ENCICLOPEDIA VENEZOLANA DE LA DESTRUCCIÓN

Mario Morenza

VHS-DVD-Gocho movie

Clave: *182315*

Se bloqueó la clave por actividad sospechosa

y debemos restablecerla.

 Esta actualización es por seguridad.

Disculpen los inconvenientes.

Gocho Movie

Mi amor por el cine probablemente se originó aquel febrero de 1989 cuando Omnivisión, el primer servicio de televisión por suscripción en Venezuela, liberó su señal. Esta promo coincidió con El Caracazo o, ahora no recuerdo bien si debido a El Caracazo, la gerencia del canal decidió decodificar la transmisión, un alivio de celuloide a la violencia que agujereaba paredes y carne, el toque de queda, el saqueo furibundo o caprichoso, las frenéticas ráfagas sin nombre. Omnivisión fue películas sin cortes comerciales por una semana mientras se restituía el hilo constitucional y regresaban las clases. Cursaba primer grado y la saga de Indiana Jones fue mi favorita.

El conflicto cesó.

Los trajines de la vida reclamaron su natural curso. Sin sospecharlo, estábamos ya atrapados en un nudo cuyo desenlace ya conocemos.

***

Cuando regresaba del liceo, tomaba el periódico que mi abuelo compraba cada mañana para llenar el crucigrama que resolvía con paciencia ritual. Yo aprovechaba y ojeaba la cartelera de las poco más de cien salas de cine de Caracas. Hace veinticinco años vestía camisa beige, mis responsabilidades electorales solo me habilitaban para votar por la reina de Carnaval, soñaba con ser arqueólogo y uno de mis primeros freelances fue espiar para hbo la programación diaria de la competencia y grabarla en cintas de vhs. (Un video cassette, según el mode recording time: standard, long o extended, podía grabar dos, cuatro o seis horas). Esta breve experiencia me serviría más adelante porque sospechaba que en secreto los canales pactaban emitir lo mejor del cine en mis horas de aula. Para salirles al paso, programaba el vhs para grabar y al llegar a casa me entregaba, dichoso, a aquella realidad grabada, pospuesta como ficticia.

A finales de los noventa estaba suscrito a un club de video. Buena parte de mi mesada la gastaba en alquilar películas originales en Blockbuster, aunque prefería ir al cine, sobre todo al Broadway, en Chacaíto, porque era cine continuado, es decir, no había horarios, llegabas y empezabas la película en determinado punto y luego se repetía, y se repetía con créditos incluidos. Este cine fue sustituido, como casi todas las salas, por templos Pare de Sufrir. Una década después los bodegones reemplazaron a los pentecostales.

Muchos de los films no se estrenaban en salas, llegaban directamente a los videoclubs o a las calles de la ciudad. Los buhoneros cinematográficos vendían películas taquilleras que alguien muy osado y provisto de una handycam y excelente pulso grababa desde las butacas como cualquier espectador y seguidamente multiplicaba en cientos de vhs.

A principios de los 2000 el dvd se masificó. Con el advenimiento del dvd también llegaron los quemados o quemaítos, la versión pirata. Y los rostros acontecidos de Bruce Willis, Tom Cruise o Sandra Bullock al volante de un autobús a ochenta kilómetros por hora desfilaron por las mismas aceras que paulatinamente abandonaban los vhs. El pasillo de Ingeniería de la ucv era La Meca para los cinéfilos. Se conseguían a precios accesibles pelis de Tarkovski o Bergman, filmografías impensables en los catálogos de Video Color Yamin y la Cinemateca Nacional.

Blow-up fue la primera película que compré, una adaptación de «Las babas del Diablo». A esta le siguió Eternal Sunshine of a Spotless Mind. El reinado del dvd persistió sus buenos años y convivió con el del Blu-ray, aunque más óptimo, refinado y definitivo, la dinámica con este nuevo formato fue la misma, un objeto «pirateable».

Por motivos crematísticos, dejé de comprar quemados y me aventuré a descargar películas en Pirate Bay. Lidié con la lentitud paleolítica de aba, en caso de que hubiera conexión. Finalmente llegó el streaming y hoy las cuentas piratas representan el último eslabón de esta cadena evolutiva. Entonces descubrí al Gocho Movie.

La piratería de las plataformas streaming es algo tan común como la devaluación, las leyes de una administración que piratea la realidad, edita la verdad, inserta efectos especiales a conveniencia, guiones con fallas de trama y secuencia, disparatados deux ex machina, cuando no sádicos; para reproducirnos el mismo plot twist enlatado una y otra vez, en cine continuado, sin créditos. La realidad suspendida. En pausa, en stop. Sin posibilidad de rebobinarse, ni oprimir fwd, ni rewind a estos años. Una realidad quemada. Una libertad eject.

Ahora en la pantalla de mi teléfono móvil debo ingresar una clave de seis caracteres. Es inevitable recordar los crucigramas de abuelo. Él los llenaba con palabras que evocaban pueblos árabes, fórmulas químicas, obras de arte, figuras históricas: tal vez un password para desbloquear su mañana e irse a ver cómo Charles Bronson les partía la jeta a los delincuentes. Después de una semana de trajines literarios, universitarios y oficios varios, veré la última aventura de Indiana Jones. Me interesa saber qué tal le fue con la Anticitera de Arquímedes, reliquia que, basándonos en la forzada lógica del largometraje, es un artefacto capaz de rebobinar el tiempo, ir hacia la Antigua Grecia, o quién sabe si al reencuentro con febrero de 1989, o 1999, y aplicarle tracking al pasado para reajustar un destino con mayor nitidez desde los engranajes del cabezal de reproducción giratorio de nuestra historia, desalinearla de esa señal de exploración helicoidal de la cinta con la que nos han amordazado.


Thays Adrián Segovia

Despego

Trescientas palabras para escribir sobre cómo ha cambiado mi vida desde 1999 hasta la fecha. Al principio lo creí imposible. La lista es larga: trabajo, política, calidad de vida, familia, afectos… Mi familia, excepto mi hija, está aquí. Al menos mi familia cercana. No así mis afectos: esas personas que nos importan mucho; personas que han dejado en nosotros una huella emocional.

El Diccionario de la lengua española, además de la definición, ahora trae sinónimos y antónimos de los lemas o entradas. Afecto: inclinación hacia alguien. Sinónimos: apego, apegamiento. Antónimos: desapego, despego, despegamiento. Desprenderse del afecto a alguien, apartar algo de lo que estaba pegado.

Dicen que la tecnología atenúa el despego. No lo creo.

Leo El Porvenir. Diarios 2015 – 2020 de Ricardo Ramírez Requena y hallo una cita que traduce lo que siento: “Nada es como antes ni lo será nunca más. Vivimos otra vida ahora, adentro o afuera del país: es ya, otro tiempo”.


Tomás Straka

El cuarto de siglo chavista

Es tanto lo que se ha vivido y se ha perdido en este cuarto de siglo, que hacer la síntesis de los cambios obliga a un trabajo arduo, de conjunto. En 2019, cuando se cumplieron los veinte años de la llegada de Hugo Chávez al poder, el Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB organizó un foro con las distintas facultades. Se le pidió a cada una que desde su área hiciera un balance de las últimas dos décadas.  El resultado fue mucho más abigarrado y, a trechos, angustiante, de lo que ninguno hubiera pensado.  En definitiva, sí ha sido una revolución. Todo indica que no ha logrado sus objetivos proclamados, que se encontró con una sociedad que no ha estado dispuesta a aceptar a que se borrara lo anterior (incluso entre quienes apoyaron el proyecto), pero no hay duda de que nada ha quedado igual.

Tal vez el cambio más radical, al menos visto desde el 2024, es el de un país que aprendió a vivir sin la renta petrolera. El sueño repetido tantas veces, e incluso enarbolado por Chávez, se cumplió, aunque no por ninguna de las dos vías: ni logramos crear una economía alternativa, como una especie de Noruega que tiene petróleo pero vive de muchas otras cosas; ni porque se haya acabado el petróleo, esa pesadilla que en 1936 produjo el famoso “Sembrar el Petróleo” de Arturo Uslar Pietri, y nuestra versión de Mad Max, “El día que se terminó el petróleo”, de José Ignacio Cabrujas (RCTV, 1980). Llegamos a ello porque se destruyó la industria. Aunque hay algo de las distopías dibujadas por Cabrujas y Uslar Pietri, también hay signos alentadores: venezolanos que han dejado de ser rentistas y están generando otras formas de vivir, desde exportar cacao y café, hasta hacer trabajo remoto desde sus casas.  La gente empieza a pagar impuestos y a saber que los servicios tienen un costo.

Lo del petróleo ha llevado a otro cambio radical: de ser un país receptor de inmigrantes, pasamos a ser un país peregrino. De hecho, pasamos a experimentar una de las peores crisis migratorias de la actualidad, con casi ocho millones de venezolanos en el exterior. Podrían agregarse otras cosas, pero ya hemos rebasado los límites que se nos pidieron. Sólo nombraré dos cosas más: de ser una referencia como democracia, regresamos, como antes de 1958, a ser una referencia de gobiernos dictatoriales (hay que pensar que por setenta años, de 1870 a 1935, fuimos gobernados por hombres fuertes). Y por último un cambio que en realidad no lo ha sido tanto, porque en el fondo es algo muy venezolano: ha surgido en este cuarto de siglo una nueva élite, primero política y cada vez más económica. Élite que en este momento ya parece haber aprendido a vivir con las de origen anterior (y viceversa), comenzando a combinarse con ella. Mucho de lo que vaya a pasar de acá en adelante va a depender del éxito y los alcances de esa combinación.


Violeta Rojo

Un asunto religioso

Seguramente no es el infierno, en cuya puerta se abandona toda esperanza, esta sucesión de pequeñas y grandes humillaciones: la escasez, el deterioro, la dificultad de todos y cada uno de los trámites eternos e inútiles para no conseguir nada, la ausencia de más y más gente querida. Sin contar el horror de la roca Tarpeya, los juicios sin fin y que todo sea o no delito con carácter retroactivo.

Entonces, si no es el infierno con su carácter definitivo, podría ser un limbo monstruoso —igualmente injusto porque es otro castigo exagerado— esta noria en la que nos dedicamos a repetir, vez tras vez, los mismos actos, estrategias, gestos, comentarios, palabras, fútiles ilusiones, migajas de normalidad.

Resultará entonces que es un purgatorio, transición  entre dos vidas, aquella más o menos normal que tuvimos y la más o menos normal que tendremos otra vez, en minutos, horas, lustros, décadas, cuando no estemos, o quizás sí.

Quiero que conste, sin embargo, que no es fácil entender la diferencia entre el infierno tan temido, el limbo tan vacío y el purgatorio tan incierto, sobre todo sin pecado previo. Pero obviamente todas estas categorías son absurdas.


Violeta Villar Liste

Paisaje y memoria

Dos veces he debido emigrar de Venezuela. Por razones distintas.

En ambos tránsitos, el primero hacia España y el segundo a Panamá, albergo una constante en mi vida: el retorno desde la memoria a los pasajes que han transitado mi infancia, mi adolescencia y la adultez, así no esté de manera física en Venezuela.

Compruebo, en este acto de rememorar, que durante años nos han arrebatado derechos, alegrías y la paz, pero la persistencia de la memoria del paisaje vence las sombras y encarna la luz.

Pienso en el páramo venezolano sembrado de frailejones y “de Chachopo a Apartaderos” camino con la Loca Luz Caraballo, en esa ruta que luego de pasar Barinas es un paisaje de verdes curvas hasta coronar la Mérida de las cinco águilas blancas.

Estos paisajes de la memoria conducen de manera particular a los Andes imponentes, a los superlativos del Orinoco y del Caroní, a la revelación del desierto larense, territorio que es también niebla, crepúsculo y jardín, a la inmensidad sin conclusión de los llanos venezolanos, al infinito de los médanos, al Caribe sembrado de azules y al Ávila que se repite como un himno en el sentimiento nacional.

Podríamos decir con Neruda, “sí señor, los paisajes, los amo, los adhiero, los persigo, los muerdo, los derrito…”, amo tanto los paisajes de la memoria…. “paisajes amados… brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal rocío… son tan hermosos que los quiero poner todos en mi memoria… y entonces, los revuelvo, los agito, me los bebo, me los zampo, los trituro” ¡Los libero! “Se lo llevaron todo…” pero no podrán con todo.

Mientras tengamos memoria.


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