San Sebastián, a pesar de muchos de sus habitantes – otros tantos compensan la balanza–, es una de las ciudades más bonitas de España y del mundo. Su estética coincide con la «Bélle Epóque» de la Monarquía Alfonsina. Ha sido, durante el reinado de Alfonso XIII y el régimen autoritario del general Franco, capital gubernativa durante los meses veraniegos. Allí, al socaire de la isla de Santa Clara, fondeó el viejo «Giralda» de Alfonso XIII y el «Azor» de Franco. Al convertirse en Corte, centenares de familias madrileñas construyeron sus villas en Ategorrieta, Miraconcha, Ondarreta y el monte Igueldo. Allí construyó su palacio Real, sobre el Pico del Loro, frontera de las playas de La Concha y Ondarreta, la Reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre de Alfonso XIII, inmortalizada en los jardines de Ondarreta en un precioso conjunto escultórico, mirando al norte, a la mar de los vascos. Y la herencia Real no se limita a las villas de los madrileños. El club de fútbol por excelencia de Guipúzcoa es la Real Sociedad de San Sebastián, seguido del Real Unión de Irún que conquistó uno de los primeros campeonatos de Liga de primera división. Y está la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, el Real Club de Tenis de San Sebastián y el Real Club Náutico, el Teatro Victoria Eugenia y el Hotel María Cristina. En las villas de Ondarreta, las calles llevan – o llevaron– los nombres de los Infantes Don Juan, Don Jaime, Doña Beatriz y Doña Cristina, además de la dedicada al Príncipe de Asturias. Para borrar las huellas de la Monarquía española de San Sebastián, como desean los batasunos bilduetarras y los nacionalistas del PNV, hay que proceder a la demolición de la Bella Easo, de San Sebastián.

Fui tan feliz allí, que jamás volveré. Desde que fallecieron mis padres decidí quedarme con los recuerdos de unos tiempos maravillosos que nunca volverán. Tengo amigos de la juventud que eran normales y ahora sobreviven gracias a la despensa del nacionalismo. Y alguno, más allá, en los aledaños de la ETA. Volver, más que una equivocación, es una tontería.

San Sebastián, por su belleza, enloquece. La bahía de Santander es un prodigio, pero la de San Sebastián está mejor dibujada. Desde la terraza de mi casa, podía permanecer horas y horas admirando su paisaje, y la repetición de la muerte de las olas en Ondarreta, siempre diferente una muerte de otra en sus matices. De ahí que entienda que Zapatero se volviera tarumba en San Sebastián, acostumbrado, como está, a los rascacielos de Caracas y las chabolas que rodean la capital de Venezuela, la otra prisión comunista, con Cuba, del Caribe.

Efectivamente, Zapatero protagonizó un mitin socialista en San Sebastián. Y como intuye Ramón Pérez-Maura en El Debate del pasado miércoles, parecía que previamente a su prédica, había ingerido algún tipo de sustancia fuera de lo común. El vasco, aunque sea socialista, es concreto y demanda precisión. Y el público de partido que asistió al discurso de Zapatero se mostró confundido cuando el farsante de León nacido en Valladolid, en lugar de pedir el voto para Sánchez, emprendió el camino homilíaco del infinito. Fue Zapatero el que definió al etarra Otegui como «hombre de paz», y ordenó a su conserje Pachi López y al maltratador Eguiguren que se sentaran a negociar con los políticos de la banda asesina.

Pero no había alcanzado aún el delirio y la chifladura del infinito. Un pueblo que sabe del infinito por el exclusivo conducto de los jesuitas y capuchinos, no asimila los nuevas noticias acerca de su significado. Y ese público anonadado, ante las palabras de un mochales aparentemente chalado, sólo aplaudió cuando se lo ordenó el maestro de sala. «El infinito es el infinito». «El universo es infinito. No cabe en nuestra cabeza». «Pertenecemos a una especie excepcional, que no existe en ninguna parte del universo». Realmente estremecedor. San Sebastián, con su belleza, terminó con Zapatero. Consecuencias de una vida ajetreada, con miles de repeticiones de la película Bambi, y el resultado de las hijas góticas, que hicieron temblar con su aspecto los muros de la Casa Blanca habitada por los Obama. Para un vasco socialista de San Sebastián, el infinito se ubica en Miranda del Ebro. Y Zapatero les desajustó el mensaje. A ver cómo arreglamos el desaguisado.

Entre todos, con mucho amor y mayor paciencia.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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