EXILIO EN SOLEDAD, @KREMLIN PRIETO

Luis Pérez-Oramas

Cuarto de Siglo

Yo no sabía, aquel domingo de diciembre de 1998, al sentarme a escribir, apenas terminada la primera rueda de prensa del presidente electo de la República, Hugo Chávez Frías, que las sospechas contenidas en mis palabras se cumplirían, aterradoramente exactas, alargándose por encima de un cuarto de siglo sus premoniciones, haciéndose realidad en su pavorosa elasticidad, acentuadas, hipertrofiadas en la metástasis histórica que vaticinaban.

Los dueños del periódico donde estas líneas se imprimen fungían entonces de maestros de ceremonia para aquel evento televisado durante el cual, según mi artículo desafortunadamente exacto, el candidato apenas electo, quien luego los perseguiría descarnadamente, en un cuarto de hora «enterró a los partidos, enterró al «staff» ejecutivo de Pdvsa, enterró a dieciocho ministerios, enterró al pacto de Punto Fijo, enterró a la guardia nacional, enterró a la república, enterró a la historia. Anunció, magnánimo, que retiraba los guantes y golpeó, luego, a mano suelta. Cometió el pecado de lesa prudencia de anunciarlo todo, de todo prometerlo. No habrá niños en las calles, ni fuera de las escuelas; las casas se contarán por millones. Milenarista, anunció sin pena que con él comienza todo nuevamente».

Tras compararlo con un predicador ambulante, así resumía yo los anuncios de Chávez: «Reducir brutalmente el tamaño del Estado. Reciclar masivamente el excedente de burócratas, como si fuesen los pasajeros de un inmenso ferrocarril. Aumentar inmediatamente el salario de todos los venezolanos. Eliminar la fuente de los ilícitos aduaneros. Ocupar productivamente miles de hectáreas de tierra cultivable que quiera Dios no tengan dueño. Sacar a la tropa para que ocupe la función cívica que el Estado no ha podido —o no ha sabido— hacer efectiva. Eliminar la autonomía gerencial de Petróleos de Venezuela, centralizándola desde el gobierno. Acabar, en cinco años, con los actuales partidos políticos. Inaugurar una nueva república preñada, acaso por milagro, de honestos jueces».

Bastaría volver a escuchar aquella rueda de prensa para tener la exacta medida de la estafa histórica que ha sido el chavismo. Quizás un país que ha hecho de la promesa su religión colectiva tenía que agonizar en un colapso de juramentos insostenibles y de impunes perjurios, marca de la casa de la revolución bolivariana. De aquellas vanas palabras sólo queda un erial de víctimas, una población humillada, abandonada, que se resiste a morir de hambre sobre la tierra quemada de la patria,  su vientre seco de 8 millones de migrantes que han huido. Un evento inédito hemos recibido sin embargo de ese trauma inconmensurable: el país está a la vez, menguado, en la tierra que le da su nombre y disperso en agonías y talentos por todo el planeta. Y quien estudie a Venezuela no podrá ya nunca obliterar la dimensión global de su diáspora.

Yo salí de Venezuela en agosto de 2003, cuando aún creía ingenuamente que el chavismo duraría sólo un quinquenio. Porque la vida cambia siempre, y sigue cambiando, pudiera decir que la mía no ha cambiado mucho, salvo por un detalle. Mentiría si no reconozco la cruda verdad de mi desesperanza. No creo poder ver en vida, en el lugar donde vine al mundo, otra Venezuela que la vasta ruina de nación que nos ha dejado, como un vómito de nuestra propia historia, el chavismo.


Lourdes Fierro Bustillos

Del Paraná romántico al Arauca vibrador

…A flor de agua voy sangrando esta canción

En el sueño de la vida y el trabajo

Se me vuelve camalote el corazón…

Canción del Jangadero (Dávalos y Falú, Argentina).

Regresé a Caracas hace tres años tras vivir trece años cerca de Tigre (Argentina) por el delta interior del río Paraná, en “modo zamba” y con mi inolvidable esposo argentino. En aquel paisaje tranquilo, mirar el lento navegar de los barcos madereros era como hundirse en la belleza y en la felicidad. Los hijos nos visitaban; lo que recibíamos alcanzaba y estábamos en el rincón ideal para estudiar, reflexionar y escribir. ¡Ay! pero la felicidad es como la luz: se prende – se apaga… Y regresé ilusionada a mi familia, mis amigos, mi país.

Pronto noté que cuanto dejé se había degradado y que vivir en esta Venezuela sería muy difícil. Escojo solo tres señales del deterioro: cualquier gestión exige un esfuerzo agotador; la desigualdad aumenta, incentivada desde los entes públicos, y el quiebre institucional es generalizado: no funciona ninguna institución pública de servicios y las privadas se encogieron.

Observé también, que lo de antes de Chávez, aunque muy golpeado, tiene vida; ¿la razón? Venezuela estaba en avanzada institucionalización como nación democrática, cuando la irresponsabilidad abrió las puertas del poder a militares ambiciosos y sin preparación. ¿Cómo permitimos que oportunistas sin idea de nación llegaran al poder? Hay que explicárselo a los venezolanos que andan por sus 20 años para que estudien esta Historia y, juntos, escojan el mejor camino para seguir, si por el romántico Paraná del jangadero enamorado, emigrando; o por el Arauca vibrador de nuestro Arvelo Torrealba (1905 – 1971), luchando:

A zurcir sueños me pongo

Y pienso por un instante

Si no seré un grito errante

(Glosas al cancionero).


Luis A. Herrera Orellana

De la pérdida y el renacer

Partir hacia un destino incierto ha sido la experiencia más desafiante que he vivido. Hasta el día de hoy, ese sentimiento de vulnerabilidad, incertidumbre y descolocación ante el entorno sigue allí. Quizá nunca desaparezca. Mi gran fortuna ha sido que asumí esta senda junto a mi esposa, Maye, una mujer inteligente, valiente y perseverante, que ha dado sentido a mi pasado y a mi presente. Migrar significó «soltar» vínculos, logros, algunos bienes. Empezar de cero, renunciar al compartir presencial con familiares y amigos, y descubrir lo que significa carecer de una nacionalidad y de un Estado que aseguren la continuidad de tu identificación legal y de tu personalidad jurídica. Gracias a Dios, la generosidad, empatía y bondad de las personas del país que nos acogió, Chile, han permitido que la ansiedad, el dolor y la impotencia por la pérdida del país en que nacimos y su trágica situación actual, no nos impidieran seguir adelante. La experiencia migratoria, sin embargo, ha tenido otra cara, más bien luminosa. Me ha permitido renacer en varios sentidos. Primero, como padre de una chilena especular, Julieta, quien es mi mundo junto a su madre. Segundo, como jurista, al permitirme redescubrir el Derecho desde perspectivas clásicas y contemporáneas que no conocí —y no habría conocido— en Venezuela. Tercero, como hispanoamericano, al comprender por qué todos los hispanohablantes somos parte de una tradición común, desconocida casi por completo en el presente —lo que en parte es causa de nuestras patologías políticas—. En fin, cuarto, porque me ha permitido conocer algo mejor la historia del país del que provengo y al que siempre, donde esté, espero honrar en agradecimiento por lo que hizo de mí, procurando ser un hombre comprometido con la libertad, el respeto a la dignidad humana y la garantía del bien común.


Luis Barrera Linares

Abuelecer virtual

Querida @Nieta:

Programé este mensaje de correo electrónico para que lo recibas hoy, 8 de noviembre de 2031, cuando cumples 15 años. Escribo en este más acá que nos ha separado de tus sonrisas desde que apareciste en ese cóccix del planeta que es Australia. Tus abuelos seguimos en un limbo bifronte: acongojados por lo mucho que perdimos de tu infancia y complacidos, porque de vez en vez miramos las montañas de fotografías que nos han enviado tus padres. Te hemos visto crecer en la virtualidad. Nos satisface tu armonía vital, aunque no nos plena totalmente tu existencia de píxeles.

Las lágrimas de la tarde que nos despedimos de tus padres persisten en nuestra golpeada memoria. En la lejitud, te seguimos viendo cerca; mas, debes saber que la vida familiar que antaño habíamos planificado trocó en incertidumbre. Ese día todo cambió. En un despegue de avión se extinguió la posibilidad de un íntimo abuelecer. Se congelaron los arrullos pensados, los abrazos imaginados y el fantaseado  pálpito amoroso directo.

Ten siempre presente que queríamos envejecer con ustedes alrededor del fuego afectuoso, mirar cómo evolucionaba la madurez de nuestra descendencia; evocar ya de ancianos las risas francas, las picardías cómplices, las bromas cotidianas, los saltos revoltosos sobre la cama, las cenas dominicales, los viajes a la playa, la amorosa mirada parlante de tu abuela, la visita a la iglesia, para que tu padre y tu tío niños ofrecieran un diezmo a los santos de yeso, aspirando a que bailasen, como lo habían visto en el teatrino de una carretera lejana: “Mamá, papá, pongo la moneda y le digo ¡baila, baila!, pero ¿por qué no baila?”

Han pasado tres lustros desde que todo devino en una flor de pétalos dispersos: cada sueño se ubicó en un asidero distantísimo. Cuando ahora observamos las estrellas, perplejos, nos percatamos de que la ancianidad se ha vuelto angustia intermitente, congoja, aflicción de pecho; aquel sueño inicial devino en reuniones que ahora llamamos abuelazón y filiación virtuales. Allí, de vez en vez, vemos tu rostro en un recuadrito, floreciendo en esta soledad compartida que ahora son sabadomingos en la pequeña pantalla de un teléfono. Te amamos.


Leandro Area

Patria

Aunque admita te has ido,

como si hubieras huido en ambulancia,

persiste aquí en la casa

el luto que no estás

y tanto

que hasta el perro me gruñe preguntando

que cuándo volverás.

Y no descansa en demostrar tu falta

en su taladro tenaz a mis oídos,

orinando en la casa marcando territorios

que te insisten e imploran

en el radar de orejas que te esculcan,

y el abanico de esa su cola hablante.

Y es que no se olfatea,

gracias al arte de mentir,

que es un bozal de limosna lo que invento:

que te has quedado hablando con amigas,

que si la lluvia, el tráfico,

las líneas telefónicas,

cosas de este mundo flamante

en el país de espanto que nos borra

donde todo florece tropical,

excepto el pan, la compasión, la virtud, el abrazo.

No sabe como yo que te he perdido

que es igual a extraviarse de uno mismo

en la autopista rauda de los otros

que no te miran nunca y aceleran.

Patria te llamábamos tal si fuera intacta

tu virgen definitiva primavera,

impávida eternidad de nuestro orgullo,

sin fin de los instantes.

Y no fue así estrepitosamente

convertida en crispado silencio

con tu luz secuestrada, violada, confinada,

que perdimos entregados de pronto.

Hoy todavía, podrás imaginar,

te seguimos buscando en los cobijos,

olfateando tus nidos,

lamiendo las ventanas

por las que mirabas ya de tarde

las noches que llegaban o huían

la gente que venía o que iba

mientras se encendían

las luces de la calle

y parecía tal vez, en ese pestañear,

que todo comenzaba de nuevo,

amanecía.

Hoy que ya no estás sin despedirte

pues te cansaste de tu propia imagen,

te escribo esta postal

que pondré entre tus manos la primera

cuando te vuelva a ver

si te conozco o al contrario Patria

y no me das la espalda ni yo a ti resentidos,

después de tantos años

imborrables y tercos, miserables y aullidos,

de aplastante fracaso y viceversa.


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