Rómulo Betancourt / @JustoMolina

Por LUIS FERNANDO CASTILLO HERRERA

Existen documentos dentro de nuestro proceso histórico que evidencian los inicios de los más connotados políticos del siglo XX. El Plan de Barranquilla es uno de esos textos fundacionales de la lucha por una nueva Venezuela en tiempos pasados.

Los 90 años del Plan de Barranquilla fueron recordados por la Facultad de Ciencias y Artes de la Universidad Metropolitana y su Departamento de Humanidades el martes 18 de mayo, espacio que permitió el análisis e interpretación de uno de los documentos medulares de nuestra historia política. La actividad permitió la disertación del doctor en Historia, escritor, poeta, profesor universitario e individuo de número de la Academia Nacional de la Lengua Rafael Arráiz Lucca, quien, en poco más de media hora, evocó los aspectos circundantes al plan de 1931.

Uno de los acontecimientos más importantes previo a la redacción del Plan de Barranquilla se encuentra representado precisamente en el año 1928. Arráiz Lucca describió brevemente aquel hecho histórico, reafirmando la actividad civil, desarmada y despersonalizada de un nutrido grupo de estudiantes que ingenua o valientemente se midieron ante Juan Vicente Gómez. Para el expositor “el Plan de Barranquilla solo se puede explicar a partir de los sucesos de 1928”, aquellos estudiantes terminaron encontrando en el exilio el clima para el crecimiento y el aprendizaje político, todo ello, luego de probar los horrores de las cárceles gomecistas.

Los jóvenes estudiantes implicados en la siempre turbulenta política “sobrevivirían con una  pulpería en aquella localidad colombiana. Son muchachos de veinte años que  empiezan a generar textos después de la revuelta estudiantil inesperada de 1928”, hablamos, por supuesto, de los veinteañeros Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Valmore Rodríguez, entre otros. Aquellos osados muchachos realizaban su primer comunicado formal donde interpretaban  histórica, social, económica y políticamente a Venezuela, buscando una especie de modelo o proyecto de país, que terminarían firmando el 22 de marzo de 1931, y que hoy conocemos como el Plan de Barranquilla. Sus autores ya se habían expresado con el texto En las huellas de la pezuña, donde Rómulo Betancourt se refería a la estructura ideológica del grupo estudiantil contrario a la dictadura gomecista, “en aquel documento los jóvenes hacen un retrato de la situación venezolana, del momento y de los hechos ocurridos recientemente en el país”, nos comentó Arráiz Lucca durante el desarrollo del evento.

El Plan de Barranquilla significó la definición conceptual e ideológica del grupo de jóvenes devenidos en políticos luego de 1928. Como era de esperar, los protagonistas de aquella semana estudiantil terminarían bifurcando sus ideas, dando como resultado el surgimiento de dos grupos bien definidos: “Los marxistas moderados y los marxistas ortodoxos, los primeros simbolizados en las figuras de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, por su parte, los ortodoxos encontraban en Miguel Otero Silva y los hermanos Machado sus principales figuras”.

A lo interno de sus páginas el plan se concentra en dos temas sensibles, la economía semi-feudal y la penetración del capitalismo extranjero, el primer punto denota la condición de una nación aletargada, de andar pausado en la ruta hacia el progreso, donde los mecanismos de producción agrícola carentes de tecnificación así lo corroboraban. Por su parte, el segundo punto es decir la penetración capitalista extranjera evidencia y demanda una serie de criterios significativos, se trata también de una denuncia en contra de los mecanismos monopólicos de la administración gomecista y los procedimientos extendidos con la participación de las empresas foráneas, compañías europeas y norteamericanas.

Aunque la palabra petróleo no es incluida en la redacción del Plan de Barraquilla, es innegable  que de forma indirecta se encuentra presente dentro de la diatriba planteada, fundamentalmente cuando relucen los nombres de las principales concesionarias que hacían vida en el país. El Plan presentó además un programa con los lineamientos básicos que debían cumplirse para efectuar la restauración de la república, la explotación de recursos fue allí examinada, donde el petróleo, aunque someramente y de forma indirecta, es incluido. En su sexto punto, el programa pretendía la “revisión de los contratos y concesiones celebrados por la nación con el capitalismo nacional y extranjero”, además de la “adopción de una política económica contraria a la contratación de empréstitos”. Se trata básicamente de orientar la política económica del país.

Dentro de las interpretaciones que ha merecido el documento se encuentra su valoración radical y hasta revolucionaria, no obstante, se aprecia una desatención en el tema petrolero, que para 1930 ya poseía una silueta significativa. Esta falencia del plan barranquillero fue apreciada por otro miembro de aquella generación, Miguel Otero Silva, quien esboza contundentes observaciones en torno a esos aspectos en una carta enviada a Rómulo Betancourt en abril de 1931.

Si bien es cierto que el Plan de Barranquilla es uno de los documentos de mayor resonancia relacionados con Rómulo Betancourt durante su primer exilio, no es el más profundo de ellos. En este sentido, consideramos el artículo de 1931 La crisis económica de Venezuela, que apareció encartado en el segundo número de la revista Venezuela Futura (publicada en la ciudad de Nueva York), un documento de mayor amplitud analítica, donde Betancourt revisa las condiciones económicas de la nación, reservando cierta atención hacia el tema petrolero.

Para Betancourt el contexto económico-financiero venezolano presenta una república carente de deuda externa y sin la presencia de déficit presupuestario, sin embargo su moneda, el bolívar, se desplomaba como cual coloso de Rodas. Dos son las causas que determina el escenario, en primer lugar, la ineficiencia del gobierno y sus estadistas de alpargatas, como los califica el propio Betancourt, en segundo lugar, el frenesí licencioso por el petróleo que debilitó a grandes rasgos: “… Las verdaderas  fuentes permanentes de riqueza nacional” entendidas la agricultura y la ganadería.

Finalmente, compartimos el criterio expuesto por Rafael Arráiz Lucca donde el Plan de Barranquilla representa el corazón del camino hacia la democracia en Venezuela, con un núcleo inicialmente marxista devenido seguidamente en socialdemocracia, al mismo tiempo el documento representa uno de los tres textos fundacionales de la Venezuela que repiensa su futuro en el siglo XX, el Programa de Febrero (1936) y el Pacto Puntofijo (1958) son los otros dos. Hoy, cuando afrontamos grande vicisitudes en nuestro país, recordamos a los redactores del Plan de Barranquilla, pensando al mismo tiempo en la necesidad de un nuevo proyecto que reoriente el torcido camino que hoy transitamos.


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