Ne supra crepidam sutor judicaret: Cogito ergo sum

Señalar la teoría como “lógica” en la “construcción del conocimiento” pudiera resultar con una profunda bifurcación, porque está demostrado que parte de esos conocimientos que aún se encuentran vigentes, fueron originados producto del azar. Asimismo, todavía seguimos desconociendo parte del origen intrínseco del cómo han venido a nosotros determinados saberes, o simplemente por qué esa misma teoría pretende desde la “nada”; verbigracia, desde lo enigmático convertirse en dogmática sin pretender dejar una abertura dentro del cauce de la investigación.

Y que el horizonte de nuestra generación escrita pudiera significar una estulticia si las teorías desarrolladas y del porvenir no resultan comprendidas en sus fortalezas del conocimiento, pero también en sus bigardías y entelequias, de lo contrario, nos convertiríamos en cual Zoilo (criticastros) rumiante por aquella implacable y célebre respuesta que dio Apeles ante quienes pretendieron denigrarlo: “Ne supra crepidam sutor judicaret”¹y que convirtió semejante frase histórica en el conocido refrán: “zapatero a sus zapatos”, y que también permitió que el nombre de Apeles, pintor, daría origen a la morfología y semántica del verbo apelar, al responderle con tales palabras llenas de máxima sabiduría a Zoilo, zapatero, y éste de cuyo nombre quedaría conformado el sustantivo que lleva tal denominación en términos de vacuidad y de individuos criticastros.

Así, dos escritores casi contemporáneos del siglo XVI en diferentes estilos marcarían un estilo revolucionario en las letras, Michel de Montaigne, precursor ensayista, y Miguel de Cervantes, autor del célebre Quijote. Posteriormente, vendría un dramaturgo inglés, William Shakespeare, y aunque independientemente que algunos investigadores señalen su obra en cuatro períodos, sería Romeo y Julieta, la obra que lo inmortalizaría con su escena en teatro.

Por supuesto, aunque pudiéramos seguir mencionando otros escritores importantes de esa parte la historia, en este caso, lo que nos orienta son las texturas del pensamiento; razón por la cual, sólo intentamos aproximarnos al estilo que ha marcado los aspectos esenciales del ser en su relación con el mundo. La escritura estaba orientada por gestas de valentía y luchas en búsqueda del destino; por ello, lo poético, lo lírico, constituía parte del quehacer intelectual. ¿Cómo podía alguien hacerse intelectual, si carecía de los sentimientos de amor y pasión por revitalizar la vida, el escenario de un colectivo en pensamientos donde el ser era el protagonista? En otro espacio, ¿podía alguien ser intelectual, sino emergía como líder de su pueblo?

Por otra parte, si la narrativa era signo de intelectualidad, la pintura expresada en Miguel Ángel y la escultura a través de Leonardo Da Vinci dan idea acerca del mundo exponencial que ambos artistas veían sobre la humanidad; es decir, ese mundo era imposible en su evolución, si no era concebido en su belleza, realidad y cosmos, los cuales eran parte de un mismo universo.  Lo concreto tenía su dimensión desde la propia narrativa que durante los primeros siglos (antes y después de Cristo) asociaba su destino con los dioses y las leyendas fantásticas; la abstracción además de la propia pintura, buscaba hacerse realidad en la representación de alguna escultura o palacio real; siendo la jerarquía católica durante esta parte de la historia, cuya palabra, tendría una fuerte influencia en el devenir de la (in)humanidad, incluso hasta principios del siglo XX.

Del mismo modo, el conocimiento en el siglo XVII, marcaría un hito en la desaparición y aparición de teorías, propias del pensamiento de la modernidad y aunque se inicia con un traspiés debido al fracaso de Galileo (aunque realizó importantes aportes matemáticos) por validar la Teoría Heliocéntrica de Copérnico, encontraría una pujante y significativa forma de abordar la visión filosófica y teórica en Descartes (1596 -1650) como el fundador de la filosofía moderna, y quien desde sus comienzos como pensador orientó sus planteamientos a través de sus Ensayos Filosóficos, los cuales servirían de prefacio al Discurso del Método (1637), primer libro de filosofía en idioma francés, en el cual trazaría cuatro importantes preceptos relacionados con una visión muy distinta de la ciencia conocida y pregonada por los pensadores de su tiempo.

Descartes objetaba proponer verdades que no tuvieran la certidumbre de la aritmética o la geometría, es decir, evitar emitir juicios como ciertos hasta no conocer las evidencias y/o sustentos que así lo demostrasen; tal posición, a pesar de que lo ubicaría en una corriente dogmática y monista, buscaba en su momento explicar cómo las tesis basadas en “verdades espirituales” o signadas por una “certeza” de alguien o grupo en particular, terminarían destruyendo todo vestigio o iniciativa de ir en contra del orden y el conocimiento de la época, por ejemplo; las imposiciones que generó la jerarquía católica ante nuevas y fundamentadas teorías, las cuales, en ciertos casos aunque tenían argumentaciones sólidas y coherentes, terminaron fracasadas ante la influencia política y social que ejerció el status quo en determinado momento histórico.

Si damos por sentado que Descartes funda su razonamiento a partir de la duda metódica, la duda cartesiana, como único elemento cierto de lo que pudiéramos llamar parte del proceso de una dialéctica investigativa, por qué no interpelarse: ¿Fue Descartes un revolucionario del pensamiento que logró la ruptura ante el “conocimiento de la época”, o su conocimiento fue el final contra un pensamiento autoritario y lleno de oquedad? Siendo así, en cualquiera de las tres respuestas positivas, o tres negativas, o en respuestas múltiples, hay un espacio que tenemos que seguir analizando cuando afirma que nunca ha presumido que su espíritu fuera superior a los demás: ¿Lo dice de manera irónica? ¿Supone Descartes que para poder consolidar su frase, “pienso, luego existo” es necesario que tengamos espíritus (des)iguales para consolidar los actos de los seres humanos?

De hecho, poco se sabe que esa frase existencial de Descartes: cogito ergo sum, no fue una frase original de su pensar, porque proviene de una obra de Manuel Gómez Pereira (1554), un médico y filósofo español de Medina del Campo; al punto – porque así debe ser considerado – fue el primer gran plagio de la historia moderna, que el propio Descartes tuvo que defenderse de serias acusaciones sobre el particular. Por ello, la frase: “pienso y luego existo” no tiene que ser un dogmatismo cartesiano en las corrientes históricas, políticas, económicas, sociales y culturales, máxime cuando la tecnología, en los espacios que hemos denominado como suprageocomunicacionalidad se ha convertido en indispensable en todos los campos de la ciencias y con sus impactos muy poderosos en la medicina, pero sobre todo en los esquemas venideros por el dominio del pensar y, por ende de los Estados, las naciones y sus sociedades.

II ¿Cómo hemos llegado a la suprageocomunicacionalidad y la “inteligencia artificial”?

¿Cómo ubicaríamos a Nietzsche, o cualquier declarado nihilista ante sus afirmaciones de necesidad espiritual que se dieron en el siglo XIX? Tal respuesta, no pudiéramos tenerla sin obviar que Descartes, al igual que Copérnico, Galileo y otros; debió enfrentar severos inconvenientes, entre ellos persecuciones, incluso de “ateísmo”, calumnias y hasta la quema de sus libros, ordenada por “magistrados” holandeses (sitio donde escribió y publicó sus principales obras) quienes alegaban que tales escritos contenían “nefastas doctrinas”. Incluso las acechanzas en contra de las ideas cartesianas se extendieron hasta después de la muerte de Descartes, esta vez contra sus discípulos; llegándose al exabrupto, concretamente en su país de origen, de considerarse criminal aquel partidario de la nueva filosofía.

La (d)evolución del pensamiento y conocimiento durante el siglo XVII encontraría muchos exponentes en distintas áreas, entre ellos el oriundo de Moravia (parte actual de la República Checa), Jan Komensky, sacerdote mejor conocido en su nombre latinizado, Comenio (1592 -1670), quien propuso interesantes técnicas pedagógicas por diversos países de Europa. Autor de La didáctica magna (1626) acuñó la máxima: “Enseña todo a todos”. Algunos investigadores ubican su obra, Mundo visible en dibujos (1658), libro orientado hacía el aprendizaje del latín como la primera compilación escrita ilustrada para niños.

Locke (1632-1704) pensador inglés, opuesto a las ideas cartesianas, destellaría la validez de la experiencia, verbigracia; el empirismo como fuente del saber, en su Ensayo sobre el Entendimiento Humano (escrito en 1666, pero publicado en 1690), negaba la existencia de conocimientos innatos. Estableció diferencias y relaciones entre lo objetivo (cualidades primarias) y lo subjetivo (cualidades secundarias). En el aspecto metafísico indicaba que éstas no podían ser objeto de la razón ni del conocimiento; concluyendo que sólo el conocimiento proporcionado por los sentidos señalaba la existencia de lo real; para él las ideas son sólo signos, representaciones que a su vez movían la razón en tres aspectos simples: conjunción, abstracción y combinación. Para Locke, Dios sólo podía ser producto de la inferencia, lo cual equivale a decir, que alguien Todopoderoso no existía en su concepción, razón por la cual se ubica en una corriente ateísta y escéptica en el plano religioso.

Hay que señalar que si bien es cierto, Locke dotó de cierta sistematización el estudio del empirismo, esta corriente desde una perspectiva científica fue iniciada, incluso antes de que apareciera Descartes en la escena filosófica, por parte de Francis Bacon (1561-1626), considerado por algunos como pionero del pensamiento científico, quien promovió la inducción como forma del conocimiento, al requerir la comprobación de los hechos particulares para poder llegar a conclusiones generales.

Leibniz (1646-1716) representó quizás junto con Descartes los máximos exponentes de las tesis matemáticas durante el siglo XVII. De hecho, Leibniz no sólo erigiría los principios fundamentales de la numerología infinitesimal, sino que su enfoque por la construcción y desarrollo de una lógica matemática, lo llevaría hacia 1672, a la creación de la primera calculadora que permitiese determinar resultados de multiplicaciones, divisiones y raíces cuadradas, es decir, sin duda el precursor de la informática como fuente de acceso al conocimiento.

Leibnitz, en contraposición sobre la visión de Locke, redactaría el Nuevo Tratado sobre el Entendimiento Humano (1703, publicado en 1765); de donde Ortega y Gasset (1979) nos señala que Leibnitz en sus planteamientos filosóficos hablaría sobre la existencia de las mónadas, los cuales serían los innumerables centros “conscientes” de espiritualidad y energía desplegados en todo el universo. Las mónadas significarían un microcosmos individual, los cuales permitirían a ese universo, alcanzar los niveles de perfección y belleza como parte de un plan divino que no permitiría en los humanos, como parte de esa perfección, la inexistencia de las enfermedades y la muerte. Tales reflexiones serían a la postre, durante el siglo XVIII satirizadas por Voltaire.

Junto con Leibnitz, no puede obviarse a Isaac Newton (1642 -1727) profesor, matemático y físico inglés. Un ícono humano en el campo del conocimiento y de las ciencias modernas, cuyas repercusiones contemporáneas aún siguen vigentes. Curiosamente, sus mayores aportes se encuentran en el plano matemático, (aunque no sean muy conocidos, debido al impacto mundial que ha ejercido en el campo de la educación y la investigación la Ley de Gravitación Universal). Leibnitz y él, serían los creadores del cálculo, promoviendo con ello el inicio de las matemáticas modernas, y de algún modo, relegando para ese entonces a la geometría griega como artífice del conocimiento numerológico.

Sin duda, que hasta el siglo XVI, tal y como se acepta tuvimos una intelectualidad especulativa, que se rompe en el siglo XVII con una intelectualidad centrada por la razón y el descubrimiento. Sin embargo, el hacer, el descubrir, el convertirse en intelectual era algo que no estaba dado por la universalización del saber; sino más bien por el efecto de la fuerza y el poder que se generaba por parte de las élites políticas y religiosas; porque si alguien intentaba quebrantar con argumentos (o sin ellos) el dominio imperante de la época, difícilmente podía sobrevivir a su propia época en términos no sólo del propio conocimiento, sino en su quehacer social y económico, e incluso jurídico.

Y ante esta forma de pensar en la historia moderna ¿Cómo fue el pensamiento con la ruptura de la revolución francesa y el sentido de hablar de derechos humanos, junto con el conocimiento científico que comenzó a validarse en el siglo XX, y qué ahora está vinculado con la suprageocomunicacionalidad de Microsoft, Google, Meta, Twitter, YouTube, Amazon o Tik Tok? ¿Cómo van a quedar los nuevos elementos biológicos, políticos, económicos y sociales con un pensar que algunos llaman “inteligencia artificial” sobre la inteligencia del ser humano? Lo analizaremos en otra entrega.

@vivassantanaj_

 


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