Los militares están buchones

Al decir de la opinión pública en general, los militares venezolanos están boyantes. Nadando en abundancia material y pecuniaria; y con la consecuente profusión de beneficios de todo orden. Esa obligatoria asociación que se hace del dúo régimen-militares salpica también en prodigalidad a toda esa colectividad sin separar enchufados de inalámbricos, o de descargados. En esa matriz de generalización que afecta sin discriminar a todo aquel que se identifique dentro de esa comunidad de la sociedad venezolana, y que se dispara en ráfaga arrinconando emocionalmente a muchos y generando físicamente bajas fuera de combate explicables, es necesario establecer las diferencias. Eso tiene una explicación básica. Elemental. Allí están directamente señalados los uniformados que aún están en actividad, los que ya cumplieron su tiempo de servicio y dedican el resto de su vida a disfrutar o sufrir el retiro, y los familiares sobrevivientes. Estos dos últimos segmentos de la familia militar prácticamente en una literalidad de extinción como los dinosaurios con el aerolito de la peste carmesí que arrasa el país desde 1998 .

El punto es que para cualquier civil los militares tienen los bolsillos llenos. La botija la tienen full, así como la alacena y la nevera; y como consecuencia de ello, la barriga. Están en una holgura económica, en una comodidad financiera, en una prosperidad de futuro a costa de una penuria moral, una erosión institucional, un desgaste constitucional y un deterioro democrático como consecuencia de la yunta que hacen con el régimen usurpador del poder en el Palacio de Miraflores. Es el costo político de servir de sostén de la revolución y adicionalmente de cogobernar. Los cuarteles en Venezuela tienen un gran déficit de valores y principios democráticos en la misma proporción que la cartera y las cuentas bancarias de un grupo de los generales y almirantes tiene un superávit de caletas derivadas de la corrupción y del narcotráfico. Y se hace una distinción expresa para separar de estos del grueso índice de activos no enchufados, de retirados famélicos y de familiares sobrevivientes que subsisten a duras penas hasta el final de mes esperando la acreditación bancaria del sueldo miserable y de la pensión de menesteroso. Esa es otra realidad que se encubre detrás de las camionetotas que circulan con escoltas dentro de Fuerte Tiuna, de los hijos becados en el exterior en colegios europeos del jet set y del imperio, de las grandes comilonas en los restaurantes del este de Caracas, del shopping en los centros comerciales de élite en Las Mercedes, de los viajes guillados para disfrutar vacaciones en el Caribe y de los saldos bancarios en dólares que se han atesorado bajo la égida roja, tanto como para sostener dos o tres generaciones en derroche. Esa es una cara. La otra en retaguardia es la de la miseria de los hospitales militares, la ruina del sistema de salud, las deficiencias en los círculos militares, la desventura de hacer un trámite ante Seguros Horizonte y el trauma de hacer una diligencia básica ante el Ipsfa. Todas estas son paradas obligatorias para los activos no enchufados, los militares retirados y los familiares sobrevivientes, en general todos en un nivel de subsistencia extraordinario y sorprendente desde hace 24 años, a la revolución.

¿Cómo se llega a este nivel de depauperación corporativa en la institución armada después de haber estado ocupando con la Iglesia Católica puestos de privilegio en simpatías entre la sociedad? ¿Desde cuándo esta indigencia económica y esta estrechez moral forma parte de sus estandartes y sus banderolas?

El protagonismo de las Fuerzas Armadas Nacionales hasta el 4 de febrero de 1992 estuvo amarrado a la defensa de sus deberes constitucionales establecidos en la carta magna vigente en el artículo 132. Soberanía y territorialidad fueron sus escudos. La actuación de los militares para defender exitosamente la democracia frente a los ataques del enemigo externo y del interno en la subversión castro-comunista, los golpes de Estado y las incursiones al territorio nacional le dieron los laureles merecidos y suficientes para ocupar un espacio de reconocimiento dentro de la sociedad civil. Sobre la base de esas misiones, el éxito de sus tareas y la lealtad constitucional, paralelamente se fue construyendo un sistema de beneficios que les impedía distraerse de sus exigentes deberes y las rígidas obligaciones de la seguridad y la defensa de la nación. Hospitales Militares, Círculo Militar, Seguros Horizonte, Sistema de Salud Militar, Almacenes Militares, y un salario merecido que al final de la actividad se convertía en una pensión digna; suficiente para costear el retiro apacible y justificado. La yunta de las Fuerzas Armadas Nacionales se hizo en ese entonces con la ConstituciónNacional. Hasta que la ambición política aparejada con la aventura hacia la riqueza de un grupo de generales y almirantes embarca a la institución con un grupo de civiles notables, soberbios y engreídos, en el episodio trágico de la conspiración y del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992. A partir de allí la fotografía institucional de los militares se fraccionó en mitades desiguales como consecuencia de la polarización política y de los planes de la revolución.

El golpe de Estado de febrero dividió la historia de Venezuela en dos toletes suficientemente identificados y señalados con la riqueza y la pobreza, que se permearon a todos los estratos sociales e institucionales. Como si se mostrara desde el occidente al oriente del país en la actual Venezuela esa imagen que preside las paredes de todas las bodegas del interior de la república donde se ilustra el “Yo vendí a crédito, yo vendí al contado”. La pintura muy bien puede servir de enseñanza institucional y de dictado moral para la actual Fuerza Armada Nacional apersogada con la claque criminal que usurpa el poder desde el Palacio de Miraflores y sentada holgadamente en comodidad irreverente e irrespetuosa sobre el texto fundamental, especialmente sobre el artículo 328.

Yo vendí al contado

La estampa radiante y tornapulérica de un personaje que ha tenido el tino de hacer negocios seguros, de cobrar en especie y de cosechar los frutos de su prudencia –cazar güire se le dice– y disfrutar de sus éxitos políticos y militares es lo que más asocia a los generales y almirantes de los críticos años de la década de los ochenta y de los noventa que permitieron la llegada al poder del torbellino rojo rojito del chavismo, a la patria que juraron defender. Después de los relevos generacionales en la propia etapa revolucionaria no han tenido la necesidad de una medicina, de un préstamo para la adquisición de un carro o un apartamento, no forman parte de las colas para recibir la humillante bolsa CLAP ni han hecho un crowdfunding para costear los gastos de una enfermedad ni para cancelar su velatorio y entierro. Es el facsímil inconfundible de un comerciante sin miramientos, de un traficante de los sueños sin recato o de un empresario pudiente con capa, espada y soles, capaz de venderle su alma al diablo, para llegar al triunfo y mantenerse en la apoteosis de su éxito por encima de cualquier escrúpulo. Es una viva representación de la bonanza con largas patillas, de estar bien comido, con el chaleco a punto de reventar en la barriga turgente y con la caja fuerte abierta para recibir después de escuchar los honores de los toques de corneta correspondientes al cargo y al grado, sus groseros honorarios para sostener el elevado tren de vida que adquirieron obviando el juramento de defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida. Vendieron al contado para facilitar la llegada del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías al poder y para sostenerlo en el tiempo. Ya van por 24 años y se sigue contando.

Yo vendí a crédito

Esta otra parte del marco de la fotografía es patética y turbadora. Sobremanera conmovedora. Es la representación de un personaje insolvente hasta más allá del futuro, empobrecido moral y materialmente, desmejorado en la esperanza, preocupado en el aburrimiento de su propia fe, desesperado hasta lo más profundo de sus bolsillos por haber enajenado su solvencia personal, profesional, familiar e institucional contra el crédito de una conspiración hacia el vacío a favor de un golpe de Estado recibido como un vale contra el exceso de confianza y la gran imprudencia, con una promesa de pago en el futuro y con el funesto resultado de perder prácticamente todos sus bienes en un salto hacia el abismo insólito de una revolución. Es el retrato de languidecer en la bruma de lo que pudo haber sido y no fue. Allí están los ingenuos de aluvión que la revolución fue dejando en el camino más limpios que como entraron y los que empujados por la ligereza y la impulsividad de la riqueza fácil que enterraba los principios y los valores, mientras le sirvieron de tontos útiles a quienes vendieron al contado y facturaron. Allí están en una larga lista haciendo cualquier cola, con la pared desgajada, con el traje raído y remendado, con unas chancletas de mendigo y con la repugnante compañía de roedores, pendientes de una medicina que no llega, de un aumento que se evapora en el tiempo, de un crédito que nunca aparece, de un ingreso al Hospital Militar que se va con la vida, de unos depósitos retroactivos que son ladridos a la luna e informando cada cierto tiempo las defunciones de compañeros de armas en el más bajo nivel de depauperación y consunción; y esperando mensualmente el anuncio desesperado de… ¡Ya depositaron! Allí están, en esa extenuación apocalíptica, en los grupos de WhatsApp notificando cumpleaños, distribuyendo oraciones, propagando noticias viejas en bucle, distribuyendo chistes y videos XXX, audios fake y mensajes de autoayuda; en esa lista y parte están activos sin ningún enchufe, miembros de la reserva activa y los familiares que resisten al salto del tordito. Todos sobrevivientes de la revolución y del suspiro de desilusión que en algún momento exhalaron cuando, en el quinto piso del Ministerio de la Defensa, el comandante expresa su famoso “Por ahora” y muy pocos ganados para una iniciativa en sintonía con su profesión que contribuya a garantizar un cambio político para Venezuela, mientras se ven desaguados en los históricos y agónicos beneficios socioeconómicos que en algún momento se disfrutaron en la democracia que no se defendió debidamente y que hoy están ausentes sin permiso. Siguen vendiendo a crédito con la mano izquierda en la rodilla y con la derecha en la cabeza despeinada y en la vida se les desangra sin esperanza.

Al otro lado de los cuarteles los civiles tienen remachado en la opinión que todos los militares están buchones y esa es una verdad en la parcialidad venturosa del cuadro aludido con el gordito que despachó al contado; que el otro lado arruinado, esquelético y enflaquecido está obligado a contribuir a poner en su justo lugar en algún momento. Si los deja la edad, las enfermedades y las carencias.

A medida que pasa el tiempo y que las penurias de la familia militar reflejada en las ventas a crédito antes, durante y después de la revolución, se extienden y estrechan en el cerco económico que los lleva a la muerte, es inevitable subirse mentalmente al cerro Suspiro del moro y recordar a la sultana Aixa recriminarle a su hijo, el sultán Boabdil, cuando este voltea lacrimoso para ver por última vez el reino perdido de Granada: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”.

Con motivo de un nuevo aniversario del 4F, muchas felicidades para todos los que vendieron a crédito; los otros de la litografía de la bodega militar están buchones y siguen facturando.


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