponía a prueba nuestras capacidades analíticas, interpretativas y de síntesis. Fue un examen no apto para quienes sólo cultivaban la memoria y apostaban por la repetición mecánica. Con el paso de los años me he convencido de que el diseño de ese primer examen parcial respondía con exactitud a los seguramente bien planificados objetivos que el profesor se había propuesto al idear y desplegar su paciente y ordenada labor de enseñanza de la filosofía platónica.

Después de ese primer examen parcial, y de la publicación de sus resultados, la asistencia de estudiantes disminuyó dramáticamente. No obstante, el profesor prosiguió con su riguroso método de enseñanza. En el segundo examen parcial tampoco hubo concesión alguna, planteó dos espléndidas y exigentes preguntas que requerían emplearse a fondo. A esas alturas del curso, la suerte de todos estaba prácticamente echada. Solo un pequeño porcentaje de cursantes presentamos el examen final de la asignatura y aprobamos.

Durante aquel curso, el profesor Francisco Bravo se mostró pródigo en extremo en cuanto a su magisterio y se propuso dirigir nuestro aprendizaje por los caminos filosóficos que conocía y consideraba más adecuados, pero también exigió resultados. Ahora que ya no está físicamente con nosotros, y con ocasión de este merecido homenaje, he querido escribir estas modestas líneas para recordar su figura y para agradecer su benéfica influencia en mi formación filosófica.


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